Dejó a Francisca en la Casona no sin antes pedirle a Rosario, el ama de llaves,
que le preparase una tisana para calmar sus nervios. Durante todo el trayecto
de vuelta a casa, ella se había negado a relatarle lo acontecido con Raimundo,
aunque sus labios hinchados delataban fielmente lo que se supone que habían
estado haciendo.
Maldijo al Ulloa por dañar de esa manera a una mujer que solo
había tenido la mala suerte de enamorarse de él hacía ya tantos años. Pero las
cosas no iban a quedar así. ¡Por supuesto que no! Le iba a hacer pagar cada
lágrima que Francisca había derramado por su causa.
- ¿Qué vas a hacer Mauricio? -, le preguntó Rosario,
sujetándole del brazo antes de llegar a la puerta. - Templa tus nervios y calma
tu enfado. Sospecho a qué puede deberse el estado de la Señora y temo que vayas
a cometer una estupidez -. Le reprendió con la mirada. - Deja que sean ellos
quienes solucionen sus problemas y no te metas -.
- Lo siento Rosario -, refutó Mauricio. - Tú misma has visto
con tus propios ojos cómo está ella -. Señaló con el brazo hacia las escaleras,
marcando el camino hacia la habitación de Francisca, que era donde reposaba ahora.
- ¡Está destrozada! Todo este asunto está acabando con ella, y no voy a
permitir que ese maldito Ulloa colabore en su destrucción -. Se soltó de
Rosario y salió por la puerta dando un sonoro portazo.
- Señor, no permitas que le haga nada malo… la Señora no se lo
podría perdonar jamás… -.
……………………………………………..
- Raimundo, si sigue frotando esa mesa con tanto brío,
¡terminará por sacarle brillo! -.
Alfonso llevaba ya un buen rato observando a su suegro. Sabía
que algo le preocupaba ya que se había pasado toda la mañana con el ceño
fruncido y sin pronunciar una sola palabra. Además, cada parroquiano que
entraba en la taberna y se atrevía a cruzar alguna palabra con él, salía
trasquilado.
Por eso se había dedicado a limpiar las mesas, que de los
clientes ya se ocuparía Alfonso. Raimundo le miró arqueando una ceja y visiblemente enfadado.
- Será mejor que vaya hasta la fuente para llenar de agua el
cubo y seguir limpiando -.
Lo cogió y salió al exterior, dejando que la brisa templara
su estado de ánimo. Pasados unos minutos tras el encuentro con Francisca, se
había dado cuenta de que había sido especialmente cruel con ella. Y todo porque
mencionó a esa mala bestia de Mauricio. Pero es que los celos se habían
adueñado de él de tal forma que le impedían pensar con claridad. No era
justificación ninguna, pero era la única explicación que podía dar acerca de su
errado comportamiento.
Otro hecho sobre el que le había dado tiempo a reflexionar,
era que Francisca no le habría besado de
aquella forma en la posada si no sintiera aún algo por él. Ahora, pasado el
tiempo, podía darse cuenta de ese detalle. Sin embargo, no podía olvidar lo que
vio. Francisca también había besado a Mauricio y eso era algo que no podía
borrar de su mente por más que lo intentara.
Dejó que el cubo fuere llenándose de agua mientras seguía con
la mirada perdida y con sus pensamientos. Muy lejos de allí. Podía sentir aún
en su boca el sabor y la dulzura de los labios de Francisca. Había sido un
completo necio con ella. Quizá sería un buen momento para acercarse a la Casona
y disculparse por su comportamiento.
A fin de cuentas, Francisca tenía derecho a rehacer su vida
con quien quisiera. Aunque no fuera él.
Apartó el cubo y refrescó sus manos, pasándolas luego por su
nuca. Aliviando ligeramente sus tensos músculos. De pronto, un estruendo a su
lado, le hizo abrir los ojos sobresaltado. El cubo había caído al suelo
derramando todo su contenido. Se giró dispuesto a recogerlo, extrañado por su
torpeza cuando se encontró cara a cara con Mauricio.
- Deberías ser más cuidadoso Ulloa, y no ir tirando todo a tu
paso… -.
Estaba desafiante. Enseguida se percató de que andaba
buscando pelea y no estaba dispuesto a complacerle. Recogería el cubo y se
marcharía hacia la taberna sin caer en su provocación. Por mucho esfuerzo que
le costase. Por muchas ganas que tuviera de partirle su estúpida bocaza allí
mismo. Él era un hombre de paz.
- Piérdete Mauricio -.
Se dio media vuelta con intención de marcharse, cuando el
capataz le empujó por la espalda.
- ¿Tienes miedo de enfrentarte conmigo Ulloa? ¿Temes que te
machaque? ¿O es que conmigo no te atreves? -.
Raimundo tensó la espalda y apretó los puños, sin girarse
para mirarle. Tomó aire y lo fue expulsando lentamente. No le escuches y sigue tu camino, le sugirió su parte racional,
gritando para hacerse oír sobre el deseo que tenía de darse la vuelta y
estamparle el cubo en la cabeza. Dio unos cuantos pasos más, cuando de nuevo
fue increpado por Mauricio.
- Siempre fuiste un cobarde. Un timorato capaz de hacer daño a
una mujer -.
Francisca. Supo de inmediato que estaba refiriéndose a ella.
¿Cómo se atrevía a inmiscuirse en la relación que mantenía con ella? Buena o
mala, era solamente algo de ellos dos, que no atañía a nadie más. De nuevo el
fantasma de los celos se apoderó de él y se volvió. Enfrentándose a Mauricio.
Mirándose ambos hombres cara a cara.
- Lo que ocurra entre Francisca y yo no es de tu incumbencia,
Mauricio. Mejor harías en no meterte en camisa de once varas -. Dejó el cubo en
el suelo y avanzó hacia él. - Además, ¿con qué derecho te posicionas como
protector de ella? Te recuerdo que es la madre de mi hijo. Lo que me une y me
unirá siempre a ella es demasiado fuerte. Y eso es algo que tú nunca tendrás -.
- No me provoques, desarrapado -, le insultó. Le dolía saber
que ese hombre estaría siempre en el corazón de Francisca. Y era tan obtuso
como para no darse cuenta de que esa mujer le amaba con toda su vida. No se la
merecía.
- ¿O qué? ¿Vas a pegarme? -. Una sospecha apareció de pronto
cruzando su mente. - Es ella la que te envía, ¿no es cierto? ¡Maldita mujer! -.
El capataz no pudo contenerse y le arreó un puñetazo en toda
la cara que le tumbó en el suelo.
- ¡Ni te atrevas a insultarla en mi presencia! -, gritó
furioso, mientras Raimundo se frotaba la mandíbula dolorido. - Ella no sabe
nada de todo esto. Nada más sufre por tu culpa y es algo que no permitiré. Y no
se te ocurra volver a hacerle daño o lo pagarás muy caro, ¿me oyes, tabernero?
-.
- La amas, ¿no es cierto? -, preguntó Raimundo poniéndose en
pie. Palabras que le desgarraban la garganta a medida que salían por su boca.
Aunque Mauricio fuera un bruto, estaba más que claro que amaba a Francisca.
Recordó sus lágrimas. Ella se merecía tener la oportunidad de ser feliz, a
pesar de que la idea de que lo fuera junto a otro hombre causara su propia
infelicidad.
Mauricio se sorprendió ante su pregunta. - Ahora soy yo el
que te dice que no es de tu incumbencia, Ulloa -. Le espetó.
Raimundo intentó sonreír de medio lado, pero su herida se lo
impidió. - Cuídala. Y procura que sea feliz -.
Se dio la vuelta con el corazón destrozado. Había perdido a
Francisca, pero al menos Mauricio se desviviría por hacerla sonreír. Y él
tendría que conformarse con eso.
- ¡Lo haría…! -, gritó Mauricio, -…¡Si fuera a mí a quien
amara! -.
Se detuvo en seco, tratando de asimilar las palabras del
capataz.
- ¿Qué estás diciendo? -.
- Solo una persona enamorada es capaz de renunciar a la
persona amada porque esta sea feliz, aunque no sea a su lado -. Había
comprendido que Raimundo también quería a Francisca. Y a pesar del dolor que
aquello le causaba, supo que era el momento de su retirada. Se acercó al Ulloa
lentamente hasta agarrar las solapas de su chaleco. - Ve junto a ella y ámala.
Es lo único que desea… contigo -.
Le soltó, dirigiéndose hacia la taberna. Unos chatos de vino
le vendrían muy bien para aliviar su pena. Por su parte, Raimundo permanecía
clavado en el sitio. ¿Acaso Mauricio había insinuado que Francisca le amaba?
Sintió el corazón latiéndole en la boca. Solo había una manera de comprobarlo.
Se quitó el delantal con una media sonrisa. Iría de visita
ahora mismo a la Casona.
Ha tenido que ser el fiel Mauricio el que abra los ojos de Raimundo, tan ciego estaba en su propia frustración. Si no has aprendido Ulloa, es que eres lelo.
ResponderEliminarMe encanta Ruth, gracias por estar ahí.
Gracias a ti por dedicarme tu tiempo. Me alegro que te guste lo que escribo
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