-
¡Sebastián! -. El aire saliendo rápidamente de sus pulmones le hizo consciente
de que había vuelto a respirar. - ¡Hijo mío! Estás bien… -, avanzó hacia él aun sin
entender por qué el joven estaba apuntándoles con un arma. - ¿Qué…? ¿Qué es lo
que está sucediendo aquí? No… comprendo… -.
Más
bien, no quería comprender. No deseaba escuchar esa voz que rondaba en su
cabeza, mientras sus ojos se alternaban entre el rostro de su hijo y aquella
pistola. Avanzó un paso más hacia él. Incluso hizo un amago por apartar el
arma. Pero Sebastián se mantuvo firme.
- Creo
que todo está bastante claro, padre. Y usted no debería estar aquí hasta dentro
de un par de días -.
Francisca
bufó con desprecio. - Fingiste tu propia muerte a manos de Ayala… -, Raimundo
la miró interrogante. Ella apartó la mirada y siguió hablando. - Seguro que
hasta la idea de amenazarme con hacer daño a Tristán si no claudicaba, fue
tuya. Y encima, traicionas a tu padre, llenas de sufrimiento la vida de toda tu
familia, solo por lograr mi dinero -.
A
medida que hablaba, la sonrisa ambiciosa de Sebastián se fue ensanchando.
- Es
imposible que puedas caer más bajo, Sebastián Ulloa -. Sentenció Francisca.
Raimundo
se veía incapaz de comprender lo que estaba sucediendo. - ¿Cómo que fingiste tu
muerte? ¿Qué estás diciendo, Francisca? -. Estaba en estado de shock. Y lo peor
de todo, es que Francisca había puesto voz sin querer, a sus propios
pensamientos.
Ella le
miró. - Solo digo la verdad, Raimundo. Sebastián… -.
-
¡Cállese Señora! Me aburre soberanamente su cháchara -. Se dirigió entonces a
Raimundo, que comenzaba a entender la situación. - Padre, su presencia aquí y
ahora desbarata todos mis planes… -.
- ¿Tus
planes? -. Le gritó él. - ¿Es que te has vuelto loco? Dime que todo este
dislate no ha sido idea tuya… -.
- ¿Es
que lo dudas? -, le preguntó una irónica Francisca.
- ¡Le
dije que se callara! -. Apuntó a su cabeza. - Siga provocándome, Doña Francisca,
que nada me daría más placer que descerrajarle un tiro entre ceja y ceja -.
Ella no
se achantó. - Vamos Sebastián, no mientas…Estoy segura de que mi dinero sí te
daría más placer, ¿no es así? Para eso ideaste toda esta absurda pantomima -.
No
soportó durante más tiempo sus provocaciones y se acercó dispuesto a golpearla,
pero Raimundo se interpuso entre ambos.
-
¡Detente, por lo que más quieras hijo! No le hagas daño, ¡te condenarás! -.
Volvió sus ojos a Francisca. - Y yo no podría perdonártelo jamás -. Extendió su
brazo para poder cubrirla con su cuerpo.
Sebastián
dudó apenas un par de segundos antes de volver a hablar. - Vamos -, les señaló con la
cabeza las escaleras - Vayan saliendo despacio y sin olvidar que soy yo quien
tiene un arma -.
No
estaba dispuesto a renunciar a su plan ahora que había llegado tan lejos. Nadie
se interpondría en su camino. Ni siquiera su padre.
………………………………
- ¿Qué es lo que está pasando,
Francisca? -.
Caminaba
a su lado, sin comprender porqué su hijo se estaba comportando de aquella
manera tan pueril. ¿Es que acaso pensaba terminar con la vida de ambos? Todo
parecía estar formando parte de una terrible pesadilla de la que no podía
despertar. Todo era demasiado irreal como para creer que estaba sucediendo. Él
mismo vio a su hijo completamente magullado después de las torturas recibidas a
manos de Ayala. ¿Sebastián uno de ellos? No, no podía ser posible. Debía
existir una explicación para todo esto.
- ¿Es
que no te das cuenta? ¡Abre los ojos, Raimundo! Tu bienamado hijo no es más que
un criminal sin escrúpulos -.
-
¡Caminando y en silencio! -. Sebastián suspiró. - Padre, todo tiene una
explicación lógica, ¡ya se lo dije! Ha llegado el momento de cobrarnos todo lo
que esta víbora nos hizo en el pasado. Al fin volveremos a ser lo que nunca
debimos dejar de ser por culpa de la Montenegro -.
Raimundo
detuvo sus pasos y se volvió a su hijo con infinita tristeza.
- Rico
o pobre, nunca he dejado de ser lo que era, hijo. Un hombre honrado, fiel a sus
principios y a su familia… -. Tras decir esto, miró a Francisca. - Por la
familia, uno es capaz de hacer cualquier cosa. Hasta algo de lo que no se pueda
sentir orgulloso y que le desgarra el alma… -. De nuevo, se dirigió a
Sebastián. - Detén esta locura, Sebastián. Aún estás a tiempo de remendar tu
error… -.
- Pero
¿de qué error habla, padre? ¿Es que no desea vengarse de esta mujer que tanto
daño le hizo en el pasado? ¡Es nuestro momento! -, soltó una carcajada que
causó escalofríos en la espalda de Raimundo. - Lograremos hacernos con su
fortuna, y después…después la mataremos como la rata que es -. Miró a Francisca
con un odio infinito en su mirada. - Usted mismo puede hacerlo padre. Le cederé
los honores… -.
Él se
desplazó unos pasos hasta ponerse delante de Francisca.
- Si vas a matar a Francisca, vete haciéndote
a la idea de que tendrás que acabar con mi vida también -. Sebastián pudo ver
la decepción en los ojos de su padre. - Prefiero morir con ella a tener que
sobrevivir en este mundo sin poder estar a su lado, y soportando el dolor de
que mi propio hijo haya sido su asesino -.
Francisca
sintió un estremecimiento recorriendo todo su cuerpo. Las palabras de Raimundo
habían llegado hasta ella como en una nebulosa. Alcanzando como un rayo su
herido corazón.
Sebastián
frunció el ceño desconcertado. - No me obligue a hacer algo que no deseo,
padre… -. Levantó el arma. - Huiré con el dinero, y no volverá a verme si es su
deseo. Pero no puedo permitirme dejar cabos sueltos. Si ella vive, jamás podré
dejar de ser un fugitivo. Me perseguirá allá donde vaya -.
- Y si
la matas, será tu conciencia la que te perseguirá eternamente, Sebastián -.
Sentenció Raimundo.
Él bufó
con desprecio. - Estoy dispuesto a vivir con ese riesgo, padre. No se preocupe
por mí -.
Escucharon
voces y el sonido de pasos detrás de ellos. Como si un grupo de hombres tratara
de ocultarse tras la maleza. Aquella noche, la luna llena brillaba en lo alto,
dotando el ambiente de una extraña y tétrica luz. Presagio de nada bueno.
- ¿Qué
está ocurriendo, padre? -, inquirió Sebastián. - ¿Es que acaso ha venido
acompañado de alguien más? -.
- ¡Baja
el arma, Sebastián y entrégate antes de que alguien resulte herido! -.
Una voz
salió de entre las sombras. Francisca supo reconocerla de inmediato y su
corazón dio un vuelco en su pecho.
-
Tristán… -, musitó. - Hijo mío… -.
El
joven entró en pánico. Se veía sin posibilidad ninguna de escapatoria y la
rabia acumulada en su interior, comenzó a salir a la superficie en forma de
insultos e improperios contra Francisca.
-
Insúltame todo lo que desees, Sebastián Ulloa. Estás acabado -. Le provocó
ella.
Él
sonrió de medio lado. - Puede ser Señora, pero no me iré solo -. Cargó la
pistola dispuesto a terminar con su vida. - Nos veremos en el infierno,
Francisca Montenegro -.
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