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viernes, 13 de marzo de 2015

TRAICIÓN (Final)

Dirigió su atención hacia lo alto de las escaleras con mirada triste y apesadumbrada. Tal vez hoy se descubriese todo y no sabía con qué cara podría enfrentarse a Francisca. Esperaba poder demostrarle que no había tenido otra opción si quería que su hijo siguiera con vida. Lo más terrible y lo que le taladraba el alma, era el pensar que realmente sí había tenido otra opción. Confiar en ella, contarle todas sus cuitas. Tomó una decisión en su momento y no tenía la seguridad de que hubiese sido lo más acertado. Pero ya no había vuelta atrás.

Cogió su sombrero y acarició por última vez la nota que guardaba celosamente en su bolsillo. Apenas unos minutos antes, una de las doncellas de la casona le había hecho entrega de la misma mientras él desayunaba. A solas, afortunadamente, pues aquella misiva le desconcertó hasta tal punto, que su semblante empalideció. Ayala le citaba en una hora junto a la vereda del camino que conducía a La Puebla. Debían tratar sobre Sebastián.

Estaba a punto de abrir la puerta cuando advirtió que Francisca bajaba por las escaleras. Tan hermosa que creyó que le estallaba el corazón. Y era suya. Suya para siempre, pues aquello no cambiaría fueran cuales fuesen las circunstancias. Lucharía por ella hasta su último aliento.

- ¿Salías? -, le preguntó ella cuando llegó a su altura.

Él sonrió mientras se acercaba para besar sus labios suavemente. - Quería ir a visitar a mi hija. Estabas tan dormida que no quise despertarte -. Acariciaba sus brazos acompañando a sus palabras. - Anoche no dejabas de dar vueltas y vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño… -.

Ella se separó de él, dándole la espalda y restando importancia a sus palabras. - Es esta terrible jaqueca que no me deja vivir… -, se llevó la mano al cuello, pues el dolor que sentía en él por las lágrimas que estaba reteniendo, la estaba matando. - Pronto pasará, no te inquietes -.

Raimundo avanzó hacia ella hasta rodearla con sus brazos. - Déjame cuidarte, amor… -, le besaba las sienes mientras susurraba tiernas palabras. - ¿Qué te parece si esta tarde salimos hasta la ribera del río? La suave brisa te aliviará y mis besos también ayudarán… espero… -. Sonrió.

Tuvo que morderse los labios para no estallar en llanto. Ella tenía otros planes para esa misma tarde y no coincidían precisamente con los que él le proponía.

- Marcha Raimundo -, se obligó a sonreírle. - Seguro que a Emilia le encantará verte -.

- No tardaré, amor de mi vida. No olvides que te amo con todo mi corazón -. 

Francisca se volvió y besó sus labios con una inusitada pasión que incluso a él le sorprendió. Abrazó su cuerpo acercándola hasta su pecho mientras volvía a devorar sus labios con deseo. Tras varios roces pausados, ambos se separaron. Raimundo avanzó hacia la puerta, no sin antes girarse para poder mirarla de nuevo. 

- Te amo -, declaró sin voz, y cerró la puerta tras de sí.

Solo en ese momento Francisca se permitió derrumbarse por primera vez en días. Tuvo que buscar apoyo en la mesa del recibidor para no desfallecer. Sabía perfectamente a dónde iba Raimundo, pues ella misma había acordado el lugar y la hora con Ayala.

- Adiós, Raimundo -, murmuró entre espesas lágrimas. - Adiós… -.


………………………

No podía creer el cúmulo de acontecimientos que habían acontecido en las últimas horas. Apoyado en el quicio de la puerta de una de las habitaciones de la posada, trataba de poner orden a sus pensamientos. Y sobre todo, no podía dar pábulo a lo que Ayala le había espetado en la cara.

- Tu hijo está en libertad gracias a los cuartos que ha soltado tu mujercita -.

El suelo había temblado bajo sus pies al escucharlo. Ahora encontraba explicación a ese halo de tristeza que había observado en Francisca desde la misma noche de bodas. Esas lágrimas que había confundido con la misma felicidad que él sentía al ver realizado el sueño que ambos habían compartido desde niños. Todo cobraba forma ante sus ojos y era incapaz de asimilarlo.

Tuvo que refrenar las ganas de correr a su lado, pues Sebastián, herido por los golpes que le habían infringido durante su cautiverio, necesitaba ahora toda su atención. Francisca estaría en la Casona cuando regresase. Y entonces, solo podría arrojarse a sus pies para suplicarle perdón.

La puerta del cuarto se abrió, y Emilia salió junto a él, con el semblante algo más aliviado que cuando vio a su padre y a su hermano llegar a la posada.

- Creo que usted y yo tenemos mucho que hablar, padre -. Le inquirió.

Raimundo miró a su hija con infinita tristeza.

- Y así será Emilia, pero no hoy. Tengo que regresar junto a Francisca. Ella… -.

No podía continuar debido a la emoción. Francisca había salvado la vida de su hijo. Y también lo había salvado a él, pues su vida había vuelto a cobrar sentido desde que su pequeña le entregó de nuevo su amor.

- Lo sé padre, lo sé -. Emilia acarició su brazo. - Vaya con ella. Seguro que espera que le de una explicación al respecto -. Volvió la mirada hacia la habitación donde dormía su hermano. - No se le olvide darle las gracias… por todo… -.

Raimundo se limitó a sonreír muy levemente, acariciando la mejilla de su hija. ¿Darle las gracias a Francisca? Su vida entera le daría solo por poder volver a ver una sonrisa dibujada en sus labios. Y temía que tardaría mucho tiempo en apreciarla siquiera. Había traicionado la confianza de su niña, causándole un dolor insoportable.

…………………

Recorrió los últimos metros que le separaban de la Casona, con el alma atrapada en un puño. Jamás en su vida se había sentido tan aterrado. Tenía miedo. Un miedo atroz a perderla. Quizá ese sentimiento le obligaba también a sacar una energía de su interior que le hizo recobrar las fuerzas que precisaba para enfrentarse a lo que el destino le tuviese previsto. Lucharía por Francisca y no permitiría que nada ni nadie la apartasen de su lado.

Abrió despacio la puerta. Un denso silencio fue lo único que le recibió. La casona estaba inusualmente apacible. Ni siquiera el trajín de las doncellas moviéndose de un lugar a otro se hacía sentir por el salón. Avanzó hasta el despacho, cuyas puertas estaban abiertas, más Francisca no se encontraba en su interior.

Un cierto temor se adueñó de él cuando regresaba sobre sus pasos y comenzó a subir las escaleras que llevaban hasta las habitaciones de la casa. Detuvo sus pasos frente a la alcoba que ahora compartían y abrió la puerta muy despacio. Vacía. Francisca no estaba en su interior.

Una nota sobre la cama llamó su atención. Se acercó lentamente, con el corazón latiéndole en la boca, mientras sus manos, temblorosas, la tomaban.


“Cuando leas estas líneas ya estaré muy lejos de ti. Sé que en el fondo de tu corazón sabías que esto ocurriría mientras regresabas de vuelta aquí… ¿Por qué Raimundo? ¿Por qué me permitiste volver a ilusionarme?

¿Por qué consentiste que confiara de nuevo en ti?

Has recuperado a tu hijo. Y yo he perdido de nuevo mi vida a tus manos. No volveremos a vernos, Raimundo Ulloa. Pronto recibirás noticias de mis abogados.

Te amo, y te amaré por siempre. Más nunca podré olvidar tu traición.

                                                                                          Francisca”

Estrujó la nota contra su pecho mientras se dejaba caer sobre la cama. No podía volver a perderla. No otra vez…

2 comentarios:

  1. La verdad es que recuerdo con mucho cariño el inicio de la trama en la que sitúas tu relato, Raimundo se presentaba en la Casona moreno, rejuvenecido, guapísimo con aquel traje blanco prometiéndole a Francisca un asedio que ni ella se creía y que a nosotras nos dejó una mezcla de felicidad extrema y confusión, por que nos parecía tan imposible verlos juntos, felices y enamorados tan irreal después de cientos de capítulos viéndolos en un querer y no poder que casi ni nos sorprendimos cuando todo resultó ser una mentira, demasiado bueno para ser verdad.

    Adoro este relato por que reflejas exactamente como nosotras vemos en realidad a Francisca, tierna pero teniendo que recubrirse con una coraza para soportar los golpes que una y otra vez le va dando la vida y enamorada hasta el fin de aquel que la traiciona llegando incluso a salvar al hijo de quien le destroza el corazón (me pregunto si en idénticas circunstancias hubieramos tenido la generosidad de hacerlo).

    Adoro las historias con final feliz pero este relato no puede tenerlo ¿cómo se recompone un corazón que se ha roto en mil pedazos?¿cómo se puede ganar la confianza de quien se ha traicionado de la peor forma posible?. En este caso la serie nos dio la solución, una traición así solo se pudo arreglar como lo hizo Raimundo, por fin un acto valiente y verdadero, salvando la vida de quien más amaba sacrificando la suya propia. Con ese gesto yo creo que Raimundo no solo salvo la vida de Francisca sino que en cierto modo también ayudó a recomponer su corazón aunque luego los guionistas remataran la trama con venganzas y cristales, pero esa es otra historia.

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Dada la situación, es cierto que el relato no pedía un final feliz, aún así, me alegro que lo hayas disfrutado!

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