- ¡¿Cómo que está de parto?! -.
Raimundo se levantó de golpe haciendo que la silla cayera al suelo.
Una hora atrás había llegado,
casi arrastrado por el alcalde y el cura, hasta la taberna. Se había dado un
baño y ahora comía junto a ellos un plato de potaje que amablemente le había
llevado la esposa del alcalde. Ambos hombres parecían ocultar algo y se negaban a soltar
prenda al respecto. Pero ya lo averiguaría después. Ahora solo quería ver a
Emilia, y no entendía porqué se empeñaban en retenerlo allí. No le había dado
tiempo a probar bocado cuando la puerta se había abierto de golpe, apareciendo
una de las doncellas de Francisca con la intención de buscar a la partera, ofreciendo
a los presentes la buena nueva.
- Ella no se encuentra aquí, muchacha -. Le
respondió inquieto Don Anselmo. - Esta misma tarde me la crucé de camino a la
prisión. Tenía que atender a una preñada cerca del camino que lleva a La
Puebla, y no contaba con llegar de regreso hasta mañana -.
- Válgame el cielo, ¡qué
contrariedad! -. Habló Don Pedro. - ¿Y qué se supone que podemos hacer? -.
- Usted no sé lo que hará, Señor
alcalde -. Le dijo Raimundo mientras abría la puerta de la taberna. – Pero yo
marcho inmediatamente hasta la Casona para estar junto a mi hija -. Sentenció
antes de dar un gran portazo.
- Pero ¡vamos alcalde! -. Le azuzó
Don Anselmo agarrándole del brazo. – No podemos dejar que Raimundo se presente
solo en la Casona. Es capaz de enfrentarse a Doña Francisca y… -.
-…y eso es algo que no debemos
permitir, Don Anselmo -. Caminaron los dos rápidamente hacia la puerta,
impidiéndose el paso el uno al otro. – Pero Don Anselmo, ¡no se me eche encima,
hombre de Dios! ¡Que soy la autoridad! -.
El páter puso los ojos en blanco,
pidiendo paciencia al altísimo. Apartándose un poco para dejarle salir. – Vamos
-. Dijo. – Si apuramos el paso todavía podremos alcanzar a Raimundo -.
………………………………..
- Doña Francisca, ¡me duele! -.
Emilia se retorcía de dolor sobre
la cama de Francisca. Había llegado hasta allí con ayuda del capataz, que la
subió en brazos, y por orden expresa de la Señora.
- Lo sé, chiquilla, lo sé -. Trató
de tranquilizarla. - ¿Dónde estará esa maldita partera cuando se la
necesita? -. Habló en voz baja, más para ella que para ser escuchada.
- Señora, si puedo hacer algo más…
-. Mauricio, el capataz, miraba asustado a Emilia, que seguía quejándose sobre la cama,
mientras Francisca ponía paños de agua fría sobre su frente. Al oírle, se
levantó y se acercó con él hasta la puerta.
- Ve hasta la entrada del pueblo a
ver si viene esa condenada partera del demonio. Y sino la encuentras de camino,
te la traes aunque sea de los pelos. ¡Rápido! -.
Cuando el capataz salió por la
puerta, Francisca se volvió hacia la cama. Asustada. El tiempo corría en su
contra, y si la comadrona no llegaba pronto para socorrer a Emilia en el parto, tendría
que ser ella misma quien le ayudara a traer a ese bebé al mundo.
- Vamos, muchacha… -, quiso
tranquilizarla mientras se acercaba de nuevo a ella. – Que no se diga que un
dolorcillo puede contigo… -.
Una sudorosa Emilia, con el
rictus encogido, la miró furiosa.
- ¿Dolorcillo? -. Francisca no
pudo evitar sonreír ante el tono utilizado por la joven. - ¿Dolorcillo es
sentir cómo se te desgarran las entrañas? -. Se incorporó ante la llegada de
una nueva contracción y apretó los dientes. Dejándose caer sobre la cama
segundos después. – No puedo más Doña Francisca… -.
Ella tomó aire. Decidida. La
partera no llegaba, y por el contrario, el bebé ya empezaba a asomar la cabeza.
Tendría que ser ella misma quien asistiera a Emilia. Abrió la puerta de la
habitación saliendo al pasillo.
- ¡Elena! ¡Elena! -. La doncella
apareció de inmediato. – Trae inmediatamente agua caliente y unos paños de
lino. ¡Pero vamos, muchacha! ¡Aprisa! -.
Dejó la puerta entreabierta y
volvió junto a Emilia.
- Emilia voy a ayudarte. No tengas
miedo -. Tuvo que añadir ante el rostro desencajado de ella. – Todo saldrá
bien, ya lo verás -.
Ni ella se terminaba de creer lo
que estaba diciendo. Pero esa chiquilla necesitaba ayuda y en ese momento no
había nadie más que ella. Elena llegó con todo lo encomendado, y mientras
Francisca se arrodillaba a los pies de Emilia, rezaba para que la partera no se
demorase en llegar.
…………………………………
- Aún no puedo creer que me
retuviesen tanto tiempo mientras Emilia está pasando por este momento sola… -.
Se detuvo en el camino visiblemente furioso, volviéndose hacia los dos hombres,
que habían logrado darle alcance. - ¡Sola! -. Gritó mientras agitaba los brazos
en el aire. – Como le ocurra algo a mi hija lo pagarán caro -.
- ¿Y nosotros por qué, si puede
saberse Raimundo? -. Le preguntó el alcalde zozobrado. – A ver si crees que
ambos dos sabíamos que Emilia se iba a poner de parto esta misma noche,
¡rediez! – Quedó en silencio, escondiéndose tras Don Anselmo, cuando Raimundo
le dedicó una furibunda mirada.
- Raimundo haz el favor de
calmarte. Nada adelantas atacándonos así de esta manera. Además… -, pensó
rápidamente una manera de evitar que se presentara en la Casona, en ese estado.
-…no puedes presentarte como un energúmeno en casa de Doña Francisca, exigiendo
ver a Emilia -.
- Esa es otra… -. Dijo él mientras
apuraba de nuevo el paso para llegar cuando antes. -…espero que a esa bruja no
se le ocurra impedirme la entrada, porque estoy dispuesto a entrar a como de
lugar -.
- No deberías hablar así de ella
Raimundo -. Le amonestó Don Pedro. – Y menos si supieras todo lo que ella ha
hecho para que tú… ¡Ay! ¡Don Anselmo! -. Se llevó una mano hasta su dolorido
costado. El páter le había propinado un fuerte codazo para hacerle callar. -
¿Por qué…? -, se quedó en silencio ante la mirada reprobadora del cura. – Oh
sí…claro… -.
Raimundo les miró a ambos,
poniendo las manos sobre las caderas.
- ¿Se puede saber qué juego se traen
ustedes dos?-. Se acercó un poco más a ellos frunciendo el ceño. - ¿Qué se
supone que ha hecho Francisca? -.
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