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miércoles, 25 de marzo de 2015

AMOR INCONDICIONAL (Quinta parte)



Todo estaba dispuesto para el enlace. Apenas un puñado de invitados que hacerles compañía en aquel funesto día. Ni tan siquiera se trataba de los más allegados, pues ni León tenía familia ni la de ella estaba dispuesta a participar en aquella farsa. Bien era cierto que tampoco se había tomado la molestia de invitarlos. ¿Para qué? Su hija se encontraba muy lejos de Puente Viejo y su hijo… Él apenas cruzaba palabra con ella. Tan solo algunos ilustres de la comarca ocupaban las sillas ricamente ornamentadas para el evento. Un par de doncellas, incluida Mariana, preparadas para atender cualquier deseo o imprevisto que acaeciera.

Observó la escena desde la lejanía. Apoyada en el quicio de la puerta por la que se accedía al jardín. Con el corazón encogido y los labios aún calientes por los besos de Raimundo. Al fondo, Don Anselmo esperaba junto con León, que mantenía un rictus severo del que no había hecho gala hasta ese instante. Tan aturdida estaba por lo ocurrido en su alcoba, que ni siquiera le dio importancia.

Don Anselmo alzó la mirada, esbozando una compasiva sonrisa cuando advirtió su presencia. Con un leve movimiento de cabeza, le hizo saber que todo estaba dispuesto para comenzar con la ceremonia, aunque en sus ojos percibió un halo de esperanza porque cancelara aquella pantomima que tanta desdicha iba a procurarle. A ella y a dos hombres que la amaban más que a su vida.

La mirada se le nubló cuando algunas rebeldes lágrimas escaparon de su garganta hasta llegar a sus ojos. En poco valoraba ahora mismo su fortuna, cuando su corazón sangraba por Raimundo. Tal vez…

Tal vez había precipitado su decisión. Tal vez existía otra manera de preservar su patrimonio. Tal vez, todo carecía de importancia si el precio a pagar era renunciar a Raimundo para siempre.

Se irguió dispuesta a dar la cara por fin. A revelar la verdad que escondía su alma y dejar de mentirse a sí misma y a León, pues no se lo merecía. Había llegado el momento de detener su propia boda.

Una de las doncellas puso en marcha el gramófono en cuanto Francisca accedió al jardín. Las suaves y delicadas notas de la marcha nupcial, silenciaron al fin los murmullos de los presentes ante la tardanza de la novia. León, volvió su vista atrás hasta que sus ojos se encontraron con los de ella. Apenas fueron unos segundos, pero sintió en su piel una sensación confusa. Turbadora. 

Por primera vez, sintió temor ante la posible reacción de León.

Jamás un trayecto tan escaso se le había hecho tan largo y sin embargo, merecía la pena recorrerlo si el resultado tornaba en poder vivir su vida tal y como deseaba. Con el hombre que amaba a su lado.

- Que no se diga que Francisca Montenegro tiene miedo -, murmuró con un hilo de voz antes de arrancarse con el primer paso. Avanzó serenamente a pesar de que estuviese muriendo por dentro. Miraba a los invitados, pero apenas los veía. Escuchaba la música, más no la sentía. Tan solo deseaba llegar junto a León e interrumpir el enlace.

Don Anselmo dejó escapar un suspiro cuando los novios estuvieron al fin uno junto al otro.

- Queridos hermanos… -, comenzó. Más no pudo continuar, pues inmediatamente fue interrumpido por un León Castro furibundo que se dirigía a los presentes, aunque con sus ojos puestos únicamente en Francisca.

- Disculpe que lo interrumpa, padre, pero me gustaría hacer una petición a mi futura esposa antes de que comience con la ceremonia -, le habló. - Sé que esto excede los límites y que tal vez pueda parecer poco apropiado, pero créame que es necesario. Francisca… -, tomó sus manos quizá con más fuerza de la que pretendía, haciendo que el ramo que ella portaba, cayese al suelo. -… dime, aquí delante de todos, que me amas. Que nadie más que yo es quien ocupa tu corazón -. Apretó sus muñecas. - Que a nadie has entregado los besos que a mí me has negado desde que nos comprometimos -.

Francisca pintó el horror en su mirada ante las palabras que León acababa de espetarle, y su rostro se tornó lívido al tener la certeza de verse descubierta. Aquello no formaba parte de sus planes, como tampoco lo habían hecho los intentos de Raimundo por impedir su boda, logrando tambalear su mundo.

Quiso zafarse de sus manos al tiempo que a su mente regresaban espantosos recuerdos de un pasado que ella había querido enterrar. 

- Me haces daño, León… -, afirmó con el miedo tiñendo su voz.

- Señor Castro -, amonestó Don Anselmo, posando una de sus manos en el brazo del hombre, que inmediatamente mudó su rostro y su mirada, que se suavizó.

- Por todos los santos, Francisca… jamás te habría procurado daño físico -. La soltó, retrocediendo unos pasos y observando con dolor cómo ella se refugiaba en el cura, como el animalillo asustado que teme perder la vida a manos del cazador. - Me lastima que puedas pensar tal cosa -.

- ¿Y qué quieres que piense ante tal muestra de celos, León? -. Acarició sus doloridas muñecas mientras su pecho se movía agitado, aunque en su mente seguían resonando sus palabras. No tenía excusa para justificar su actitud, salvo que amaba a Raimundo. Y estaba cansada de negarlo. - Me preguntas si te amo, León -. Recorrió con la mirada a los presentes, que apenas respiraban dispuestos a no perderse nada de lo que allí ocurriese. Sus ojos llegaron de nuevo a los de Castro. - Mi respuesta es no. No al menos como tú te mereces -. Dejó escapar un suspiro. - Yo… -.

- Nunca pude lograr tu amor, Francisca -, la interrumpió, sonriéndose con una mezcla de desprecio y dolor. - Y me duele tener que aceptar que nada hubiese cambiado a pesar de nuestra boda. Te deseo a ti, Francisca, pero jamás podría tenerte completamente. Ansío también tu corazón. Un corazón que tiene dueño, por más que tus palabras se empeñen en negarlo -. Apartó la mirada, incapaz de poder seguir mirándole a los ojos. - Te lo voy a poner muy fácil, Francisca -, musitó en voz baja. - Señores -, se dirigió a los invitados. - La boda queda suspendida. Discúlpenme -.

Francisca observó cómo León abandonaba el jardín entre los murmullos desaprobadores de los presentes. Sin apreciar que, sin darse cuenta, había vuelto a respirar.

- Mariana… -, Don Anselmo se dirigió a la joven. - Hazte cargo de los invitados. Sacadlos de aquí, ofrecedles algún refrigerio o que simplemente regresen a sus casas. Pero que salgan de aquí -. La joven asintió, dispersando a la gente hasta que el páter y la Doña se quedaron a solas. - Francisca… -, Don Anselmo la llamó captando su atención. Había permanecido todo ese tiempo en silencio, con la mirada fija por donde León había salido.

- Debo entrar. He de hablar con él y explicarle… -.

Pero el cura detuvo su marcha, sujetándola por el brazo. - No creo que sea un buen momento. Dele tiempo, Francisca… Ha de aceptar que su vida ha girado de un modo que no era el deseado. Yo me encargaré de templar su ánimo y calmar su espíritu, no se preocupe -. Afirmó. - Y usted vaya. Decida por una vez y hágalo bien. Sin ambages. Sé de alguien que estará deseando saber que finalmente no ha existido tal enlace -.

2 comentarios:

  1. Por un horrible momento he pensado que se casaban, ufffff. Ahora que Francisca haga lo que tiene que hacer,ir a buscar al amor de su vida

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