Sus ojos se mantenían fijos en la persona que tenía frente a él, sentada junto a su cama en una silla que había conocido tiempos mejores. Las manos sobre el regazo y la cabeza algo ladeada sobre el hombro. Su ceño, firmemente fruncido a pesar de encontrarse dormida. Inquieta, nerviosa. Ni siquiera en sueños parecía poder descansar.
- Se ha pasado toda la noche pegada a su cama, Raimundo -, susurró una de las muchachas que ejercía labores de enfermera, mientras se acercaba hasta ambos. - ¿Cómo se encuentra esta mañana? -, le preguntó mientras ponía su mano sobre la frente de él para tomarle la temperatura.
- Desconcertado -, respondió Raimundo.
- Me interesaba más en este momento por su salud -, sonrió la joven, aunque rápidamente la sonrisa se borró de su rostro. - Dios mío, Raimundo, está ardiendo en fiebre... -.
- ¿Qué hace ella aquí? -, le preguntó haciendo caso omiso a la preocupación de la joven. Ella exhaló un suspiro.
- Llegó anoche mismo con Mauricio, que también anda enfermo. Y al verle a usted aquí...-, miró a Francisca. - Se ha pasado toda la noche velándole, poniendo paños de agua fría para bajarle la fiebre. Ha debido caer rendida -.
Raimundo la miró. - ¿Ella me ha cuidado? -.
- Tenga, tome la medicina y no se esfuerce en hablar -, replicó la muchacha. - Guarde las fuerzas que le quedan -. Le obligó a tomar la medicación, pero Raimundo no era de los que se rendía facilmente.
- Contéstame -. Insistió.
- Mire que es usted testarudo... ¿pues no se lo he dicho ya? A todos nos ha sorprendido su actitud. Bueno, a todos excepto a María -, se corrigió. - Doña Francisca no acostumbra a tomarse estas molestias con nadie, a no ser que... En fin, usted ya me entiende -.
Raimundo cerró los ojos. Se sentía profundamente fatigado. - Creí que lo había soñado... -, murmuró. - Que todo lo que había sentido era fruto de mi delirio -.
- Descanse ahora, se lo ruego -. Estaba realmente preocupada por el estado del hombre. La fiebre no solo no había remitido, sino que se presentaba más elevada que el día anterior. - Si precisa algo de mí no dude en pedírmelo. Volveré en un rato para ver cómo sigue -.
Él asintió sin abrir los ojos. Cuando estuvo seguro de que volvía a estar a solas, los abrió con visible esfuerzo y miró a Francisca. Jamás en su vida la había visto más bella que en aquel preciso instante.
Ella se removió en la silla, emitiendo un silencioso quejido al sentir todos y cada uno de sus huesos molidos. Consiguió desperezarse, carraspeando incómoda al notar la mirada de Raimundo sobre ella.
- ¿Qué andas mirando? -, le preguntó con algo más de brusquedad de la que pretendía.
- A ti -, le respondió él con dulzura.
Francisca fingió no haberle escuchado, y se puso en pie acercándose hasta la cama. Poniendo la mano en su rostro. - Ardes en fiebre -, exclamó con un toque de temor en su voz.
- Y sin embargo, ahora que puedo sentir tu mano en mi mejilla, me siento mucho mejor -.
Francisca tragó saliva, y buscó con la mirada la presencia de alguno de los voluntarios que allí se habían dirigido con el fin de echar una mano. - Déjate de sandeces, Ulloa, he de ir por ayuda. Alguien ha de proporcionarte la medicación que necesitas -.
- Una de las muchachas ya lo hizo -, respondió. - Así que siéntate y quédate aquí conmigo... Permíteme seguir disfrutando de tu calor -.
Ella obedeció y se sentó al borde de la cama. - Ni te creas por un instante que estoy aquí por ti -, añadió sin embargo. - Mi presencia en el Jaral es totalmente accidental y completamente temporal -. Le miró de reojo, pues no tenía el valor de hacerlo de frente. Raimundo sonrió abiertamente. - ¿Por qué sonríes? Tan solo quiero que sepas que... -.
- Que no estás aquí por mí -, le interrumpió él volviendo a cerrar los ojos. - Lo sé... Como también sé que si te has pasado la noche cuidándome se debe únicamente a tu natural generoso, Francisca -. Ella apartó la mirada al saberse descubierta. - Siempre ha estado todo claro entre nosotros, aunque los dos hayamos fingido no verlo... -.
Su voz se iba apagando a medida que hablaba hasta quedar súbitamente en silencio. Francisca se asustó, creyendo por un momento que su estado había empeorado y corrió en busca de socorro. - ¡María! ¡María! -.
La joven apareció a su lado rápidamente y tras exponerle lo ocurrido, ambas se acercaron hasta Raimundo.
- Se ha quedado dormido, no se inquiete -, le informó María, que se había sentado en la cama junto a su abuelo. - Apenas les van quedando fuerzas para hacer frente a la enfermedad, y las fiebres siguen subiendo -. Escondió la cabeza entre las manos. - Si Gonzalo no llega pronto con el antídoto, no habrá enfermos que sanar... -.
Jamás había visto a su ahijada tan superada por las circunstancias. No podía culparla, pues ella misma se sentía de igual forma. A Raimundo se le escapaba la vida por momentos y a ella con él. Volvió su mirada hasta su capataz. Mauricio correría igual fortuna si aquel muchacho no regresaba pronto. Se acercó hasta María, poniéndole la mano sobre el hombro.
- Llegará a tiempo -. María la miró. - Tiene que hacerlo -.
La joven se incorporó, agradeciendo con la mirada la entereza que ella parecía haber perdido, al menos durante un breve instante. - He de seguir supervisando al resto de enfermos -. Se apartó apenas unos pasos de ellos, y sin volverse para mirarla, añadió. - Cuide de mi abuelo, se lo ruego -.
Francisca acercó la silla hasta el jergón y deslizó las yemas de los dedos por la descuidada barba. - ¿Cómo has podido hacerme esto, Raimundo? -, sollozó. - No te atrevas a dejarme. ¡No lo voy a consentir! -.
- Se ha pasado toda la noche pegada a su cama, Raimundo -, susurró una de las muchachas que ejercía labores de enfermera, mientras se acercaba hasta ambos. - ¿Cómo se encuentra esta mañana? -, le preguntó mientras ponía su mano sobre la frente de él para tomarle la temperatura.
- Desconcertado -, respondió Raimundo.
- Me interesaba más en este momento por su salud -, sonrió la joven, aunque rápidamente la sonrisa se borró de su rostro. - Dios mío, Raimundo, está ardiendo en fiebre... -.
- ¿Qué hace ella aquí? -, le preguntó haciendo caso omiso a la preocupación de la joven. Ella exhaló un suspiro.
- Llegó anoche mismo con Mauricio, que también anda enfermo. Y al verle a usted aquí...-, miró a Francisca. - Se ha pasado toda la noche velándole, poniendo paños de agua fría para bajarle la fiebre. Ha debido caer rendida -.
Raimundo la miró. - ¿Ella me ha cuidado? -.
- Tenga, tome la medicina y no se esfuerce en hablar -, replicó la muchacha. - Guarde las fuerzas que le quedan -. Le obligó a tomar la medicación, pero Raimundo no era de los que se rendía facilmente.
- Contéstame -. Insistió.
- Mire que es usted testarudo... ¿pues no se lo he dicho ya? A todos nos ha sorprendido su actitud. Bueno, a todos excepto a María -, se corrigió. - Doña Francisca no acostumbra a tomarse estas molestias con nadie, a no ser que... En fin, usted ya me entiende -.
Raimundo cerró los ojos. Se sentía profundamente fatigado. - Creí que lo había soñado... -, murmuró. - Que todo lo que había sentido era fruto de mi delirio -.
- Descanse ahora, se lo ruego -. Estaba realmente preocupada por el estado del hombre. La fiebre no solo no había remitido, sino que se presentaba más elevada que el día anterior. - Si precisa algo de mí no dude en pedírmelo. Volveré en un rato para ver cómo sigue -.
Él asintió sin abrir los ojos. Cuando estuvo seguro de que volvía a estar a solas, los abrió con visible esfuerzo y miró a Francisca. Jamás en su vida la había visto más bella que en aquel preciso instante.
Ella se removió en la silla, emitiendo un silencioso quejido al sentir todos y cada uno de sus huesos molidos. Consiguió desperezarse, carraspeando incómoda al notar la mirada de Raimundo sobre ella.
- ¿Qué andas mirando? -, le preguntó con algo más de brusquedad de la que pretendía.
- A ti -, le respondió él con dulzura.
Francisca fingió no haberle escuchado, y se puso en pie acercándose hasta la cama. Poniendo la mano en su rostro. - Ardes en fiebre -, exclamó con un toque de temor en su voz.
- Y sin embargo, ahora que puedo sentir tu mano en mi mejilla, me siento mucho mejor -.
Francisca tragó saliva, y buscó con la mirada la presencia de alguno de los voluntarios que allí se habían dirigido con el fin de echar una mano. - Déjate de sandeces, Ulloa, he de ir por ayuda. Alguien ha de proporcionarte la medicación que necesitas -.
- Una de las muchachas ya lo hizo -, respondió. - Así que siéntate y quédate aquí conmigo... Permíteme seguir disfrutando de tu calor -.
Ella obedeció y se sentó al borde de la cama. - Ni te creas por un instante que estoy aquí por ti -, añadió sin embargo. - Mi presencia en el Jaral es totalmente accidental y completamente temporal -. Le miró de reojo, pues no tenía el valor de hacerlo de frente. Raimundo sonrió abiertamente. - ¿Por qué sonríes? Tan solo quiero que sepas que... -.
- Que no estás aquí por mí -, le interrumpió él volviendo a cerrar los ojos. - Lo sé... Como también sé que si te has pasado la noche cuidándome se debe únicamente a tu natural generoso, Francisca -. Ella apartó la mirada al saberse descubierta. - Siempre ha estado todo claro entre nosotros, aunque los dos hayamos fingido no verlo... -.
Su voz se iba apagando a medida que hablaba hasta quedar súbitamente en silencio. Francisca se asustó, creyendo por un momento que su estado había empeorado y corrió en busca de socorro. - ¡María! ¡María! -.
La joven apareció a su lado rápidamente y tras exponerle lo ocurrido, ambas se acercaron hasta Raimundo.
- Se ha quedado dormido, no se inquiete -, le informó María, que se había sentado en la cama junto a su abuelo. - Apenas les van quedando fuerzas para hacer frente a la enfermedad, y las fiebres siguen subiendo -. Escondió la cabeza entre las manos. - Si Gonzalo no llega pronto con el antídoto, no habrá enfermos que sanar... -.
Jamás había visto a su ahijada tan superada por las circunstancias. No podía culparla, pues ella misma se sentía de igual forma. A Raimundo se le escapaba la vida por momentos y a ella con él. Volvió su mirada hasta su capataz. Mauricio correría igual fortuna si aquel muchacho no regresaba pronto. Se acercó hasta María, poniéndole la mano sobre el hombro.
- Llegará a tiempo -. María la miró. - Tiene que hacerlo -.
La joven se incorporó, agradeciendo con la mirada la entereza que ella parecía haber perdido, al menos durante un breve instante. - He de seguir supervisando al resto de enfermos -. Se apartó apenas unos pasos de ellos, y sin volverse para mirarla, añadió. - Cuide de mi abuelo, se lo ruego -.
Francisca acercó la silla hasta el jergón y deslizó las yemas de los dedos por la descuidada barba. - ¿Cómo has podido hacerme esto, Raimundo? -, sollozó. - No te atrevas a dejarme. ¡No lo voy a consentir! -.
Tus escritos son como bocanadas de aire fresco. ¡No dejes de alegrarnos con ellos!
ResponderEliminar¡Gracias! Aquí seguiremos
EliminarSin duda alguna no lo dejes de escribir . Leerlos son un relajo después de un día agitado...
ResponderEliminarMuchas gracias! Me alegro de que disfrutes de este rinconcito
EliminarSin duda alguna no lo dejes de escribir . Leerlos son un relajo después de un día agitado...
ResponderEliminarMe encantan!! Sigue pronto. Gracias!!!!!
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