- ¡Madre! – Tristán se acercó a ella abrazándola con alivio.
– Estábamos preocupados muy por usted -.De repente vio a Raimundo y elevó una
ceja. – Aunque no sé por qué me imaginaba ya que podía estar en buenas manos...
-.
Ambos agacharon la cabeza un tanto avergonzados mientras
Tristán no pudo por menos que estallar en carcajadas. Tras ese breve encuentro
algo incómodo para ellos, los tres pasaron al salón. Era evidente que algo
ocurría. Se palpaba un cierto nerviosismo en el ambiente. Tristán y Soledad les
miraban extrañados, mientras que ellos parecían no encontrar las palabras. Al
final, fue Raimundo quien comenzó a hablar.
- Veréis… - se frotó la nuca con una mano, muestra visible
del nerviosismo que le atenazaba. – Tenemos que daros dos noticias importantes:
la primera es que vuestra madre…yo…bueno, nosotros… -.
Francisca bufó impaciente.
– Lo que Raimundo trata de decir, o al menos eso creo… -, le
dedicó una irónica mirada. – Es que vuestra madre, es decir, yo…-, miró a sus hijos
a los ojos. – He recuperado la memoria -. Sonrió emocionada.
Tristán y Soledad corrieron hacia su madre a la que
abrazaron, aplastándola entre los dos.
– Hijos, me alegra mucho que me abracéis de esta manera,
pero…-, trató de buscar un hueco para respirar. – Vuestra efusividad terminará
por hacerme morir asfixiada -.
Soledad sonrió. – No hay duda -. Su sonrisa se ensanchó. - Ha
recuperado la memoria -. Francisca le dedicó a su hija una mirada enojada, que
se disipó al ver el sincero afecto de sus hijos.
- Y ¿la segunda noticia? –, preguntó Tristán.
Raimundo y Francisca se miraron a los ojos y sonrieron
enamorados.
– Veréis…vuestra madre…yo…bueno, nosotros… -.
- Raimundo, te repites -. Le interrumpió Francisca que le
miraba sorprendida mientras alzaba una ceja burlona. – ¿Dónde ha quedado esa
elocuencia de la que tanto presumes, Ulloa? -, le preguntó irónica. -
Sinceramente, creí que usabas mejor esa lengua que Dios te dio -.
Raimundo se acercó muy despacio hasta ella. – ¿Acaso me estás
retando? -, preguntó. - Creo que tú mejor que nadie, lo sabes. Más…luego te lo
demuestro, si es menester para que te convenzas -.
Tristán y Soledad no pudieron reprimir mucho más la risa, y
estallaron en sonoras carcajadas mientras su madre les miraba furibunda.
- Lo que trataba de deciros, antes de que vuestra madre me
interrumpiera… -, Raimundo la miró divertido. – Es que ambos hemos decidido
casarnos -, anunció.
Hubo unos segundos de silencio que a ambos se les hicieron
eternos. Alternaban la mirada entre uno y otro de los muchachos, expectantes.
Finalmente, Tristán se levantó hacia ellos. Tendió una mano a Raimundo que éste
estrechó emocionado.
- No puedo sentirme más afortunado porque usted entre a formar
parte de nuestra familia -, dijo el joven. Después, se giró hacia su madre
antes de poder ver cómo los ojos de Raimundo se llenaban de lágrimas ante sus
palabras. – Madre… -, tomó sus manos entre las suyas y las besó. – Ya es hora
de que usted disfrute d un poco de felicidad -.
- Así es madre –, añadió Soledad, que también se acercó a
ellos. – Han sido demasiadas penas las que han vivido ustedes. Ya es hora de
poner algo de dicha en sus vidas -. Miró a Raimundo. – Me alegro mucho. Por los
dos -.
Un emocionado silencio inundó el ambiente. Aquello superaba
con creces los deseos de Francisca. Aunque aún quedaba pendiente un espinoso
asunto.
- Esto hay que celebrarlo -, dijo Tristán. – Iré a la cocina
a pedirle a alguna de las doncellas que nos suba una botella del mejor vino que
tengamos en casa -.
Francisca se puso en pie y alcanzó a Tristán antes de que
saliera del salón.
- Hijo, espera -. Tomó suavemente su brazo y se giró a
Soledad. – Soledad, mi niña –, le sonrió con ternura. – ¿Podrías dejarnos un
momento a solas con Tristán? -.
La muchacha asintió con una sonrisa. - Claro madre. No se
preocupe –, se levantó. – Seré yo la que vaya a por el vino -.
Esperaron pacientemente a que Soledad hubiera salido.
Francisca volvió a sentarse de nuevo junto a Raimundo, entrelazando su mano con
la de él y apretándola con fuerza.
- Tristán hijo -. Aquello iba a resultar mucho más difícil de
lo que pensaba, pero se alegraba de tener a su amor junto a ella. – Raimundo y
yo hemos de confesarte una cosa más -
Tristán miraba a uno y otro sin comprender. Debía tratarse de
algo importante como así anunciaba el semblante de ambos.
- Pues...ustedes dirán -, les dijo.
Francisca dedicó una última mirada a Raimundo y comenzó a
hablar.
- Como ya conoces, Raimundo y yo estuvimos enamorados hace
años -. Suspiró recordando. – Teníamos planes de casamiento, pero no contábamos con la
aprobación ni de su padre, ni de mi madre. Afortunadamente…-, miró a Raimundo
con los ojos velados de amor. –…mi padre y su tío Esteban eran cómplices de
nuestro amor -. Sonrió con nostalgia al recordar a su padre. Sin embargo casi
al mismo tiempo, su rostro volvió a endurecerse. – Pero al final, su padre,
Ramón Ulloa…-, escupió su nombre con profundo desprecio. -…consiguió
separarnos. Obligó a Raimundo a comprometerse con otra mujer…-. Aún le dolía
recordarlo, -…y por consiguiente a abandonarme a mí -. Raimundo apretó con
fuerza su mano. Dolía demasiado recordar, pero aún era más doloroso escuchar la
historia en boca de Francisca.
Ella prosiguió.
– Me volví loca. No podía asumir la separación, así que decidí
marcharme del pueblo. Conocí a Salvador Castro en el peor momento de mi vida –.
Sonrió amargamente. – Él supo aprovechar la ocasión y tas perseguirme de manera
incansable, me propuso matrimonio. Y yo acepté -. Ahora fue ella la que miró a
Raimundo, suplicándole perdón con la mirada.
- Francisca, no…-, comenzó a decir Raimundo, pero ella alzó
una mano y selló con ella sus labios.
- Déjame terminar mi amor…-. Raimundo tomó su mano y depositó
un suave beso en ella.
Tristán observaba la escena siendo consciente por primera vez
del profundo amor que ambos se profesaban. Sintió un pinchazo de dolor en el
corazón. Sufrió por ellos y con ellos. Ojalá las cosas hubieran sido
diferentes. Todos habríamos salido
ganando…, pensó con tristeza.
Francisca continuó, más esta vez, con la mirada puesta
fijamente en su hijo.
- Lo que nadie imaginaba es que cuando casé con Salvador,
yo…-. Había llegado el momento. Se aferró con fuerza a las manos de Raimundo.
-…yo, estaba embarazada de dos meses. De ti, Tristán…-.
El joven sintió que el aire quedaba atascado en sus pulmones.
Trató de asimilar las palabras que acababa de pronunciar su madre. Si ya estaba
embarazada cuando se casó con ese monstruo, quería decir que…
Miró de repente a Raimundo. Él era... ¡su padre! Soltó el
aire que había retenido y se sintió de pronto libre. Y feliz. Bajó la mirada
hasta sus manos, tan parecidas a las de aquel hombre que le había sostenido y
consolado cuando de niño se escapaba de casa y corría a la de Sebastián para
así poder sentir lo que era una familia. Sonrió al pensar en su amigo.
Resultaba que después de todo, era su hermano. Al fin se sentía parte de una
gran familia. Levantó sus ojos y reparó en que miraba por primera vez a su
padre.
Francisca y Raimundo estaban observando en todo momento las
distintas expresiones que surcaban el rostro de su hijo, esperando su reacción
con temor. Pero también con esperanza.
Tristán se levantó lentamente y se acercó a Raimundo. Le miró
al borde del llanto.
-….Padre…-, le dijo mientras su mano se elevaba para poder
estrechar la de Raimundo. Éste miró la mano que le tendía su hijo y sintió que
el corazón le estallaba en mil pedazos por la alegría. Se incorporó, la
estrechó entre la suya y tiró de ella para, por fin, poder abrazar a su hijo
mayor. Las lágrimas, que durante más de 30 años no fueron derramadas, salieron
a borbotones por sus ojos.
Pasaron varios minutos abrazados mientras Francisca, que
observaba la escena en un segundo plano, no podía parar de llorar. Raimundo, y
el que había sido fruto de aquel amor que se tenían, al fin conocían la verdad.
Sintió que el peso que había soportado durante largos años, liberaba al fin su
corazón.
Tristán se separó lentamente de su padre y volvió sus ojos a
ella. Se acercó para arrodillarse a su lado. Tomó sus manos entre las suyas,
depositando un beso sobre las palmas.
- Gracias por hacerme el mejor regalo del mundo…-, le dijo
mirándole a los ojos. - …mamá…-. Poniéndose a llorar como un chiquillo sobre el
regazo de su madre.
Francisca acarició el cabello de su hijo. -…Mi niño... -,
susurró con dulzura.
Raimundo se acercó a ellos por detrás. Abrazó tiernamente a
Francisca y acarició también la cabeza de su hijo. La vida al fin, le sonreía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario