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miércoles, 8 de abril de 2015

PRESO DE TI (Segunda parte)



- ¡¿Cómo que está de parto?! -. Raimundo se levantó de golpe haciendo que la silla cayera al suelo.

Una hora atrás había llegado, casi arrastrado por el alcalde y el cura, hasta la taberna. Se había dado un baño y ahora comía junto a ellos un plato de potaje que amablemente le había llevado la esposa del alcalde. Ambos hombres parecían ocultar algo y se negaban a soltar prenda al respecto. Pero ya lo averiguaría después. Ahora solo quería ver a Emilia, y no entendía porqué se empeñaban en retenerlo allí. No le había dado tiempo a probar bocado cuando la puerta se había abierto de golpe, apareciendo una de las doncellas de Francisca con la intención de buscar a la partera, ofreciendo a los presentes la buena nueva.

- Ella no se encuentra aquí, muchacha -. Le respondió inquieto Don Anselmo. - Esta misma tarde me la crucé de camino a la prisión. Tenía que atender a una preñada cerca del camino que lleva a La Puebla, y no contaba con llegar de regreso hasta mañana -.

- Válgame el cielo, ¡qué contrariedad! -. Habló Don Pedro. - ¿Y qué se supone que podemos hacer? -.

- Usted no sé lo que hará, Señor alcalde -. Le dijo Raimundo mientras abría la puerta de la taberna. – Pero yo marcho inmediatamente hasta la Casona para estar junto a mi hija -. Sentenció antes de dar un gran portazo.

- Pero ¡vamos alcalde! -. Le azuzó Don Anselmo agarrándole del brazo. – No podemos dejar que Raimundo se presente solo en la Casona. Es capaz de enfrentarse a Doña Francisca y… -.

-…y eso es algo que no debemos permitir, Don Anselmo -. Caminaron los dos rápidamente hacia la puerta, impidiéndose el paso el uno al otro. – Pero Don Anselmo, ¡no se me eche encima, hombre de Dios! ¡Que soy la autoridad! -.

El páter puso los ojos en blanco, pidiendo paciencia al altísimo. Apartándose un poco para dejarle salir. – Vamos -. Dijo. – Si apuramos el paso todavía podremos alcanzar a Raimundo -.

………………………………..

- Doña Francisca, ¡me duele! -.

Emilia se retorcía de dolor sobre la cama de Francisca. Había llegado hasta allí con ayuda del capataz, que la subió en brazos, y por orden expresa de la Señora.

- Lo sé, chiquilla, lo sé -. Trató de tranquilizarla. - ¿Dónde estará esa maldita partera cuando se la necesita? -. Habló en voz baja, más para ella que para ser escuchada.

- Señora, si puedo hacer algo más… -. Mauricio, el capataz, miraba asustado a Emilia, que seguía quejándose sobre la cama, mientras Francisca ponía paños de agua fría sobre su frente. Al oírle, se levantó y se acercó con él hasta la puerta.

- Ve hasta la entrada del pueblo a ver si viene esa condenada partera del demonio. Y sino la encuentras de camino, te la traes aunque sea de los pelos. ¡Rápido! -.

Cuando el capataz salió por la puerta, Francisca se volvió hacia la cama. Asustada. El tiempo corría en su contra, y si la comadrona no llegaba pronto para socorrer a Emilia en el parto, tendría que ser ella misma quien le ayudara a traer a ese bebé al mundo.

- Vamos, muchacha… -, quiso tranquilizarla mientras se acercaba de nuevo a ella. – Que no se diga que un dolorcillo puede contigo… -.

Una sudorosa Emilia, con el rictus encogido, la miró furiosa.

- ¿Dolorcillo? -. Francisca no pudo evitar sonreír ante el tono utilizado por la joven. - ¿Dolorcillo es sentir cómo se te desgarran las entrañas? -. Se incorporó ante la llegada de una nueva contracción y apretó los dientes. Dejándose caer sobre la cama segundos después. – No puedo más Doña Francisca… -.

Ella tomó aire. Decidida. La partera no llegaba, y por el contrario, el bebé ya empezaba a asomar la cabeza. Tendría que ser ella misma quien asistiera a Emilia. Abrió la puerta de la habitación saliendo al pasillo.

- ¡Elena! ¡Elena! -. La doncella apareció de inmediato. – Trae inmediatamente agua caliente y unos paños de lino. ¡Pero vamos, muchacha! ¡Aprisa! -.

Dejó la puerta entreabierta y volvió junto a Emilia.

- Emilia voy a ayudarte. No tengas miedo -. Tuvo que añadir ante el rostro desencajado de ella. – Todo saldrá bien, ya lo verás -.

Ni ella se terminaba de creer lo que estaba diciendo. Pero esa chiquilla necesitaba ayuda y en ese momento no había nadie más que ella. Elena llegó con todo lo encomendado, y mientras Francisca se arrodillaba a los pies de Emilia, rezaba para que la partera no se demorase en llegar.

…………………………………

- Aún no puedo creer que me retuviesen tanto tiempo mientras Emilia está pasando por este momento sola… -. Se detuvo en el camino visiblemente furioso, volviéndose hacia los dos hombres, que habían logrado darle alcance. - ¡Sola! -. Gritó mientras agitaba los brazos en el aire. – Como le ocurra algo a mi hija lo pagarán caro -.

- ¿Y nosotros por qué, si puede saberse Raimundo? -. Le preguntó el alcalde zozobrado. – A ver si crees que ambos dos sabíamos que Emilia se iba a poner de parto esta misma noche, ¡rediez! – Quedó en silencio, escondiéndose tras Don Anselmo, cuando Raimundo le dedicó una furibunda mirada.

- Raimundo haz el favor de calmarte. Nada adelantas atacándonos así de esta manera. Además… -, pensó rápidamente una manera de evitar que se presentara en la Casona, en ese estado. -…no puedes presentarte como un energúmeno en casa de Doña Francisca, exigiendo ver a Emilia -.

- Esa es otra… -. Dijo él mientras apuraba de nuevo el paso para llegar cuando antes. -…espero que a esa bruja no se le ocurra impedirme la entrada, porque estoy dispuesto a entrar a como de lugar -.

- No deberías hablar así de ella Raimundo -. Le amonestó Don Pedro. – Y menos si supieras todo lo que ella ha hecho para que tú… ¡Ay! ¡Don Anselmo! -. Se llevó una mano hasta su dolorido costado. El páter le había propinado un fuerte codazo para hacerle callar. - ¿Por qué…? -, se quedó en silencio ante la mirada reprobadora del cura. – Oh sí…claro… -.

Raimundo les miró a ambos, poniendo las manos sobre las caderas. 

- ¿Se puede saber qué juego se traen ustedes dos?-. Se acercó un poco más a ellos frunciendo el ceño. - ¿Qué se supone que ha hecho Francisca? -.

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