No te esfuerces. Yo ya
lo perdí todo hace muchos años
Aquella frase taladraba sus sienes desde el mismo instante en
que las palabras habían salido por la boca de Francisca. ¿Perder? ¿Qué pudo
perder ella salvo el candor, la inocencia y bondad que la habían caracterizado?
¡Él sí lo había perdido todo! Y a sus manos. Por causa de esa misma persona que
juró amarle por encima de todas las cosas y que no dudó en despojarle de todo
lo que le pertenecía, nada más por despecho y orgullo herido.
Más, ¿por qué no podía evitar sentirse causante de ese dolor
que escondían sus palabras? ¿De ese trasfondo amargo y derrotista del que ella
nunca había hecho gala? Quizá estaba ya tan acostumbrado a la pose altiva y
soberbia de Francisca, que ese sentimiento de desamparo y desconsuelo que vio
en ella le sorprendió y dañó a partes iguales.
No podía quedarse con aquella desazón corroyéndole las
entrañas. Volvió su mirada a los muros de la Casona, que se alzaban imponentes
tras él. Y con firmeza y decisión, regresó sobre sus pasos para parlamentar de
nuevo con Francisca. Se había quedado demasiado preocupado con aquella
afirmación como para pasarla por alto y olvidarla.
………………………………………….
De nuevo sola tras otra enésima disputa con Raimundo. Peleas
que parecían no tener fin nunca y que cada vez le dejaban más tocada. Cada vez
más herida y agotada. Y las últimas palabras que le dedicó… Aquello se le había
escapado sin querer. No quería hacerle partícipe de cuán herida de muerte le
dejaba su continuo desprecio a lo largo de los años, y sin embargo, las
palabras salieron de sus labios antes de que tuviera las fuerzas suficientes
como para contenerlas.
Golpeó con fuerza el brazo de la butaca con el puño, al
tiempo que una lágrima descendía por su mejilla. Estaba cansada de sufrir, de
contenerse. De fingir que nada le afectaba, de que nada era capaz de herirla.
Todo tenía un límite y ella había sobrepasado el suyo con creces.
¿Es que nadie era capaz de verlo? ¿Tan poco afecto despertaba
en los demás, tan poco interés, que nadie reparaba en su dolor? Solo veían
aquello que deseaban ver. Su corazón ennegrecido y amargado por el rencor y el
odio. ¿Y debajo? Bajo todo aquello latía un corazón puro que ella había tratado
de esconder y que nadie se había molestado en buscar y rescatar.
¡Desgraciada vida la que le había tocado en suerte!
Prorrumpió en fuertes sollozos sin preocuparse si se
encontraba a solas o no. No pudo contenerlo. No quiso hacerlo en realidad. Solo
quería despertar de la pesadilla que era su vida para volver a ser lo que un
día fue. Para volver a tocar lo que un día tuvo. Escondió el rostro entre sus
manos y lloró amargamente.
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Raimundo se había quedado petrificado en mitad del recibidor
de la casona. Si algo esperaba encontrar cuando decidió volver, de seguro no
era lo que tenía frente a sí. Aquellos sollozos se estaban adentrando en él
como si millones de alfileres se estuviesen clavando en su pecho hasta hacerle
sangrar. Francisca lloraba desconsolada y él se supo inmediatamente causante de
aquel desconsuelo. La conocía demasiado bien. Quiso moverse. Ir hacia ella. Pero
¿qué podría decirle? ¿Que sentía todas y cada una de las cosas que le había
dicho a lo largo de los años? ¿Qué diferencia supondría? El abismo que los
separaba era tan tremendo que hasta a él mismo le asustaba. ¡Qué sencillo sería
acercarse a ella y borrar sus lágrimas con besos! Olvidar todo lo que había
sucedido entre ellos y amarse. Amarse una y otra vez, hasta que no les quedase
aliento.
Lastima que fuera él el único que seguía enamorado.
Se decidió al fin y comenzó a aproximarse a Francisca. En
esas estaba al menos cuando escuchó un ruido cerca de él. Alguien estaba a
punto de entrar por la puerta del jardín.
Tuvo el tiempo suficiente para esconderse tras la escalera.
………………………………………………………….
- Señora… -.
Una voz frente a ella le obligó a levantar la vista. Tenía
los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas. Tal era su dolor en ese momento
que no le importó que él la viera así.
- Mauricio, ¿qué…? ¿Qué haces aquí? -.
El capataz acababa de entrar apenas unos segundos atrás y
sintió que se le partía el corazón al encontrar a su Señora tan afligida. Por
eso se había permitido llegar hasta ella, sabiendo que no debía hacerlo si no
quería empeorar las cosas. A pesar de todo, el tono de voz empleado por
Francisca disipó cualquier atisbo de duda sobre su osadía.
No le respondió a su pregunta, sino que se arrodilló a su
lado con semblante preocupado.
- No llore, Señora... me duele verla llorar… -. Se quedó en
silencio, temeroso quizá de estar tomándose unas confianzas que no le
correspondían. - Ha sido por el Ulloa, ¿no es cierto? -.
Francisca no le respondió. Pero un nuevo torrente de lágrimas
al escuchar su nombre, inundó sus mejillas. Apartó la mirada pero no se
escondió. Mauricio conocía parte del dolor que encerraba su alma. Desde
Salvador. Desde siempre.
Él apretó su puño en el aire antes de atreverse a abrirlo y
acercarlo a la mejilla de ella. Para convertirlo en una tímida caricia.
- Hacía mucho tiempo que no la veía llorar -, musitó. - Desde
aquella vez que… -.
Silenció su discurso para no pronunciar el nombre de aquel
malnacido. Pero recordó aquella paliza que casi le cuesta la vida cuando se interpuso
entre él y la Señora. Francisca le había curado las heridas, agradeciéndole con
la mirada su acción. Nunca más volvieron a hablar de ello, hasta ese momento en
que él casi lo mencionó otra vez.
Francisca le miró nuevamente. Agradecida, como en aquella
ocasión. Ese hombre tosco y torpe estaba ahora a su lado igual que en ese
fatídico día. No podía pensar en nadie más leal que Mauricio. Por eso, sin ser
tal vez demasiado consciente de lo que hacía, se dejó caer sobre su mano,
aceptando la caricia. Una inocente muestra de afecto que necesitaba demasiado.
Mauricio se perdió en su mirada. Y lentamente, sin ningún
control sobre su cuerpo, se acercó hasta quedar apenas a unos milímetros de
ella.
- Francisca… -.
Susurró antes de rozar sus labios con los suyos. En un beso
tímido y respetuoso. Pero con una intención y un sentimiento guardado en su
interior durante demasiados años.
Francisca se sobresaltó ante aquel gesto, pero no se apartó.
Estaba demasiado necesitada de afecto y de cariño. Cerró los ojos, imaginando
que era Raimundo quien le brindaba su amor. Y en escasos segundos, se descubrió
devolviéndole el beso con igual timidez.
Unos metros más atrás, escondido, perplejo y con otro
sentimiento desgarrándole las entrañas y al que era incapaz de poner nombre,
Raimundo había asistido a aquel momento. Incapaz de creer que hubiera sucedido.
Es más, ¿cómo podía haber pasado algo así?
Tus relatos son un incanto .....he leido cada palabras que has escrito y me he quedado sin palabras , mi enhorabuena !!!! Sigue pronto !!!!
ResponderEliminar( perdona mi español , aún me falta mucho que aprender de vuestro idioma )
Me alegro muchísimo de que los disfrutes. ¡Mil gracias!
EliminarPrecioso <3 ... pero sorprendente al mismo tiempo!! Esto sí que no me lo esperaba.
ResponderEliminarEso es lo bueno...¡lo que no se espera! Gracias por tu comentario
EliminarWow. Sigue pronto, está muy interesante.
ResponderEliminar¡Gracias!
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