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martes, 28 de julio de 2015

LAS PASTILLAS DEL AMOR (Final)

Temblaba como una hoja bajo sus manos. Ni por asomo se trataba de la primera vez que compartirían aquella íntima unión, y sin embargo, se sentía igual de anhelante. Raimundo era capaz de despertar en ella sensaciones que jamás creyó que existirían. Aquella dulzura que desprendían sus gestos entremezclada con el deseo que podía advertir en sus ojos, le hacía sentir especial. Siempre había sido así, aunque aquella vez era diferente. Emanaba erotismo por cada poro de su piel, y solamente el tacto de sus manos acariciando su mejilla mientras la besaba, conseguía hacerle flaquear.

Apenas fue consciente de que ya habían llegado a su alcoba. Raimundo no había cejado en su empeño de prodigarle caricias enlazadas entre susurros, logrando incrementar su deseo por él hasta el delirio. Sintió el vacío que le causó su ausencia cuando apenas la soltó para cerrar la puerta. 

El corazón le latía desbocado en la boca mientras seguía con la mirada todos y cada uno de sus gestos. La meditada lentitud con la que comenzó a desabotonar su camisa. La intensidad de su mirada mientras dirigía sus pasos hacia ella. La calidez de su respiración resbalándole por el cuello.

- Raimundo, lo siento -, le dijo. - Nunca pretendí herirte. No es necesario que me demuestres nada, pues todo lo sé de ti -. Alzó su mano para enredar sus dedos entre su barba. - Sé lo mucho que me amas y deseas -.

Él atrapó entre sus labios uno de sus dedos cuando éste había comenzado a delinear su boca. Al tiempo, sus brazos se enlazaron en torno a su cintura, atrayéndola aún más hacia él. Francisca jadeó ante el contacto, y confirmó una vez más que jamás querría a nadie como quería a Raimundo.

- ¿Crees amor mío que esto es un castigo? -, le preguntó con suavidad. - No está en mi intención hacerlo...tan solo pretendo ofrecerte lo que ansías de mí y que últimamente no he podido darte...-, afirmó apartando la mirada.

- Por dios, Raimundo...-. Su voz sonaba afligida. No podía creer que por su estupidez, él se mostrara así de dolido. Se abrazó a su pecho con fuerza. - Mi amor, que esto ocurra porque ambos lo deseamos, y no porque te sientas obligado a demostrarme nada -.

- Francisca -. Raimundo enmarcó su rostro. - Te adoro... Te amo como no he amado a nadie en toda mi vida -. Rozó su mejilla con la nariz. - Te deseo. Solo a ti...¿acaso no puedes sentirlo? -.

Atrapó su boca en un beso tan devastador que Francisca perdió todo rasgo de cordura. Lo único que ambicionaba en ese instante era sentir a Raimundo lo más cerca posible. 

Él fue deslizando los dedos por sus costados, recorriendo el camino que le llevaba hasta sus manos. Atrapándolas entonces entre las suyas, rompiendo el beso al tiempo que esbozaba una sensual sonrisa. Francisca apenas pudo reaccionar cuando sintió la humedad de sus labios mordisqueando su cuello. Gimiendo de frustración por no poder estrecharle entre sus brazos.

Raimundo fue girando poco a poco hasta situarse tras ella. Escondiendo las manos entre su cabello, aspirando su aroma. Francisca cerró los ojos al percibir cómo él comenzaba a desabrochar el primer botón de su blusa, mientras le escuchaba entre susurros las mil y una maneras en que pensaba amarla. No le resultaba extraño que en el único lugar en que se encontraba como en casa, fuera entre sus brazos. Raimundo descubrió que los latidos de su corazón, se acompasaban con cada gemido que se escapaba de sus labios.

Su cuerpo estalló en llamas cuando al fin pudo contemplarla en su espléndida desnudez. La necesitaba con una desesperación que lo abrasaba por entero. Francisca se irguió, orgullosa de provocarle semejante deseo. El mismo que ella sentía por él.

- ¿Y tú? ¿No piensas desnudarte? -. Raimundo prosiguió en silencio, nada más mirándola. - ¿O es que esperas que yo lo haga como has hecho tú conmigo? -.

Él asintió mientras se esforzaba por respirar. - Me gustaría mucho que lo hicieras -.

Francisca sonrío mientras avanzaba hacia él, contoneando sus caderas. Segura de sí misma y del efecto que le causaba. Con lo que no contaba era con que Raimundo le salió al encuentro, atrapándole las manos y arrinconándola contra la columna. El frío de la piedra contrastaba con la calidez de su cuerpo contra el suyo.

- Lástima que hoy tenga otros planes para ti -.

Un leve rubor tiñó las mejillas de Francisca. Aquello sumado al brillo que desprendían sus ojos logró secarle la boca. No parecía real. Tenía  un aspecto licencioso y voluptuoso, como si estuviera recién salida de sus sueños.

Raimundo gimió al saborear sus labios, y todo su cuerpo clamó por aquella mujer que tenía delante. Su mujer. Tan distinta a todas las que cubrían la faz de la tierra. Completamente embriagado de ella, de su aroma, de su calor...escondió la cabeza en la suave curvatura que formaban sus pechos. Francisca enredo las manos en su cabello, mordiéndose el labio.

- Me encanta tu cuerpo -, musitó Raimundo. El corazón de Francisca dio un vuelco ante aquella declaración, unida además a esa media sonrisa tan genuina en él. 

De su garganta brotó un gemido cuando los labios de Raimundo regresaron para besarla con suavidad. Nunca nadie había convertido una experiencia en algo tan maravilloso con un simple beso. Solo él. Tan solo él.

Dio un respingo involuntario cuando su cálida mano se cerró en torno a su pecho, movida por el nerviosismo y la excitación, mientras un intenso placer le aguijoneaba las entrañas. Y le hacía desear mucho más de él. Casi gritó cuando sus labios sustituyeron el lugar que antes había ocupado su mano. Le apretó la cabeza contra el pecho mientras dejaba que su cabello se le escurriera entre los dedos y hacía acopio de su ya mermada voluntad para no caer desfallecida.

Suspiró de satisfacción cuando él la tomó entre sus brazos para depositarla con suavidad sobre la cama. Dejó que todas y cada una de las sensaciones que estaban despertándose en ella, le arrastraran hasta convertirla en una extensión más de Raimundo.

Él estaba perdido en su mirada y en placer que vislumbraba en su rostro. Francisca era tan apasionada como suave y tierna. Era su luz y su alegría, a pesar de los pesares. Por encima de las sombras que habían teñido sus vidas a lo largo de los años. Más esa noche se sentía feliz. Pleno. Pues ella estaba a su lado.

Francisca tiró de su camisa y él se despojó de ella, deseoso de complacerla. Comenzó a acariciarle los brazos con las yemas de los dedos. Él apretó los dientes cuando la cabeza comenzó a darle vueltas al sentir sus caricias. Eran estimulantes y lograban que él estuviera completamente fuera de control. Y totalmente indefenso ante Francisca.

Necesitaba tocar cada rincón de su cuerpo y reclamarlo como propio. Se tumbó sobre ella, acurrucándola en sus brazos. Todos sus pensamientos se dispersaron ante la increíble sensación de poder tocarse piel contra piel. 

La besó de nuevo antes de fundirse con ella. Francisca le rodeó los hombros con sus brazos y enterró la cara en su cuello, inhalando su esencia. La sensación de su aliento contra él le provocaba un millar de escalofríos por todo el cuerpo. 

Se movían acompasados, con una lentitud sublime que buscaba alargar el momento tanto como fuese posible. Se deseaban de una forma indescriptible, maravillosa. Él se retiró un poco antes de volver a unirlos una vez más, consiguiendo que ambos gimieran al unísono.

Se estremecieron al saborear la culminación de la pasión, enredando sus lenguas con la misma ferocidad con la que lo habían hecho sus almas. El placer alcanzó cotas tan inimaginables, que creyeron que explotarían por su causa.

Raimundo se dejó caer sobre ella, que lo abrazó mientras ambos trataban de recobrar la respiración perdida.

- Ya puedes ir deshaciéndote de esas pastillas, ¿no crees? -, le preguntó.

Francisca sonrió antes de volver a buscar sus labios. Perdiéndose de nuevo en la vorágine de saberse juntos.

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