Todo estaba dispuesto para el enlace. Apenas un puñado de
invitados que hacerles compañía en aquel funesto día. Ni tan siquiera se
trataba de los más allegados, pues ni León tenía familia ni la de ella estaba
dispuesta a participar en aquella farsa. Bien era cierto que tampoco se había
tomado la molestia de invitarlos. ¿Para qué? Su hija se encontraba muy lejos de
Puente Viejo y su hijo… Él apenas cruzaba palabra con ella. Tan solo
algunos ilustres de la comarca ocupaban las sillas ricamente ornamentadas para
el evento. Un par de doncellas, incluida Mariana, preparadas para atender
cualquier deseo o imprevisto que acaeciera.
Observó la escena desde la
lejanía. Apoyada en el quicio de la puerta por la que se accedía al jardín. Con
el corazón encogido y los labios aún calientes por los besos de Raimundo. Al
fondo, Don Anselmo esperaba junto con León, que mantenía un rictus severo del
que no había hecho gala hasta ese instante. Tan aturdida estaba por lo ocurrido
en su alcoba, que ni siquiera le dio importancia.
Don Anselmo alzó la mirada,
esbozando una compasiva sonrisa cuando advirtió su presencia. Con un leve
movimiento de cabeza, le hizo saber que todo estaba dispuesto para comenzar con
la ceremonia, aunque en sus ojos percibió un halo de esperanza porque cancelara
aquella pantomima que tanta desdicha iba a procurarle. A ella y a dos hombres
que la amaban más que a su vida.
La mirada se le nubló cuando
algunas rebeldes lágrimas escaparon de su garganta hasta llegar a sus ojos. En
poco valoraba ahora mismo su fortuna, cuando su corazón sangraba por Raimundo.
Tal vez…
Tal vez había precipitado su
decisión. Tal vez existía otra manera de preservar su patrimonio. Tal vez, todo
carecía de importancia si el precio a pagar era renunciar a Raimundo para
siempre.
Se irguió dispuesta a dar la cara
por fin. A revelar la verdad que escondía su alma y dejar de mentirse a sí
misma y a León, pues no se lo merecía. Había llegado el momento de detener su
propia boda.
Una de las doncellas puso en marcha el
gramófono en cuanto Francisca accedió al jardín. Las suaves y delicadas notas de
la marcha nupcial, silenciaron al fin los murmullos de los presentes ante la
tardanza de la novia. León, volvió su vista atrás hasta que sus ojos se
encontraron con los de ella. Apenas fueron unos segundos, pero sintió en su
piel una sensación confusa. Turbadora.
Por primera vez, sintió temor ante la
posible reacción de León.
Jamás un trayecto tan escaso se
le había hecho tan largo y sin embargo, merecía la pena recorrerlo si el
resultado tornaba en poder vivir su vida tal y como deseaba. Con el hombre que
amaba a su lado.
- Que no se diga que Francisca
Montenegro tiene miedo -, murmuró con un hilo de voz antes de arrancarse con el
primer paso. Avanzó serenamente a pesar de que estuviese muriendo por dentro.
Miraba a los invitados, pero apenas los veía. Escuchaba la música, más no la
sentía. Tan solo deseaba llegar junto a León e interrumpir el enlace.
Don Anselmo dejó escapar un suspiro cuando los
novios estuvieron al fin uno junto al otro.
- Queridos hermanos… -, comenzó.
Más no pudo continuar, pues inmediatamente fue interrumpido por un León Castro
furibundo que se dirigía a los presentes, aunque con sus ojos puestos
únicamente en Francisca.
- Disculpe que lo interrumpa,
padre, pero me gustaría hacer una petición a mi futura esposa antes de que
comience con la ceremonia -, le habló. - Sé que esto excede los límites y que
tal vez pueda parecer poco apropiado, pero créame que es necesario. Francisca…
-, tomó sus manos quizá con más fuerza de la que pretendía, haciendo que el
ramo que ella portaba, cayese al suelo. -… dime, aquí delante de todos, que me
amas. Que nadie más que yo es quien ocupa tu corazón -. Apretó sus muñecas. -
Que a nadie has entregado los besos que a mí me has negado desde que nos
comprometimos -.
Francisca pintó el horror en su
mirada ante las palabras que León acababa de espetarle, y su rostro se tornó
lívido al tener la certeza de verse descubierta. Aquello no formaba parte de
sus planes, como tampoco lo habían hecho los intentos de Raimundo por impedir
su boda, logrando tambalear su mundo.
Quiso zafarse de sus manos al
tiempo que a su mente regresaban espantosos recuerdos de un pasado que ella
había querido enterrar.
- Me haces daño, León… -, afirmó con el miedo tiñendo
su voz.
- Señor Castro -, amonestó Don
Anselmo, posando una de sus manos en el brazo del hombre, que inmediatamente
mudó su rostro y su mirada, que se suavizó.
- Por todos los santos,
Francisca… jamás te habría procurado daño físico -. La soltó, retrocediendo
unos pasos y observando con dolor cómo ella se refugiaba en el cura, como el
animalillo asustado que teme perder la vida a manos del cazador. - Me lastima
que puedas pensar tal cosa -.
- ¿Y qué quieres que piense ante
tal muestra de celos, León? -. Acarició sus doloridas muñecas mientras su pecho
se movía agitado, aunque en su mente seguían resonando sus palabras. No tenía
excusa para justificar su actitud, salvo que amaba a Raimundo. Y estaba cansada
de negarlo. - Me preguntas si te amo, León -. Recorrió con la mirada a los
presentes, que apenas respiraban dispuestos a no perderse nada de lo que allí
ocurriese. Sus ojos llegaron de nuevo a los de Castro. - Mi respuesta es no. No
al menos como tú te mereces -. Dejó escapar un suspiro. - Yo… -.
- Nunca pude lograr tu amor,
Francisca -, la interrumpió, sonriéndose con una mezcla de desprecio y dolor. -
Y me duele tener que aceptar que nada hubiese cambiado a pesar de nuestra boda.
Te deseo a ti, Francisca, pero jamás podría tenerte completamente. Ansío también
tu corazón. Un corazón que tiene dueño, por más que tus palabras se empeñen en
negarlo -. Apartó la mirada, incapaz de poder seguir mirándole a los ojos. - Te
lo voy a poner muy fácil, Francisca -, musitó en voz baja. - Señores -, se
dirigió a los invitados. - La boda queda suspendida. Discúlpenme -.
Francisca observó cómo León
abandonaba el jardín entre los murmullos desaprobadores de los presentes. Sin
apreciar que, sin darse cuenta, había vuelto a respirar.
- Mariana… -, Don Anselmo se
dirigió a la joven. - Hazte cargo de los invitados. Sacadlos de aquí, ofrecedles
algún refrigerio o que simplemente regresen a sus casas. Pero que salgan de
aquí -. La joven asintió, dispersando a la gente hasta que el páter y la Doña
se quedaron a solas. - Francisca… -, Don Anselmo la llamó captando su atención.
Había permanecido todo ese tiempo en silencio, con la mirada fija por donde
León había salido.
- Debo entrar. He de hablar con
él y explicarle… -.
Pero el cura detuvo su marcha,
sujetándola por el brazo. - No creo que sea un buen momento. Dele tiempo,
Francisca… Ha de aceptar que su vida ha girado de un modo que no era el deseado.
Yo me encargaré de templar su ánimo y calmar su espíritu, no se preocupe -.
Afirmó. - Y usted vaya. Decida por una vez y hágalo bien. Sin ambages. Sé de
alguien que estará deseando saber que finalmente no ha existido tal enlace -.
Por un horrible momento he pensado que se casaban, ufffff. Ahora que Francisca haga lo que tiene que hacer,ir a buscar al amor de su vida
ResponderEliminarNo podría haceros eso...!
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