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viernes, 20 de noviembre de 2015

SECUESTRADA (Parte 5)



Tras tantos días de dudas, preocupaciones y zozobras, volvía a estrechar entre sus brazos a Francisca. A su gran y único amor. En ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera besarla, cuidarla y amarla eternamente. Sin embargo, aún no estaban a salvo. Ayala y sus hombres volverían en cualquier momento. Sería un suicidio para ambos si permanecían un minuto más allí.

Con un esfuerzo considerable, abandonó sus labios, pero no dejó de rozar su rostro.

- Francisca, hemos de irnos, pequeña mía… -, murmuró junto a su sien. - ¿Eres capaz de mantenerte en pie? -.

Ella simplemente le miró y asintió con la cabeza. En sus ojos, un extraño brillo captó la atención de Raimundo y se estremeció por ello. Sin embargo, no se detuvo a pensarlo y la ayudó a ponerse en pie, admirando la entereza y los arrestos que mostraba, aguantando el dolor que la atravesaba el cuerpo sin emitir un solo quejido. Con cuidado, la acomodó junto a la pared y comenzó a quitarse el abrigo para poder cubrirla con él. La noche era fría y aún tardarían un buen trecho en llegar a un lugar seguro.

Ella se limitaba a observarle en silencio. Con el recuerdo reciente de sus labios sobre los suyos. Con su declaración de amor. Pero también con una sola pregunta inundándole la mente.

- ¿Por qué, Raimundo? -.

Detuvo sus movimientos y se vio incapaz de mirarle a los ojos. Temida pregunta que al fin había salido a la luz. Y aunque esperada, tenía la esperanza de que ésta se hubiese producido en otro momento. En otro lugar. Quizá cuando él tuviese una buena explicación que darle y que justificara su errado comportamiento.

- Francisca… -.

- Solo la verdad, Raimundo. Basta ya de mentiras, de engaños… -. Se tragó las lágrimas para poder continuar. - Reconoce que jugaste conmigo, que me embaucaste solo por mi dinero. Que nunca sentiste algo por mí -.

Puede que hubiese mentido en infinidad de aspectos, pero no en ese. Desde que sus ojos se posaron por primera vez en Francisca, jamás… jamás había dejado de amarla.

- Sé que te he hecho daño. Y que es probable que ahora mismo te veas incapaz de confiar en mí…-. Avanzó hacia ella. - Pero te suplico que no dudes de mi amor por ti -.

Francisca sonrió incrédula. - Tengo pruebas suficientes como para no creerlo… -. Le dolía mirarle a los ojos, buscando en ellos la verdad. - Me entregué a ti, Raimundo. Estaba dispuesta a cualquier cosa porque fueras feliz… -. Agachó la cabeza, aunque siguió hablando. - Si es cierto que me amas, hace que todo sea más doloroso, pues no fuiste capaz de confiar en mí y contarme lo que pasaba -.

Le escuchó suspirar y sintió la calidez de su cuerpo a escasos centímetros de ella. ¿Qué podía decirle él que justificara todo lo que había sucedido? Y sobre todo, ¿estaba dispuesta a creerle? A lo largo de todos estos días de cautiverio había tenido tiempo de pensar largo y tendido sobre su modo de proceder durante toda su vida. Nunca había sido feliz, pues su felicidad se marchó con Raimundo hacía ya demasiados años. Pero él había vuelto. Había logrado derribar sus defensas y volver a alcanzar su corazón. A dar luz a su vida. Y por momentos le pareció que él había sido sincero. Hubo gestos, acciones, miradas… que son imposibles de fingir.

Raimundo sabía que estaba debatiéndose entre creerle y no hacerlo. Y puede que necesitara mucho tiempo hasta que lograra ganarse de nuevo su confianza, pero no cejaría en su empeño por conseguirlo. Si algo había aprendido de toda esta tragedia es que nunca más volvería a traicionar sus sentimientos. Y su deseo era permanecer junto a ella, el amor de su vida, hasta el final de sus días.

- No tuve elección, Francisca…-, susurró. - Es mi hijo… -. Deslizó la mirada por su rostro mientras con una mano la tomaba por el mentón, obligándola a que le mirase. - Pero créeme si te digo que te amo. Que eres mi vida entera…-. Trazó con el pulgar su labio inferior. - Sin ti no soy nada, pequeña. Déjame cuidarte. Permíteme curar todas tus heridas. Quiero amarte y no consentir que vuelvas a sufrir -.

- Ojalá pudiera creerte, Raimundo -. Aun así, se permitió ceder a sus caricias. ¡Las necesitaba más que nunca! Aunque en su interior existiera el resquicio de la duda.

Él se acercó hasta su rostro y reposó su frente contra la suya. Sentir de nuevo el contacto de su piel después del temor que había padecido por su bienestar, llenaba de calidez su corazón.

- Ahora hemos de irnos, amor -, musitó. - Tendremos tiempo de hablar de todo esto cuando estés repuesta, si es que me lo permites… -.

Francisca pensó en Sebastián. Aún no había tenido tiempo de referirle que éste había muerto. ¿Cómo revelar a un padre que su hijo ha sido asesinado por unos malhechores después de todo el sacrificio vivido? Aquello sería un nuevo punto que se interpondría entre ellos. Su relación, si es que aún podía permitirse pensar en ella como tal, nunca volvería a ser igual pues el dolor que iba suponer para Raimundo conocer el triste destino de Sebastián lo cambiaría para siempre.  Al menos ella había podido salvar a Tristán. O eso es lo que creía.

Raimundo deslizó un brazo en torno a su cadera para servirle de apoyo y salir inmediatamente de aquel lugar antes de ser descubiertos.

- He de referirte algo… -, comenzó a decirle. Puede que la mejor forma de revelar la verdad fuera soltarlo sin tapujos. Tragó saliva. -…es acerca de… ¡Sebastián! -. Pronunció el nombre del joven con absoluto asombro.

Su rostro había mudado de la angustia inicial a la absoluta incredulidad. Raimundo la miró sin entender, hasta que el sonido de una pistola cargándose detrás de él captó su atención. Lentamente y tratando de cubrir con su propio cuerpo el de Francisca, se fue girando hasta encararse con quien fuera que los estaba apuntando.

2 comentarios:

  1. No!!! Maldito maldito maldito! Como ose hacerle algo a Francisca o Raimundo, le mato ...

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