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miércoles, 15 de abril de 2015

PRESO DE TI (Final)



La cena transcurrió con tranquilidad. Si es que a la actitud de Francisca, que permaneció inusualmente callada, unido con la verbigracia de Raimundo, que parecía encontrarse en su salsa departiendo amigablemente con Tristán, se le pudiera llamar cena tranquila.

El joven asistió desconcertado sin embargo, al cruce de miradas entre ambos, pero sin darle mayor importancia por tratarse de dos supuestos enemigos que trataban de mantener las formas por educación.

- Madre, ¿no se une a nosotros para tomar café? -, le preguntó extrañado cuando comprobó que Francisca deseaba retirarse a su habitación, ya vacía después de que acomodaran a Emilia y a su pequeña en otra alcoba más cercana a la de Raimundo.

- No hijo, estoy cansada y deseo retirarme a dormir -.

En realidad, no deseaba permanecer más tiempo cerca de las miradas intensas de Raimundo. De hacerlo terminaría por desfallecer, y aquello sí sería totalmente humillante para ella. ¿Cómo explicar esas reacciones ante su hijo? ¿Cómo hacerlo sin delatarse?

El timbre de la puerta sonó de pronto interrumpiendo su conversación. Todos se volvieron extrañados por tratarse de una hora poco apropiada para visitas. Se trataba del abogado que Francisca había contratado para llevar los asuntos relacionados con el encarcelamiento de Alfonso.

- Disculpen la hora, pero era urgente que viniera a informarles -.

El abogado les hizo saber que gracias a su buen hacer y a demostrar que Alfonso había actuado en defensa propia, había conseguido revocar la condena a muerte del muchacho. A cambio, debería permanecer unos meses más en prisión por ocultamiento del cadáver tras el desafortunado homicidio.

- ¡Pero eso es una magnífica noticia! -. Habló Tristán. - ¿Ve Raimundo? Todo al final va tomando el camino adecuado -.

- No puedo estar más de acuerdo, hijo -. Le respondió mientras miraba apreciativamente a Francisca. – Todo parece que al fin vuelve a su lugar -.

…………………………………………………

Vueltas y más vueltas en la cama. Se veía incapaz de conciliar el sueño. Saber que Raimundo dormía bajo el mismo techo que ella, apenas dos habitaciones más allá le cortaba hasta la respiración. Comenzó a recordar de pronto el calor de sus labios sobre los suyos. El tacto de su piel. El embriagador aroma que desprendía su cuerpo, y su voz sensual y susurrante, prometiéndole un asedio que estaba segura de que no sería capaz de resistir.

Apartó las sábanas con rabia contenida. ¡Maldito Ulloa! Nada de esto entraba en sus planes. Cierto era que había removido cielo y tierra por lograr su liberación. Porque le amaba con una fuerza que era incapaz de contener, pero para nada estaba preparada para vivir una circunstancia semejante. Había perdido el control de la situación y eso le hacía sentir completamente vulnerable. Le convertía en una presa fácil para caer rendida en los brazos de Raimundo.

No aguantaba más. Hasta el poco sueño del que disfrutaba cada noche, había logrado arrebatárselo aquel condenado tabernero. Bajaría a la cocina para beber un vaso de leche caliente y después trataría de dormir algo.

Abrió la puerta de su alcoba y se adentró en el pasillo. Pasando frente a la puerta de la habitación donde descansaba Raimundo. Durante un breve instante se sintió tentada de tocar el manillar de la puerta y entrar así en su interior. Rendirse a su amor y aplacar así el deseo que la estaba consumiendo por dentro desde que él tuvo la osadía de besarla.

Resistió aquella tentación, maldiciéndose quizá por no tener la valentía suficiente de entregarse de nuevo a él. Pero tenía miedo. Miedo de volver a hipotecar su corazón por una vana ilusión. ¿Y si él solo estaba jugando con sus sentimientos en aras  de una venganza labrada durante años? No sería capaz de resistirlo. Ahí radicaba el problema. No se veía con fuerzas para volver a confiar.

Bajó las escaleras hasta que llegó a la desierta cocina. Encendió la luz y se sobresaltó al encontrarse cara a cara con la mirada de Raimundo, que estaba sentado en una de las sillas bebiendo un vaso de agua.

- Me…has asustado -. Añadió llevándose una mano al pecho. Advirtiendo entonces que solo llevaba el camisón puesto. Ruborizándose de inmediato. - ¿Qué haces levantado? -.

Raimundo se había quedado mudo de la impresión. La recorría con la mirada cargada de deseo mientras su mente y cada centímetro de su cuerpo se llenaban de ella. Ante aquella visión, solo podía preguntarse cómo había sido capaz de controlarse durante todos estos años y no abalanzarse sobre ella. El orgullo, ese mal consejero, se había encargado de ocultar las miradas que él le regalaba cada vez que, por fortuna, se encontraban en la plaza. Pero también había imposibilitado ver más allá de la dura coraza con la que Francisca se había revestido a lo largo de los años.

Ahora, frente a él, se encontraba la dulce niña que le enamoró. Sin máscaras. Sin dobleces. Llena de fragilidad y dulzura. Que temblaba igual que una hoja ante la suave caricia de su mirada.

Era tan hermosa que sentía que la faltaba hasta el aire, solo por tenerla frente a él.

- Te estaba esperando… -.

¡Qué intenso desconcierto le produjo escuchar aquella afirmación! Sus ojos reflejaron aquella sensación, haciendo que Raimundo casi sintiera ganas de arrancarse el corazón. Cuánto tiempo perdido por un error del pasado… Qué desafortunada decisión aquella que pensaba librarla de un mal peor y que terminó condenándoles a ambos a una vida cargada de oscuridad

Francisca le miraba con dolor. Y con la voz quebrada le habló. - ¿Y para qué, Raimundo? ¿Para seguir dañándome con este juego? ¿Qué quieres de mí? ¿Vengarte? -.

Él se acercó a ella, quedando a una distancia prudencial para no incomodarla en demasía.

- ¿Qué juego, Francisca? ¿Acaso no caímos ambos en él cuando no éramos más que unos niños? -. Observó su reacción ante sus palabras. – Siempre he sido tuyo. Y tú siempre has sido mía. Aunque ninguno de los dos nos hayamos dado cuenta de ello… por orgullosos… -. Añadió con una media sonrisa. Dando otro paso más hacia ella. - ¿Me crees capaz de besarte como lo he hecho, por hacerte daño pequeña? -. Alzó su mano, hasta rozar suavemente su mejilla con los dedos. – Mírame amor… soy yo… -.

Francisca seguía dudando. Habían sido demasiados años construyéndose un duro corazón que le permitiera seguir viviendo. 

– No… -. Musitó apartando la mirada. Retrocediendo aún más hasta que chocó con la mesa de la cocina. Imposibilitándole seguir huyendo.

Apoyó las manos en el borde de la misma y observó temerosa cómo Raimundo seguía acercándose hasta ella.

- Me amas -. Afirmó con rotundidad Raimundo.

Ella tragó saliva, negando aquella afirmación con la cabeza.

- ¿No? -, sonrió él. – Entonces explícame porqué has ayudado y cuidado a Emilia todo este tiempo. O porqué has querido ayudar a Alfonso… -.

- Ha sido por ella, por Emilia -. Le interrumpió ella, feliz de tener una excusa con la que ocultar sus verdaderos sentimientos. Aunque no mentía en sus palabras. Hizo todo eso por Emilia, porque sentía sincero aprecio por ella.

- ¿Solo por Emilia? -. Estaba conteniendo la risa solo por ver el ímpetu con el que Francisca le había interrumpido, parapetándose detrás de ese aprecio que sentía por su hija. Avanzó lentamente hasta ella, hasta quedar prácticamente pegados. – ¿Por qué me has librado de la cárcel, Francisca? Mírame y dime que no me amas, y me iré. Te dejaré tranquila -.

Veía sus ojos clavados en ella. Taladrándola sin piedad. Esperando una respuesta que ella no podía darle. ¿Cómo decirle que no le amaba si hacía lo posible por estar cerca de él? Tantos años negándose el amor, había olvidado completamente lo que era amar y sentirse amada.

No contestó. Raimundo sabía que seguía debatiéndose entre su orgullo y su corazón. Y decidió dar un pequeño empujoncito a este último para que inclinara la balanza a su favor. Con el brazo derecho, rodeó su cintura hasta pegarla a su pecho. Con la mano que le quedaba libre, atrapó parte del camisón, levantándolo lo suficiente como para tocar la suave piel de sus muslos.

- ¿Y bien? -. Incluso a él le estaba costando un triunfo no tumbarla sobre la mesa y arrancarle el camisón a jirones. - ¿Por qué no me respondes, amor? -. Musitó cerca de sus labios.

Ella no pudo contenerse por más tiempo. Acortó la distancia entre sus labios y los de Raimundo y atrapó entre sus dientes su labio inferior. Mordisqueándolo. Tirando de él a continuación. Ambos abrieron la boca, pero siguieron tanteándose, mezclando sus alientos. Rozándose para luego apartarse unos milímetros. Al fin, la pasión pudo más que ellos y se sumergieron en un beso largo y pausado, que fue subiendo de intensidad al tiempo que las caricias de Raimundo sobre el cuerpo de ella se iban volviendo más y más atrevidas.

Se colgó de su cuello cuando Raimundo la tomó por los muslos, cargándola sobre él hasta que la puso sobre la mesa. Volvió a devorar su boca, alternando sus labios entre ella y su cuello. Atrapando la carne sensible entre sus dientes, pasando después la punta de su lengua. Dibujando un cálido camino con ella.

- Raimundo -. Gimió ella.

- Dime que me amas, pequeña… -, le rogó de nuevo él.

Obteniendo por respuesta un nuevo y prolongado beso mientras las manos de ella se perdían por su cuello hasta alcanzar los botones de su camisa. Desabrochándolos uno a uno hasta librarle de ella. Se separó de su boca para descender por su pecho con los labios, dejando una huella a fuego en su piel.

- Francisca, por favor… -. Jadeó en un susurro.

Se separó de ella el tiempo necesario para librarse de los pantalones. Volviendo a dedicarle toda su atención. Tomando el bajo del camisón. Subiéndolo lentamente mientras Francisca se dejaba caer de espaldas sobre la mesa. Sin dejar de mirarle a los ojos. Expectante a cada movimiento de sus manos en su cuerpo.

Las manos de Raimundo se perdieron en sus pechos instantes antes de que su boca ocupara el lugar. Atrapándolos entre sus labios haciendo que se retorciera de placer. La incorporó para terminar de quitarle el camisón. Arrojándolo contra la pared.

Las manos de Francisca subían y bajaban por la espalda de Raimundo arañándole con ternura. Pero aún quería más. Quería que él perdiera el control para entregarse totalmente a ella. 

Juntos alcanzaron la felicidad de compartir un nuevo momento de intimidad en el que el pasado quedó borrado. Volvieron a ser uno. Exhaustos y sudorosos, se abrazaron en silencio, mientras sus respiraciones aceleradas rompieron el silencio de aquella cocina.

- Te quiero tantísimo, pequeña… -.

Francisca tomó su rostro entre las manos. Haciendo que la mirara al tiempo que algunas lágrimas escapaban de sus ojos.

- Lo sé mi amor… yo… yo… -. Llevaba tanto tiempo sin decírselo a nadie que había olvidado cómo hacerlo. Cerró los ojos, sintiendo de pronto los labios de Raimundo sobre su cara. Bebiendo una a una, cada lágrima que se escapaba de sus ojos.

¡Le amaba más que a nada en este mundo!

- Te…quiero… -. Dijo finalmente en un susurro. Raimundo alzó la mirada hasta ella. Sintiendo que su corazón escapaba de su pecho. – Te quiero Raimundo -. Repitió. – Siempre lo hice. Y siempre lo haré -.

Él se acercó hasta sus labios besándolos con ternura. Refugiándose en sus brazos y en su cuerpo. Queriendo morir en la cárcel de su amor. Para vivir eternamente preso de ella.

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