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lunes, 23 de noviembre de 2015

SECUESTRADA (Parte 6)



- ¡Sebastián! -. El aire saliendo rápidamente de sus pulmones le hizo consciente de que había vuelto a respirar. - ¡Hijo mío! Estás bien… -, avanzó hacia él aun sin entender por qué el joven estaba apuntándoles con un arma. - ¿Qué…? ¿Qué es lo que está sucediendo aquí? No… comprendo… -.

Más bien, no quería comprender. No deseaba escuchar esa voz que rondaba en su cabeza, mientras sus ojos se alternaban entre el rostro de su hijo y aquella pistola. Avanzó un paso más hacia él. Incluso hizo un amago por apartar el arma. Pero Sebastián se mantuvo firme.

- Creo que todo está bastante claro, padre. Y usted no debería estar aquí hasta dentro de un par de días -.

Francisca bufó con desprecio. - Fingiste tu propia muerte a manos de Ayala… -, Raimundo la miró interrogante. Ella apartó la mirada y siguió hablando. - Seguro que hasta la idea de amenazarme con hacer daño a Tristán si no claudicaba, fue tuya. Y encima, traicionas a tu padre, llenas de sufrimiento la vida de toda tu familia, solo por lograr mi dinero -.

A medida que hablaba, la sonrisa ambiciosa de Sebastián se fue ensanchando.

- Es imposible que puedas caer más bajo, Sebastián Ulloa -. Sentenció Francisca.

Raimundo se veía incapaz de comprender lo que estaba sucediendo. - ¿Cómo que fingiste tu muerte? ¿Qué estás diciendo, Francisca? -. Estaba en estado de shock. Y lo peor de todo, es que Francisca había puesto voz sin querer, a sus propios pensamientos.

Ella le miró. - Solo digo la verdad, Raimundo. Sebastián… -.

- ¡Cállese Señora! Me aburre soberanamente su cháchara -. Se dirigió entonces a Raimundo, que comenzaba a entender la situación. - Padre, su presencia aquí y ahora desbarata todos mis planes… -. 

- ¿Tus planes? -. Le gritó él. - ¿Es que te has vuelto loco? Dime que todo este dislate no ha sido idea tuya… -.

- ¿Es que lo dudas? -, le preguntó una irónica Francisca.

- ¡Le dije que se callara! -. Apuntó a su cabeza. - Siga provocándome, Doña Francisca, que nada me daría más placer que descerrajarle un tiro entre ceja y ceja -.

Ella no se achantó. - Vamos Sebastián, no mientas…Estoy segura de que mi dinero sí te daría más placer, ¿no es así? Para eso ideaste toda esta absurda pantomima -.

No soportó durante más tiempo sus provocaciones y se acercó dispuesto a golpearla, pero Raimundo se interpuso entre ambos.

- ¡Detente, por lo que más quieras hijo! No le hagas daño, ¡te condenarás! -. Volvió sus ojos a Francisca. - Y yo no podría perdonártelo jamás -. Extendió su brazo para poder cubrirla con su cuerpo.

Sebastián dudó apenas un par de segundos antes de volver a hablar. - Vamos -, les señaló con la cabeza las escaleras - Vayan saliendo despacio y sin olvidar que soy yo quien tiene un arma -.

No estaba dispuesto a renunciar a su plan ahora que había llegado tan lejos. Nadie se interpondría en su camino. Ni siquiera su padre.

………………………………

- ¿Qué es lo que está pasando, Francisca? -.

Caminaba a su lado, sin comprender porqué su hijo se estaba comportando de aquella manera tan pueril. ¿Es que acaso pensaba terminar con la vida de ambos? Todo parecía estar formando parte de una terrible pesadilla de la que no podía despertar. Todo era demasiado irreal como para creer que estaba sucediendo. Él mismo vio a su hijo completamente magullado después de las torturas recibidas a manos de Ayala. ¿Sebastián uno de ellos? No, no podía ser posible. Debía existir una explicación para todo esto.

- ¿Es que no te das cuenta? ¡Abre los ojos, Raimundo! Tu bienamado hijo no es más que un criminal sin escrúpulos -.

- ¡Caminando y en silencio! -. Sebastián suspiró. - Padre, todo tiene una explicación lógica, ¡ya se lo dije! Ha llegado el momento de cobrarnos todo lo que esta víbora nos hizo en el pasado. Al fin volveremos a ser lo que nunca debimos dejar de ser por culpa de la Montenegro -.

Raimundo detuvo sus pasos y se volvió a su hijo con infinita tristeza.

- Rico o pobre, nunca he dejado de ser lo que era, hijo. Un hombre honrado, fiel a sus principios y a su familia… -. Tras decir esto, miró a Francisca. - Por la familia, uno es capaz de hacer cualquier cosa. Hasta algo de lo que no se pueda sentir orgulloso y que le desgarra el alma… -. De nuevo, se dirigió a Sebastián. - Detén esta locura, Sebastián. Aún estás a tiempo de remendar tu error… -.

- Pero ¿de qué error habla, padre? ¿Es que no desea vengarse de esta mujer que tanto daño le hizo en el pasado? ¡Es nuestro momento! -, soltó una carcajada que causó escalofríos en la espalda de Raimundo. - Lograremos hacernos con su fortuna, y después…después la mataremos como la rata que es -. Miró a Francisca con un odio infinito en su mirada. - Usted mismo puede hacerlo padre. Le cederé los honores… -.

Él se desplazó unos pasos hasta ponerse delante de Francisca.

- Si vas a matar a Francisca, vete haciéndote a la idea de que tendrás que acabar con mi vida también -. Sebastián pudo ver la decepción en los ojos de su padre. - Prefiero morir con ella a tener que sobrevivir en este mundo sin poder estar a su lado, y soportando el dolor de que mi propio hijo haya sido su asesino -.

Francisca sintió un estremecimiento recorriendo todo su cuerpo. Las palabras de Raimundo habían llegado hasta ella como en una nebulosa. Alcanzando como un rayo su herido corazón.

Sebastián frunció el ceño desconcertado. - No me obligue a hacer algo que no deseo, padre… -. Levantó el arma. - Huiré con el dinero, y no volverá a verme si es su deseo. Pero no puedo permitirme dejar cabos sueltos. Si ella vive, jamás podré dejar de ser un fugitivo. Me perseguirá allá donde vaya -.

- Y si la matas, será tu conciencia la que te perseguirá eternamente, Sebastián -. Sentenció Raimundo.

Él bufó con desprecio. - Estoy dispuesto a vivir con ese riesgo, padre. No se preocupe por mí -.

Escucharon voces y el sonido de pasos detrás de ellos. Como si un grupo de hombres tratara de ocultarse tras la maleza. Aquella noche, la luna llena brillaba en lo alto, dotando el ambiente de una extraña y tétrica luz. Presagio de nada bueno.

- ¿Qué está ocurriendo, padre? -, inquirió Sebastián. - ¿Es que acaso ha venido acompañado de alguien más? -.

- ¡Baja el arma, Sebastián y entrégate antes de que alguien resulte herido! -.

Una voz salió de entre las sombras. Francisca supo reconocerla de inmediato y su corazón dio un vuelco en su pecho.

- Tristán… -, musitó. - Hijo mío… -.

El joven entró en pánico. Se veía sin posibilidad ninguna de escapatoria y la rabia acumulada en su interior, comenzó a salir a la superficie en forma de insultos e improperios contra Francisca.

- Insúltame todo lo que desees, Sebastián Ulloa. Estás acabado -. Le provocó ella.

Él sonrió de medio lado. - Puede ser Señora, pero no me iré solo -. Cargó la pistola dispuesto a terminar con su vida. - Nos veremos en el infierno, Francisca Montenegro -.

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