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sábado, 28 de marzo de 2015

AMOR INCONDICIONAL (Final)



Siempre deseó terminar sus días junto a ella, y no con la idea de abandonar aquel lugar que lo había visto crecer, amar y caer a los infiernos. Todo lo había soportado con estoica entereza, con alguna pequeña debilidad, para qué negarlo, pero siempre esperando. Por ella, porque al fin llegara su momento. Y era duro aceptar que había acariciado con la punta de los dedos aquello que una vez le pareció una quimera.

¿Y ahora? ¿Qué le quedaba ahora? Francisca no era suya. Pero eso era algo que en realidad ya sabía y padecía desde hace años. La única diferencia, es que ahora estaba casada. Seguramente en esos instantes Don Anselmo habría sellado ya sus votos matrimoniales. Un dolor intenso en su pecho le recordó la honda herida que le surcaba desde hacía más de 50 años. Una que nunca había cicatrizado y de la que ahora manaba sangre de manera profusa.

Poco importaba donde la vida le llevase a partir de ahora mientras fuera lejos de la terrible visión de ellos dos paseando juntos por la plaza, tomados del brazo. 

- Supuse que te encontraría aquí -.

Ahogó un gemido cuando el sonido de su voz taladró su mente, marcando un camino que fue derecho hasta su corazón. ¿A qué tanta tortura? ¿Acaso había venido a regocijarse en su desgracia? Ya la había perdido. ¿Por qué ahondar en la herida?

- Lo que desconozco es para qué deseabas encontrarme, Francisca -, musitó herido, sin volver sus ojos a ella. - ¿No crees que dada la situación no ansiaba ser encontrado? Déjame solo… Solo -, remarcó con ironía doliente. - Con mis recuerdos -.

Francisca observó su espalda caer abatida. Y se tragó su orgullo, al igual tragó sus lágrimas. Podía perder gran parte de su fortuna, más no estaba dispuesta a perderle a él. Quizá lo único importante en su vida. Aunque hubiese necesitado más de media vida en darse cuenta.

- Quisiera creer que formo parte de alguno de esos recuerdos -, musitó.

- ¿De algunos solamente? -, se sonrió él, girándose y mirándola a los ojos por primera vez desde que sintió su presencia. - Formas parte de todos, Francisca. De cada segundo de mi mísera existencia -. Suspiró. - ¿Qué quieres? -, le preguntó finalmente con absoluta derrota.

Ella avanzó hacia él, apenas unos pasos. Sintiendo cómo su mirada le quemaba bajo la tela de su vestido blanco. 

- ¿He de responderte, Raimundo? ¿Acaso no puede tu corazón imaginarlo siquiera? -.

- Mi corazón es traicionero -, respondió. - Y te anhela demasiado. Tal vez debería recordarle que está ante toda una mujer casada -, agachó la mirada. - Tal vez debería aconsejarle que dejase de latir por ti, pues ya no tiene derecho a hacerlo -. Alzó de nuevo sus ojos a ella. - ¿Por qué estás aquí realmente, Francisca? Deberías estar con tu marido, ¿no crees? -.

Ella le obsequió entonces con la sonrisa más dulce que sus labios pudieron esbozar. - Lo que creo es que en estos instantes debería estar con la persona de la que estoy enamorada -.

Sintió flaquear sus rodillas ante la mirada de estupor y anhelo que advirtió en Raimundo. Más no se dejó amedrentar por sus miedos. Avanzó unos pasos más hacia él.

- ¿Recuerdas? -, preguntó mientras sus ojos recorrían aquel paraje. - Solía escaparme aquí contigo cada tarde. Sentía tus brazos rodeándome y tus labios acariciando mis sienes -. Su mirada se posó de nuevo en la de Raimundo. - Siempre me sentí segura junto a ti. Eras mi refugio cuando las nubes no me dejaban ver el sol -.

Silenció su voz mientras alzaba una de sus manos para deshacer a continuación su armonioso y perfecto peinado, consiguiendo que sus cabellos cayesen desparramados por sus hombros. Raimundo tan solo podía seguir cada uno de sus movimientos con la mirada, sintiendo al mismo tiempo cómo el corazón le estallaba en el pecho.

- Francisca… -, murmuró en un susurro apenas audible.

- Te quiero, Raimundo -. Declaró finalmente, acortando ya la escasa distancia que los separaba. - Siempre te he querido por encima de todas las cosas, aunque mis labios te dijesen lo contrario -, sus dedos se movieron por su mejilla, rozando su barba con adoración. - Y siempre te querré -.

- Pero… ¿tu boda? ¿León? -, titubeaba. Temblaba al sentir su cálida mano recorriendo su rostro. - Francisca, si esto es un juego no… -.

- Ni juegos, ni trampas, ni mentiras -, negó con la cabeza. - Ya no, Raimundo -. Acercó su rostro hasta la mejilla de él, rozándole con delicada ternura mientras su mano se escabullía hasta acariciar su cuello. - La única verdad es que te amo. Nos amamos -, buscó sus ojos. - ¿Cómo podría entregarme a otro cuando nunca he dejado de ser tuya, amor? -.

Las manos de Raimundo ciñeron con fuerza su cintura. - Quieres decir que… -, su voz tembló, negándose aún la posibilidad de gritar de júbilo ante lo que acababa de escuchar.

- Quiero decir, Raimundo Ulloa… -, sonrió a la vez que sus manos se escondían bajo su chaqueta. -…que con la única persona con la que deseo casarme es contigo -, pronunció junto a sus labios. - Nada me importa si te pierdo -, besó con brevedad su boca a pesar de que no se separó de ella completamente. - Nada… -.

Raimundo enredó sus dedos en la maraña de sus cabellos, inclinando su cabeza hacia atrás para así poder mirarle a los ojos. 

- ¿Hasta cuándo, Francisca? Nos amamos, nos odiamos… -.

- No poseo todas las respuestas, Raimundo -, le respondió. - Pero sí sé que prefiero arriesgarme y vivir aunque fuera un solo día a tu lado, que todo lo que me reste de vida sin ti -.

Sintió la fuerza de su respiración mientras esperaba que las últimas reticencias de él desapareciesen. Raimundo cerró sus dedos en torno a su pelo y se inclinó hacia ella para así poder morderle los labios.

- ¿Me estás proponiendo matrimonio, Francisca Montenegro? -, preguntó con la voz cargada de deseo contenido.

- Tal parece que así es -, se sonrió, pegando su cuerpo al suyo, atrapando en él el estremecimiento que los recorrió por entero.

Raimundo deslizó una de sus manos por su espalda mientras la otra enmarcaba su rostro.

- Sea pues -. Sentenció junto a su boca segundos antes de fundirse con ella en un beso tan apasionado como deseado por ambos. - Te amo demasiado como para negarme a tus deseos -. Musitó sin apenas resuello.

Francisca sonrió enamorada mientras se apartaba de él y se desprendía de una cadena que portaba alrededor de su cuello. En ella, dos anillos tintinearon al chocar entre ellos.

- Siempre supe que algún día, ambos los llevaríamos -. Sonrió de medio lado. - Y siempre han estado junto a mí esperando que ese día llegase -.

Dejó que cayeran en la palma de su mano y entregó uno de ellos a Raimundo. - Pero, ¿es que quieres casarte aquí? ¿Ahora? -, le preguntó sonriendo.

- ¿Qué necesitamos más que saber que te amo y que me amas? Que el cielo sea testigo de nuestra unión -. Tomó su mano, enlazándola con la suya. - Ya habrá tiempo para celebraciones más adelante -, pronunció con un mohín en los labios. - No deseo dejar pasar un segundo más sin saberte mío y que tú me sepas tuya -.

Intercambiaron sus anillos mientras de sus labios escapaba un te quiero que selló su amor para siempre. Unieron sus labios al tiempo que sus manos se entrelazaban formando una sola. Ambos habían luchado contra sus propios demonios hasta llegar a su camino. Uno que acababa de comenzar.

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