Paseaba impaciente por el jardín
con las manos enlazadas tras la espalda. Se había prometido a sí mismo no
presionarla más. No forzarla a querer con prisas. Debía darle su tiempo y el
espacio que ella necesitase. Lo que menos quería era volver a perderla justo
ahora que de nuevo la había encontrado. Justo ahora cuando la oportunidad de
ser felices estaba tan cerca que podía casi rozarla.
Escuchó unos suaves pasos tras
él, y cerró los ojos cuando el fragante aroma a lavanda inundando el aire, se
impregnó en cada poro de su piel.
- Siempre he podido sentirte
aunque mis ojos no pudieran verte, Francisca -. Le habló con suavidad, dándose
la vuelta poco a poco hasta que sus ojos se enredaron con los suyos en una
batalla que dio por perdida justo antes de empezar. Caería rendido a sus pies
con tan solo un gesto de su mano.
Ella se limitó a observarle en
silencio, esperando tal vez que él diera el primer paso para acercarse a ella.
Tragó saliva. En esta ocasión debía ser ella quien hablara primero.
- Raimundo yo… -. Se mordió el
labio inferior sin saber muy bien por dónde empezar. Hizo un gesto con la mano,
rogándole que tomara asiento. Él se acercó, pero esperó a que ella se sentara
primero, haciendo él lo propio a continuación. - Siento la forma precipitada en
que me marché ayer -. Le confesó apartando la mirada.
Raimundo seguía cada uno de sus
movimientos con auténtica devoción. La forma en que retorcía las manos sobre su
regazo, o el leve temblor de sus labios mientras hablaba. La delicada y tímida
expresión de sus ojos antes de que los apartara de él, apenada.
- Yo también lo siento,
Francisca. Más… -, se incorporó apoyando las manos sobre la mesa. Entrelazadas.
-… me gustaría saber por qué lo hiciste -. Empleó el mismo tono paciente y
suave que ella misma había utilizado. - Me acongoja la idea de que pude hacer o decir algo para
soliviantarte -.
Francisca le miró a los ojos,
desconcertada. Había sido capaz de percibir cierto tono de culpabilidad en su
pregunta y quiso borrar aquellas dudas que parecían zozobrar el alma de
Raimundo.
- ¡No! -, respondió con
rotundidad. - Solo que… -.
- Solo que fui algo brusco y te
incomodé, ¿no es cierto? -, le interrumpió. Separó sus manos, extendiendo una
de ellas. Ofreciéndosela. - Mi pasión por ti llega a cegarme, pequeña…
Comprendo que no era el momento ni el lugar, pero me llenó tanto de dicha
encontrarte en la posada buscándome que no pude controlarme. Siento que mi
irrefrenable deseo por ti me llevó a contrariarte de alguna manera. Lo siento
mucho -.
Francisca observó su mano
extendida y suspiró. Aunque deseando hacerlo, no la tomó entre las suyas, sino
que se puso en pie dándole la espalda al tiempo que se abrazaba la cintura.
- No fue incomodidad, Raimundo -.
Le costaba hablar. Tener que recordar de nuevo todo lo que vivió en el pasado
le dañaba en lo más profundo. Pero debía confesárselo si ansiaba poder seguir
adelante y disfrutar de una vida a su lado. - Fue miedo -.
Raimundo frunció el ceño
extrañado. Se puso en pie y se acercó hasta ella, pero dejando una pequeña
distancia entre ellos. Jamás pensó que Francisca pudiera sentir miedo de él.
- ¿Miedo? ¿De mí? -.
Ella se volvió, con los ojos
brillantes por las primeras lágrimas que hicieron aparición.
- Creo que no eres consciente del
alcance de mi vida junto a Salvador Castro -.
Al escuchar aquellas palabras,
Raimundo sintió como si el suelo se abriese bajo sus pies. Que ella pudiera
relatarle lo acontecido al lado de ese desgraciado abría viejas heridas en él
que nunca habían conseguido cicatrizar.
- Francisca no entiendo… creo
que… -.
Ella se sonrió con desprecio. -
Ni tú ni nadie sabéis ni la mitad del infierno que viví a su lado. Tal vez
cuando seas conocedor de ciertas cosas, puedas entender mis palabras… -, se
alejó unos pasos de él. - Y por ende, el sentido de mis actos -.
Sabía que evocar aquellos amargos
y terribles años iba a causarle un profundo dolor, pero también se dio cuenta
de que era algo que ella necesitaba hacer.
- ¿Estás segura de que quieres
recordar? -.
¿Lo estaba? No. ¿Quería hacerlo?
Tampoco. ¿Lo necesitaba…? Sí, sin ninguna duda. Y no por herirle o tratar de
hacerle sentir culpable por su abandono. Se trataba más bien de una
purificación para ella. A nadie había relatado los oscuros secretos que
escondía en su corazón, pero no encontraba mejor persona para que le ayudase a
desprenderse de su carga, que a Raimundo. Una imperceptible inclinación de
cabeza, dio una respuesta afirmativa a la pregunta de él.
- No voy a relatarte de nuevo los
motivos que me llevaron a desposarme con Salvador, pues de sobra son conocidos
por ti -. Suspiró, dejando escapar el aire lentamente. Como si de esa manera
pudiera retener junto a ella durante más tiempo los terribles sucesos que
empañaron sus años de juventud. Estaba tan acostumbrada a callar y ocultar… -
Los golpes y las humillaciones fueron constantes, Raimundo. Incluso… -, rehuyó
la mirada de Raimundo, pues se sentía profundamente avergonzada. -… incluso él
me… me violentaba cuando le venía en gana. Yo no debía cumplir con sus
expectativas… Me hacía daño. Me forzaba… -. Un sollozo rompió el intenso
silencio que reinaba en el jardín.
Raimundo se había quedado clavado
en el sitio. Su mente trataba de procesar todo lo que Francisca le estaba
relatando. Casi sentía que tenía que pellizcarse para no pensar que todo se
trataba de una horrible pesadilla. Para no creer que su pequeña hubiera sufrido
semejantes aberraciones que la habían dejado marcada de por vida. Quiso acercarse
a ella. Tomarla entre sus brazos y calmar su dolor. Pero temía asustarla.
- Dios mío, Francisca yo… -, no
sabía qué decirle. Se sentía tan terriblemente culpable por todo el
padecimiento que su niña había sufrido. Cayó en la cuenta de que la reacción
que había tenido ante sus besos en la posada, se debían a los terribles
recuerdos que conservaba acerca de la intimidad entre un hombre y una mujer. Y
él era un completo estúpido por no haber tenido en cuenta su pasado y haberse
dejado llevar por su pasión descontrolada. Hasta llegar a amedrentarla.
- Por lo que más quieras,
Francisca, créeme que yo no… es decir, yo jamás… -. Se maldecía una y otra vez
por su inapropiado comportamiento. La miró a los ojos con profundo dolor. -
Nunca te forzaría a nada, pequeña -.
Francisca quiso sonreír por
encima de la pena que la embargaba en ese instante. - Te amo más que a nada en
este mundo… Pero no creo que pueda darte lo que esperas de mí -.
Él se acercó a ella hasta quedar
apenas a dos pasos. - Yo no soy Salvador, Francisca -, afirmó con rotundidad.
Alzó tímidamente la mano, queriendo acariciar su mejilla. Al fin se atrevió a
rozarle con la yema de los dedos sintiendo cómo ella se estremecía con su
toque. - Solo quiero estar a tu vera, pequeña mía. Al ritmo que tu marques… con
las condiciones que tú impongas. Tan solo déjame cuidarte. Permíteme entregarte
todo este amor que llevo dentro y que únicamente es para ti… -. Bajó su mano
hasta rozar su cintura. - Perdóname Francisca, por favor. Yo… lo siento, amor…
-.
¿Por qué no intentar al menos ser
feliz? ¿Por qué no olvidar un pasado que le atormentaba para poder disfrutar de
la dicha que Raimundo le ofrecía? Deseaba tanto dejar atrás el lastre de toda
una vida desdichada… Sintió que el alma se le desgarraba del pecho y solo quiso
refugiarse en él. Sostenerse en su amor, en sus brazos.
- Te quiero tanto… -, sollozó al
tiempo que se abrazaba a su pecho, muriendo de dicha cuando Raimundo la aferró
con ternura y firmeza a la vez.
No podía creer que aquello al fin
le estuviera sucediendo. Cerró los ojos disfrutando del momento. Saboreando el
hecho de poder amar abiertamente y ser amada sin esperar nada a cambio. Sin
prisas, sin condiciones. Sin reservas. Movió su cabeza buscando su calor,
escondiendo el rostro en el hueco que formaba el cuello de Raimundo.
- Te quiero tanto… -. Repitió.
Esta vez sin lágrimas que superasen sus palabras. No tenía miedo. No sentía
congoja. Solo la fuerza de su amor por Raimundo inundando cada espacio de su
ser. Percibía sus cálidas caricias recorriendo incansablemente su espalda. Sus
labios respondieron a los impulsos de su corazón y de su cuerpo, comenzando a
dejar suaves e imperceptibles besos en la sensible piel del cuello de Raimundo,
que dejó escapar un suspiro en el momento en que su boca había entrado en
contacto con él.
- Amor… -, la llamó.
Temiendo moverse y que el ensueño
de sus caricias sobre él se esfumara. Tembló cuando las manos de Francisca
reptaron por su pecho hasta enmarcar su rostro y acompañar con dulces caricias,
la torturadora dedicación que le estaban brindando sus labios. Comprendió casi
de inmediato que Francisca no sentía miedo cuando era ella la que marcaba el
ritmo.
- Mi amor… -, jadeó cuando ella
siguió trazando el camino que conducía hasta su boca. - Te amo tanto… tanto… -,
pronunció ya sobre los labios de Francisca que tanteaban los suyos. Con miedo
al principio. Con algo más de osadía después.
Hasta que al fin las ansias de
volver a sentirse y que se habían visto incrementadas en la intimidad de aquel
apartado jardín, los obligaron a unir definitivamente sus labios en un beso
largo. Pausado. Tan dulce y apetecible que fue tan solo el preludio de un
futuro pleno de amor que de pronto, amanecía ante sus ojos.
Me gusta, me gusta, me gusta! Una Paca dulce y fragil, y un Rai que demuestra ser el hombre mejor del mundo. Siempre me pregunto porque en la serie nunca han ido mas en profundidad (hablando del personaje de Francisca)...una mujer que ha vivido lo que ha vivido ella no se enfrenta al amor como todas.
ResponderEliminarNo dejes nunca de escribir!
¡Muchas gracias! Seguiré escribiendo ;)
EliminarRuth, muchas gracias por subir todos estos relatos de tiempos tan bonitos y que nos hacen soñar y olvidarmos de las tramas tan inverosímiles que nos dan.
ResponderEliminarEso pretendo, un ratito de evasión
Eliminar¡Muchas gracias!