Llegaron al hospital a la hora fijada, tras haber pasado con
anterioridad por el hotel. Habían tenido el tiempo justo de registrarse y asearse
un poco. Raimundo quiso costear sus propios gastos, más Tristán no se lo
permitió.
El doctor Palacios les estaba esperando para darles las
últimas indicaciones y explicarles en qué iba a consistir la operación.
Francisca se aferró a la mano de Raimundo mientras tanto y no la soltó en
ningún momento. Estaba asustada. Realmente asustada por más que intentase
negarlo. Raimundo sintió un pinchazo en el pecho al percibir en ella el mismo
miedo que él sentía, y apretó con más fuerza su mano. Ahora, después de todo lo
que habían padecido hasta llegar a ese momento, no ansiaba otra cosa que vivir
feliz a su lado el tiempo que les restase de vida. No quería dejarla escapar.
- Y ahora Señora Montenegro… -, el doctor se dirigió a ella. -
Si nos acompaña, hemos de prepararle para la intervención -. Se levantó de su
silla haciendo las indicaciones oportunas a una enfermera para que acompañase a
Francisca.
Sacando una fortaleza de donde no la tenía, fue soltándose
suavemente de la mano de Raimundo. De pronto, la estancia se había convertido
en un lugar frio, triste. Inhóspito. Pudo sentir el vacío en su corazón causándole
un dolor indescriptible. Él rozó su mejilla con la punta de los dedos para depositar
a continuación, un tierno beso en sus labios.
Francisca se giró entonces hacia su hijo, al que acarició
suavemente el cabello.
- Mi niño… -. Musitó.
- Todo va a salir bien, madre -. El nudo que se había formado
en su garganta apenas le dejaba pronunciar palabra. - Aquí estaremos todos
esperándola hasta que despierte. No pensamos separarnos de su lado, se lo
prometo -. Besó cariñosamente su mano antes de apartarse para dejar su sitio a
Soledad.
Ella se acercó a su madre con lágrimas en los ojos
- Madre…-. Se echó a sus brazos desconsolada. Francisca se
aferró al cuerpo de su hija, mientras acariciaba su hermosa melena.
- Todo saldrá bien hija. Superaremos esto. Y cuando vuelva a
casa… -, la separó de sí para poder mirarle a los ojos. –…tú y yo tendremos una
larga charla. Hemos de recuperar el tiempo perdido, mi niña -.
- Y así será madre -, le respondió Soledad, que enjugó sus
lágrimas con el dorso de la mano. - Pronto estaremos juntas de nuevo soportando
su mal carácter -. Trató de sonreír por encima de las lágrimas.
- Un Montenegro siempre ha de tener carácter, Soledad -,
afirmó orgullosa para luego sonreír con ternura a su hija.
Raimundo se acercó lentamente por detrás. Soledad se apartó
para brindarles ese último momento de intimidad antes de que se llevaran a su
madre. Raimundo rodeó la cintura de Francisca con sus brazos, y depositó un beso
en su pelo. Olía a flores. Cerró los ojos para grabar ese momento en su corazón
y en su memoria. Por un motivo que no sabía explicar, sabía que todo iba a
salir bien.
Francisca se giró en su abrazo hasta que estuvieron frente a
frente. Se tocaron el rostro, se acariciaron y besaron suavemente, queriendo
alargar al máximo la despedida.
- Hasta pronto, mi vida -, susurró Raimundo. – No olvides que
te llevas mi corazón
Francisca se aferró a él en un abrazo eterno.
- Y el mío se queda aquí contigo -, le respondió ella junto a
su oído. Después, se fue separando de él mientras no dejaba de mirarle a los
ojos, y desapareció tras la puerta.
…………….
Aquella espera era interminable. Raimundo recorría una y otra
vez el mismo pasillo esperando recibir noticias de Francisca. Habían pasado ya
cuatro horas desde que se la llevaron y aún no sabían nada. Sentía un nudo en
el estómago, sin embargo, estaba esperanzado. Nada malo podía pasar. Era
Francisca. Dura. Fuerte. Todo lo que había pasado a lo largo de su vida la
había convertido en una mujer incapaz de achantarse ante nada y ante nadie. Y
esta vez, no iba a ser diferente. Iba a luchar contra la muerte, y resultaría
victoriosa.
Tristán observaba de reojo a Raimundo. Apenas hacía un par de
días que sabía la historia que unía a su madre y a aquel hombre, y reconocía
que en un primer momento le había costado creer que pudiera ser cierto. Sabía
que su madre nunca había amado a su…. Era incapaz de llamar padre a ese monstruo de Salvador Castro.
De niños, siempre había envidiado la magnífica relación que Sebastián mantenía
con su familia, más en concreto con su padre, Raimundo.
¿Por qué yo no puedo
tener lo mismo? Se
había preguntado desolado una y otra vez. Con gusto habría cambiado toda su
riqueza, su patrimonio, por tener una auténtica familia.
Volvió su mirada de nuevo a Raimundo. Entendía perfectamente
el dolor que estaba soportando ese gran hombre al saber de los padecimientos
que sufría su amada. Se levantó y se encaminó hacía él. Raimundo sintió de
repente una mano sobre su hombro. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos
que no había sentido la presencia de Tristán a su lado. Ambos hombres se
miraron a los ojos.
- No se inquiete Raimundo. Muy pronto tendremos noticias -.
- Lo sé, hijo…-.
Hijo. Su hijo. Aquel
joven que se encontraba junto a él, brindándole su consuelo, era sangre de su
sangre. Aún no se había planteado cómo le darían la noticia acerca de su
origen. Sus pensamientos se centraban ahora mismo en Francisca, y no tenía
cabeza para nada más. Además, reconocía que estaba asustado ante la posible
reacción de Tristán. Lo mejor será esperar a que Francisca estuviera de nuevo
con ellos y completamente recuperada. Juntos le darían la noticia.
- ¿Y Soledad...? -, preguntó Raimundo, buscándola con la
mirada
- Se fue hace un rato a la capilla -.
Tristán pudo adivinar el temor en sus ojos, y ambos se
fundieron en un abrazo que los reconfortó.
- Ojalá… -, comenzó a decirle Tristán. – Ojalá hubiera sido
usted mi padre, Raimundo -.
Aquellas palabras le golpearon de lleno en el pecho y llevaron
calidez a su corazón. Raimundo solo pudo apretarle aún más contra su pecho.
- Señor Castro… -. Una voz los interrumpió, obligándoles a
girarse. El Doctor Palacios estaba frente a ellos.
- Doctor -, se dirigió a él Tristán. - Díganos, ¿Cómo ha ido
la operación? ¿Cómo se encuentra mi madre? -.
El médico se acercó a ellos.
- La operación ha sido todo un éxito -. Tristán y Raimundo se
miraron sonrientes y aliviados. - Su madre se encuentra ya en su habitación y
está despierta. Es más, pueden pasar si lo desean. Pero he de avisarles de
que…-.
Las palabras murieron en su boca, pues ambos hombres le
habían dejado hablando a solas para acudir raudos a la habitación de Francisca
Montenegro.
- ¡Madre! -.
Tristán se acercó a la cama y tomó su mano, depositando un
suave beso en ella. Raimundo se había acercado por el otro lado. Francisca
tenía aspecto cansado y su cabeza estaba cubierta por una enorme venda blanca.
Y aun así, nunca la había visto tan hermosa.
- Amor mío… -, susurró junto a la palma de su mano.
Francisca les recorría con la mirada.
- Perdón… ¿Quiénes son ustedes? -.
Me encanto !!! Hay romanticismo y una Francisca más humana sin perder el mal carácter y la fuerte personalidad
ResponderEliminarGracias!
Eliminar