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miércoles, 13 de mayo de 2015

AMOR, LUCHA Y RENDICIÓN (Parte 8)



Raimundo sintió que el corazón se paraba en su pecho ante tamañas  palabras. ¿Qué clase de broma era esta? Aquel contratiempo era algo con lo que ni siquiera habían contado. Como si Tristán hubiera escuchado sus pensamientos, se volvió hacia el médico.

- Doctor, ¿qué diablos significa esto? -, le preguntó visiblemente alterado. -  ¿Por qué mi madre no recuerda nada? -.

El doctor Palacios meditó con cuidado la respuesta que debía ofrecerles. Por su estado, era claro que debía tranquilizarlos, pues aquello era contraproducente para el estado de la paciente.

- Caballeros, eso mismo es lo que estaba tratando de contarles hace un momento, justo antes de que ustedes entraran corriendo en tropel en la habitación. No… -, interrumpió a Tristán acompañándose de un gesto de la mano. -… no es necesario que se disculpen, entiendo que están padeciendo una situación muy complicada, y su muestra de efusividad era comprensible. Pero si lo prefieren…-, añadió bajando a su vez el tono de voz. –…podemos seguir hablando fuera -.

Raimundo permanecía clavado en el sitio, sin poder dejar de mirar a Francisca. Ella le miraba a su vez con una mezcla de asombro y confusión. Ninguno de los dos comprendía nada de lo que estaba sucediendo, aunque las razones de ambos eran bien distintas.

Justo en ese momento, se abrió la puerta y entró Soledad. Trató de acercarse a su madre, pero Tristán le sujetó unos instantes del brazo y le puso brevemente al corriente de lo que había sucedido. Ella ahogó un jadeo entre sus manos, y volvió su mirada a su madre, que seguía mirándoles con cara de no entender nada.

- Hablad tranquilos con el doctor, Tristán -, se ofreció Soledad. - Yo me quedaré con madre -.

Se dispuso a sentarse en la silla que había junto a la cama de Francisca, pero antes, el médico le dedicó una serie de recomendaciones.

- Es importante que no la presionen Señorita Castro -, le dijo. – Es mejor no tratar de obligarle a que recuerde, ya que podría ser un shock muy fuerte para ella. Quédese a su lado y hágale compañía -, prosiguió. - Y se lo ruego, procure que no se canse demasiado. Recuerde que ha sufrido una intervención muy delicada y en estos momentos necesita tranquilidad y sobre todo, reposo -.

Soledad hizo un leve asentimiento de cabeza y marchó junto al cabecero de la cama de su madre.

Tristán se acercó entonces a Raimundo, que seguía sin reaccionar.

- Raimundo -, le llamó con suavidad. - ¿Quiere acompañarme fuera para seguir hablando con el doctor? -.

Él se volvió hacía el joven, mirándole sin verle en realidad. - ¿Qué…? -, preguntó. -...Sí -, pareció recomponerse. -…vamos -.

Los tres hombres salieron del cuarto, más Raimundo no pudo evitar dirigir una última mirada a Francisca antes de abandonar la habitación.

- Comprendo su sorpresa, Señor Castro- comenzó hablándoles el doctor cuando estuvieron reunidos en el pasillo. - Pero… -.

- ¡¿Sorpresa?! –, interrumpió Tristán con enfado. – Dígame que esto que le está pasando a mi madre es pasajero. Que ella no…-, casi gritó, señalando con el dedo hacia la habitación.

El doctor prosiguió.

- Se trataba de una operación muy complicada Señor Castro -. Intentó explicarles la situación como mejor pudo. - Hemos conseguido salvarle la vida, que era nuestra principal prioridad -.

Raimundo pareció regresar de su particular mundo de tinieblas.

- Doctor, disculpe… -. Tanto Tristán como el médico se volvieron hacía él. –Ella…Francisca… ¿cuánto tiempo puede permanecer en este estado? -. Las palabras parecían negarse a salir de su boca.

- Es difícil de precisar -, le respondió. Raimundo percibió la seriedad de su tono. - Éramos conscientes de los riesgos que entrañaba esta operación. La amnesia solo es un efecto secundario de la misma -, prosiguió. - No voy a engañarles -, afirmó. - Puede que se trate de algo que dure unos días, unos meses, o… -, les miró detenidamente. - O puede que dure toda su vida. Lo siento mucho. Cualquier cosa que precisen de mí, no tienen más que hacérmelo saber -. El doctor los dejó a solas para que pudieran asimilar la noticia que acababan de recibir.

Una vez a solas, Tristán se llevó las manos a la cabeza, desesperada por lo que acababa de escuchar. Raimundo trataba de procesar las últimas palabras del doctor. ¿Para siempre? Aquello no podía ser posible. Se volvió hacia Tristán.

- No desesperes hijo, ya escuchaste al doctor. Puede que sea algo pasajero -. Quería repetir esas palabras en voz alta para poder creérselas el mismo. - Lo importante es que Francisca está viva, con nosotros -, palmeó su hombro, animándole. - Y ahora, vayamos con ella -.

Tristán miró a Raimundo con absoluta admiración. A pesar de la terrible noticia que el doctor acababa de darles, él se mostraba con admirable entereza. Asintió y ambos entraron de nuevo en el cuarto de Francisca.

…………………….

Pasaron varios días, necesarios para que Francisca pudiera recobrar las fuerzas suficientes para poder realizar un viaje tan largo como era el regreso a casa. A lo largo de ese tiempo, ni Tristán, ni Soledad, y mucho menos él, se habían apartado de su lado.

Raimundo se había comportado de forma cortés y amable con ella. Lo más curioso, era que Francisca se sentía muy cómoda a su lado, a pesar de no reconocer a ese hombre que pasaba junto a ella todo el tiempo que podía. Le hablaba de literatura, le leía poemas…y a veces podía sentir su mirada sobre ella, despertando un desconcertante cosquilleo en la parte baja de su nuca. ¡Qué hombre más atento! Pensaba. Incluso ella misma se descubría observándole en secreto mientras divagaba sobre algún tema que le narraba para entretenerla.

Al fin llegó el día de partir. El viaje de vuelta se hizo en un cómodo silencio. Raimundo iba sentado junto a Francisca, soportando con toda la entereza de la que era capaz, cómo los suaves traqueteos de la calesa provocasen que sus muslos se rozaran sin querer. Deseaba girarse y atrapar su boca en un beso tan abrasador que les robara el aliento a ambos. Sonrió al pensar en la cara que pondría ella. No te recuerda, se decía. Aunque tal vez aquello le hiciera recordar… Meneó la cabeza tratando de disipar aquellos pensamientos. Volvió su mirada hacia la ventana de la calesa, con el fin de distraerse y acallar lo que estaba sintiendo. Craso error el suyo, pues si hubiese vuelto su rostro hacia ella, habría comprobado que Francisca estaba viviendo la misma tortura que él. Incluso tomó su abanico, dejando que la suave brisa resultante de su aleteo, aliviara el sofoco que sentía.

- Pues para no recordar nada…-, se giró Soledad hacía Tristán y le susurró en el oído. – Se comportan como siempre -.

El joven miró a su hermana y luego volvió la cabeza hacía ese par. Ambos hermanos no pudieron más que sonreír ante la situación.

Tras varias horas en el carruaje, llegaron al fin a la imponente finca de Francisca.

- ¿Yo vivo aquí? -,  les preguntó asombrada cuando estuvo en su interior.

- Así es madre -, respondió Soledad. - Aquí vivimos nosotros tres -, le dijo señalando también a Tristán.

- ¿Y usted…? -. Francisca se volvió hacia Raimundo. - ¿…también vive aquí…? -, le preguntó suavemente. Raimundo esbozó una media sonrisa, provocando un dulce cosquilleo en ella.

- No Francisca -, respondió. - Yo vivo en el pueblo -. Se acercó muy despacio hasta ella. - Pero…-, tomó suavemente su mano. - Vendré a visitarte mañana, si es que estás de acuerdo en ello -, afirmó, depositando un cálido beso en sus nudillos.

- Co…como…desee…Señor Ulloa… -. Apenas le salía la voz ante el simple roce de sus labios en su mano.

- Puedes llamarme Raimundo -, susurró de nuevo junto a la muñeca, en el nacimiento de su pulso, antes de besarla de nuevo. Después, se despidió cariñosamente de Tristán y Soledad, que habían contemplado la escena con una mezcla de asombro y diversión, y abandonó la Casona.

Francisca sintió que la estancia se había quedado de pronto vacía. No conseguía recordar nada, más cuando estaba con él, con Raimundo, sentía como si al fin hubiera llegado a casa.

…………………….

- ¿Necesitas nuevo ayudante, Emilia? -.

Raimundo entró por la puerta de la casa de comidas haciendo que su hija soltase de sus manos una jarra de vino y corriese feliz a sus brazos.

- ¡Padre! -, le besó con efusividad. – Al fin está de nuevo con nosotros. ¡Sebastián! ¡Sebastián! -, llamó a su hermano. Soltó a Raimundo y fue hacia la cocina saliendo a los poco segundos acompañada del joven.

- ¡Padre! ¡Qué bueno tenerle de nuevo con nosotros! –. Ambos hombres se fundieron en un caluroso abrazo.  - Cuéntenos, ¿Cómo ha ido todo por la capital? -.

Raimundo dedicó los siguientes minutos a relatarles brevemente todo lo acontecido estos últimos días. Sebastián y Emilia le miraron apesadumbrados.

- Lo siento en el alma -, le dijo Sebastián. Emilia tomó las manos de su padre. – Pero todo se solucionará, ya lo verá. Demos tiempo al tiempo y en unas semanas nos estaremos riendo de todo esto, estoy seguro -.  Raimundo sonrió agradecido a sus hijos.

- En fin -, suspiró. - Y si ahora disculpáis a vuestro viejo padre, me iré a descansar. Ha sido un viaje muy largo, amén de los días que hemos pasado en el hospital -. Se levantó de la silla para irse camino de su habitación. Justo en ese momento, Emilia recordó algo.

-¡Espere padre! -.

Salió escaleras arriba camino de su propia habitación. Al poco tiempo, regresó con un paquete en sus manos.

- El mismo día que partieron, Rosario, el ama de llaves de Doña Francisca,  trajo este paquete para usted -. Emilia se lo entregó.

Raimundo reconoció de inmediato la letra de Francisca en la carta que acompañaba el paquete y sintió que se le cortaba la respiración.

- Gracias hija…-, sonrió levemente acariciando su mejilla. - Hasta mañana a los dos -.
Una vez que hubo cerrado la puerta tras de sí, se sentó en el borde de la cama tocando con devoción la carta de Francisca. Abrió el sobre con sumo cuidado. Una lágrima furtiva descendió por su rostro mientras leía las líneas que ella le había escrito.

- Amor mío…-, musitó.

A continuación, deshizo el lazo que rodeaba el paquete y rasgó el papel, para descubrir en su interior el libro de poemas de Rosalía de Castro que él mismo le había regalado hacía ya tanto tiempo. Lo aferró contra su pecho mientras cientos de lágrimas caían ya incesantes por su rostro sin que pudiera detenerlas. Abrió con delicadeza el libro por la primera página. Justo debajo de la dedicatoria que él escribió hacía años, aparecía otra frase, esta vez de puño y letra de Francisca.

Por si no regreso

- Pero afortunadamente has vuelto conmigo, amor -, susurró.

De pronto, una idea comenzó a forjarse en su mente mientras un brillo travieso atravesaba sus ojos a pesar de las lágrimas.

- Voy a reconquistarte, Francisca -, se prometió. - Voy a conseguir que vuelvas a enamorarte de mí, que me recuerdes…-. Sonrió mientras comenzaba a desvestirse. Después, se acostó en la cama.
 
- Y pienso comenzar mañana mismo -.

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