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miércoles, 11 de marzo de 2015

TRAICIÓN (Quinta parte)

Aquella conversación le había dejado demasiado descalentada. Tanto, que en cuanto Ayala partió de la casona, ella salió al exterior. Necesitaba pensar, escapar de unos muros que la atrapaban y una verdad que la asfixiaba. ¿Cómo podía Raimundo haberle ocultado semejantes atrocidades? Y lo que es peor, ¿cómo pudo no contarle lo ocurrido con su hijo Sebastián?

Si su corazón albergaba aún alguna esperanza de que los sentimientos de Raimundo fueran auténticos, ésta se había borrado de un plumazo al conocer la descarnada situación del joven Ulloa. De nuevo las mentiras se adueñaban de su relación. La verdad se ocultaba, más ¿con qué motivo esta vez? En esta ocasión, no eran ni su vida y ni su honra lo que estaban en juego como hace años.

Pero está en juego la vida de Sebastián.

Caminó sin un rumbo fijado, deambulando por los campos que tanto le habían tranquilizado en su niñez cuando sentía que el mundo se le venía encima. Raimundo siempre estaba al final de su destino, aguardándola para refugiarla en sus brazos, para disipar sus temores entre suaves caricias. ¿Quién sería ahora su soporte, si la persona que era capaz de consolarla era la misma de la que huía?

………………………..


No había podido dar con ella en toda la mañana. Y ahora, bien entrada la tarde, seguía sin conocer su paradero. Suspiró mientras escondía las manos en los bolsillos de su pantalón. ¿Qué podía haber ocurrido para que Francisca hubiera desaparecido así, por las buenas? Justo al día siguiente de su boda. El presentimiento de que Ayala estuviera detrás, surcó su mente haciéndole temblar como una hoja. Ya conocía en sus carnes de lo que era capaz ese malnacido. Lo que le hizo a Sebastián. ¿Se habría atrevido a hacer lo mismo con Francisca?

Tal vez debería acercarse hasta la posada para cerciorarse de que ese desgraciado no hubiese intentado nada en contra de su mujer. Sonrió nervioso al pensar en ella en tales términos. Le costaría acostumbrarse a la idea de que esta vez, no era producto de su imaginación.

Escuchó un leve ruido detrás de él y se volvió con rapidez.

- Francisca -. Su voz sonaba entre feliz y aliviada cuando la llamó. - Pero ¿dónde te habías metido? ¿Te encuentras bien? -.

No hacía más que interrogarla preocupado mientras sus manos palpaban su cuerpo, en busca quizá de algún indicio que confirmara las sospechas que le habían sobrevenido desde hacía unos minutos.

Francisca le miró de frente, ocultando en su mirada la profunda tristeza que le embargaba.

- ¿Por qué no me iba a encontrar bien, Raimundo? Al fin tengo todo lo que siempre quise, ¿no es así? -.

Raimundo alzó las manos hasta enmarcar su rostro. - ¿Y por qué tengo la extraña sensación de que tus palabras no se corresponden con lo que me dicen tus ojos, pequeña mía? -, musitó.

Ella apartó la mirada, no pudiendo soportar más durante más tiempo la de Raimundo. - Salí a hacer unas gestiones relacionadas con la fábrica, y después estuve paseando junto a la ribera del río. Perdí la noción del tiempo -, mintió.

Raimundo rozó sus labios en un beso tierno y enamorado. - Evitas contestar mi pregunta, amor mío… ¿por qué? ¿Qué es lo que te inquieta? ¿Qué es lo que ha borrado ese brillo en tus ojos? -

Tú. Tus mentiras. Tus falsas palabras de amor…

Francisca se apartó de él, de su contacto. - Nada Raimundo. Nada salvo una terrible jaqueca que me sobrevino mientras regresaba a la casona -. Tragó saliva mientras sentía cómo él tomaba asiento en una de las sillas del jardín y suspiraba.

- ¿Estás segura de que nada más que una jaqueca es lo que te ocurre, Francisca? -. Insistió él.

- Nada más -. Afirmó. - Eres tú sin embargo el que parece preocupado, o ¿me equivoco? -.

Tan solo deseaba que él se abriese a ella. Que le narrara todo lo que había sucedido en el transcurso de aquellos 16 años alejado de su vida. 16 largos años en los que ella no pudo borrar su recuerdo. 16 intensos años en los que su amor por él no hizo sino incrementarse, para ver colmado en cuestión de semanas todo lo que siempre había anhelado. Una vida a su lado.

Cuidado con lo que deseas niña. Que puede volverse realidad. Las palabras que su tata Leonor le había proferido cuando no era más que una chiquilla, resonaron con fuerza en su cabeza. Lo que más había deseado era lo mismo que le estaba causando un inmenso dolor en el pecho.

Raimundo la observaba en silencio. No había conseguido convencerle con su justificación, más, conociendo cómo se las gastaba, prefería no presionarla. Le dolía que no confiara en él. Algo paradójico si tenía en cuenta que él no le había revelado lo que atenazaba su corazón, y que no le permitía amarla con libertad.

- Así es -, le respondió al fin. - No voy a negarte que algo me inquieta, amor -.

Francisca tembló. Tal vez había llegado el momento en que Raimundo se sincerase con ella. El cómo iba a reaccionar ante sus explicaciones, era algo que desconocía. 

- ¿De qué se trata? -, preguntó.

Él, tiró de su mano suavemente pero con firmeza a la vez, hasta que quedó sentada sobre su regazo. Enlazó los brazos en torno a su cintura, quedándose después mirando fijamente sus ojos.

- Lo único que me preocupa, eres tú, amor. Hacerte feliz -. Besó sus labios. - Amarte todos y cada uno de mis días. Venerarte cada noche y refugiarte en mi pecho -, susurró antes de volver a besarla. - Darte mi vida por entero, y que ni un solo día te arrepientas de estar a mi lado -.

****************

- ¿De cuánto dinero estamos hablando, Señor Ayala? -. Le preguntó abiertamente. Con la voz aun temblándole después de haber escuchado sus palabras.

Aquel desgraciado sonrió de manera vulgar. - Una mujer a la que no le gusta andarse por las ramas… Debo reconocer que envidio a su “maridito” -.

Francisca se mordió el labio, aguantándose las ganas de arrearle un bofetón por su descaro y osadía. - Le hice una pregunta muy concreta. ¿Cuánto dinero por su libertad? -.

- 50.000 duros -.

- ¡¿Cómo dice?! Está usted loco si piensa que vamos a hacerle entrega de semejante cantidad de dinero. ¡Ni lo sueñe! -.

Se movió nerviosa, retorciendo sus manos al mismo tiempo. ¿De dónde iba a sacar semejante cantidad de dinero? Cierto era que podía permitírselo, pero sus bienes quedarían seriamente mermados. Pudo escuchar a su espalda la carcajada despreciable de Ayala.

- ¿Es que acaso pretende ayudarle después de que la haya traicionado de esa manera? -. Se quedó en silencio el tiempo suficiente para encender un cigarrillo. - Raimundo ha jugado con usted. La ha mentido… ¿y aun así piensa ayudarlo? Encomiable… -.

Se giró hasta que sus ojos se clavaron en los de él. 

- Lo que yo haga o deje de hacer a usted no le interesa -. Se acercó hasta quedar apenas a unos pasos de distancia. - Tendrá su dinero y Sebastián quedará libre. A partir de este momento, el asunto queda entre usted y yo. Y escúcheme bien porque no pienso volver a repetírselo. Como algo le ocurra a Sebastián o a Raimundo, no existirá lugar en el mundo donde pueda esconderse de mí. Acabaré con usted hasta reducirlo a cenizas -.

***************

- Yo también quiero que seas feliz, Raimundo. En eso consiste el amor, ¿no es cierto? En eso y… en la confianza -.

Se sintió como un maldito miserable después de escucharla hablar en aquellos términos. Confianza. La misma que él le estaba negando. Haciendo crecer una bola que terminaría por explotarle en la cara. Mañana mismo se reuniría con Ayala y solucionaría todas sus cuitas con él, evitando que pudieran salpicarle a Francisca.

Ella estudió su semblante. Le desgarraba el alma que no le tuviera la confianza como para contarle lo que ocurría. Era un maldito cobarde, tal y como ya lo fue un día. Hizo ademán de ponerse en pie, y se apartó de él. Estaba claro que no iba a confesarle nada.

- Discúlpame pero me retiro ya. Me gustaría descansar y que este terrible dolor de cabeza se borrase de una vez por todas -.

Raimundo se levantó igualmente. - Espera, iré contigo -. La abrazó por la cintura y la besó. - Te abrazaré y te cuidaré hasta que el dolor se vaya… -.

Lástima que su dolor no se borrara en una noche.

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