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lunes, 25 de mayo de 2015

AMOR, LUCHA Y RENDICIÓN (Parte 11)



Los primeros rayos de sol se colaron por la ventana de la habitación, obligándole a desperezarse. Notó un ligero peso sobre su pecho, acompañado de una acompasada y relajada respiración, y no pudo sino esbozar una sonrisa. Francisca. Su pequeña. ¡Cuántos sinsabores habían tenido que pasar para volver a estar juntos!

Aún no podía creer que en cuestión de semanas, su vida hubiese dado un vuelco tan grande. El destino suele ser caprichoso, pensó. Un buen día te arranca de las manos lo que más quieres, para devolvértelo después, cuando casi habías perdido la esperanza.

Ladeó ligeramente la cabeza. Sintió que el alma se le deshacía por dentro solo por el simple hecho de verla dormir. Tocó delicadamente la piel de su cuello, percibiendo su calor y su, de pronto, acelerado latir. Despertando en ella a la vez miles de escalofríos. Francisca comenzó a sonreír en sueños, y fue cuando para él se detuvo el mundo. ¡Cómo podía despertarle esa pasión desenfrenada con un simple gesto! Desde el primer momento en que la conoció, supo que esa condenada mujer iba a ser su tortura. Suspiró feliz. En realidad, Francisca era mucho más que eso. Ella era toda su vida.

Francisca se removió entre sus brazos, y él se sintió como un ladrón por querer robarle su sueño. Quería despertarla. Anhelaba sentir sus besos, su cuerpo. Se moría por hacerle el amor. Se movió ligeramente, pero aquello fue lo suficiente para poder colocarse sobre ella. Besó su frente, sus ojos, sus mejillas. Recorrió con sus labios el contorno de su rostro. Francisca abrió muy despacio los ojos para perderse en la profundidad de aquella mirada cargada de amor que tenía frente a ella. Atajó lo centímetros que le separaban de él, buscando el manantial de su boca. Estaba demasiado sedienta de Raimundo. Sus bocas se unieron en un beso infinito mientras sus lenguas danzaban, enredándose entre sí. Absorbiendo su esencia. Sin prisas, deleitándose. Saboreándose.

Las manos de Raimundo se enredaron en su pelo, atrayéndola más hacia él. La dulzura del comienzo fue diluyéndose como la espuma, dando paso a la fiebre de la pasión. Siempre había ocurrido de igual manera entre ellos. Su amor les consumía. Esa locura terminaría por matarlos, más aquello poco le importaba. No podía concebir mejor final que en brazos del ser amado.

Descendió de nuevo hasta el cuello de Francisca para ascender otra vez sobre él, llegando hasta el lóbulo de su oreja, dejando a su paso un reguero de besos que hizo que ella se estremeciera de arriba abajo.

La cabeza comenzó a darle vueltas cuando Raimundo se incorporó y empezó a quitarse la ropa. Su pecho desnudo quedó ante ella, mientras él solo pudo sentir sus manos ascendiendo desde su ombligo hasta los hombros, robándole miles de escalofríos ante la caricia.

- Francisca… -, susurró.

Buscó su boca mientras sus manos se colaban sin permiso por detrás de su espalda, desabrochando uno a uno los botones del vestido, que en cuestión de segundos, se unió en el suelo al resto de su ropa. Francisca no pudo evitar un gemido cuando sus cuerpos desnudos entraron en contacto al estrecharla Raimundo entre sus brazos.

El éxtasis les alcanzó como un rayo. Fulminándoles. Uniendo sus almas para toda la eternidad. Raimundo se derrumbó apaciblemente sobre ella, haciéndole sentir dichosa tan solo por apreciar la calidez del contacto de su piel con la suya. Tras unos minutos, Raimundo la miró sonriendo.

- Creo que voy a morir por esto… -, le dijo, besando agotado su frente. – ¡Los años no perdonan! -, sonrió. - Y eso que debes reconocerme que cada vez nos sale mejor… –, añadió mientras arqueaba arrogante su ceja izquierda.

Francisca dejó salir la risa por su garganta en una carcajada que hizo que su cuerpo temblara por dentro.

– Tu arrogancia no tiene límites, tabernero -, le respondió.

Raimundo sonrió.

– Es cierto. Mi arrogancia casi alcanza a la tuya, amor mío… -, añadió mientras rozaba sus labios con los de ella. Besándolos con calma. - Francisca -, la llamó de pronto, mudando el semblante. - No podemos seguir así… -.

Ella contuvo la respiración. – ¿A qué te refieres exactamente? -. Sin saber muy bien explicar el por qué, tenía temor ante su posible respuesta.

Raimundo se giró hasta quedar tumbado a su lado. Ladeó la cabeza y la miró lleno de amor.

- Creo que ya va siendo hora de que el mundo se entere de manera oficial que eres mía y que yo soy tuyo.- Se incorporó apoyándose en un codo, al tiempo que tomaba su mano. - Francisca Montenegro… ¿Quieres casarte conmigo? -.

Francisca le miró sorprendida. – ¿De veras…? -, titubeó. - ¿De veras deseas casarte conmigo Raimundo? ¿A pesar…-, tragó saliva. –… a pesar de todo lo que te he hecho penar? -.

Raimundo sonrió con indulgencia. - Ambos nos hicimos daño a lo largo de los años, no lo olvides. Sé que yo también te herí, pero no he querido hacer otra cosa que pasar mis días a tu lado desde que tenía 17 años, mi vida - . Besó sus manos. – Además podemos estar compensándonos por todos estos sinsabores lo que nos quede de vida –, le sugirió arqueando de manera sensual una ceja. Ella rio ante su ocurrencia. – Por favor Francisca -, le suplicó. - Concédeme el placer de poder envejecer a tu lado -.

Francisca se abalanzó sobre él besándole ansiosa. Raimundo agarró su nuca devolviéndole a su vez el beso.

- ¿He de tomar eso como un sí? -, le preguntó cuando al  fin consiguieron separarse.

Francisca sonrió ante su pregunta. – Por supuesto que sí…- se acercó hasta sus labios. -…mi amor… -.

Rodaron abrazados por la cama, sin poder parar de reír y de dedicarse carantoñas y arrumacos. De pronto, Francisca cayó en la cuenta de que se había marchado de su casa en plena noche. Sus hijos estarían preocupados por ella.

- ¡Dios mío! -, exclamó. - Raimundo, he de irme inmediatamente -. Se levantó de la cama y comenzó a recoger toda su ropa del suelo. – Tristán y Soledad estarán preocupados preguntándose dónde me he metido -.

Raimundo se levantó abrazándola por detrás y besando delicadamente su cuello. – ¿Qué te parece si vamos juntos, amor? -. Francisca se volvió en sus brazos, y le abrazó por la cintura. – Además… - Prosiguió. – Tenemos una conversación pendiente con Tristán -. Al tocar ese tema, no pudo evitar fruncir el ceño con preocupación. – Temo que no acepte la idea de que yo sea su verdadero padre -.

- Lo hará Raimundo –, le animó ella mientras le abrazaba. – Salvador siempre fue muy cruel con él. Yo… -. Le costaba recordar. -… yo me interpuse en el camino de muchas de las  palizas que iban dirigidas hacia Tristán -. Raimundo sintió que la sangre le hervía de furia al escucharla. – Nuestro hijo nunca le sintió como su padre. Además…- Vio como Raimundo agachaba su mirada. Ella tomó sus manos. – Mírame Raimundo – Él obedeció. – Tristán siempre deseó que tú fueses su verdadero padre -. Se giró mientras recordaba el pasado con pesar. – Incontables fueron las ocasiones en que me dijo que envidiaba a Sebastián porque tenía algo de lo que él carecía -. Le miró de nuevo con los ojos llenos de lágrimas. – Un padre como tú -.

Raimundo la estrechó entre sus brazos, preso del miedo al rechazo de su hijo a pesar de las palabras de Francisca.

– Él te querrá tanto como yo lo hago Raimundo –, susurró junto a su cuello.

- Dímelo otra vez mi vida -, le pidió aferrándola con fuerza. – No dejes nunca de repetírmelo -.

-Te amo Raimundo -. Besó la comisura de sus labios. – Te amo…-.

…………

Abandonaron de la Casa de Comidas, dejando atrás a una maravillada Emilia, a la que acababan de hacer partícipe de la gran noticia. La muchacha no pudo evitar sonreír mientras les veía alejarse agarrados de la mano como dos chiquillos enamorados. Parecía que el amor había regresado a la vida de su padre, y esta vez, para quedarse.

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