Translate

lunes, 23 de marzo de 2015

AMOR INCONDICIONAL (Cuarta parte)



Ni todo el maquillaje posible podría enmascarar las pequeñas sombras violáceas bajo sus ojos, ni la profunda tristeza que se escondía tras ellos. Nuevamente se sentía como la condenada a muerte que se encamina hacia el cadalso y que en pocas horas encontraría la soga alrededor de su cuello, aunque ésta apareciese en forma de anillo en su dedo. Y nadie más que ella era la culpable de aquel dislate. Si se encontraba en aquella tesitura había sido por su propia voluntad. Nadie la obligaba, salvo su propio temor a verse en la ruina.

Sopesó detenidamente el precio que estaba dispuesta a pagar a cambio de una seguridad económica de por vida. ¿De verdad le compensaba realmente vivir atada a un hombre que no amaba a cambio de preservar su fortuna? Si en el pasado ya vivió en carne propia el resultado de un matrimonio sin amor, ¿por qué estaba dispuesta a errar de nuevo?

Observó su imagen en el enorme espejo que la doncella había dispuesto en la alcoba a petición suya. Un fino vestido de seda blanca se amoldaba a su figura como si fuera un guante. Su mirada vagó hasta que cruzó los ojos con los de su reflejo y se vio incapaz de reconocerse. Estaba llegando demasiado lejos y a estas alturas de su vida, no se encontraba con fuerzas suficientes como para poder vivir atada a León, lidiando con la presencia de Raimundo cada día recordándole lo errado de su acción.

¿Por qué tuvo que venir el Ulloa a atormentarla la otra noche? ¿Por qué sumar más desdicha a la que ya sentía? Le ardían los labios desde que Raimundo osó probarlos. A su mente regresaron sus palabras provocando que las lágrimas le quemaran en la garganta. Podría controlar a León durante un tiempo, pero ¿cuánto? Él terminaría por querer ejercer sus derechos maritales y a ella, la sola idea la asqueaba.

León era un buen hombre y aquel matrimonio no sólo iba a provocar su desdicha, sino también la de él. Aquellas tribulaciones que enmarañaban su mente se fueron tornando en remordimientos a medida que los segundos pasaban. Y éstos se volvían pesares con cada paso del reloj. ¿Cómo podía ser tan mezquina? ¿Cómo podía engañarse pensando que podría soportarlo?

- ¿Qué estás haciendo, Francisca? -, musitó cerrando los ojos.

- El mayor error de tu vida -, le respondió una tenue voz a su espalda. Rápidamente, se giró sobresaltada y sus ojos se bañaron en lágrimas cuando su mirada la recorrió con tanto amor que hasta el pecho le dolía. - Estás preciosa… -. Murmuró casi en un suspiro.

- No deberías estar aquí y lo sabes -. A pesar de las palabras, no se apreciaba reproche en su voz. - Creí que todo había quedado dicho entre nosotros la otra noche -.

- Y sin embargo… -, avanzó un par de pasos hacia ella. -…creo que aún queda demasiado por decirnos, Francisca. Es por eso que estoy aquí -, exhaló el aire retenido en sus pulmones.

Apenas había logrado vivir desde su encuentro pasado, ideando la manera de detener aquella boda. Por eso se había colado en la habitación de Francisca. Por eso estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo para no perderla una vez más. 

- Porque no puedo permitir que arruines tres vidas a causa de esta locura -. Prosiguió.

- ¿Tres vidas? -, preguntó. - Son dos personas las que componen un matrimonio -.

Raimundo sonrió de medio lado. - Y dos personas son entre las que debe existir amor para dar ese paso. Y ambos sabemos que León no es una de ellas -.

- En eso te equivocas -, rebatió alzando el mentón. Haciendo acopio de fuerzas para refrenar las lágrimas. - Él me ama -.

- Pero tú a él no -, respondió condescendiente. - Yo también te amo Francisca, y sin embargo te casas con él -. Se acercó dos pasos más. Ella no retrocedió. - Suspende esta boda, amor. Cásate conmigo -. Le pidió.

Ni siquiera sabía qué era lo que la mantenía en pie, pues todo su cuerpo estaba colapsado tras aquella propuesta. - Eso no puede ser… -, respondió. - Ya no -.

- ¿Por qué no? -, le inquirió, recortando por fin la poca distancia que los separaba. Tomándola con sus manos, temblando al sentir sus brazos desnudos bajo las palmas. - ¿Qué te lo impide? ¿Acaso le amas? -. Preguntó con temor.

Ella bufó. - ¿Cómo puedes pensar tal cosa, Raimundo? Yo… -. Acalló sus palabras antes de empeorar la situación. No podía permitirse sucumbir a la tentación de la propuesta de Raimundo. - Será mejor que te marches -, exigió, desprendiéndose de sus manos. - No quiero volver a verte. A partir de mañana, ambos habremos dejado de existir para el otro -.

Raimundo la miró dolido. - Tú nunca podrás dejar de existir para mí, Francisca -.  Bajó los brazos derrotado, consciente de que había perdido la batalla. - No te inquietes, que no volveré a importunarte nunca más -. Suspiró, pero no apartó su mirada de la suya. - Solo una cosa más Francisca -.

Ella le instó a continuar con un movimiento de cabeza, pues ni las palabras podías salir de su garganta ya que morían enredadas en el nudo que le atenazaba.

- Bésame -. Le pidió. Situándose apenas a dos palmos de ella. Alzando una mano hasta su cuello, rozándolo con infinita dulzura. - Un último beso que concluya nuestra historia. La última petición de un moribundo que perderá su vida en el mismo instante en que te conviertas de otro -. Acarició con su mirada el contorno de sus labios segundos antes de que sus ojos se posaran en los de ella. - Déjame llevarme tu sabor una vez más -.

- Raimundo… -, sollozó antes de que su boca fuera tentada por la de él en una caricia infinita.

Dejó escapar un gemido que Raimundo atrapó entre sus labios mientras sus manos resbalaban por su cuerpo queriendo impregnarse de ella. Sus lenguas se enredaban en una entrega sumamente placentera. El silencio, roto por los suspiros y gemidos quedos. Por el suave sonido de sus labios rozándose.

Y al fondo, junto a la puerta, un par de ojos los observaban con aturdimiento.

2 comentarios:

  1. Olé, ole y ole!
    Si en su momento morí de amor leyendo estas letras, me acabas de rematar de nuevo
    ¡Gracias Ruthy! Y SIGUEEE por lo q mas quieras xfi, xfi, xfi

    ResponderEliminar