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lunes, 11 de mayo de 2015

AMOR, LUCHA Y RENDICIÓN (Parte 7)



Llegaron al hospital a la hora fijada, tras haber pasado con anterioridad por el hotel. Habían tenido el tiempo justo de registrarse y asearse un poco. Raimundo quiso costear sus propios gastos, más Tristán no se lo permitió.

El doctor Palacios les estaba esperando para darles las últimas indicaciones y explicarles en qué iba a consistir la operación. Francisca se aferró a la mano de Raimundo mientras tanto y no la soltó en ningún momento. Estaba asustada. Realmente asustada por más que intentase negarlo. Raimundo sintió un pinchazo en el pecho al percibir en ella el mismo miedo que él sentía, y apretó con más fuerza su mano. Ahora, después de todo lo que habían padecido hasta llegar a ese momento, no ansiaba otra cosa que vivir feliz a su lado el tiempo que les restase de vida. No quería dejarla escapar.

- Y ahora Señora Montenegro… -, el doctor se dirigió a ella. - Si nos acompaña, hemos de prepararle para la intervención -. Se levantó de su silla haciendo las indicaciones oportunas a una enfermera para que acompañase a Francisca.

Sacando una fortaleza de donde no la tenía, fue soltándose suavemente de la mano de Raimundo. De pronto, la estancia se había convertido en un lugar frio, triste. Inhóspito. Pudo sentir el vacío en su corazón causándole un dolor indescriptible. Él rozó su mejilla con la punta de los dedos para depositar a continuación, un tierno beso en sus labios.

Francisca se giró entonces hacia su hijo, al que acarició suavemente el cabello.

- Mi niño… -. Musitó.

- Todo va a salir bien, madre -. El nudo que se había formado en su garganta apenas le dejaba pronunciar palabra. - Aquí estaremos todos esperándola hasta que despierte. No pensamos separarnos de su lado, se lo prometo -. Besó cariñosamente su mano antes de apartarse para dejar su sitio a Soledad.

Ella se acercó a su madre con lágrimas en los ojos

- Madre…-. Se echó a sus brazos desconsolada. Francisca se aferró al cuerpo de su hija, mientras acariciaba su hermosa melena.

- Todo saldrá bien hija. Superaremos esto. Y cuando vuelva a casa… -, la separó de sí para poder mirarle a los ojos. –…tú y yo tendremos una larga charla. Hemos de recuperar el tiempo perdido, mi niña -.

- Y así será madre -, le respondió Soledad, que enjugó sus lágrimas con el dorso de la mano. - Pronto estaremos juntas de nuevo soportando su mal carácter -. Trató de sonreír por encima de las lágrimas.

- Un Montenegro siempre ha de tener carácter, Soledad -, afirmó orgullosa para luego sonreír con ternura a su hija.

Raimundo se acercó lentamente por detrás. Soledad se apartó para brindarles ese último momento de intimidad antes de que se llevaran a su madre. Raimundo rodeó la cintura de Francisca con sus brazos, y depositó un beso en su pelo. Olía a flores. Cerró los ojos para grabar ese momento en su corazón y en su memoria. Por un motivo que no sabía explicar, sabía que todo iba a salir bien.

Francisca se giró en su abrazo hasta que estuvieron frente a frente. Se tocaron el rostro, se acariciaron y besaron suavemente, queriendo alargar al máximo la despedida.

- Hasta pronto, mi vida -, susurró Raimundo. – No olvides que te llevas mi corazón

Francisca se aferró a él en un abrazo eterno.

- Y el mío se queda aquí contigo -, le respondió ella junto a su oído. Después, se fue separando de él mientras no dejaba de mirarle a los ojos,  y desapareció tras la puerta.

…………….

Aquella espera era interminable. Raimundo recorría una y otra vez el mismo pasillo esperando recibir noticias de Francisca. Habían pasado ya cuatro horas desde que se la llevaron y aún no sabían nada. Sentía un nudo en el estómago, sin embargo, estaba esperanzado. Nada malo podía pasar. Era Francisca. Dura. Fuerte. Todo lo que había pasado a lo largo de su vida la había convertido en una mujer incapaz de achantarse ante nada y ante nadie. Y esta vez, no iba a ser diferente. Iba a luchar contra la muerte, y resultaría victoriosa.

Tristán observaba de reojo a Raimundo. Apenas hacía un par de días que sabía la historia que unía a su madre y a aquel hombre, y reconocía que en un primer momento le había costado creer que pudiera ser cierto. Sabía que su madre nunca había amado a su…. Era incapaz de llamar padre a ese monstruo de Salvador Castro. De niños, siempre había envidiado la magnífica relación que Sebastián mantenía con su familia, más en concreto con su padre, Raimundo.

¿Por qué yo no puedo tener lo mismo? Se había preguntado desolado una y otra vez. Con gusto habría cambiado toda su riqueza, su patrimonio, por tener una auténtica familia.

Volvió su mirada de nuevo a Raimundo. Entendía perfectamente el dolor que estaba soportando ese gran hombre al saber de los padecimientos que sufría su amada. Se levantó y se encaminó hacía él. Raimundo sintió de repente una mano sobre su hombro. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no había sentido la presencia de Tristán a su lado. Ambos hombres se miraron a los ojos.

- No se inquiete Raimundo. Muy pronto tendremos noticias -.

- Lo sé, hijo…-.

Hijo. Su hijo. Aquel joven que se encontraba junto a él, brindándole su consuelo, era sangre de su sangre. Aún no se había planteado cómo le darían la noticia acerca de su origen. Sus pensamientos se centraban ahora mismo en Francisca, y no tenía cabeza para nada más. Además, reconocía que estaba asustado ante la posible reacción de Tristán. Lo mejor será esperar a que Francisca estuviera de nuevo con ellos y completamente recuperada. Juntos le darían la noticia.

- ¿Y Soledad...? -, preguntó Raimundo, buscándola con la mirada

- Se fue hace un rato a la capilla -.

Tristán pudo adivinar el temor en sus ojos, y ambos se fundieron en un abrazo que los reconfortó.

- Ojalá… -, comenzó a decirle Tristán. – Ojalá hubiera sido usted mi padre, Raimundo -.

Aquellas palabras le golpearon de lleno en el pecho y llevaron calidez a su corazón. Raimundo solo pudo apretarle aún más contra su pecho.

- Señor Castro… -. Una voz los interrumpió, obligándoles a girarse. El Doctor Palacios estaba frente a ellos.

- Doctor -, se dirigió a él Tristán. - Díganos, ¿Cómo ha ido la operación? ¿Cómo se encuentra mi madre? -.

El médico se acercó a ellos.

- La operación ha sido todo un éxito -. Tristán y Raimundo se miraron sonrientes y aliviados. - Su madre se encuentra ya en su habitación y está despierta. Es más, pueden pasar si lo desean. Pero he de avisarles de que…-.

Las palabras murieron en su boca, pues ambos hombres le habían dejado hablando a solas para acudir raudos a la habitación de Francisca Montenegro.

- ¡Madre! -.

Tristán se acercó a la cama y tomó su mano, depositando un suave beso en ella. Raimundo se había acercado por el otro lado. Francisca tenía aspecto cansado y su cabeza estaba cubierta por una enorme venda blanca. Y aun así, nunca la había visto tan hermosa.

- Amor mío… -, susurró junto a la palma de su mano.

Francisca les recorría con la mirada.

- Perdón… ¿Quiénes son ustedes? -.

2 comentarios:

  1. Me encanto !!! Hay romanticismo y una Francisca más humana sin perder el mal carácter y la fuerte personalidad

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