- Las cosas no están saliendo como esperábamos, Sebastián -.
Ayala permanecía de pie junto al joven, que se arrancaba furioso la venda que
cubría su mano. - Esa mujer es más dura de pelar de lo que creímos en un
principio. Es… realmente admirable -.
Sebastián le miró con una sonrisa burlona en los labios. -
No me digas que te prendaste de ella… -. Sus palabras estaban cargadas de
ironía. - La aborrezco. La odio con todas mis fuerzas, desde siempre -. Estaba
alterado. Visiblemente furioso, pues sus planes se estaban torciendo demasiado.
- Debería saber ya que esa condenada mujer no siente compasión por nada ni por
nadie... -.
De pronto cesó su perorata y
frunció el ceño pensativo. Su gesto torcido, se fue tornando en una burlona
sonrisa que sorprendió a Ayala.
- ¿Qué tramas, Sebastián? ¿En qué
estás pensando? -.
El joven le miró posando una de
sus manos sobre el hombro de su socio. - Tal vez la Señora sí cambie de opinión
cuando le relate todo lo que le puede ocurrir a alguien importante para ella…
-.
Ayala sintió que se le helaba la
sangre ante la mirada vidriosa y burlona de Sebastián. Debería andarse con pies
de plomo y no confiar demasiado en él. Lo mejor sería guardarse las espaldas y
no provocarle demasiado. Había podido comprobar la ambición desmedida de aquel
joven y de todo lo que estaba dispuesto a hacer con tal de llenar sus
bolsillos. Costara lo que costase. Aunque para ello tuviera que mancharse las
manos de sangre.
………………….
Raimundo
Acude solo al puente angosto dentro de dos días al caer la tarde. Junto
a una de las piedras del recodo, encontrarás una pequeña saca. Escóndela bajo
tu abrigo y acude al Pinar de la Miel de inmediato. No hables con nadie ni comuniques
tu paradero.
Mi vida, está en juego.
Francisca
P.D. En los ecos del órgano, o en el rumor del viento, en el fulgor de
un astro o en la gota de lluvia… te adivinaba en todo. Y en todo, te buscaba…
Dejó caer la pluma que Ayala le
había entregado para que escribiese palabra por palabra aquello que él
previamente le había dictado. Con anterioridad, había manuscrito una misiva a
sus abogados solicitándoles la cantidad requerida y las condiciones de entrega.
Tanto Ayala como ella sabían que éstos no harían preguntas y se limitarían a
obedecer.
Se había visto obligada a
claudicar después de las últimas novedades. Habían asesinado a Sebastián y
aunque ella estaba dispuesta a morir, no podría soportar que hicieran daño a
Tristán, su hijo. Sus manos temblaron al recordar cómo minutos antes habían
sido capaces de amenazarla con matarle si persistía en su empeño de no
colaborar.
Jamás permitiría que su hijo
sufriera el menor rasguño. Aunque para ello tuviera que perder gran parte de su
fortuna.
Observó de soslayo a Ayala, pues
se había permitido la licencia de añadir unas líneas más en la nota dirigida a
Raimundo. En lo más hondo de su corazón tenía la sospecha de que no saldría con
vida de toda aquella situación y ansiaba hacerle conocedor de todos los sentimientos
que albergaba en su interior. A pesar de su traición, no podía odiarle. Por más
que lo intentara, por más que se empeñara en arrancarlo para siempre de su
alma…
Aquella nota pretendía ser
también una despedida.
Ayala bufó con desprecio antes de
mirarla. - Me va a emocionar, Francisca… pero ya le dije que no debía confiar
en él -. Se fue acercando muy lentamente hacia ella hasta que la acorraló entre
la columna y su cuerpo. - Además usted se merece un hombre mejor… con carácter…
-.
Le sostuvo la mirada a pesar de
que por dentro, la rabia se estuviera apoderando de ella. - ¿No me diga? -,
respondió. - Y por supuesto, usted es ese hombre, ¿no es cierto? -.
Ayala fue subiendo una de sus
manos por su pierna hasta reposarla en la cintura.
- Veo que vamos entendiéndonos,
Francisca… Estoy seguro de que cuando todo esto acabe, usted y yo podemos
pasarlo muy bien… -.
Francisca le miró fijamente. Sus
ojos centelleaban de furia.
- Cuando todo esto acabe seré yo la que disfrute
mientras usted es ajusticiado en la plaza del pueblo. No le quepa duda que
estaré en primera fila -.
Ayala la tomó por el mentón y la
besó de manera lasciva.
- No le conviene provocarme.
Recuérdelo -. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la escalera, dispuesto
a marcharse. - Muchachos, no sean muy duros con ella… -.
Fue retrocediendo muy despacio
hasta que topó con la pared. No tenía ninguna escapatoria. Su último
pensamiento fue Raimundo antes de perder la consciencia con la primera
bofetada.
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