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miércoles, 18 de noviembre de 2015

SECUESTRADA (Parte 4)



Aguardaba agazapado entre la maleza. Con la mirada clavada en una de las ventanas del viejo chozo a través de la cual parpadeaba la tenue luz de una vela. Esperaba sin embargo alguna señal de movimiento antes de internarse en él. Era mucho lo que se jugaba y debía mantener la mente fría si no quería estropearlo todo ahora que estaba tan cerca.

Su desesperación crecía mientras los minutos pasaban lentamente, hasta que varios hombres salieron por la puerta. Era incapaz de reconocer a ninguno de ellos. La noche era cerrada y sumado a la distancia a la que se encontraba le imposibilitaba tal acción. Lo que sí pudo distinguir fue el sonido de sus voces alejándose cada vez más. Era el momento de entrar en acción.

Avanzó agachado, procurando no emitir el menor ruido para no captar su atención y ser descubierto. Llegó hasta la puerta, girando el pomo con mucho cuidado. Suspiró aliviado cuando ésta cedió al instante. Estaba muy oscuro, así que procuró moverse pegado a la pared para no tropezar.

Mientras bajaba lentamente las escaleras la luz de la vela comenzaba a inundar la estancia, descubriéndole un lugar lúgubre y húmedo que le causó escalofríos. Avistó un cuerpo acurrucado junto a la pared. El corazón le dio un vuelco en el pecho y casi perdió hasta la respiración.

- Francisca… -, susurró. - Francisca… -.

Sumida en un pozo de oscuridad en el que nunca más pensó que volvería a caer. Incapaz de abrir los ojos o moverse. Su cuerpo apaleado, protestaba con cada insignificante movimiento. Rezó porque aquellos desalmados acabaran de una buena vez con su vida. ¿Cómo podía Raimundo haberla inmiscuido en ese infierno? Cada golpe, cada bofetada dolía mucho más que las que recibió años atrás a manos de Salvador Castro.

Llegó un momento en que dejó de gritar mientras la golpeaban. ¿De qué serviría? Allí nadie ajeno a ellos podía escuchar sus súplicas. Y cuánto más sollozaba, más saña aplicaban contra ella. Aprendió a callar. A no retar. Aunque por dentro deseara matarlos con sus propias manos.

Fueron minutos que a ella le parecieron horas. En su boca, el sabor metálico de la sangre traía a su memoria recuerdos demasiado frescos a pesar de los años. Después, cayó en un profundo letargo. Agradeció haber perdido la consciencia a los pocos minutos. Cuando abrió los ojos de nuevo, la realidad le golpeó de lleno. No había sido una pesadilla, como aquellas que la acechaban con más frecuencia de la que le gustaría.

Se arrastró como buenamente pudo hasta que alcanzó la pared. En ella descansó su cuerpo dolorido mientras lágrimas de impotencia se deslizaban por sus mejillas. Anhelaba despertar de aquel horror y regresar a su casa, con los suyos. Deseaba que Raimundo la acunara entre sus brazos mientras le susurraba que todo había sido un mal sueño. Que nunca la había traicionado y que siempre permanecería a su lado. Cuidándola y protegiéndola de todo mal.

Quizá estuviera engañándose a sí misma. Estaba sola y moriría sola. Allí, en ese oscuro y maloliente chozo que se convertiría en su tumba.

¡Estaba tan cansada…! Sus párpados le pesaban demasiado y fueron cerrándose poco a poco. Podía disfrutar de algo de paz ahora que sus captores habían dejado de divertirse con ella. Trató de inhalar una bocanada de aire, más un pinchazo de dolor en el pecho le cortó hasta la respiración.

Todo estaba acabado. Pronto llegaría su fin.

Escuchó cómo la puerta del chozo se abría de nuevo. Quiso sollozar pero ni siquiera pudo hacerlo. No tenía fuerzas. Y aquellos desgraciados venían a por más. Sus labios se movieron con dificultad. Sin voz. En una triste y amarga despedida.

- Adiós Raimundo… adiós mi amor… -.

Permaneció inerte. Esperando. Fue su nombre lo que escuchó. Y creyó estar presa del más dulce de los sueños.

- ¿Rai…? ¿Raimundo? -. Apenas un hilo de voz escapaba de sus labios.

De pronto unos brazos, cálidos y fuertes la sostuvieron. Unos labios de sobra conocidos, le llenaron de amor y ternura. Una voz… su voz… le dio vida. Y sus ojos se abrieron para rencontrarse en los suyos.

- Mi… amor… Viniste por mí… -.

No podía creer lo que veían sus ojos. Francisca, su pequeña… Sintió la rabia y la impotencia nacer en su pecho cuando su sangre empañó su camisa. Sus peores temores habían cobrado vida en ella. ¡Iba a matar a esos desgraciados en cuanto tuviera la oportunidad de cruzarse con ellos!

- Mi ángel, estoy aquí…contigo… -. Deslizó los labios por todo su rostro en una lluvia infinita de besos suaves y breves.

- No me dejes, por favor… No me dejes con ellos… -. Suplicó ella.

- No te dejaré, tesoro mío. Todo ha terminado ¿me oyes? Voy a sacarte de aquí -.

La salvaría. Aunque fuera lo último que hiciera en su vida. La sacaría de aquel horrible agujero y después pasaría el resto de sus días tratando de hacerla feliz y de ganarse su perdón. A pesar de que él no pudiera perdonarse nunca lo que le había hecho.

Sintió su mano acariciando con dificultad su mejilla por encima de la barba. Se estremeció como un muchacho cuando sus dedos alcanzaron sus labios.

- Bésame… -. Le pidió. - Bésame por última vez, amor mío -.

Descendió sobre su boca muy lentamente. Besando con sublime delicadez la comisura de sus labios. Acarició con la yema de sus dedos cada herida de su rostro, maldiciendo en su interior y haciendo suyo el dolor de ella. Quiso ser tierno. Delicado. Pero las caricias de Francisca sobre su cuello le instaban a todo lo contrario.

Poseyó sus labios sin ninguna restricción. Tratando de controlar una pasión desmedida por ella. Descargando en un beso arrollador toda la frustración, el miedo y la incertidumbre vivida. Y por encima de ellas, la culpa que había habitado en él durante los largos y tortuosos días que habían transcurrido desde que Francisca desapareció. Terminó por enmarcar su rostro, mientras su boca descendía por su cuello en cálidos y breves besos que arrancaron un sinfín de gemidos de la garganta de ella.

- Te quiero… -. Murmuró. - Te quiero -.

4 comentarios:

  1. Gracias Ruth por traernos recuerdos de tiempos en los que todavía teníamos ilusiones raipaquistas

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  2. He disfrutado del momento como si estuviera sentada en la primera fila de un teatro. Muchas gracias Ruth.

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