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jueves, 5 de noviembre de 2015

TE QUIERO TANTO...(Parte 2)



Durante varias horas, vagó por los parajes de su juventud y que tantos y tan buenos recuerdos le traían. Todos junto a él, junto a Raimundo. El mismo hombre del que había huido aquella misma tarde, escapando de un amor que le arrasaba, que asolaba todo a su paso. Derribando el muro de contención de sentimientos ocultados en años. Haciendo aflorar por primera vez las dudas, los temores. Los profundos miedos y cicatrices que habitaban en su alma y que creía olvidados. Superados desde el mismo momento en que él desapareció. O al menos eso es lo que había creído.

Alzó la vista cuando, sin saber cómo había llegado hasta allí, los muros de la casona se presentaron ante ella. Altos e imponentes. Duros y fríos. Como ella. Eso es lo que todos habían llegado a pensar con los años. Una fachada nada más que le permitía mantener a todos alejados de su interior.

Corrió cuanto pudo pensando que así podría dejar todo atrás, más todo fue inútil. Se sintió ridícula. Si la solución fuera así de sencilla, hacía tiempo que ya habría huido de todo. Hasta de ella misma.

Llegó hasta su alcoba abriendo la puerta con fuerza. Con los ojos anegados en lágrimas nublándole la vista. Cerró con fuerza, apoyándose después en el duro portón. Deslizándose poco a poco por él, mientras su cuerpo se convulsionaba por el llanto y caía desplomada en el suelo. Odiaba sentirse herida. Aborrecía sentirse vulnerable. Frágil. Nuevamente una chiquilla asustada que tuvo que sufrir un matrimonio lleno de padecimientos. De dolor y sufrimientos. Años vacíos resumidos en golpes y violaciones continuas. Humillaciones.

Raimundo había traído a su mente el recuerdo de aquellos años. Con su irrefrenable ardor, con su pasión desatada. Sintió que perdía el control y ella naufragaba de pronto en un mar de horribles recuerdos. De evocaciones que creía muertas y enterradas en lo más profundo de los infiernos. Junto a él. Junto a ese desgraciado.

Como si viviera en una pesadilla, su voz resonó burlona en su cabeza haciéndole sentir menos que nada.

- Espero que te estés pudriendo en el infierno… -, sollozó, al tiempo que se despojaba del vestido como si éste le quemara. Apartándolo de ella. Lanzándolo lejos y deshaciendo su moño. En esos momentos soñaba con ser cualquier persona excepto ella misma.

Raimundo no es Salvador… le repetía incansablemente su mente y su corazón mientras un agudo dolor le traspasaba el pecho.

Raimundo le ofrecía el mundo entero. Salvador estaba muerto y enterrado. Pero había dejado su marca en ella de por vida, condenándole a no poder entregarse libremente al único y gran amor de su vida.

……………………….

Se disculpó con su hija excusando su no presencia en la cena alegando un terrible malestar. En realidad no había mentido. La sensación de haber hecho algo terrible sin darse cuenta, le atormentaba desde que Francisca había salido como alma que lleva el diablo de la posada. ¿Acaso sus palabras la habían incomodado? ¿O tal vez habían sido sus actos? Consecuencia de una larga espera sin sus besos. Sin el calor de su piel. Cierto era que se había dejado llevar por sus más bajos instintos. Pero tan solo había necesitado rozarla con la punta de sus dedos para volverse completamente loco. Tras horas tratando de dilucidar a qué se podía deber su reacción, llegó a la conclusión de que tal vez se había precipitado. Obligándole a compartir con él, la misma pasión que al él mismo le estaba consumiendo.

¿Y si ella realmente no la compartía? ¿Y si tal vez la estaba embarcando en una relación plena cuando no estaba preparada para ello? Los miedos y las dudas comenzaron a aflorar y mermaron su entusiasmo inicial por el paso que Francisca había dado al presentarse en la posada. Lo consideró toda una declaración de intenciones en un principio. Ahora, no estaba tan seguro de que aquello hubiese sido lo adecuado.

Tal vez lo propio hubiera sido sincerarse el uno con el otro y cerrar viejas heridas antes de pensar en un futuro juntos. Mañana iría a la Casona y trataría de reparar aquel desafortunado incidente que parecía haber levantado un nuevo muro entre ellos.

…………………………………………..

Se había pasado la noche acurrucada en el suelo, incapaz de moverse. Abrió paulatinamente los ojos, como despertando de un estado de sopor en el que había caído al poco de llegar a su alcoba. Le llevó varios minutos ser consciente de la situación en la que se encontraba. A oscuras, con la cama aún sin deshacer y su vestido hecho poco más que trizas a tan solo unos pasos de ella.

Se puso en pie no con poca dificultad, notando cómo sus músculos le reprendían por toda una noche en el suelo. Caminó hasta sentarse sobre la cama, poniendo sus manos sobre las rodillas y suspirando apesadumbrada.

No es más que miedo Francisca… todo está dentro de ti. Raimundo jamás será como Salvador. Jamás… 

Realmente lo sabía. Se lo decía su mente pero también su corazón. Y ella amaba a Raimundo con todas sus fuerzas, pero el golpe terrible que supuso su abandono cuando más lo necesitaba, le había herido tan profundamente que el terror que suponía para ella padecer una nueva traición por su parte, no podía evitar rondarla.

Alzó la cabeza cuando unos suaves golpes en su puerta la alertaron. Debía de tratarse de alguna de las doncellas.

- ¿Sí? -.

Tardó unos segundos en escuchar la voz al otro lado de la puerta. 

- Señora, disculpe que la moleste tan temprano, pero Raimundo Ulloa está abajo. Y desea hablar con usted -.

Francisca se llevó una mano al pecho, como si así pudiera refrenar el desbocado latir de su corazón. Puede que quizá no estuviera lista aún para enfrentarse a él y a sus miedos. Pero ella no era una cobarde. Nunca lo había sido. Y si quería por fin tomar las riendas de su destino, aquel que siempre soñó y deseó, debía bajar y encararse a Raimundo. Como también debería volver a confiar en él. Y en ella misma.

- Dile que bajo ahora mismo. Que me espere en el jardín -.

Al menos, que la fresca brisa de la mañana golpeara con suavidad su rostro mientras se sinceraba, por primera vez en muchos años, con el amor de su vida.

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