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martes, 17 de marzo de 2015

AMOR INCONDICIONAL (Primera parte)



Sus peores temores se habían visto confirmados tras esa llamada telefónica que acababa de recibir. Era un hecho. El banco iba a hacer uso de sus derechos e iba a solicitar el cobro de los créditos que el inepto de Fernando había autorizado. ¿Cómo había podido dejarse embaucar por ese sinvergüenza? Se sorprendía a sí misma por haber depositado tanta confianza en un joven, que si bien era el esposo de su ahijada, poco o nada sabía aún del mundo de los negocios.

No había más que ver el resultado de sus desastrosas gestiones.

Sin embargo, ¿a quién podía echar la culpa salvo a ella? Fue su mano la que rubricó aquel contrato que la había llevado prácticamente a la ruina. Un frío helado le recorrió la columna al pensar en lo mermado que había quedado su patrimonio tras ese terrible traspié.  Un día, estás en la cumbre y al día siguiente puedes verte abocada  a la más absoluta de las miserias.

Apenas veía solución a este revés y sentía como poco a poco la desesperación iba abriéndose paso en su interior. Acudían a su mente sus peores temores de futuro. Se veía desamparada, sola. En la más absoluta indigencia. Y lo que era peor, convirtiéndose en la burla y mofa de todos. Era algo que no podría soportar.

Tenía que encontrar una salida, fuera cual fuera. Pero ¿cuál? Barrió con fuerza los documentos que tenía sobre la mesa y que eran el recuerdo constante de su ruina, al tiempo que un grito de impotencia se escapaba de su garganta. Cayeron al suelo causando un estruendo que la sobresaltó y extrañó.

Se puso en pie, con el ceño contrariado y divisó entre la montaña de papeles una pequeña cajita, la misma que había ocasionado tal estrépito. Su respiración se tornaba cada vez más y más agitada cuando su entendimiento advirtió la respuesta a todas sus cuitas. Lo había tenido frente a ella todo este tiempo y había sido incapaz de verlo. Se agachó para tomarla entre sus manos y la abrió con sumo cuidado.

Acarició el broche que contenía en su interior mientras su mente maquinaba su próximo paso. Había llegado el momento de acercar posturas con León Castro y aceptar sus atenciones si no quería verse en la ruina. Aunque para ello, tuviese que renunciar a su corazón una vez más.

……………….

Apenas le quedaba resuello cuando se plantó frente a las puertas de la Casona. Tras demasiados días sin tener noticias de ella, ni una muestra de interés por su parte, Francisca lo había hecho llamar para citarlo esa misma tarde a merendar. Después de todo, la conversación que ella mantuvo con Raimundo, parecía haber dado sus frutos dada la situación actual. Y aunque se había prometido que no se haría ilusiones por tal encuentro, en lo más hondo de su ser anhelaba que al fin Francisca, le ofreciese la respuesta que tanto anhelaba.

Cruzó el umbral en cuanto la puerta se abrió, incapaz de esperar siquiera a ser anunciado por la doncella, que tan rápido como pudo, tomó su abrigo y desapareció hacia las cocinas con la precaución de no molestar.

El corazón casi se le escapó por la garganta cuando advirtió una dulce sonrisa en su rostro. Francisca se puso en pie y le ofreció la mano. Él no dudó ni un instante en tomarla con la suya y besarla con adoración.

- Francisca -, le habló. - Me complace que hayas decidido convidarme a tu casa. Dado nuestro último encuentro, supuse que no deseabas mi compañía -.

Ella no borró su sonrisa. - Siento si estuve grosera el otro día León -, con un gesto de la mano le ofreció asiento en el sofá, haciendo ella lo propio a continuación, frente a él. - He de reconocerte que tu propuesta mi pilló desprevenida y tal vez mi reacción fue desproporcionada. Te ruego que me disculpes si te ofendí -.

León bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas. - Ofensa no puede considerarse si fue la verdad de tus sentimientos lo que pronunciaron tus labios… -. Su voz sonaba abatida, a pesar de que se había prometido a sí mismo no mostrarse tan vulnerable frente a ella. - Sé que mi amor no es correspondido, Francisca, pero si tan solo me permitieras mostrarte lo felices que podríamos llegar a ser tú y yo, entonces… -.

- León -, interrumpió ella. Haciendo acopio de fuerzas para poder expresar aquello que su razón le instaba a pronunciar y a la vez que su corazón le prohibía. Tragó saliva y suspiró imperceptiblemente mientras su rostro se dulcificaba. - ¿Quién dice que tu amor no es correspondido? -.

Contuvo la respiración cuando León frunció el ceño extrañado ante su confesión. Tan solo esperaba haber sido lo suficiente convincente como para que él no dudase.

- ¿Qué…? ¿Qué quieres decir con eso, Francisca? ¿Acaso tú… me amas? -.

Su voz, sus ojos… todo su ser sonaba tan esperanzado, que no podía sentirse más miserable por aquello que iba a acometer. Pero era la única solución plausible a sus problemas económicos. Y bien mirado, León no le causaba disgusto, al contrario. Disfrutaba de su compañía, de su conversación. Le miró a los ojos un instante. Tan solo un defecto era el que reinaba en su persona: no era Raimundo Ulloa.

- Amor… -, respondió. - Siempre he considerado que se trataba de un sentimiento demasiado sobrevalorado… Las personas se aman mientras exista un interés en ellos por permanecer junto a la otra persona. Cuando dicho interés desaparece, lo hace también el amor -.

León resopló contrariado por su respuesta. - Es una visión demasiado cínica sobre el sentimiento más hermoso que existe sobre la faz de la tierra, ¿no crees? -. Volvía  a mostrarse desesperanzado.  

- Pudiera ser -, le contestó. - Pero la vida me lo ha demostrado a cada paso. Primero con Raimundo, después con Salvador… si es que a lo que sentía tu primo se le puede llamar “amor” -, se corrigió con desprecio. - Por eso te necesito, León -, rogó inclinándose hacia él y tomando sus manos entre las suyas. - Sé que tu amor hacía mí es puro y sincero, tal y como tú eres. He estado meditando largo y tendido sobre tu propuesta y creo que ha llegado la hora de brindarte mi respuesta -.

- ¿Tú respuesta? -, inquirió León. - Francisca, te ruego que no juegues con mis sentimientos… no podría soportar una burla por tu parte -. Se soltó de sus manos antes de ponerse en pie y alejarse unos pasos de ella.

- No hay burla en mis palabras, te lo aseguro -, le siguió ella situándose tras él. Alzó una mano para posarla suavemente sobre su brazo. - Tal vez ninguno de los hombres que ha pasado por mi vida me haya enseñado la cara más dulce del amor -. En eso no mentía. Ni siquiera Raimundo, que no había dudado en traicionarla a la mínima de cambio. - ¿Por qué no me lo muestras tú, León? -. Su templanza se vio resquebrajada cuando él se volvió lentamente hacia ella, mirándola fijamente a los ojos. - Enséñame lo que es amar de verdad -.

León acarició su mejilla con un leve roce de sus nudillos. - Apenas puedo creer que esto esté sucediendo, Francisca… -, musitó. - Creo que debemos casarnos -, le propuso de pronto. - ¿A qué esperar? Como bien sabes no dispongo de demasiado tiempo para alargar un posible noviazgo -. Enmarcó su rostro con una inusitada delicadeza. - Deseo comenzar a hacerte feliz cuanto antes, Francisca -.  Buscó anhelante una respuesta en sus ojos. - ¿Qué me dices? ¿Aceptarás casarte conmigo? -.

Ella le sonrió con los labios, no así con la mirada. Aunque él ni siquiera percibió aquel pequeño detalle que encerraba la verdad.

- Sí -, respondió Francisca. - Acepto casarme contigo, León -.

El hombre se acercó hasta sus labios pausadamente, depositando en ellos un beso tan dulce que sus ojos se llenaron de lágrimas. León, ignorante del verdadero sentir de ella y exultante por sus propios sentimientos, la acunó entre sus brazos.

- No sabes lo feliz que me haces, Francisca -, sonrió sin soltarla. - Dedicaré el resto de mi existencia a cuidar de ti y colmarte de dicha. Te lo prometo -.

Francisca enjugó sus lágrimas con el dorso de la mano, sintiéndose mezquina por lo que había hecho. Y con el corazón destrozado al comprobar que no había sido Raimundo, sino León, quien le ofrecía el amor más sincero.

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