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jueves, 9 de abril de 2015

PRESO DE TI (Tercera parte)



- Emilia ¡empuja! -. La muchacha dio un empujón más, gritando de dolor. – Así es chiquilla, un empujoncito más y listo. Que no se diga que eres una remilgada… -. Se limpió el sudor de la frente con el antebrazo mientras sujetaba en sus manos la cabeza ya del bebé. – Preparada… ¡Empuja! -.


- Aaaaaaaaahhhhh -.


A ese grito desgarrado, le siguió rápidamente el llanto de un bebé. Francisca sonrió entre lágrimas cuando tuvo a esa pequeña personita entre sus brazos.


- Es una niña, Emilia -. Le dijo emocionada. – Una preciosa niñita… -.


La joven sonrió extendiendo los brazos para coger a su hija. Francisca se la ofreció con cuidado.


- Hola mi niña… -. Susurró Emilia mientras la mecía entre sus brazos. – Mi pequeña Natalia… -.


El solo recordatorio de aquel nombre, evocó en Francisca momentos que, aunque lejanos en el tiempo, seguían muy presentes en ella. Natalia. Nunca sintió odio ni rencor hacia aquella mujer. Solo envidia. Porque disfrutó de la vida que ella no pudo tener. Una vida de amor junto a Raimundo.


- Gracias Doña Francisca -. Emilia la sacó de su ensimismamiento. – No hubiera podido hacerlo sin usted -. Miró de nuevo a su pequeña. – Estoy tan cansada… -.


Francisca se acercó hasta ella. – Trae, dame a la chiquitina -. La tomó con cariño de nuevo en sus brazos. – Elena te aseará y después a descansar. Esperando que llegue de una buena vez esa condenada partera… -, resaltó con tono mordaz, -…para comprobar que todo ha ido bien -.


- Doña Francisca, no se enfade, que todo ha salido a las mil maravillas -. Su rostro cambió casi de inmediato y unas silenciosas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. – En realidad, no sé que hubiera hecho sin usted todo este tiempo. He de agradecerle… -.


- Deja los agradecimientos para otro momento muchacha -. Le dijo ella algo azorada. No estaba acostumbrada a que los demás apreciaran buena voluntad en sus acciones. Pero quería a Emilia como si fuese su propia hija, aunque en un principio, solo la hubiera aceptado en su servicio por fastidiar a Raimundo. – Y ahora, yo me marcho con esta pequeña cosita para ponerla aún más guapa de lo que es -. Sonrió con ternura a la criatura, haciendo que su rostro fuera totalmente distinto al habitual. – Aún guardo la ropa de Soledad, así que algo podremos encontrar -.


Emilia las siguió con la mirada mientras salían de la habitación. Entendiendo quizá, por primera vez, porqué su padre seguía tan enamorado de ella.


…………………………………


- ¿Callan? -. Raimundo no entendía nada. Miraba a Don Anselmo y a Don Pedro tratando de comprender las palabras de este último. Meneó la cabeza al comprender que ninguno de los dos iba a soltar prenda. – Muy bien, guarden silencio si es su decisión. Ahora lo único que me importa es llegar junto a Emilia. Así que si me disculpan, ¡Adiós y buenas noches! Y dejen ya de retrasarme -. Terminó diciendo mientras se alejaba de ellos y entraba en las tierras de la Casona.


- Será bocazas… -. Don Anselmo amonestó al alcalde. – Casi mete la pata delante de Raimundo. Doña Francisca nos hizo jurar que él en ningún momento se enteraría de que gracias a ella, Raimundo había conseguido salir de prisión -.        


- Lo siento padre, pero ya sabe que en situaciones angustiosas de este tipo, mi mente no razona demasiado deprisa y tiendo a meter la pata -.


- Pues a partir de ahora, alcalde, le sugiero ¡que guarde silencio! ¡Y vamos ya de una vez o perderemos a Raimundo! -.


Llegaron junto a Ulloa en el mismo instante en que este llamaba a la puerta de la Casona. Una de las doncellas les abrió la puerta.


- Buenas noches -. Saludó Raimundo. – Vengo a ver a mi hija Emilia y no consentiré que se me niegue la entrada -. Sin más, entró al interior. - ¿Dónde está mi hija? -.


La criada le informó de dónde se encontraba Emilia. Raimundo se sorprendió al escuchar que estaba en la habitación de Francisca. Subió los escalones de dos en dos para llegar cuando antes al lado de su hija. Llegó hasta la puerta de su alcoba. Conocía el camino hasta ella como la palma de su mano. Estaba entreabierta, y sintió un escalofrío recorrer su espalda justo antes de decidirse a abrirla.


- ¡Emilia! -.


Quedó en silencio al comprobar que nadie había en el cuarto salvo su hija. Dormida plácidamente en la cama. Sonrió dulcemente mientras entraba al interior y se acercaba hasta ella. Sentándose a su lado y acariciándole con ternura el rostro. La joven se desperezó y al ver a su padre, sonrió emocionada.


- ¡Padre! -. Se incorporó aún con reminiscencias del dolor sufrido en el parto y se echó sobre sus brazos llorando. – Al fin está aquí, no sabe cuánto le he extrañado, cuánto… -.


- Shhhh Emilia, tranquila mi niña -. La aferró contra su pecho. – Ya estoy aquí y no voy a volver a separarme de tu lado -. Besó su frente volviendo a acurrucarla junto a él. Igual que cuando era niña. – Y ahora cuéntame todo lo que ha pasado -. La miró extrañado. - ¿Dónde está el bebé? -.


Emilia comenzó a relatarle todo el padecimiento que había tenido que soportar desde el mismo instante en que él fue detenido en la Casa de Comidas. La muerte de Ayala, el posterior arresto de Alfonso….


- Doña Francisca me ha ayudado mucho en todo este tiempo. No sé qué hubiera hecho sin ella, padre. ¡No me ponga esa cara!, lo que le cuento es cierto, y sino que me caiga un rayo aquí mismo -, tuvo que añadir aquella súbita defensa de la Montenegro ante el semblante de incredulidad de Raimundo. – Es cierto todo lo que le digo. Además contrató un abogado para ayudar a Alfonso y para lograr que usted… -. Se quedó en silencio.


Doña Francisca le había pedido que guardara silencio al respecto de la ayuda prestada a su padre. Emilia no había comprendido las razones que le llevaban a ocultarlo, pero no quiso insistir sobre ello. Era una petición expresa de la mujer que se estaba desviviendo por ellos, y ella debía respetarlo.


- Para lograr que yo, ¿qué? -. 

Un súbito escalofrío le recorrió desde la punta de los pies hasta la nuca. ¿Sería posible que sus sospechas acerca de su puesta en libertad, así como al cese del maltrato que sufrió en prisión, se debía a la intervención de Francisca? Había comenzado a sospechar al respecto mientras estaba en prisión. Posteriormente, la actitud de Don Anselmo y de Don Pedro había hecho saltar las alarmas pues estaba seguro de que ocultaban algo al respecto.


- Eso es algo que tendrá que hablar con ella, padre -.


Raimundo sonrió de medio lado. Por supuesto que hablaría con Francisca. En primer lugar deseaba averiguar las verdaderas razones que la habían motivado a contratar un abogado para lograr la revocación de la sentencia de Alfonso. Y en segundo lugar, hacerle partícipe de las dudas que le corroían el alma. Quería preguntarle, mirándola a los ojos, por qué había movido cielo y tierra para liberarle a él de aquella horrible tortura.


- No te preocupes ahora por eso, mi niña -. La tranquilizó abrazándola. – Descansa ahora ¿de acuerdo? Yo me quedaré contigo hasta que vuelvas a dormirte -.

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