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jueves, 26 de noviembre de 2015

SECUESTRADA (Final)



- ¡No! -. Gritó Raimundo, interponiéndo su cuerpo de nuevo entre ellos. - No permitiré que la mates, Sebastián. No lo consentiré -.

- Lo siento padre… Usted mismo ha decidido su destino -.

Raimundo cerró los ojos con fuerza, a la vez que una lágrima descendía por su mejilla al recordar a aquel niño de cabellos rizados que se enredaba entre sus piernas mientras él faenaba en la taberna. El mismo que años más tarde se convirtió en aquel joven que partía hacia la capital con su maleta cargada de sueños y proyectos.

Extendió las manos, queriendo que cubrir a Francisca. Gracias a su muerte, se lograría el tiempo suficiente para que Tristán, acompañado de los civiles, llegara hasta ellos y salvaran a su pequeña. Se lo debía. Por todo lo que le había hecho padecer a lo largo de su vida. Por todo lo que habría sufrido a manos de su propio hijo.

Por todo lo que la amaba.

Notó de pronto que una mano se unía a la suya. Entrelazándose hasta convertirse en una sola. Apretando firmemente. Abrió los ojos, y vio a Francisca a su lado.

- Si tú mueres, yo he de morir contigo -. Susurró ella.

Raimundo bajó la mirada hasta sus manos unidas y después volvió hasta sus ojos.

- Te amo -. Declaró sin voz, moviendo sus labios en silencio.

Acto seguido, dos disparos rompieron el silencio de la noche. Todo había acabado.

………….

- Pero madrina, ¿qué hace aún levantada? -.

Francisca se apartó de la ventana de la biblioteca al escuchar la voz preocupada de María, su ahijada, tras ella. Sonrió levemente al advertir el ceño fruncido de la muchacha. ¡Cuánto la había extrañado estos días pasados! Su presencia se le había hecho demasiado necesaria entre tanta mentira y oscuridad. Únicas compañeras de sus días pasados.

- Estoy bien María, no te preocupes por mí -. Tomó una de las manos de la joven entre las suyas. - Y no me regañes… He estado demasiado tiempo aislada, lejos de los míos. Lejos de ti -, le dijo mientras la tomaba del mentón con ternura. - Además, no podría dormir aunque quisiera -.

- ¿Es por el abuelo, no es cierto? -, se atrevió a preguntar María.

No le respondió. No sabía muy bien cómo sentirse después de todo lo que había ocurrido. Todo sucedió demasiado deprisa y no había tenido tiempo de pararse a pensar en qué era lo que iba a ocurrir a partir de ahora.

Se limitó a sonreírle levemente, tratando de ocultar su tristeza. - Ve a dormir, María. Yo iré enseguida, te lo prometo -. Exhaló un suspiro. - Pero necesito estar un momento a solas, por favor -.

María se despidió de ella a regañadientes con un beso en la mejilla. Su madrina había vivido un infierno y aunque tratase de hacerse la fuerte ante ella, sabía que todo era una fachada. Estaba sufriendo. Y mucho.

Cuando se hubo quedado a solas, los recuerdos de lo vivido apenas unas horas atrás, acecharon de nuevo su mente. Había estado a punto de morir a manos de Sebastián. Si seguía con vida, no había duda que tenía que deberse a un milagro.

*********

Cerró con fuerza los ojos, aferrándose a él. Feliz de sentir su contacto en aquellos que serían los últimos minutos de su vida. Siempre pensó que cuando llegara su momento, Raimundo estaría a su lado, tomándole de la mano mientras ella cerraba lentamente los ojos. Puede que no fuera su hora. Que todo lo que estaba sucediendo se tratara de una macabra maniobra del destino para hacerle pagar viejas tropelías.

Fuera como fuera, no encontraba mejor forma de morir que junto a Raimundo.

Esperó con dolor un final que nunca llegó. Cuando quiso darse cuenta de lo que estaba sucediendo, unos brazos le alzaron  llevándole a un lugar seguro. Su mano, vacía ya de la suya, se agitaba en el aire buscándola incesantemente. Sus gritos desesperados llamándole, se entremezclaban con las voces de los civiles dando las últimas instrucciones.

- Está muerto -.

Se revolvió entre aquellos brazos ante tamaña afirmación. Necesitaba volver la vista atrás. Comprobar que no se trataba de Raimundo, antes de que su corazón se desgarrara por completo. Luchó con las pocas fuerzas que le quedaban por librarse de aquel agarre. Hasta que al fin lo consiguió.

Y corrió. Regresó sobre sus pasos con las lágrimas nublándole la mirada. Más se detuvo de pronto. Raimundo estaba en el suelo, aferrando con todas sus fuerzas el cuerpo inerte de Sebastián mientras su llanto desgarrado inundaba sus oídos.

Quiso llegar hasta él. Abrazarle hasta que no le quedaran fuerzas. Y sin embargo, no lo hizo. Permaneció de pie observándole en la lejanía. ¿Qué podría decirle? ¿Cómo podría consolarle? En su interior, no sentía pena por el desenlace que había tenido Sebastián. Consideraba que él mismo se lo había buscado, que no había sido sino una consecuencia de su ambición desmedida.

Raimundo había perdido a su hijo a costa de salvarle a ella. Nada de lo que pudiera hacer o decir podría contrarrestar su sufrimiento. Todo había acabado.

Miró a Tristán, de pie junto a su padre. Él también había perdido a su hermano y su rostro reflejaba el dolor por ello. Sus miradas se cruzaron durante breves instantes antes de que él la apartase.

Sintió de nuevo que alguien la llevaba lejos de allí, y esta vez no opuso resistencia. Necesitaba regresar a su casa, a su vida. Y olvidar…

- Raimundo Ulloa es una víctima más de toda esta desgracia -, declaró ya en la biblioteca ante varios civiles que la habían acompañado hasta la casona. - Por lo que a mí respecta, no pienso levantar ninguna denuncia en su contra. Y ahora… -, despachó a aquellos hombres en pos de esa tranquilidad que tanto necesitaba. -… déjenme descansar. Mañana les daré las explicaciones pertinentes acerca de lo sucedido -.

****

Regresó junto a la ventana, abrazándose la cintura con los brazos. Pasando por alto el quejido de su cuerpo aún dolorido por los golpes que había recibido. Reposó su frente en el frío cristal mientras su corazón albergaba la secreta esperanza de que Raimundo cruzara su puerta y llegara hasta ella. Sentir de nuevo el contacto de su piel con la suya.

Escuchar de sus labios tan solo una vez más que le amaba. Tanto como ella le amaba a él.

No había ningún resquicio de duda al respecto. Ningún temor. Todo quedó disipado en el momento en que él estuvo dispuesto a arriesgar su vida por salvarla.

- Raimundo… -. Musitó. - Ojalá todo hubiese sido diferente… -.

- Puede serlo si tú lo deseas, pequeña -.

Tembló al sentir su voe junto a ella. Desde que la habían apartado de su lado, no había anhelado otra cosa que volver a estar con él. Y sin embargo, tenía tanto miedo de ver un adiós en su mirada, que se vio incapaz de enfrentarle.

- ¿Cómo olvidar y poder seguir adelante? -.

Raimundo llegó hasta ella, apoyando la frente en su cabello, que le caía descuidadamente sobre el hombro en una trenza.

- Lo siento amor…Lo siento tanto… -.

Un sollozo escapó de su garganta cuando se giró lanzándose a sus brazos. Refugiándose en ellos.

- Tenía tanto miedo de perderte para siempre… -, lloró. Descargó toda la tensión y la angustia que la había atenazado desde que descubrió su traición, a pesar de que con el paso de los días, había llegado a comprender sus motivos. - No vuelvas a hacerme daño, Raimundo… no lo soportaría… -.

Él la tomó entre sus brazos, bebiendo las lágrimas que morían en sus labios mientras se encaminaba hacia el diván. Tomando asiento y acomodándola en su regazo. Regando su rostro con suaves roces de sus labios.

- Jamás tendré vida suficiente para demostrarte cuánto te amo, pequeña mía… -, llegó hasta su boca. - Cuánto siento haberte herido, amor… -.

Tomó sus labios entre los suyos en un beso lento, tierno, pero a la vez apasionado. Se movía sobre su boca como si ésta contuviera su tesoro más preciado. Atrapando su corazón que escapaba de su pecho en un suspiro.

Sus labios fueron moviéndose por su mejilla hasta el lóbulo de su oreja, que mordió ligeramente. Enviando escalofríos a lo largo de su cuerpo.

- Gracias por salvarme… -, susurró Francisca.

Raimundo enmarcó su rostro. - El amor nos ha salvado a los dos, mi ángel -, declaró antes de fundirse una vez más con ella.

La vida podía seguir su curso. Ellos ya estaban construyendo su propio mundo.

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