- Vete ya Rosario, no necesito nada más -, le rogó Francisca.
Deseaba quedarse a solas para llorar su pena. Para rememorar lo que había
sucedido esa mañana en la plaza y tratar de encontrar, si es que la había,
alguna explicación al comportamiento de Raimundo. - Está ya anocheciendo y aquí nada puedes hacer... Además, deseo estar sola -.
Rosario suspiró. - Como desee, Señora. Mañana a primera hora
estaré aquí -.
- Rosario, una cosa más -, detuvo a su ama de llaves. - ¿Dónde está Mauricio? -, le preguntó. - No le he visto
en todo el día. Desde que llegamos… -.
Recordó como el capataz había insistido en que le narrara lo
sucedido con Raimundo, pero ella se había negado. ¿Cómo contarle lo sucedido?
¿Cómo hacerle partícipe de su estupidez y además herir sus sentimientos?
Rosario intentó disimular como pudo. - Mauricio salió a resolver
unos asuntos relacionados con la finca. Nada serio, no se inquiete -.
Se tranquilizó cuando vio que Francisca se incorporaba del
asiento del jardín creyendo que algo grave había sucedido en sus tierras.
Respiró con tranquilidad cuando vio que pareció creerse su pequeño embuste. En
realidad no tenía ni idea de lo que podía haber hecho Mauricio, aunque no había
llegado a sus oídos noticias de que algo hubiera ocurrido en el pueblo.
- Está bien -. Le dijo Francisca. - Márchate pues. Yo me
quedaré un rato aquí, disfrutando de la brisa de la noche -.
Cuando se hubo quedado a solas, dejó escapar el aire que
había estado conteniendo durante todo el día. Rosario se había empeñado en
pasar todo el día a su lado a pesar de las peticiones de ella para que la
dejara a solas. Resultaba paradójico que personas a las que había dedicado
duras palabras en el pasado y no menos reprochables actos en su contra, fueran
las únicas que ahora permanecían junto a ella.
Aparcó aquellos pensamientos para centrarse en lo que le
llevaba perturbando todo el día. Su piel se estremeció cuando recordó los
labios de Raimundo sobre su piel y sus manos acariciando su cuerpo. Había sido
incapaz de encontrarle sentido a todo aquello, pero sobre todo a sus últimas
palabras.
Ayer con él, hoy
conmigo
¿Ayer con él? ¿A qué se refería con aquello? De pronto le
vino a la mente el beso que compartió con Mauricio. Pero era improbable que
Raimundo estuviera enterado de aquello. ¿Y si Mauricio se lo hubiera contado?
Descartó también esa posibilidad conociendo la lealtad que le brindaba su
capataz. La única posibilidad realmente plausible es que Raimundo hubiese
presenciado aquel beso. Pero de haber sido así, ¿qué importancia podría tener
para él, si solo era desprecio lo que sentía por ella? ¿Qué podía importarle lo
que hiciera con su vida?
Sin embargo, a pesar de todas esas preguntas, el pálpito en
su corazón ante el hecho de que Raimundo pudiera estar celoso, le hizo sonreír. ¡Qué locura!
Tal eran sus deseos de que así fuera que hasta veía cosas donde no las había.
- Terminarás por enfriarte si prosigues ahí sentada durante toda
la noche -.
La voz de Raimundo tras ella hizo que se le tensara la
espalda, mas trató de no demostrar aquella inquietud. Al igual que procuró esconder
su zozobra y angustia por todo lo acontecido con él apenas unas horas atrás. No
permitiría que viera ni una más de sus lágrimas. Por eso, continuó de espaldas a
él, intentando recomponerse de esa sorpresa inicial que había supuesto su presencia en la
Casona.
- Si me enfrío o no es algo que no debería importarte. Sobre
todo, teniendo en cuenta que soy la peor persona que has tenido la desgracia de
conocer -. Repitió sus palabras con toda intención, a sabiendas de que no
causarían en realidad ningún efecto en él.
¡Qué equivocada estaba sin embargo! Escuchar de nuevo lo mismo que él le
había escupido a la cara no hizo sino dejar patente lo estúpido que había sido.
Fue su deseo frustrado el que había hablado por él en ese momento. Se
arrepentía de corazón. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde para que ella
le perdonara.
- Sí…acerca de eso… -. Frotó su nuca con nerviosismo. - Quería
pedirte disculpas. No debí decirlo, cuando además, no es cierto -.
Francisca rio con desprecio. - No te tengo por un mentiroso,
Ulloa -. Se quedó en silencio durante varios segundos. - Se agradece la visita… -, prosiguó, levantándose lentamente de su asiento y girándose
para enfrentarlo. -…pero no era necesario que… ¿Qué demonios te ha ocurrido en
la cara? -.
Se reprendió por haber mostrado preocupación en su voz. ¡No
se la merecía! Pero al ver su rostro magullado, no había podido evitar que el
corazón le diera un vuelco en el pecho. Tenía el labio partido y la zona de la
mandíbula empezaba a adquirir un tono amoratado.
Raimundo intentó sonreír al escuchar un deje de desasosiego
en la pregunta de Francisca, pero al notar la piel tirante, ahogó un quejido.
- Digamos que me golpeé contra un gran muro -.
Francisca arqueó una ceja. - ¿Un muro? Raro es que no vieras
por dónde ibas para no chocarte contra él -, añadió con algo de sorna.
Raimundo la miró con un brillo especial en los ojos. - Estaba
completamente ciego, Francisca. Porque no supe ver lo que tenía frente a mí. Y no estoy hablando precisamente del muro
de mi estupidez en este momento -.
Ella tragó saliva, nerviosa. - ¿No? -, preguntó. Se movió hasta
situarse detrás de la silla buscando sentirse algo más segura. - ¿Y qué se
supone que no veías hasta ahora? -, quiso saber
Raimundo avanzó unos pasos hacia ella. Mirándola intensamente.
Estaba preciosa. Con ese aspecto frágil y a la vez altivo que le había
cautivado hace años. Con esa mirada temerosa y expectante que era capaz de
decir tantas cosas que antes no había sabido leer.
- ¿Es necesario que te lo diga, pequeña…? -, susurró.
Pequeña.
Apelativo que hacía años que no escuchaba. Tantos
como hacía que anhelaba que él volviera a dedicárselo. Pero no hoy... no en ese
momento, después de que Raimundo la hubiera herido tanto, burlándose de ella y
humillándola. Haciéndole creer que la amaba para luego despreciarla sin motivo.
La furia se apoderó de ella y salió del cobijo que le daba la
silla y se puso frente a él. Alzando su mano y propinándole una sonora
bofetada.
- ¡No te atrevas a llamarme así nunca más! Dejé de serlo en el
mismo instante en que decidiste que yo no era buena esposa para ti y te
buscaste otra mejor -. Sus ojos refulgían por el enojo.
Raimundo aceptó la bofetada sin rechistar. La tenía bien
merecida por su comportamiento. Francisca estaba dolida por lo que había pasado
en la taberna y él tal vez no empleó las palabras más adecuadas para acercarse
a ella. Pero estaba tan ansioso por saber que ella le amaba de la misma manera
en que él lo hacía, que su propia impaciencia le había perdido.
- En un solo día he recibido más golpes que en los últimos
años… -, se chanceó en un susurro que, a pesar de todo, Francisca escuchó. Respiró
con fuerza, notando como su labio comenzaba a sangrar de nuevo. - ¿No quieres
saber por qué me he comportado de esta manera tan irracional? -.
Francisca no le contestó. Se limitó a cruzar los brazos
dispuesta a escucharle y mirando cómo un hilo de sangre fluía por su labio.
Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no tomar su pañuelo y limpiarle la
herida.
Él entendió su postura como una respuesta afirmativa a su
pregunta.
- Estaba celoso -, reconoció sin tapujos. - Ayer, tras nuestra
charla, me quedé muy preocupado por lo que dijiste y decidí regresar para
hablar contigo. Cuando entré… -. Francisca abría los ojos tanto como podía, a
medida que Raimundo iba hablando. -…te sorprendí llorando desconsolada y quise
acercarme a ti para aliviar tu pena, pero Mauricio se me adelantó -. Se quedó
en silencio observando las reacciones de ella antes de proseguir. - Vi cómo os
besabais, Francisca -.
- ¿Celoso? -, balbuceó a duras penas, sin poder creer que Raimundo
hubiese reconocido aquello. - ¿Por qué ibas a estarlo? Tú… -.
Raimundo la interrumpió poniendo un dedo sobre sus labios. -
Yo te quiero Francisca. Siempre te he querido. A pesar de todo, a pesar del
odio, de nuestras disputas… -, suspiró. - Y siempre voy a quererte. Esa es la
verdad, amor -.
Movió ligeramente el dedo por sus labios en una súbita
caricia. Francisca cerró los ojos, estremeciéndose por su contacto. Abriendo de
pronto los ojos para encontrarse con los de él.
- Y si me dices que amas a Mauricio… -, prosiguió Raimundo.
-…me apartaré de ti. Solo deseo tu felicidad, amor mío… -.
Francisca se veía incapaz de pronunciar palabra. Aquella
repentina declaración de amor resquebrajaba el caparazón que recubría su
corazón hasta dejarlo completamente desnudo frente a él. Tragó saliva
intentando deshacer el nudo que le oprimía la garganta.
- Cierto es que besé a Mauricio. Me dejé llevar… -, afirmó. -
Pero solamente porque en aquellos instantes pensé que eras tú, Raimundo… solo
tú… -. Musitó con lágrimas en los ojos. - Nunca he querido a nadie más ¿Por qué
has tardado tanto en darte cuenta? -, le preguntó con las primeras lágrimas
quemándole en los ojos.
Raimundo sonrió mientras se acercaba a ella y le tomaba de la
cintura.
- ¿Eso significa que voy a poder amarte todos los días de mi
vida? -, frotó su nariz con la de ella. - ¿Que voy a poder besarte a placer y
hacerte mía todas y cada una de las noches que me resten de vida? ¿Que podré
acariciar tu piel? -, pronunció en un susurro junto a sus labios.
Francisca apoyó las manos en su pecho, dejándose querer.
Saboreando cada palabra de amor que salía por boca de Raimundo. Temblando de
expectación y de placer ante el futuro que Raimundo le presentaba ante sus
ojos.
- Raimundo… -.
- Amor mío… -.
Fueron las últimas palabras que pronunciaron antes de unir
sus labios en un beso suave, tierno, que se vio interrumpido ante un gemido de
dolor por parte de Raimundo.
- ¿Te duele mucho? -, le preguntó.
Él sonrió mientras acariciaba su rostro con veneración. - Ya no, vida mía…
ya no… -.
Oish, chiquilla, que rebonico. Sigue pronto, y muchas gracias siempre por tus historias.
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo, me alegro que te guste!
Eliminar