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miércoles, 27 de mayo de 2015

AMOR, LUCHA Y RENDICIÓN (Parte 12)



- ¡Madre! – Tristán se acercó a ella abrazándola con alivio. – Estábamos preocupados muy por usted -.De repente vio a Raimundo y elevó una ceja. – Aunque no sé por qué me imaginaba ya que podía estar en buenas manos... -.

Ambos agacharon la cabeza un tanto avergonzados mientras Tristán no pudo por menos que estallar en carcajadas. Tras ese breve encuentro algo incómodo para ellos, los tres pasaron al salón. Era evidente que algo ocurría. Se palpaba un cierto nerviosismo en el ambiente. Tristán y Soledad les miraban extrañados, mientras que ellos parecían no encontrar las palabras. Al final, fue Raimundo quien comenzó a hablar.

- Veréis… - se frotó la nuca con una mano, muestra visible del nerviosismo que le atenazaba. – Tenemos que daros dos noticias importantes: la primera es que vuestra madre…yo…bueno, nosotros… -.

Francisca bufó impaciente.

– Lo que Raimundo trata de decir, o al menos eso creo… -, le dedicó una irónica mirada. – Es que vuestra madre, es decir, yo…-, miró a sus hijos a los ojos. – He recuperado la memoria -. Sonrió emocionada.

Tristán y Soledad corrieron hacia su madre a la que abrazaron, aplastándola entre los dos.

– Hijos, me alegra mucho que me abracéis de esta manera, pero…-, trató de buscar un hueco para respirar. – Vuestra efusividad terminará por hacerme morir asfixiada -.

Soledad sonrió. – No hay duda -. Su sonrisa se ensanchó. - Ha recuperado la memoria -. Francisca le dedicó a su hija una mirada enojada, que se disipó al ver el sincero afecto de sus hijos.

- Y ¿la segunda noticia? –, preguntó Tristán.

Raimundo y Francisca se miraron a los ojos y sonrieron enamorados.

– Veréis…vuestra madre…yo…bueno, nosotros… -.

- Raimundo, te repites -. Le interrumpió Francisca que le miraba sorprendida mientras alzaba una ceja burlona. – ¿Dónde ha quedado esa elocuencia de la que tanto presumes, Ulloa? -, le preguntó irónica. - Sinceramente, creí que usabas mejor esa lengua que Dios te dio -.

Raimundo se acercó muy despacio hasta ella. – ¿Acaso me estás retando? -, preguntó. - Creo que tú mejor que nadie, lo sabes. Más…luego te lo demuestro, si es menester para que te convenzas -.

Tristán y Soledad no pudieron reprimir mucho más la risa, y estallaron en sonoras carcajadas mientras su madre les miraba furibunda.

- Lo que trataba de deciros, antes de que vuestra madre me interrumpiera… -, Raimundo la miró divertido. – Es que ambos hemos decidido casarnos -, anunció.

Hubo unos segundos de silencio que a ambos se les hicieron eternos. Alternaban la mirada entre uno y otro de los muchachos, expectantes. Finalmente, Tristán se levantó hacia ellos. Tendió una mano a Raimundo que éste estrechó emocionado.

- No puedo sentirme más afortunado porque usted entre a formar parte de nuestra familia -, dijo el joven. Después, se giró hacia su madre antes de poder ver cómo los ojos de Raimundo se llenaban de lágrimas ante sus palabras. – Madre… -, tomó sus manos entre las suyas y las besó. – Ya es hora de que usted disfrute d un poco de felicidad -.

- Así es madre –, añadió Soledad, que también se acercó a ellos. – Han sido demasiadas penas las que han vivido ustedes. Ya es hora de poner algo de dicha en sus vidas -. Miró a Raimundo. – Me alegro mucho. Por los dos -.

Un emocionado silencio inundó el ambiente. Aquello superaba con creces los deseos de Francisca. Aunque aún quedaba pendiente un espinoso asunto.

- Esto hay que celebrarlo -, dijo Tristán. – Iré a la cocina a pedirle a alguna de las doncellas que nos suba una botella del mejor vino que tengamos en casa -.

Francisca se puso en pie y alcanzó a Tristán antes de que saliera del salón.

- Hijo, espera -. Tomó suavemente su brazo y se giró a Soledad. – Soledad, mi niña –, le sonrió con ternura. – ¿Podrías dejarnos un momento a solas con Tristán? -.

La muchacha asintió con una sonrisa. - Claro madre. No se preocupe –, se levantó. – Seré yo la que vaya a por el vino -.

Esperaron pacientemente a que Soledad hubiera salido. Francisca volvió a sentarse de nuevo junto a Raimundo, entrelazando su mano con la de él y apretándola con fuerza.

- Tristán hijo -. Aquello iba a resultar mucho más difícil de lo que pensaba, pero se alegraba de tener a su amor junto a ella. – Raimundo y yo hemos de confesarte una cosa más -

Tristán miraba a uno y otro sin comprender. Debía tratarse de algo importante como así anunciaba el semblante de ambos.

- Pues...ustedes dirán -, les dijo.

Francisca dedicó una última mirada a Raimundo y comenzó a hablar.

- Como ya conoces, Raimundo y yo estuvimos enamorados hace años -. Suspiró recordando. – Teníamos planes de casamiento, pero no contábamos con la aprobación ni de su padre, ni de mi madre. Afortunadamente…-, miró a Raimundo con los ojos velados de amor. –…mi padre y su tío Esteban eran cómplices de nuestro amor -. Sonrió con nostalgia al recordar a su padre. Sin embargo casi al mismo tiempo, su rostro volvió a endurecerse. – Pero al final, su padre, Ramón Ulloa…-, escupió su nombre con profundo desprecio. -…consiguió separarnos. Obligó a Raimundo a comprometerse con otra mujer…-. Aún le dolía recordarlo, -…y por consiguiente a abandonarme a mí -. Raimundo apretó con fuerza su mano. Dolía demasiado recordar, pero aún era más doloroso escuchar la historia en boca de Francisca.

Ella prosiguió.

– Me volví loca. No podía asumir la separación, así que decidí marcharme del pueblo. Conocí a Salvador Castro en el peor momento de mi vida –. Sonrió amargamente. – Él supo aprovechar la ocasión y tas perseguirme de manera incansable, me propuso matrimonio. Y yo acepté -. Ahora fue ella la que miró a Raimundo, suplicándole perdón con la mirada.

- Francisca, no…-, comenzó a decir Raimundo, pero ella alzó una mano y selló con ella sus labios.

- Déjame terminar mi amor…-. Raimundo tomó su mano y depositó un suave beso en ella.

Tristán observaba la escena siendo consciente por primera vez del profundo amor que ambos se profesaban. Sintió un pinchazo de dolor en el corazón. Sufrió por ellos y con ellos. Ojalá las cosas hubieran sido diferentes. Todos habríamos salido ganando…, pensó con tristeza.

Francisca continuó, más esta vez, con la mirada puesta fijamente en su hijo.

- Lo que nadie imaginaba es que cuando casé con Salvador, yo…-. Había llegado el momento. Se aferró con fuerza a las manos de Raimundo. -…yo, estaba embarazada de dos meses. De ti, Tristán…-.

El joven sintió que el aire quedaba atascado en sus pulmones. Trató de asimilar las palabras que acababa de pronunciar su madre. Si ya estaba embarazada cuando se casó con ese monstruo, quería decir que…

Miró de repente a Raimundo. Él era... ¡su padre! Soltó el aire que había retenido y se sintió de pronto libre. Y feliz. Bajó la mirada hasta sus manos, tan parecidas a las de aquel hombre que le había sostenido y consolado cuando de niño se escapaba de casa y corría a la de Sebastián para así poder sentir lo que era una familia. Sonrió al pensar en su amigo. Resultaba que después de todo, era su hermano. Al fin se sentía parte de una gran familia. Levantó sus ojos y reparó en que miraba por primera vez a su padre.

Francisca y Raimundo estaban observando en todo momento las distintas expresiones que surcaban el rostro de su hijo, esperando su reacción con temor. Pero también con esperanza.

Tristán se levantó lentamente y se acercó a Raimundo. Le miró al borde del llanto.

-….Padre…-, le dijo mientras su mano se elevaba para poder estrechar la de Raimundo. Éste miró la mano que le tendía su hijo y sintió que el corazón le estallaba en mil pedazos por la alegría. Se incorporó, la estrechó entre la suya y tiró de ella para, por fin, poder abrazar a su hijo mayor. Las lágrimas, que durante más de 30 años no fueron derramadas, salieron a borbotones por sus ojos.

Pasaron varios minutos abrazados mientras Francisca, que observaba la escena en un segundo plano, no podía parar de llorar. Raimundo, y el que había sido fruto de aquel amor que se tenían, al fin conocían la verdad. Sintió que el peso que había soportado durante largos años, liberaba al fin su corazón.

Tristán se separó lentamente de su padre y volvió sus ojos a ella. Se acercó para arrodillarse a su lado. Tomó sus manos entre las suyas, depositando un beso sobre las palmas.

- Gracias por hacerme el mejor regalo del mundo…-, le dijo mirándole a los ojos. - …mamá…-. Poniéndose a llorar como un chiquillo sobre el regazo de su madre.

Francisca acarició el cabello de su hijo. -…Mi niño... -, susurró con dulzura.

Raimundo se acercó a ellos por detrás. Abrazó tiernamente a Francisca y acarició también la cabeza de su hijo. La vida al fin, le sonreía.

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