Abandonó la casona procurando no delatar su presencia allí,
pero con la imagen de Francisca y Mauricio grabada en sus retinas. ¡No podía
creer lo que habían visto sus ojos! Se movía por inercia, incapaz de asumir que
aquello hubiera ocurrido.
Era una actitud irracional y egoísta. Francisca también tenía
derecho a rehacer su vida, igual que él mismo lo intentó en su momento. Pero eso
no significaba que estuviese preparado para ello. Su actitud era totalmente infantil pero sus
sentimientos se negaban a permitir que Francisca pudiera ser de otro que no
fuera él mismo.
¿Y qué esperabas?, le inquirió su conciencia. ¿Qué ella permaneciera siempre sola para
tranquilidad tuya? Aquello era cierto. Nunca pudo aceptarlo. A pesar de
haber vivido una inventada felicidad junto a Natalia, no podía soportar que
Francisca fuera de Salvador. Porque en aquel momento aunque ambos pertenecían a
otras personas y un mundo fuera el que los separaba irremediablemente, siempre lograron
sobrevivir enterrados, ocultos a la vista de todos salvo a las miradas que
ellos mismos escondían y se dedicaban, túneles de pasión soterrados que los
mantenían unidos por un fino lazo. Cuando ella enviudó, él recuperó cierta
calma. Pudiera ser que ellos jamás volvieran a estar juntos. Pero al menos no
tendría que sufrir la tortura de verla junto a otro.
Y ahora ocurría esto. Siempre había sospechado que Mauricio
sentía por ella algo parecido al amor. Pero la diferencia de estatus entre
ellos y el clasismo propio de Francisca, hacían inviable esta unión. Pero ahora
ella estaba vulnerable. Lo había percibido cuando regresó a la casona y la
descubrió tan afectada. Hasta él pensó en acercarse a ella y…
¿Y qué?, le volvió a preguntar su conciencia.
¿Acaso no te hubieras aprovechado tú
mismo de su fragilidad en ese momento? ¿No la hubieras tomado entre tus brazos
y besado igualmente para alejar su pena? ¿Qué diferencia hay entre lo que él
hizo y lo que tú mismo pretendías?
Se quedó parado en mitad del camino. Con un torbellino de
pensamientos y sensaciones bulléndole en la cabeza. Apretó los puños con fuerza
y gritó. Lo hizo con toda su alma. Y sin embargo, no consiguió librarse de la
opresión que sentía en el pecho. No estaba seguro de cómo actuaría a partir de
ese momento. Tan solo esperaba no cruzarse con ella en un tiempo prudencial. Al
menos hasta que afrontara ese extraño sentimiento, bien conocido ya y que había
aflorado de nuevo cuando estuvo en la Casona.
………………………………….
Tras unos breves instantes donde se dejó llevar por la
necesidad de afecto que reclamaba desde hacía ya muchos años y que nadie
parecía haber visto hasta ahora, Francisca fue consciente de la situación. De
la trascendencia que podía tener su acción y sobre todo, tomó consciencia de la
persona que tenía frente a ella. No era Raimundo, por mucho que su mente
hubiera ideado que era él quien la estrechaba entre sus brazos. No. No era él.
Nunca más sería él. Y aquella evidencia no hacía sino incrementar el vacío de
su corazón.
Se fue apartando de Mauricio tan lentamente como había caído
en sus brazos. Su actitud fue totalmente injustificada y egoísta, abriendo una
puerta que debió permanecer cerrada por los restos. Siempre supo de ese
especial afecto de su capataz por ella, pero lo había mantenido a raya hasta
ese momento. ¿Cómo pudo ser tan estúpida como para dejarse llevar por esa
necesidad patente que escondía en su fuero interno? Estaba más que claro que su
fortaleza se estaba viendo minada hasta el punto de dar pie a este tipo de
situaciones.
- Mauricio… ¿Cómo te atreviste? -.
Sin embargo, a pesar de la pregunta, no había reproche en su
voz. ¿Cómo podría haberlo si ella había sido la única culpable? Debió apartarse
de él en el mismo instante en que Mauricio acarició su mejilla. Ella y solo
ella, había tenido la culpa.
- Discúlpeme Señora, no sé qué se me pasó por la mente… -.
Totalmente avergonzado, Mauricio se puso en pie,
reprochándose mentalmente la torpeza de sus actos. Había dejado más que claros
sus sentimientos por ella sabiendo que no tenía ninguna posibilidad. Era cierto
que Francisca se había rendido a sus caricias y atenciones. Pero igual de
cierto era que ella no sentía nada por él. Su corazón seguía perteneciendo a
Raimundo más que a él le pesase aquello.
- No…No te disculpes, capataz… -. Francisca apartó la mirada.
- Será mejor que esto no vuelva a repetirse -.
- Por supuesto, Señora, y acepte mis disculpas de nuevo -.
Un tenso silencio se instaló entre ellos. Ninguno parecía ser
capaz de mirarse de frente. Fue Francisca quien lo hizo finalmente,
encontrándose con un Mauricio totalmente avergonzado. Pero también herido por
su rechazo.
Suspiró arrepentida. Él siempre había estado a su lado,
incluso en los peores momentos de su vida. Se dio cuenta quizá ya tarde, que
sentía un afecto por él que sobrepasaba los límites entre patrona y capataz. Lo
sentía su amigo, su protector. Pero aunque ese afecto era sincero distaba mucho
de ser amor. El suyo siempre sería por Raimundo Ulloa.
Lástima que ella fuera la única en estar enamorada.
- No te martirices más, Mauricio. Lo que ha pasado ha pasado y
ahí debemos dejarlo. Sin embargo, te agradezco tu apoyo. El que estés a mi
lado… -, ladeó la cabeza y sonrió imperceptiblemente. - Desde siempre -.
Mauricio alzó la mirada. No podía esperar más, lo sabía. Al
menos podía dar gracias de no haber despertado la ira de Francisca a causa de
su atrevimiento.
- Mi apoyo lo tendrá siempre, Señora, ya lo sabe. Me gustaría
que viera en mi a… a un amigo, más que a su capataz -. Respiró tranquilo al ver
la sonrisa en el rostro de ella. - No dejaré que nadie le haga daño, se lo
prometo -.
- No soy muy dada a tener amigos, capataz… -. Le miró de
reojo. Pero sonrió finalmente. - Y te agradezco tu lealtad ahora que todo el
mundo me está dando la espalda… -.
Mauricio suspiró. - No pene por el Ulloa, Señora. No merece
ni una de sus lágrimas… -. Sentenció antes de girar sobre sus pies y salir de
la estancia, no sin antes inclinar la cabeza ante Francisca a modo de
despedida.
………………………………………………….
- Como lo oye Señora. Hipólito es un as jugando a los dados.
Ayer sin ir más lejos ganó unos buenos cuartos a uno que se las daba de listo
-.
Francisca sonrió ante las noticias que le refería Mauricio.
Habían bajado hasta el pueblo para recoger un pedido en el colmado. La relación
entre ellos aunque algo extraña aún por lo sucedido el día anterior, parecía
estar dando paso a una tímida amistad. Se detuvieron en uno de los puestos de
la plaza sin percatarse de que Raimundo los observaba desde la puerta de la
posada.
Frunció el ceño visiblemente enfadado. No esperaba ver a
Francisca tan pronto y mucho menos acompañada de ese mastuerzo. Apretó con
fuerza el palo de la escoba que llevaba entre sus manos cuando advirtió que
Mauricio pasaba una de sus manos por la cintura de Francisca cuando ella dio un
pequeño traspiés. Y sintió que le hervía la sangre cuando ella le sonrió en
señal de agradecimiento.
¿Desde cuándo se supone que tenían esa relación tan estrecha?
¿Por qué no se había percatado mucho antes de ello? ¿Y por qué ese tipejo
tocaba de esa forma a su Francisca?
¿Su Francisca? Hasta él mismo se extrañó con aquel
pensamiento, pero era algo evidente que no podía ocultar por más tiempo. Ella
era suya, como todo él le pertenecía a ella. Y ahora de nuevo la iba a perder a
manos de otro hombre. No soportaría tener que verla cada día de su brazo.
Sonriendo a otro que no fuera él.
¡Maldita sea su estampa!
Observó con estupor cómo ella le miraba de reojo pero sin
ninguna intención de pararse a platicar con él. Aquello fue como si le dieran
una bofetada en la cara. Francisca nunca había desperdiciado una ocasión
semejante en la que dedicarle alguno de sus improperios. Iba a darse media
vuelta completamente furioso cuando Mauricio le miró triunfante por encima del
hombro. Aquello si que no lo iba a permitir.
- ¿Se puede saber qué estás mirando Mauricio? -. Le dijo en
tono desafiante.
Francisca tensó su espalda al escuchar su voz. No tenía
ninguna gana de batallar esa mañana. Seguía bastante tocada por la discusión
que habían mantenido el día anterior.
- Miro lo que me da la gana, Ulloa… ¿O es que acaso no se me
permite? -.
Raimundo tiró la escoba al suelo dispuesto a enfrentarse a
él. - Pues no, no te permito que… -.
- Déjalo Mauricio -. Francisca habló, interponiendo uno de sus
brazos entre los dos hombres y sin mirar a Raimundo. - Vayamos a por el pedido
y aquí paz y después gloria -.
- Vaya, vaya, vaya… Francisca Montenegro evitando una disputa.
Debo reconocer que últimamente… no te reconozco -. Le dijo con toda intención,
mirándola fijamente a los ojos.
Francisca frunció el ceño extrañada. - ¿Qué has querido
decir? -.
- No te hagas la tonta Francisca. No te pega en absoluto. Pero
continúa tu camino, por favor… -. Le dijo burlón mientras le hacía una
reverencia con el brazo. - No quiero ser yo quien interrumpa este agradable
paseo con tu… acompañante -.
- Ulloa, ¡te la estás jugando! -. Mauricio dio un paso hacia
él dispuesto a hacerle tragar sus palabras. Había prometido a Francisca que no
dejaría que le hicieran daño y por lo más sagrado que lo iba a cumplir.
- Mauricio -, le detuvo Francisca. - Acércate hasta el colmado
a recoger el pedido -.
- Pero… -.
- Pero nada. Haz lo que te pido -. Le miró. - Por favor… -.
Dando un bufido, Mauricio se alejó camino del Colmado,
dejándolos a solas. Fue entonces cuando Francisca se dirigió a Raimundo.
- ¿Se puede saber qué mosca te ha picado? -.
Nos lo dejas en lo mas interesante jaja
ResponderEliminar¡Es bueno mantener la intriga! Gracias por tu comentario
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