Translate

jueves, 19 de marzo de 2015

AMOR INCONDICIONAL (Segunda parte)



Si había algo que le molestaba sobremanera era dar que hablar a las gentes del pueblo, pero en esta ocasión, apenas tuvo elección. Y bien pensado, era la mejor forma de dar a conocer su compromiso y próximo enlace con León.

Sin embargo, estaba nerviosa y sabía perfectamente cuál era el motivo. Temía encontrarse con Raimundo Ulloa en la plaza a pesar de que casi se vio prácticamente empujada a los brazos de León por su causa. Poco o nada debía importarle entonces que ella fuese a contraer matrimonio con el Castro en apenas una semana. Sabía por boca de León, que Raimundo estaba enterado de la noticia, pues él mismo se la había transmitido henchido de felicidad. Apenas se atrevió a indagar en su posible reacción, pues se había jurado a sí misma que desterraría su recuerdo para siempre.

Suspiró mientras avanzaba por las empedradas calles del pueblo amarrada de su brazo. Una semana era el plazo que León había establecido para sus futuras nupcias y ella no había podido negarle aquel deseo. Qué más daba en realidad una semana, que un mes, o un año. El resultado sería el mismo en cualquiera caso, un matrimonio sin amor, al menos por su parte. Cuanto antes acabasen con aquel trámite, mejor.

- Te percibo muy callada, Francisca -, le dijo de pronto León sacándole de sus propios pensamientos. - ¿No te encuentras bien o tal vez no tienes nada que decir? -, sonrió con cierto nerviosismo mientras con su otra mano aferraba con suavidad la de Francisca, que se escondía en su brazo. - Siento que la llegada de nuestra boda te causa más pesar que alegría -.

Desde que ambos decidieron comprometerse, Francisca se había encerrado en sí misma y apenas esbozaba alguna leve sonrisa cuando él la hacía partícipe de sus planes de futuro. Siempre le descubría perdida en su propio universo particular en el cual, él se sentía como un intruso. No podía evitar seguir albergando dudas sobre la conveniencia de su casorio, sin embargo, su amor por ella era tan inmenso que éstas quedaban disipadas casi de inmediato.

- No debes inquietarte, León -, respondió sin mirarle a los ojos. - Te di mi palabra y a ti me entregaré para el resto de mi vida. Tan solo te pido algo de tiempo y de paciencia -, añadió aferrándose más a su brazo en un intento de tranquilizar sus temores. - No es fácil para mí hacerme a la idea de que volveré a estar casada después de tantos años teniendo que bregar sola -.

León respiró aliviado. Tan solo era eso… los nervios típicos antes de un cambio tan importante. - Tiempo, paciencia y todo mi amor será lo que te ofrezca, Francisca -, se detuvieron en mitad de la plaza y la miró a los ojos. - Te quiero Francisca. Tan solo espero poder estar a la altura de lo que tú esperas de mí -.

Aquella respuesta la incomodó pues por su parte, la aceptación del compromiso suponía mantener su patrimonio intacto tras el descalabro que los negocios de Fernando habían ocasionado.

- Discúlpame León -, se apartó de él algo turbada. - Acabo de recordar que he de acercarme al colmado para solicitar unos pedidos de telas que andaba precisando -. Era la única forma que se le ocurría de poner fin a aquella charla y tomar algo de aire lejos de él. - ¿Por qué no aguardas aquí un instante en lo que me acerco a encargárselo a Dolores? Te prometo que no tardaré -, le sonrió.

Después, giró sobre sus talones y se encaminó hacia el colmado pensando qué podría encargar a Dolores para salir del paso.

La vio marchar con una mezcla de sentimientos encontrados. Tenía la sensación de que poco a poco estaba perdiendo terreno con Francisca por más que ella se empeñase en mostrar que nada pasaba. El plazo de una semana que él mismo había impuesto se le antojaba demasiado largo. Tal vez sería conveniente fijar una fecha mucho más cercana con el párroco. No podía permitirse el lujo de que Francisca se echase atrás. En cuanto terminase de hacer sus compras en el colmado, le propondría visitar al cura para decidir entre los tres, la fecha más próxima para en enlace.

- León -. Se volvió cuando escuchó su nombre a sus espaldas. Sonrió cuando descubrió que se trataba de Raimundo. - ¿Cómo le va? Le hacía en la Casona con… Francisca -.

Desde que supo del compromiso de ambos, hasta pronunciar su nombre se le hacía tarea demasiado ardua. No podía creer que los acontecimientos se hubiesen sucedido con tanta premura y aunque él mismo se había hecho creer que aquella boda era la mejor solución para todos, el hecho es que estaba destrozado por saber que en pocos días, Francisca sería de otro para siempre.

- Y así era, amigo mío. Pero hace una tarde demasiado maravillosa como para desperdiciarla entre cuatro paredes. Ambos convinimos en dar un agradable paseo y nuestros pasos nos trajeron hasta la plaza -.

La buscó con la mirada desde el mismo momento en que León le había anunciado que Francisca estaba cerca. Su cuerpo temblaba de expectación por cruzar sus ojos con los de ella. Por comprobar que aquella boda no sería si no una más de sus artimañas para herirle. Estaba convencido de ello, y para una mayor infamia, utilizando al bueno de León que no había hecho otra cosa más que vivir enamorado de ella toda su vida.

- Francisca, ¿está aquí? -, preguntó tratando de no parecer demasiado anhelante. La realidad es que le carcomían los celos. No podía soportar que en cuestión de unas semanas, ella se desposaría con otro y la perdería para siempre.

- En el colmado de los Mirañar se encuentra en estos instantes -, sonrió. - No sabe lo feliz que me siento, Raimundo. Francisca ha venido a colmar todos mis deseos para esta vida y… -.

Apenas seguía escuchándolo mientras León no dejaba de manifestar lo feliz que le hacía el compromiso y lo notablemente que había mejorado su salud con ello. Sus ojos estaban fijos en la puerta del colmado, esperando que en cualquier instante, ésta se abriese y por ella apareciera Francisca. Moría solo por poder verla.

-… y estaba pensando que ahora mismo podríamos acercarnos hasta la parroquia para hablar con Don Anselmo. ¿Qué le parece? -.

- ¿Qué…? -, le respondió. Lo cierto es que no había escuchado ni una sola palabra de lo que León le había dicho.

- Raimundo ¿se encuentra bien? Le decía que en cuanto Francisca regrese, nos acercaremos a la iglesia para fijar la fecha. Mi deseo es que nos casemos cuanto antes. Mañana mismo, si fuera posible -.

- ¿Mañana? -. El temor y la incredulidad impregnaban su voz. ¿A qué tanta prisa? No, no podía ser verdad. Pensaba que dispondría de más tiempo para… Tragó saliva. ¿Para qué, Raimundo? Se preguntó. Por más tiempo que pasara, jamás podría hacerse a la idea de que Francisca terminaría casada con otro. 

- ¿Qué ocurre mañana? -. La suave voz de Francisca tras ellos los obligó a girarse. Sus manos agarraron con tal fuerza su bolso, que sus nudillos se tornaron blanquecinos. Lo que tanto había temido de aquel paseo, se materializaba ante sus ojos. Raimundo estaba frente a ella mirándola de una manera que no supo descifrar.

- ¡Querida! -, sonrió León acercándose a ella y besando su mejilla, sin apreciar la visible incomodidad en Francisca y en el propio Raimundo. - Le informaba de que ya iba siendo hora de que fijásemos una fecha para nuestra boda. Lo más pronto posible -, rodeó su cintura con el brazo. - Ya ve, Raimundo, somos tan felices que no podemos esperar un día más para poder convertirnos en marido y mujer, ¿no es cierto, amor? -, la miró.

Francisca continuaba sin apartar sus ojos de los de Raimundo. Como si nadie más que ellos dos estuviese en aquel momento en la plaza. Unidos por un hilo invisible que les impedía apartar la mirada. Más ella, se obligó a hacerlo.

- Así es -, respondió esbozando su mejor sonrisa mientas volvía su rosto al de León.  - Creo que tu idea es maravillosa y si nos damos prisa, podremos conversar acerca de ello con Don Anselmo a la salida de la misa de cinco -. Su sonrisa fue desvaneciéndose mientras volvía a dirigirse al Ulloa. - Raimundo -, inclinó la cabeza a modo de despedida. - A más ver -.

León hizo lo propio, despidiéndose de su amigo con un apretón de manos. Después, tomó la mano de Francisca enlazándola en su brazo mientras se alejaban camino de la parroquia.

- ¡León! -, le llamó Raimundo, obligándolos a detenerse. Cuando llegó hasta ambos, prosiguió. - ¿Podría pasarse más tarde por las obras? El padre Gonzalo desea consultarle acerca de unos problemas con el vallado -. Se encogió de hombros. - Yo no he sabido darle la solución más adecuada y tal vez usted tenga mayor suerte -.

León pensó durante unos segundos. - De acuerdo, me pasaré más tarde -, se dirigió a Francisca. - Cuando hablemos con Don Anselmo, te acompañaré a la Casona y de allí marcharé a las obras. Gracias Raimundo por el aviso -.

Mientras León y Francisca se alejaban, Raimundo retorcía sus manos sin poder apartar la mirada de ellos. No había estado bien mentirle a León, pero necesitaba hablar con Francisca a solas antes de que se volviera del todo imposible.

Iría a visitarla a la Casona en cuanto él se marchara. Ahora sólo le quedaba dilucidar qué era lo que pretendía decirle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario