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jueves, 8 de octubre de 2015

ENVENÉNAME DE AMOR (Parte 3)

Los minutos avanzaban inexorablemente abocados a un fin que ninguno de los presentes deseaba asumir. Ella repartía su tiempo y sus cuidados entre aquellos dos hombres que copaban sus pensamientos y su corazón. Mauricio, el amigo, el leal capataz que nunca le había fallado. Y Raimundo, el hombre al que seguía amando por encima de todas las cosas.

Se apoyó en una de las columnas, oculta a la vista de todos. Fue entonces cuando dejó aflorar su desesperación. No podía perderlos, a ninguno de los dos.

- Esto tiene que ser una pesadilla... -, se dijo, mientras el aire parecía no querer llegar a sus pulmones. - Una absurda pesadilla de la que no consigo despertar -.

- Señora, ¿se encuentra bien? -. Alzó la mirada para encontrarse con la de una inquieta doncella. - Tal vez debería descansar al menos durante un rato, Doña Francisca... lleva dos días con sus noches en pie, sin despegarse de la cama de ninguno de ellos -.

Ella apartó la mirada algo confusa. No estaba acostumbrada a mostrar esa vulnerabilidad delante de nadie, mucho menos del servicio. Aunque a esa joven la conociese desde que andaba en pañales.

- ¿Se sabe algo de Gonzalo? -, preguntó simplemente, evitando contestar a la petición de la muchacha. Ella tan solo negó con la cabeza. Ninguna noticia habían recibido aún y el tiempo seguía corriendo en su contra. - Acércate a ver cómo sigue Mauricio. Yo volveré junto a Raimundo -, prosiguió, alejándose de ella. Pero deteniéndose un instante. - Por favor... -, añadió antes de acudir junto a su cama.

Nunca en la vida había tenido tanto miedo. No era la primera vez que alguno de los dos se veía en la tesitura de tener que ver cómo el otro podía perder la vida. Pero por fortuna o por azar habían conseguido sortearla y salir indemnes. Sin embargo, esta vez todo parecía ser diferente. Si nada ni nadie lo remediaba, la historia que ambos habían compartido terminaría para siempre.

- Viejo testarudo...-, se sentó al borde de la cama. - Me prometiste una vez que siempre estarías junto a mí -. Su mano se movía por su mejilla, llenándose de innumerables recuerdos, todos vividos a su lado. - ¿Piensas acaso romper tu promesa de nuevo? ¿Vas a dejarme sola una vez más? -.

- Siempre he estado junto a ti...-, le susurró él con voz pastosa, con patente esfuerzo. A pesar de que ella creyerse lo contrario, él la había escuchado. - De una u otra forma he estado a tu lado -. Cerró los ojos con fuerza al sentir que las tripas le ardían con fiereza.

- No hables, por lo que más quieras -, le pidió Francisca asustada, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Raimundo sonrió. - Hasta estando enfermo sigues dándome órdenes... condenada mujer... -, suspiró en medio de una leve sonrisa. - Al menos he podido verte antes de abandonar este mundo... -, musitó volviendo la cabeza hacia ella, abriendo nuevamente los ojos. Exhalando un profundo suspiro. - Siempre has sido mi vida entera, Francisca -, tragó saliva. Deteniéndose unos segundos para recuperar algo de resuello. - Mi único... amor... -.

- ¿Cómo tengo que decirte que cierres esa bocaza que tienes? -, le reprendió con una doliente sonrisa en los labios. - No quieras verme enojada, Raimundo -. Se inclinó hacia la pequeña palangana que había junto a la cama y humedeció un paño en ella. Procediendo a colocárselo sobre la frente con infinita ternura.

- No es tu enojo lo que deseo de ti en este instante Francisca -. Pegó un leve respingo al sentir el agua fría en su rostro.

- ¿Qué quieres decir? -, preguntó ella.

Raimundo suspiró. - Bésame... bésame una vez más, amor... Un último roce de tus labios con los míos... -.

Ella enmudeció ante aquella petición, más no tenía fuerzas ni ganas de negarse. Tomó su rostro entre las manos, acariciando su nariz contra la suya. Percibiendo el suave respirar de Raimundo contra su piel.

- Maldito seas siempre, Raimundo... consiguiendo de mí todo lo que quieres -, pronunció contra su boca antes de atrapar sus labios entre los suyos. Logrando detener el tiempo. Regresando por un instante a ese lugar, a ese momento. A esa vida en la que una vez ambos fueron felices.

Al romper el beso, apoyó su frente en la de él, sintiéndola ardiendo por la fiebre. Sabiendo que él había vuelto a sumergirse en el pozo de un profundo sueño. Una lágrima resbaló por su mejilla. Cada vez eran menos frecuentes los momentos de lucidez en Raimundo y en todos los enfermos en general.

- Te amo... -, confesó a sabiendas de que él no podía escucharla. - Te amo -.

..................

Se puso en pie con la intención de desentumecer las piernas. Raimundo aún no había despertado desde que se besaron hacía ya un par de horas. Aún podía sentir en los labios su sabor, su calidez. No podría seguir viviendo si le llegase a ocurrir algo.

Movió su mirada en derredor. Los enfermos seguían empeorando sin remedio, y ella se sintió asfixiada. Vacía y desolada ante el panorama que tenía ante sus ojos. Exhaló un suspiro de puro agotamiento mientras frotaba su nuca tratando de espabliarse. Observó a Mauricio al fondo del salón y decidió acercarse hasta él, pues parecía encontrarse despierto en ese mismo momento.

- Mi fiel Mauricio -, le sonrió cuando estuvo junto a él. - ¿Cómo te sientes? -. El capataz quiso incorporarse, más ella se lo impidió. - ¿Dónde te crees que vas, mastuerzo? -.

- Siento mucho verme en estas, Señora. Sobre todo cuando más me necesita... En su derecho estaría si decidiera darme la patada por mi falta -.

- Pero ¿qué diablos estás diciendo insensato? ¿Me crees capaz de que...? -. Se interrumpío al escuchar un intenso vocerío en el salón.

- ¡Gracias al cielo, Gonzalo!

María se había lanzado a los brazos del muchacho, que acuciaba un terrible cansancio en su rostro. - ¿Cómo estás? -, prosiguió. - ¿Has conseguido dar con el antídoto? -. La joven lanzaba incesante preguntas al aire de las que todos deseaban conocer la respuesta.

Gonzalo se apartó de María el tiempo suficiente para extraer con sumo cuidado del bolsillo de su chaqueta, un pequeño botecito que contenía un líquido de color verdoso. - Lo he conseguido por los pelos, María -. Le entregó el frasco. - Aquí solo hay una pequeña cantidad de antídoto, pero contamos con todos los ingredientes necesarios para crear el preparado que sanará a toda esta gente -.

Francisca suspiró aliviada llevándose una mano al pecho. Ojalá todavía no fuese demasiado tarde para salvar la vida de Raimundo y de Mauricio.

.......

Tan solo una hora después, los resultados del preparado comenzaban a dar sus frutos y la mejoría de todos aquellos que ya lo habían tomado, era patente. Incluso Mauricio parloteaba con ella con renovadas fuerzas. A lo largo de aquellos minutos, se había limitado a permanecer junto a su capataz, lanzando furtivas miradas al camastro donde se encontraba Raimundo. Ahora que él había despertado y que su aspecto era más presentable, se había apoderado de ella un miedo atroz a que él no recordase nada de lo que entre ellos había sucedido los días pasados.

- Creo que va siendo hora de regresar a la Casona, Mauricio -, anunció a su capataz escondiéndose a su vez de la mirada de Raimundo, que parecía estar buscando a alguien. - Nuestro tiempo aquí ha terminado -.

6 comentarios:

  1. Describes genial las escenas, es un placer leerte.

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  2. Cada día que leo tus líneas, mi imaginación vuela a la escena que plasman tus palabras. Te animo a que sigas escribiendo los capítulos de esta bella historia de amor verdadero .
    La escritura, el saber contar historias es un don que te a dado el cielo. Un abrazo gigantesco para ti.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus palabras, y te reitero mi alegría porque disfrutes tanto de este sitio

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  3. Me pregunto porqué no se les pegará a los guionistas un poquito de tu arte.

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