Se dibujó en su rostro una
sonrisa sin haber abierto todavía los ojos. ¿Qué perdía por permanecer así unos
segundos más? Por primera vez en su vida era feliz. Tanto, que todo parecía
formar parte de un sueño que jamás se permitió tener. Puede que tal vez sí lo
hiciera en su juventud, pero el tiempo se encargó de arrebatarle las ilusiones,
incluso las ganas de vivir.
Quién iba a decirle que por un
golpe del destino, de ese mismo que le había arrebatado todo, volvería a tener
el mundo a sus pies. Lo que siempre deseó realmente. A él.
No se resistió a continuar
durante más tiempo con los ojos cerrados. Ladeó su cabeza muy lentamente al
tiempo que sus párpados se abrían hasta fijar la vista en la causa de su
felicidad. Raimundo dormía tan plácidamente a su lado que se contentó con poder
mirarle en silencio. Ansiaba aprender de nuevo su cuerpo, cada rasgo que
marcaba su piel… El rubor tiñó sus mejillas al rememorar la noche que habían
compartido. A su edad… Se aguantó las ganas de reír. Ambos se habían
descubierto con una pasión tan arrebatadora como si de propios zagales se
tratara.
Probablemente el hecho de todo lo
que habían padecido a lo largo de sus vidas, les había hecho apreciar con más
vehemencia la verdadera riqueza que ahora poseían. Se tenían el uno al otro y
no necesitaban nada más.
- Buenos días, princesa -, le
susurró Raimundo mientras sus brazos la atraían. Y sus labios tomaban los
suyos.
- Buenos días, zalamero -, sonrió
cuando aquel beso comenzó a convertirse en breves roces de su boca. Disfrutando
cada uno de ellos como si del último se tratase.
- ¿Me estabas observando dormir o
han sido imaginaciones mías? -.
Francisca acarició su barba con
un suave toque de sus dedos mientras sus ojos, velados de amor, se negaban a
apartarse de los suyos.
- Que no crezca tu ego, Raimundo, pero sí. No puedo
negarlo -, trazó un sendero desde su mentón hasta su boca, recorriendo su
contorno. - Aún no puedo creer que estés aquí conmigo… que vayamos a casarnos…
-, suspiró. - Esto es una completa locura -.
- Loco estoy yo por ti -,
respondió Raimundo, besando sus labios con dulzura. - Francisca, locura es pasar junto a ti
cada día y no poder besarte, acariciarte… decirte que te amo… No has de estar
temerosa, mi cielo -.
- ¿Tú no lo estás? -, le
preguntó. - Quiero decir… será un cambio trascendental en nuestras vidas. Tal
vez sea eso lo que me verdaderamente me inquieta -, sonrió de medio lado. - Temo llegar a
depender tanto de ti, de tu amor, que no pueda vivir si te pierdo de nuevo -.
- ¿Y por qué ibas a perderme? -, le preguntó. -
Esta vez, no -, afirmó con rotundidad. - No sé hasta qué punto puedas
considerar la palabra de un pobre viejo que vive y respira solo por amarte…
pero te juro que voy a estar junto a ti cada día, cada hora, cada minuto que me
quede de aliento… -. Exhaló un suspiro. - ¿Miedo? Estando a tu lado no tengo
miedo de nada, amor mío -
………………….
Observó su imagen reflejada en el
espejo que había al fondo de su alcoba. Con la emoción todavía bañando sus
ojos, acarició con la yema de los dedos el suave satén de su vestido blanco
mientras a su mente acudían las imágenes de sus esponsales con Raimundo.
Estaba desposada con el hombre
que amaba. Que siempre había amado desde que tenía uso de razón. Ni siquiera
sabía si era merecedora de tanta dicha…
Cerró un instante los ojos, queriendo
preservar en su memoria tantos momentos de dicha como estaba viviendo desde que
Raimundo atrancó su puerta y les obligó a sincerarse de una vez por todas.
¡Cuántos sinsabores habrían evitado de haber sido sinceros el uno con el otro
desde el principio…! Si ese orgullo desmedido del que ambos habían hecho gala a
lo largo de los años no hubiese dictado cada renglón que escribía su historia…
Sintió de pronto el calor de su
cuerpo tras ella, y sin embargo, no abrió los ojos. Simplemente, sonrió. Permitió
que se acercara y que le rodeara con sus brazos antes de abrirlos y cruzar su
mirada con la suya a través del espejo. Apoyó la cabeza en su hombro y se dejó
embriagar por su aroma, por su calidez…
- Señora Ulloa, está usted
preciosa -, murmuró besando su cuello a continuación.
- ¿Se puede morir de felicidad?
-, preguntó de pronto. Ladeando su cabeza para seguir disfrutando de sus labios
sobre ella. - Jamás en mi vida pude imaginar tanta dicha, Raimundo -. Se dio
media vuelta lentamente, hasta que estuvieron frente a frente. - Te amo -, le
sonrió dulcemente. - Consigues hacerme soñar despierta con que solo me mires a
los ojos… -, sus manos comenzaron a reptar por su pecho, llegando a su nuca. -
Y todos esos sueños me llevan siempre hacia ti, amor -. Lamió con la punta de la
lengua sus labios, haciéndole temblar. - Te amo con un cuerpo que no piensa,
con un corazón que no razona… -. Acercó su cuerpo al de él tanto como le fue
posible. - Te amo, Raimundo Ulloa. Por siempre jamás -.
Se bebieron el uno al otro
mientras caminaron a tientas hacia la cama. Aquella misma que recogía entre los
pliegues de las sábanas, un amor capaz de sobrevivir al orgullo.
Esta es la prueba que nuestros sueños, por mas que se empeñen en destrozarlos, no seran destruidos nunca.
ResponderEliminarY claro, tambien hermosura pura :)
Muchísimas gracias, me alegro que te haya gustado
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