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lunes, 6 de abril de 2015

PRESO DE TI (Primera parte)



Por fin se cumplía el día en que salía de aquel horrible agujero en el que había estado encerrado durante cinco largos días por un asesinato que no había acometido. El de aquel desgraciado de Lucio. Y todo por obra y gracia de las malas artes de aquella sabandija llamada Ayala. Había logrado inculparlo sólo para conseguir salir impune él mismo.

Aún no sabía cómo había conseguido la libertad después de que todas las pruebas apuntaran hacia él. Pruebas falsas, claro está. Preparadas por ese Ayala y sus esbirros. ¡Era inocente! Se había cansado de gritarlo mientras los guardias le sacaban detenido de la Casa de Comidas. Afortunadamente, había sido durante la noche.  Su hija no había sido testigo de su injusta detención, lo cual agradecía enormemente dado su avanzado estado de preñez.

Se frotó la muñeca con la mano. Todavía quedaban en ella las marcas de las esposas. El primer día de estar allí encerrado, sufrió lo indecible a manos de los otros presos con los que tuvo que compartir celda. Insultos, golpes… Y de pronto, por arte de magia. Todo cesó.

Pensó en el cura, en Don Anselmo. Le había explicado casi entre lágrimas el mismo día que se acercó a visitarlo, todo lo que estaba padeciendo cuando solo llevaba un día preso. Quizá su intervención tuvo algo que ver en que estas cesaran, aunque la verdad, descartaba la idea de que su buen amigo tuviera tanto poder como para librarle de aquella tortura. Sus pensamientos le llevaron entonces, de manera irremediable, a  ella.  Era la única persona con poder en aquel pueblo capaz de evitarle ese sufrimiento. Pero al contrario de lo que hubiera ocurrido en un pasado, dudaba que Francisca hubiese movido un solo dedo por ayudarle. Y sin embargo…

Algo en su pecho le hacía albergar la esperanza de que así había sido.

Un guardia se acercó hasta los barrotes y abrió la cerradura.

- ¡Es usted libre Ulloa! -.

Le gritó. A pesar de que había quedado demostrada su inocencia, no habían dejado casi de tratarlo como a un perro. No le deseaba aquella experiencia ni a su peor enemigo.

Cuando hubo llegado al exterior, se puso la mano sobre la frente para evitar que la luz del día le quemara los ojos. Los cálidos rayos le acariciaron la cara y no pudo evitar sonreír. Dando gracias por esos pequeños detalles que uno no sabe apreciar realmente hasta que se ve privado de ellos. Cerró los ojos, dejando que a su vez la brisa le acariciara suavemente.

-¡Raimundo! -. Alguien le llamó. – Al fin amigo mío… -. Abrió los ojos para encontrarse frente a sí a Don Anselmo junto a Don Pedro, el alcalde. Este último lo palmeó en el hombro. – Al fin se ha hecho justicia -.

Él sonrió entristecido mientras les miraba. - ¿Qué se sabe de Ayala y de mi yerno? -.

El páter agachó la mirada. Tuvo que ser el alcalde quien le relatara las nuevas sobre los últimos acontecimientos acaecidos en ese tiempo.

- Ayala está muerto -. Raimundo mudó el rostro. A pesar de que la muerte de aquel indeseable era un acto de justicia, no podía evitar sentir algo de lástima por éste. – No quiso asumir su parte de culpa en toda esta historia… -, prosiguió Don Pedro, -… y al verse acorralado por la Guardia Civil, se arrojó por el barranco de la Cañada de los Lobos poniendo así fin a su desdichada existencia. En cuanto a Alfonso… -.

Deliberadamente había silenciado su discurso. No era fácil tener que relatar lo ocurrido con él. Raimundo miró alternativamente a ambos hombres, que permanecían en silencio.

- ¿Y Alfonso? ¿Por qué calla, alcalde? -. Se dirigió ahora al cura. – Don Anselmo, se lo ruego, dígame usted qué es lo que ha pasado con ese muchacho -.

Don Anselmo suspiró al tiempo que le agarraba por el hombro. – Alfonso está preso, Raimundo. Y ha sido condenado al garrote vil. La sentencia llegó esta misma mañana a la alcaldía -.

Raimundo tuvo que apoyarse en su amigo para no caer al suelo debido a la impresión. Emilia, su pobre hija teniendo que pasar por todo esto sola… en su estado. Tenía que ir inmediatamente a su lado para brindarle todo su apoyo y su cariño en este duro trance que les había tocado vivir.

- He de ir junto a Emilia. ¿Dónde está? -. Agarró al cura por los brazos. – Me imagino que estará en la Casa de Comidas, ¿verdad? Mi pobre hija… -.

- Raimundo espera -. Le detuvo Don Anselmo. – Emilia está en la Casona. Con Francisca -.

- ¿En la Casona? -. Preguntó extrañado. - ¿Qué hace allí? ¿Cómo es posible? -. Casi gritó. – Si esa arpía de Francisca sigue obligándole a trabajar en su estado y después de todo lo ocurrido, no se lo perdonaré jamás -. Afirmó con rabia. – Debí haberlo imaginado… -. Rio con desprecio, mientras perdía la mirada en algún lugar de su pasado. – Ella tenía que sacar partido a toda esta situación. Habrá disfrutado viéndome en la cárcel, eso seguro -.

- Raimundo estás sacando las cosas de quicio -. Le interrumpió Don Pedro. – Doña Francisca solo está… -.

- Está procurando separarme de mi hija y sacar tajada con todo esto. Aprovechándose de que Emilia está sola y no tenía a nadie a quien acudir. Pero esto no va a quedar así, ¿me oye? -. Le clavó el dedo en el pecho repetidas veces. – Voy a ir ahora mismo a la Casona y… -.

- Y nada Raimundo -. Le detuvo Don Anselmo sujetándole por el brazo casi al mismo tiempo en que él había comenzado a dar un paso para acudir hasta la Casona. – Te vendrás en este instante con nosotros hasta el pueblo, te asearás un poco y comerás algo. Después… -, echó una significativa mirada al alcalde, -…ya se verá -.

2 comentarios:

  1. Llegué aquí buscando un poco de evasión porque estoy acompañando a mi mamá que está enferma. Y es muy gratificante haber encontrado mucho más buque eso. Gracias por compartir un espacio que nos reconforta y nos incita a soñar.

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    1. ¡Muchísimas gracias por tu comentario! Para mí es un privilegio saber que al menos, colaboro un poquito en tus momentos de evasión, tan necesarios muchos veces.

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