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sábado, 21 de marzo de 2015

AMOR INCONDICIONAL (Tercera parte)



La noche se cernía ya sobre la casona cuando salió al jardín tras una cena frugal a solas. Lo que menos deseaba era compartir mesa y mantel con Fernando, que se mantenía a una distancia prudencial de ella. Y su ahijada tampoco había osado importunarla tras apreciar en su rostro que aquella noche no deseaba compañía. Además, la joven no atinaba a comprender su inesperado compromiso con León, tal vez albergando la esperanza de que podría haber existido un futuro para su abuelo y para ella, una vez que se hubiesen templado los ánimos.

Poco podía saber la muchacha del oscuro pasado que arrastraban ambos y que hacía inviable de todo punto una posible reconciliación.

Se refugió bajo el abrigo de su chal mientras tomaba asiento en una de las sillas de mimbre. Era una noche especialmente fresca a pesar de haberse iniciado ya el mes de junio. Agradecía sin embargo aquella brisa que mecía un mechón de su cabello que se había escapado del pulcro moño, y esos instantes de soledad que tanto había anhelado esa misma tarde.

Pasado mañana se convertiría en la nueva Señora Castro, recordatorio de que ya lo fue una anterior y funesta vez. Aunque en esta ocasión, a pesar de repetir el mismo apellido, no compartiría su vida con un monstruo tan desalmado como Salvador. León era bondadoso, leal y la amaba. Además de poseer una pequeña fortuna que sanearía su ya mermado patrimonio.

Una segunda boda que no deseaba y con otro hombre diferente al que anhelaba. Raimundo acudió a sus pensamientos una vez más aquella noche. Recordó así mismo la mirada que él le había lanzado esa misma tarde en la plaza. ¡Qué distinto habría sido todo de ser Raimundo y no León quien la desposara en unas horas! ¡Cuán feliz sería de saberse por fin unida al hombre que seguía amando con la misma vehemencia de la juventud…!

De ilusiones no se puede vivir, sino de realidades. Y la suya, mal que le pesara era convertirse en la esposa de León Castro. Ella misma así lo había decidido y lograría solucionar sus problemas ¿Por qué se sentía entonces tan desdichada? Escondió su rostro entre las manos y suplicó en silencio. Pidió las fuerzas necesarias para poder cumplir con el compromiso que adquiría. Su vida iba a quedar irremediablemente supeditada a lo que León dispusiera para ambos. Así había sido desde el principio de los tiempos.

- Buenas noches, Francisca -.

Alzó la mirada cuando la voz de Raimundo envolvió el silencio de la noche. Le costó unos segundos comprender que él estaba frente a ella, mirándola intensamente. Como si estuviera juzgándola.

- ¿Qué estás haciendo aquí? -, se levantó mientras el chal resbalaba de sus hombros y caía sobre la silla. - Sabes sobradamente que no eres bienvenido en esta casa -.

- Ni en esta casa ni en tu vida, bien lo sé -, respondió. Suavizando su mirada y templando su ánimo. - Supongo que debería darte la enhorabuena por tu compromiso y próxima boda con León -.

Francisca sonrió de medio lado. - Supongo que deberías hacerlo -, se apartó ofreciéndole la espalda. - Más no lo espero, ni lo deseo tampoco -. Cerró los ojos con dolor, consciente de que él no podía verla. - Además, es lo que tú querías ¿no es cierto? Según tus mismas palabras, debía aceptar a León. Y eso es lo que he hecho -.

- Pero nunca quise esto, Francisca… -, murmuró avanzando hasta ella unos pasos. - En realidad… -.

- En realidad -, interrumpió ella volviéndose hacia él. - Ni tú mismo sabes lo que quieres, Ulloa. Siempre ha sido así. Me lanzas a los brazos de León y apenas unos días después me dices que no es esto lo que deseabas… -, meneó la cabeza mientras sonreía herida. - Sea como fuere, poco me importan ya tus cuitas, Raimundo. Pasado mañana me convertiré en la esposa de León Castro, y ambos no seremos más que un recuerdo para el otro que terminará diluyéndose con el devenir de los días -.

- ¿Pasado mañana? -, apenas podía creer que apenas le quedaran 24 horas para impedir aquella locura. - Eso no puede ser -.

- Es, Raimundo Ulloa. Es -, enfatizó. - El mismo Don Anselmo estuvo de acuerdo con nosotros en que sería la fecha más conveniente. ¿Debo recordarte que León no dispone de demasiado tiempo? Cuanto antes me convierta en su mujer, más felicidad podré proporcionarle -.

- ¿Qué tramas, Francisca? -, estaba desesperado. El tiempo corría en su contra, se le escapaba de las manos de la misma forma en que lo haría Francisca. - No amas a León, ¿es que no te das cuenta? ¡Me amas a mí! -.

Francisca rio con desprecio, a pesar de que su corazón latía desbocado. - Eres un presuntuoso, Raimundo. Me das pena -.

- Presuntuoso o no… -, se acercó peligrosamente a ella. -… es la única realidad. ¿Qué harás cuando sean sus manos y no las mías las que te acaricien? ¿Cuándo quiera ejercer sus derechos como marido? ¿Serás capaz de entregarte a él? ¿De ser suya? -.

- ¡Qué te importa, Raimundo! -, gritó con desesperación. La visión que se había dibujado ante sus ojos gracias a las palabras de Raimundo era devastadora. - Dedicaré mi vida a hacer feliz a León hasta que la muerte decida arrebatármelo. Y nada me hará cambiar de opinión. ¿Por qué no te marchas? -, le exigió. - Olvídate de mí, haz cuentas de que no existo y déjame en paz -.

- Me importa Francisca. Todo lo que tenga que ver contigo me importa, muy a mi pesar, te lo aseguro -. Respiraba con fuerza, debatiéndose consigo mismo entre alejarse de ella de una vez por todas o estrecharla entre sus brazos y besarla hasta morir.

- Lárgate de una vez, Ulloa -, le pidió una vez más. Cansada. Agotada de tanta lucha. - Ya conoces la salida -.

Se dispuso a marcharse cuando su mano la retuvo, sujetándola por el codo. - Eres mía, Francisca -, musitó Raimundo atrayéndola a su cuerpo. Quemando sus labios con su cálido aliento. - Nunca podrás amar a León -.

Arrasó su boca con maestría, con un beso que pretendía hacerle ver la realidad de sus sentimientos. Aquellos que Francisca se negaba a aceptar. Aferró sus manos, entrelazándolas con las suyas mientras ella se debatía con todas sus fuerzas por zafarse de él. Para terminar perdiendo la batalla, entregándose con la misma pasión que él mostraba. Separando sus labios para darle total acceso.

Sin embargo, tras varios segundos, Francisca rompió el beso, estampando una sonora bofetada en su mejilla.

- Te recuerdo que estoy comprometida. Y con tu amigo León -. Su pecho subía y bajaba preso de una fuerte agitación. - Que no se te olvide, Ulloa -.

- Ni a ti que me amas, Francisca -. Rebatió Raimundo.

Escapó del jardín, incapaz de pronunciar una palabra más. Tan solo precisaba poner distancia entre ellos y recuperar el aliento que había perdido. Así como la cordura.

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