Los primeros rayos de sol se colaron por la ventana de la
habitación, obligándole a desperezarse. Notó un ligero peso sobre su pecho,
acompañado de una acompasada y relajada respiración, y no pudo sino esbozar una
sonrisa. Francisca. Su pequeña. ¡Cuántos sinsabores habían tenido que pasar
para volver a estar juntos!
Aún no podía creer que en cuestión de semanas, su vida
hubiese dado un vuelco tan grande. El
destino suele ser caprichoso, pensó. Un buen día te arranca de las manos lo
que más quieres, para devolvértelo después, cuando casi habías perdido la
esperanza.
Ladeó ligeramente la cabeza. Sintió que el alma se le
deshacía por dentro solo por el simple hecho de verla dormir. Tocó
delicadamente la piel de su cuello, percibiendo su calor y su, de pronto,
acelerado latir. Despertando en ella a la vez miles de escalofríos. Francisca comenzó
a sonreír en sueños, y fue cuando para él se detuvo el mundo. ¡Cómo podía
despertarle esa pasión desenfrenada con un simple gesto! Desde el primer
momento en que la conoció, supo que esa condenada mujer iba a ser su tortura.
Suspiró feliz. En realidad, Francisca era mucho más que eso.
Ella era toda su vida.
Francisca se removió entre sus brazos, y él se sintió como un
ladrón por querer robarle su sueño. Quería despertarla. Anhelaba sentir sus
besos, su cuerpo. Se moría por hacerle el amor. Se movió ligeramente, pero
aquello fue lo suficiente para poder colocarse sobre ella. Besó su frente, sus
ojos, sus mejillas. Recorrió con sus labios el contorno de su rostro. Francisca
abrió muy despacio los ojos para perderse en la profundidad de aquella
mirada cargada de amor que tenía frente a ella. Atajó lo centímetros que le
separaban de él, buscando el manantial de su boca. Estaba demasiado sedienta de
Raimundo. Sus bocas se unieron en un beso infinito mientras sus lenguas
danzaban, enredándose entre sí. Absorbiendo su esencia. Sin prisas,
deleitándose. Saboreándose.
Las manos de Raimundo se enredaron en su pelo, atrayéndola
más hacia él. La dulzura del comienzo fue diluyéndose como la espuma, dando
paso a la fiebre de la pasión. Siempre había ocurrido de igual manera entre
ellos. Su amor les consumía. Esa locura terminaría por matarlos, más aquello
poco le importaba. No podía concebir mejor final que en brazos del ser amado.
Descendió de nuevo hasta el cuello de Francisca para ascender
otra vez sobre él, llegando hasta el lóbulo de su oreja, dejando a su paso un
reguero de besos que hizo que ella se estremeciera de arriba abajo.
La cabeza comenzó a darle vueltas cuando Raimundo se
incorporó y empezó a quitarse la ropa. Su pecho desnudo quedó ante ella, mientras
él solo pudo sentir sus manos ascendiendo desde su ombligo hasta los hombros,
robándole miles de escalofríos ante la caricia.
- Francisca… -, susurró.
Buscó su boca mientras sus manos se colaban sin permiso por
detrás de su espalda, desabrochando uno a uno los botones del vestido, que en
cuestión de segundos, se unió en el suelo al resto de su ropa. Francisca no
pudo evitar un gemido cuando sus cuerpos desnudos entraron en contacto al
estrecharla Raimundo entre sus brazos.
El éxtasis les alcanzó como un rayo. Fulminándoles. Uniendo
sus almas para toda la eternidad. Raimundo se derrumbó apaciblemente sobre
ella, haciéndole sentir dichosa tan solo por apreciar la calidez del contacto
de su piel con la suya. Tras unos minutos, Raimundo la miró sonriendo.
- Creo que voy a morir por esto… -, le dijo, besando agotado
su frente. – ¡Los años no perdonan! -, sonrió. - Y eso que debes reconocerme
que cada vez nos sale mejor… –, añadió mientras arqueaba arrogante su ceja
izquierda.
Francisca dejó salir la risa por su garganta en una carcajada
que hizo que su cuerpo temblara por dentro.
– Tu arrogancia no tiene límites, tabernero -, le respondió.
Raimundo sonrió.
– Es cierto. Mi arrogancia casi alcanza a la tuya, amor mío… -, añadió mientras
rozaba sus labios con los de ella. Besándolos con calma. - Francisca -, la
llamó de pronto, mudando el semblante. - No podemos seguir así… -.
Ella contuvo la respiración. – ¿A qué te refieres exactamente?
-. Sin saber muy bien explicar el por qué, tenía temor ante su posible
respuesta.
Raimundo se giró hasta quedar tumbado a su lado. Ladeó la
cabeza y la miró lleno de amor.
- Creo que ya va siendo hora de que el mundo se entere de
manera oficial que eres mía y que yo soy tuyo.- Se incorporó apoyándose en un
codo, al tiempo que tomaba su mano. - Francisca Montenegro… ¿Quieres casarte
conmigo? -.
Francisca le miró sorprendida. – ¿De veras…? -, titubeó. -
¿De veras deseas casarte conmigo Raimundo? ¿A pesar…-, tragó saliva. –… a pesar
de todo lo que te he hecho penar? -.
Raimundo sonrió con indulgencia. - Ambos nos hicimos daño a
lo largo de los años, no lo olvides. Sé que yo también te herí, pero no he
querido hacer otra cosa que pasar mis días a tu lado desde que tenía 17 años, mi
vida - . Besó sus manos. – Además podemos estar compensándonos por todos estos
sinsabores lo que nos quede de vida –, le sugirió arqueando de manera sensual
una ceja. Ella rio ante su ocurrencia. – Por favor Francisca -, le suplicó. -
Concédeme el placer de poder envejecer a tu lado -.
Francisca se abalanzó sobre él besándole ansiosa. Raimundo
agarró su nuca devolviéndole a su vez el beso.
- ¿He de tomar eso como un sí? -, le preguntó cuando al fin consiguieron separarse.
Francisca sonrió ante su pregunta. – Por supuesto que sí…- se
acercó hasta sus labios. -…mi amor… -.
Rodaron abrazados por la cama, sin poder parar de reír y de
dedicarse carantoñas y arrumacos. De pronto, Francisca cayó en la cuenta de que
se había marchado de su casa en plena noche. Sus hijos estarían preocupados por
ella.
- ¡Dios mío! -, exclamó. - Raimundo, he de irme
inmediatamente -. Se levantó de la cama y comenzó a recoger toda su ropa del
suelo. – Tristán y Soledad estarán preocupados preguntándose dónde me he metido
-.
Raimundo se levantó abrazándola por detrás y besando
delicadamente su cuello. – ¿Qué te parece si vamos juntos, amor? -. Francisca
se volvió en sus brazos, y le abrazó por la cintura. – Además… - Prosiguió. – Tenemos
una conversación pendiente con Tristán -. Al tocar ese tema, no pudo evitar
fruncir el ceño con preocupación. – Temo que no acepte la idea de que yo sea su
verdadero padre -.
- Lo hará Raimundo –, le animó ella mientras le abrazaba. –
Salvador siempre fue muy cruel con él. Yo… -. Le costaba recordar. -… yo me interpuse
en el camino de muchas de las palizas
que iban dirigidas hacia Tristán -. Raimundo sintió que la sangre le hervía de
furia al escucharla. – Nuestro hijo nunca le sintió como su padre. Además…- Vio
como Raimundo agachaba su mirada. Ella tomó sus manos. – Mírame Raimundo – Él
obedeció. – Tristán siempre deseó que tú fueses su verdadero padre -. Se giró
mientras recordaba el pasado con pesar. – Incontables fueron las ocasiones en
que me dijo que envidiaba a Sebastián porque tenía algo de lo que él carecía -.
Le miró de nuevo con los ojos llenos de lágrimas. – Un padre como tú -.
Raimundo la estrechó entre sus brazos, preso del miedo al
rechazo de su hijo a pesar de las palabras de Francisca.
– Él te querrá tanto como yo lo hago Raimundo –, susurró
junto a su cuello.
- Dímelo otra vez mi vida -, le pidió aferrándola con fuerza.
– No dejes nunca de repetírmelo -.
-Te amo Raimundo -. Besó la comisura de sus labios. – Te amo…-.
…………
Abandonaron de la Casa de Comidas, dejando atrás a una
maravillada Emilia, a la que acababan de hacer partícipe de la gran noticia. La
muchacha no pudo evitar sonreír mientras les veía alejarse agarrados de la mano
como dos chiquillos enamorados. Parecía que el amor había regresado a la vida
de su padre, y esta vez, para quedarse.
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