La cena transcurrió con
tranquilidad. Si es que a la actitud de Francisca, que permaneció inusualmente
callada, unido con la verbigracia de Raimundo, que parecía encontrarse en su
salsa departiendo amigablemente con Tristán, se le pudiera llamar cena
tranquila.
El joven asistió desconcertado
sin embargo, al cruce de miradas entre ambos, pero sin darle mayor importancia
por tratarse de dos supuestos enemigos que trataban de mantener las formas por
educación.
- Madre, ¿no se une a nosotros
para tomar café? -, le preguntó extrañado cuando comprobó que Francisca deseaba
retirarse a su habitación, ya vacía después de que acomodaran a Emilia y a su
pequeña en otra alcoba más cercana a la de Raimundo.
- No hijo, estoy cansada y deseo
retirarme a dormir -.
En realidad, no deseaba
permanecer más tiempo cerca de las miradas intensas de Raimundo. De hacerlo
terminaría por desfallecer, y aquello sí sería totalmente humillante para ella.
¿Cómo explicar esas reacciones ante su hijo? ¿Cómo hacerlo sin delatarse?
El timbre de la puerta sonó de
pronto interrumpiendo su conversación. Todos se volvieron extrañados por
tratarse de una hora poco apropiada para visitas. Se trataba del abogado que
Francisca había contratado para llevar los asuntos relacionados con el
encarcelamiento de Alfonso.
- Disculpen la hora, pero era
urgente que viniera a informarles -.
El abogado les hizo saber que
gracias a su buen hacer y a demostrar que Alfonso había actuado en defensa
propia, había conseguido revocar
la condena a muerte del muchacho. A cambio, debería permanecer unos meses más
en prisión por ocultamiento del cadáver tras el desafortunado homicidio.
- ¡Pero eso es una magnífica
noticia! -. Habló Tristán. - ¿Ve Raimundo? Todo al final va tomando el camino
adecuado -.
- No puedo estar más de acuerdo,
hijo -. Le respondió mientras miraba apreciativamente a Francisca. – Todo
parece que al fin vuelve a su lugar -.
…………………………………………………
Vueltas y más vueltas en la cama.
Se veía incapaz de conciliar el sueño. Saber que Raimundo dormía bajo el mismo
techo que ella, apenas dos habitaciones más allá le cortaba hasta la
respiración. Comenzó a recordar de pronto el calor de sus labios sobre los
suyos. El tacto de su piel. El embriagador aroma que desprendía su cuerpo, y su
voz sensual y susurrante, prometiéndole un asedio que estaba segura de que no
sería capaz de resistir.
Apartó las sábanas con rabia
contenida. ¡Maldito Ulloa! Nada de esto entraba en sus planes. Cierto era que
había removido cielo y tierra por lograr su liberación. Porque le amaba con una
fuerza que era incapaz de contener, pero para nada estaba preparada para vivir
una circunstancia semejante. Había perdido el control de la situación y eso le
hacía sentir completamente vulnerable. Le convertía en una presa fácil para
caer rendida en los brazos de Raimundo.
No aguantaba más. Hasta el poco
sueño del que disfrutaba cada noche, había logrado arrebatárselo aquel
condenado tabernero. Bajaría a la cocina para beber un vaso de leche caliente y
después trataría de dormir algo.
Abrió la puerta de su alcoba y se
adentró en el pasillo. Pasando frente a la puerta de la habitación donde
descansaba Raimundo. Durante un breve instante se sintió tentada de tocar el
manillar de la puerta y entrar así en su interior. Rendirse a su amor y aplacar
así el deseo que la estaba consumiendo por dentro desde que él tuvo la osadía
de besarla.
Resistió aquella tentación,
maldiciéndose quizá por no tener la valentía suficiente de entregarse de nuevo
a él. Pero tenía miedo. Miedo de volver a hipotecar su corazón por una vana
ilusión. ¿Y si él solo estaba jugando con sus sentimientos en aras de una venganza labrada durante años? No
sería capaz de resistirlo. Ahí radicaba el problema. No se veía con fuerzas
para volver a confiar.
Bajó las escaleras hasta que
llegó a la desierta cocina. Encendió la luz y se sobresaltó al encontrarse cara
a cara con la mirada de Raimundo, que estaba sentado en una de las sillas
bebiendo un vaso de agua.
- Me…has asustado -. Añadió
llevándose una mano al pecho. Advirtiendo entonces que solo llevaba el camisón
puesto. Ruborizándose de inmediato. - ¿Qué haces levantado? -.
Raimundo se había quedado mudo de
la impresión. La recorría con la mirada cargada de deseo mientras su mente y
cada centímetro de su cuerpo se llenaban de ella. Ante aquella visión, solo
podía preguntarse cómo había sido capaz de controlarse durante todos estos años
y no abalanzarse sobre ella. El orgullo, ese mal consejero, se había encargado
de ocultar las miradas que él le regalaba cada vez que, por fortuna, se
encontraban en la plaza. Pero también había imposibilitado ver más allá de la
dura coraza con la que Francisca se había revestido a lo largo de los años.
Ahora, frente a él, se encontraba
la dulce niña que le enamoró. Sin máscaras. Sin dobleces. Llena de fragilidad y
dulzura. Que temblaba igual que una hoja ante la suave caricia de su mirada.
Era tan hermosa que sentía que la
faltaba hasta el aire, solo por tenerla frente a él.
- Te estaba esperando… -.
¡Qué intenso desconcierto le produjo escuchar
aquella afirmación! Sus ojos reflejaron aquella sensación, haciendo que
Raimundo casi sintiera ganas de arrancarse el corazón. Cuánto tiempo perdido
por un error del pasado… Qué desafortunada decisión aquella que pensaba
librarla de un mal peor y que terminó condenándoles a ambos a una vida cargada
de oscuridad
Francisca le miraba con dolor. Y
con la voz quebrada le habló. - ¿Y para qué, Raimundo? ¿Para seguir dañándome
con este juego? ¿Qué quieres de mí? ¿Vengarte? -.
Él se acercó a ella, quedando a
una distancia prudencial para no incomodarla en demasía.
- ¿Qué juego, Francisca? ¿Acaso no
caímos ambos en él cuando no éramos más que unos niños? -. Observó su reacción
ante sus palabras. – Siempre he sido tuyo. Y tú siempre has sido mía. Aunque
ninguno de los dos nos hayamos dado cuenta de ello… por orgullosos… -. Añadió
con una media sonrisa. Dando otro paso más hacia ella. - ¿Me crees capaz de
besarte como lo he hecho, por hacerte daño pequeña? -. Alzó su mano, hasta
rozar suavemente su mejilla con los dedos. – Mírame amor… soy yo… -.
Francisca seguía dudando. Habían
sido demasiados años construyéndose un duro corazón que le permitiera seguir
viviendo.
– No… -. Musitó apartando la mirada. Retrocediendo aún más hasta que
chocó con la mesa de la cocina. Imposibilitándole seguir huyendo.
Apoyó las manos en el borde de la
misma y observó temerosa cómo Raimundo seguía acercándose hasta ella.
- Me amas -. Afirmó con rotundidad
Raimundo.
Ella tragó saliva, negando
aquella afirmación con la cabeza.
- ¿No? -, sonrió él. – Entonces
explícame porqué has ayudado y cuidado a Emilia todo este tiempo. O porqué has
querido ayudar a Alfonso… -.
- Ha sido por ella, por Emilia -.
Le interrumpió ella, feliz de tener una excusa con la que ocultar sus
verdaderos sentimientos. Aunque no mentía en sus palabras. Hizo todo eso por
Emilia, porque sentía sincero aprecio por ella.
- ¿Solo por Emilia? -. Estaba
conteniendo la risa solo por ver el ímpetu con el que Francisca le había
interrumpido, parapetándose detrás de ese aprecio que sentía por su hija.
Avanzó lentamente hasta ella, hasta quedar prácticamente pegados. – ¿Por qué me
has librado de la cárcel, Francisca? Mírame y dime que no me amas, y me iré. Te
dejaré tranquila -.
Veía sus ojos clavados en ella.
Taladrándola sin piedad. Esperando una respuesta que ella no podía darle. ¿Cómo
decirle que no le amaba si hacía lo posible por estar cerca de él? Tantos años
negándose el amor, había olvidado completamente lo que era amar y sentirse
amada.
No contestó. Raimundo sabía que
seguía debatiéndose entre su orgullo y su corazón. Y decidió dar un pequeño
empujoncito a este último para que inclinara la balanza a su favor. Con el
brazo derecho, rodeó su cintura hasta pegarla a su pecho. Con la mano que le
quedaba libre, atrapó parte del camisón, levantándolo lo suficiente como para
tocar la suave piel de sus muslos.
- ¿Y bien? -. Incluso a él le
estaba costando un triunfo no tumbarla sobre la mesa y arrancarle el camisón a
jirones. - ¿Por qué no me respondes, amor? -. Musitó cerca de sus labios.
Ella no pudo contenerse por más
tiempo. Acortó la distancia entre sus labios y los de Raimundo y atrapó entre
sus dientes su labio inferior. Mordisqueándolo. Tirando de él a continuación.
Ambos abrieron la boca, pero siguieron tanteándose, mezclando sus alientos.
Rozándose para luego apartarse unos milímetros. Al fin, la pasión pudo más que
ellos y se sumergieron en un beso largo y pausado, que fue subiendo de
intensidad al tiempo que las caricias de Raimundo sobre el cuerpo de ella se
iban volviendo más y más atrevidas.
Se colgó de su cuello cuando
Raimundo la tomó por los muslos, cargándola sobre él hasta que la puso sobre la
mesa. Volvió a devorar su boca, alternando sus labios entre ella y su cuello.
Atrapando la carne sensible entre sus dientes, pasando después la punta de su
lengua. Dibujando un cálido camino con ella.
- Raimundo -. Gimió ella.
- Dime que me amas, pequeña… -, le
rogó de nuevo él.
Obteniendo por respuesta un nuevo
y prolongado beso mientras las manos de ella se perdían por su cuello hasta
alcanzar los botones de su camisa. Desabrochándolos uno a uno hasta librarle de
ella. Se separó de su boca para descender por su pecho con los labios, dejando
una huella a fuego en su piel.
- Francisca, por favor… -. Jadeó
en un susurro.
Se separó de ella el tiempo
necesario para librarse de los pantalones. Volviendo a dedicarle toda su
atención. Tomando el bajo del camisón. Subiéndolo lentamente mientras Francisca
se dejaba caer de espaldas sobre la mesa. Sin dejar de mirarle a los ojos.
Expectante a cada movimiento de sus manos en su cuerpo.
Las manos de Raimundo se
perdieron en sus pechos instantes antes de que su boca ocupara el lugar.
Atrapándolos entre sus labios haciendo que se retorciera de placer. La
incorporó para terminar de quitarle el camisón. Arrojándolo contra la pared.
Las manos de Francisca subían y
bajaban por la espalda de Raimundo arañándole con ternura. Pero aún quería más.
Quería que él perdiera el control para entregarse totalmente a ella.
Juntos alcanzaron la felicidad de
compartir un nuevo momento de intimidad en el que el pasado quedó borrado.
Volvieron a ser uno. Exhaustos y sudorosos, se abrazaron en silencio, mientras
sus respiraciones aceleradas rompieron el silencio de aquella cocina.
- Te quiero tantísimo, pequeña… -.
Francisca tomó su rostro entre
las manos. Haciendo que la mirara al tiempo que algunas lágrimas escapaban de
sus ojos.
- Lo sé mi amor… yo… yo… -.
Llevaba tanto tiempo sin decírselo a nadie que había olvidado cómo hacerlo.
Cerró los ojos, sintiendo de pronto los labios de Raimundo sobre su cara.
Bebiendo una a una, cada lágrima que se escapaba de sus ojos.
¡Le amaba más que a nada en este
mundo!
- Te…quiero… -. Dijo finalmente en
un susurro. Raimundo alzó la mirada hasta ella. Sintiendo que su corazón
escapaba de su pecho. – Te quiero Raimundo -. Repitió. – Siempre lo hice. Y
siempre lo haré -.
Él se acercó hasta sus labios
besándolos con ternura. Refugiándose en sus brazos y en su cuerpo. Queriendo
morir en la cárcel de su amor. Para vivir eternamente preso de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario