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martes, 3 de noviembre de 2015

TE QUIERO TANTO... (Parte 1)

Aferraba con fuerza su pequeño bolso, que reposaba descuidadamente sobre sus rodillas. Permanecía con la cabeza erguida, queriendo demostrar que aquello no le perturbaba. Que no le hacía temblar por dentro imaginando lo que todos estaban pensando. Fácil de adivinar si se observaba sus rostros contrariados y sus miradas de soslayo.


Raimundo le había pedido dar un paso más en su relación. Sonrió de manera imperceptible al escuchar en su mente la palabra “relación”. Hacía apenas unas semanas todo esto le hubiese parecido un sueño difícil de alcanzar. Raimundo estaba lejos, muy lejos de ella. Y se había pasado dieciséis años extrañándole. Echándole de menos cada vez que cerraba la puerta de su alcoba y se perdía en la soledad de unas sábanas blancas ausentes de él. Y sin embargo ahora… todo era completamente diferente. Él estaba de regreso. Le había declarado su amor y ella se había permitido de nuevo soñar con un futuro a su lado.

Estaba aterrada no obstante. Se había pasado toda la vida ocultando un corazón y unos sentimientos que hasta llegó a creer que no poseía. ¿Cómo luchar contra eso? No era tarea fácil derribar el muro de protección que se había forjado a lo largo de demasiados años a base de rencor y miedo. Rencor hacia quien creía causante de una vida plagada de desdichas. Miedo por seguir amándole a pesar de ello.

Pero la fuerza arrolladora con la que Raimundo había irrumpido de nuevo en su vida, había logrado resquebrajarlo de tal manera, que allí estaba ella. Dispuesta a arriesgarse. A amar y a dejarse amar.

Más él no se encontraba presente en la posada cuando había ido a buscarle. Sentía ganas de reír al recordar la cara de incredulidad de su hija Emilia y el rostro lleno de estupor de Alfonso, su yerno. Había decidido sin embargo esperarlo allí, sentada en una de las mesas de la recepción de la posada. En silencio. Esquivando la mirada curiosa del joven.

¿Qué hacía allí? Las dudas comenzaron a embargarle. Tal vez se había precipitado y no estaba preparada para dar un paso más. ¿Por qué no llegaba Raimundo? Dirigió su mirada por milésima vez hasta la entrada, esperando que su figura se dibujara a lo lejos encaminándose por fin hasta ella y librándole del mar de recelos que ahora mismo la acuciaban. Pero no era así. Él no llegaba y ella comenzó a llenarse de miedos. Lo mejor y más sensato sería marcharse de allí enseguida.

Se puso en pie tan bruscamente que casi derriba la silla. Alfonso levantó la vista del libro de cuentas y la miró.

- ¿Es que se marcha ya Doña Francisca? -.

Su tono no podía revelar más que alivio con aquella decisión. A pesar de tratar de ser respetuosos el uno con el otro por el bien de María, su ahijada e hija a su vez de Alfonso, era más que evidente que su relación era tensa. Educadamente tensa.

- Resulta que tengo mil asuntos que atender y no puedo estar toda la mañana aquí -. Se acercó hasta el mostrador. - Te ruego que cuando llegue Raimundo… -, suavizó extremadamente su tono de voz. -… dile que estuve esperándole, y que… -. Se quedó en silencio. Pensativa.

- Y que… -, repitió Alfonso, animándole a proseguir. - ¿Desea que le diga algo más a mi suegro? -.

La impetuosidad de él le hizo callar. - No, nada más que estuve aquí -.

- Será mejor que todo lo demás que tenga que decir, me lo diga a mí mismo -.

Tensó su espalda mientras miles de sensaciones revolotearon a través de ella penetrando en todos y cada uno de sus sentidos. Su voz siempre conseguía estremecerla aunque durante años hubiese estado cargada de reproches. No se volvió hacia él. Se apoyó sobre el mostrador queriendo lograr algo de apoyo, buscando las fuerzas que había perdido paulatinamente mientras le esperaba. Su respiración se tornó dificultosa cuando sintió el calor que emanaba su cuerpo tras ella.

- Alfonso, creo que Emilia te andaba buscando en la taberna -.

Él frunció el ceño. - ¿Emilia? Pero si ella estaba… -.

- Alfonso… -. Le apremió. - Desaparece. Por favor -.

Durante breves instantes se sintió algo incómodo por haber hablado así a su yerno. Tantos como tardó éste en salir por la puerta que comunicaba con la taberna. Su premura se debía a las ganas que tenía de estar a solas por fin con Francisca. Su corazón se había detenido en el mismo momento en que había divisado su presencia desde la plaza.

Había salido temprano aquella mañana después de resultar totalmente infructuosos sus intentos por conciliar el sueño. Francisca estaba continuamente en sus pensamientos y temía haber tensado demasiado la cuerda al presionarla de aquella manera. La había soñado y anhelado durante años. Sin embargo desde que tomó la decisión de no dejar pasar más tiempo sin estar a su lado, las ansias de poseer su alma y su cuerpo nuevamente se habían adueñado de su ser hasta casi enloquecerlo. 

La observó enamorado. No había variado su posición. Seguía con las manos apoyadas en el mostrador. Tan solo el ligero temblor que recorría su cuerpo, delataba su estado. Frágil… Dulce… Estaba tan bella y él deseaba tanto amarla…

- Me sorprende encontrarte aquí, Francisca -. Murmuró en voz tan sumamente baja y delicada que advirtió cómo la piel de su nuca se estremecía. Sonrió al comprobar que él no era el único que temblaba.

- ¿De verdad te sorprende, Raimundo? -, le respondió ella tras unos segundos en silencio. - Me pediste que diera un paso al frente. Que no temiera que los demás hablaran acerca de nosotros… -.

Desvió la mirada hacia las manos de Raimundo, de pronto apoyadas a ambos lados de ella en el mostrador de la recepción de la posada. Rodeándola hasta casi hacerla desaparecer entre sus brazos. Cerró los ojos cuando su cálido aliento le golpeó en el cuello.

- ¿Estás dispuesta a arriesgarte conmigo, amor? -. Tuvo que aferrar con fuerza la madera para que sus manos no saltaran feroces hacia ella. - ¿Estás dispuesta a reconocer que me amas tanto como yo te amo a ti, pequeña? -.

El ritmo de su respiración se aceleró ante el tono susurrante de su voz. Estaban tan sumamente cerca que el pecho de Raimundo ya rozaba su espalda. Hasta podía escuchar los latidos de su corazón. O tal vez eran los suyos propios. Se sentía tan mareada que parecía que flotaba.

- Dime que me amas -, musitó en un susurro antes de rozar su nuca con los labios. - Dímelo, pequeña… -.

- Raimundo… -. Gimió ella. - Detente te lo suplico… -.

- Llevo demasiados años deteniéndome, amor… -, movió sus manos hasta cubrir con ellas las de Francisca. - No me pidas que controle lo que siento por ti -.

Enterró los labios en su pelo adorando la fragilidad de su cuerpo, que se estremecía con cada caricia de sus labios. Estaba tan deseoso de ella que le costaba controlar su ardor. Su irrefrenable pasión por ella. Muy lentamente la fue girando hasta que quedaron frente a frente.

Francisca seguía con los ojos cerrados y la cabeza agachada, incapaz de enfrentarse a su mirada. Para ella suponía un shock enfrentarse abiertamente a sus sentimientos. Y no sabía si aún estaba preparada para ello. Se debatía entre salir corriendo de allí o quedarse para siempre a su lado.

- Mírame amor mío… -. Había subido su mano hasta rozar su mejilla. Abrió muy despacio los ojos, temerosa de perderse en los de Raimundo. - Te quiero Francisca -.

Rozó sus labios con tanta ternura como disponía en ese momento. La que ella le provocaba. Quiso saltar de júbilo cuando ella, temerosa, acarició su rostro con la yema de los dedos. Cuando le comenzó a devolver aquel tímido beso que pronto se le antojó insuficiente. Apretó su cuerpo contra el de Francisca queriendo hacer el beso mucho más intenso y profundo. Y no sintió cómo ella se tensaba en sus brazos, ni cómo intentaba zafarse de él hasta que sus lágrimas mojaron sus labios.

- Francisca, mi amor… -.

Pero ella salía ya apresurada por la puerta, sin volver la vista atrás.

2 comentarios:

  1. Como lo dejas así? Ay Dios mio, se me ha parado el corazon! Sigue en cuanto puedas, este relato promete muchisimo!
    Como encuentras todas las ideas por las historias? Cada vez me sorprendo mas!

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    1. muchas gracias!! Las ideas surgen facilmente, me alegro que te guste leer mis historias

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