- Padre, ¡al fin aparece! -.
Emilia se dirigió corriendo hacia él. - Ande, enséñeme esas
manos. Sebastián me contó que las tenía llenas de cortes -. La joven las
inspeccionó con detenimiento.
- Emilia hija, estoy bien, no te inquietes -, le respondió
Raimundo. – Siento mucho llegar tan tarde, pero… -.
- Pero nada -, le interrumpió Emilia. - No hace falta que se
disculpe o me de explicación alguna, padre. Sebastián y yo estuvimos hablando
hasta bien entrada la madrugada. Y me refirió todo -. Raimundo la miró de reojo.
– Sí padre, no me mire así. Cuando digo todo es… todo. Me habló de la
enfermedad de Doña Francisca y de cómo usted marcho raudo a su lado. Y a juzgar
por las horas a las que aparece, sospecho que la Doña debió de recibirle muy
bien -, le soltó con un deje irónico en su voz.
Raimundo suspiró al recordar su encuentro con Francisca. - Hija
mía, cuando te enamores sabrás todas las clases de locuras que uno puede llegar
a hacer en nombre de ese noble sentimiento -. Suspiró antes de prosiguir. – Como también
sabrás que se ha de permanecer junto a la persona amada en los momentos más complicados
-. Su tono de voz cambió, y apartó la mirada. - Este es uno de esos momentos
para mí -.
La muchacha sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al
ver a su padre tan abatido. Nada pudo decirle. Tan solo echarse a sus brazos y
dejar que aquellos pudiesen reconfortar su ánimo.
- Vamos hija -, replicó Raimundo. - Tú no sufras por tu padre,
¿de acuerdo? - le pidió tratando que su voz no se quebrase por la angustia, sin
éxito alguno. Se separó de ella, sujetándole aún por los hombros. – ¿Y Sebastián? ¿Marchó ya a la conservera? -,
preguntó. - La verdad, me gustaría poder hablar con los dos un momento -.
Emilia le miró con extrañeza. - Sí… -, afirmó algo turbada. -
Aún debe estar en su habitación. Espéreme aquí, padre -, le pidió. - Iré a
buscarlo -.
En apenas unos minutos, la muchacha apareció de nuevo
acompañada esa vez por su hermano, que terminaba de colocarse la corbata. -
Padre -, le saludó el joven, mudando de inmediato su rostro al constatar el
semblante preocupado de su progenitor, tal y como le acababa de referir Emilia.
- La cosa es seria, ¿me equivoco? -.
Raimundo exhaló un suspiro cansado. - No hijo. No yerras en
absoluto. Sentaos un momento conmigo, os lo ruego -, les pidió a ambos,
ofreciéndoles una silla. Tomando él asiento a continuación. Tras varios minutos
en los que les puso al corriente de la marcha de Francisca a la situación,
expuso también su intención de acompañarla en tal trance.
- Como veis hijos míos, no puedo ni quiero separarme de ella en
estos momentos -, agachó la mirada, mirando sus manos, que se retorcían de
nerviosismo y angustia. - Me necesita a su lado y yo quiero estar ahí para
ella. Ocurra lo que ocurra -. Miró suplicante a sus hijos. Tratando de contener
las lágrimas. - ¿Lo entendéis, verdad?
-.
Emilia tomó sus manos entre las suyas. - Pero cómo no vamos a
entenderlo, padre –, le dijo. – Realmente siento mucho que estén pasando por
todo esto, ahora que las cosas entre Doña Francisca y usted se habían
solucionado -.
- Solo espero que todo salga bien -, prosiguió Sebastián. – Y sepa que contará con todo nuestro apoyo si…-, no sabía
cómo decirlo sin herir a su padre. – Si
las cosas no salen como cabría esperar… -.
Raimundo sonrió de manera imperceptible.
- No pensemos en eso ahora -, respondió. - No va a suceder. Y
en el caso de que así sea…-, un nudo que se arremolinó en torno a su garganta
le impedía casi hablar, aun así se esforzó por continuar. - En el caso de que
así sea, ya cruzaremos entonces ese puente -. Se puso en pie. – Y ahora, si me
disculpáis tengo que dejaros. Preciso preparar algo de ropa y otros enseres
para el viaje -.
Sebastián también se levantó de su asiento. - Sintiéndolo
mucho, yo debo despedirme aquí padre, he de marchar ya a la conservera. Me
espera un cliente para una importante reunión que no puedo eludir -. Se abrazó
a Raimundo. - Manténganos informados, por favor -, musitó junto a su oído. - Y
cualquier cosa que necesite, háganoslo saber ¿entendido? -.
Raimundo sonrió. - Cristalino hijo -.
…………………..
La calesa estaba dispuesta ya para partir en cuanto ellos
dispusieran. Francisca comenzaba a impacientarse.
- ¿Se puede saber dónde se habrá metido ese condenado
tabernero? -, no hacía más que moverse de arriba abajo como si fuera un gato
enjaulado.
Tristán la observaba divertido, a pesar de las circunstancias
que les rodeaban. - No se impaciente tanto madre, aún hay tiempo -. Tristán miró su
reloj. - ¿Tantas ganas tiene de volver a verle?-.
Francisca miró feroz a su hijo, pero se derritió al verle
sonriendo de medio lado, en un gesto que le recordó tanto a Raimundo, que no
pudo por menos que sonreír ella también.
- Señora no tardará -. Le habló Pepa, que se había acercado
hasta la casa para acompañar a Tristán hasta que todos partieran. – Si lo
desea, puedo prepárale en un momento una tisana que calme sus nervios -.
Francisca la miró arqueando una ceja. - ¿Y quién dice a ti que estoy nerviosa, muchacha? -.
- Madre…-, la amonestó Tristán, que aferraba a su novia por la
cintura. – Pepa solo está siendo amable -.
- No te inquietes Tristán -, le tranquilizó la joven. - Estoy
más que acostumbrada a las lindezas que
me dedica tu madre -, afirmó mirando fijamente a los ojos Francisca.
Ella decidió no darle mayor importancia a las palabras de
aquella deslenguada. En esos momentos tenía otras preocupaciones. - Tristán,
vete afuera a ver si viene ya Raimundo -, le suplicó.
- Madre, no va a llegar antes porque yo salga a buscarle -.
Sin embargo, al ver la mirada que le estaba dedicando,
resopló con resignación, dio un suave beso a Pepa y salió al exterior en busca
de aquel hombre que había robado la tranquilidad de su madre.
- Al fin un momento a solas, muchacha -, le dijo Francisca
cuando ambas se quedaros a solas. - Precisaba hablar unas cuantas cosas contigo
-.
La joven cruzó los brazos sobre el pecho. - Hable Señora -,
respondió. - Le escucho.- Se acercó hasta ella. - Lo que sí le advierto desde
ya, es que no le voy a consentir que me falte el respeto en ningún momento.
Esté usted enferma o no -.
Francisca sonrió. Mal que le pesara, le gustaba el carácter
de esa muchacha. Era valiente, orgullosa y decidida. En algunos momentos le
recordaba a ella misma. La observó con sincero afecto.
- Negaré lo que voy a decirte ahora mismo, más creo que serás
una buena influencia para mi hijo -. Pepa se quedó estupefacta. - Más vale que
le hagas feliz… -. Francisca se acercaba a ella con esa pose tan amenazadora
que ya le resultaba tan familiar. -…o te perseguiré durante el resto de tu
vida. Este yo viva o muerta -. Sentenció.
Pepa sonrió por primera vez a Francisca.
- No se preocupe señora. Amo a Tristán con todo mi corazón, y
cuando se ama a alguien de esa manera tan sincera, solo se desea su felicidad -.
La miró con detenimiento. – Supongo que usted debe saber eso ¿no? -.
Francisca se carcajeó. - Realmente me caes bien muchacha -.
Cambió el rictus por otro más serio de repente. - Pero no te pases demasiado
con tus chanzas -.
La puerta se abrió de pronto, anunciando la llegada de
Tristán seguido de un Raimundo tan apuesto, que Francisca sintió que le flaqueaban
las rodillas.
- Veo que he acertado poniéndome este viejo traje -, le susurró
Raimundo mientras se acercaba como un cazador a su presa, llegando a su lado para
robarle el aliento con un profundo beso. - Hola amor -, musitó junto a su boca.
- Siento el retraso -.
- Tranquilo, no pasa nada -. Francisca le miraba con adoración.
- Estábamos aquí tranquilamente charlando, esperando que llegaras. Aún tenemos
tiempo de sobra -. Ahora fue ella la que le robó un beso.
Tristán puso los ojos en blanco, mientras recordaba la
impaciencia de su madre ante la tardanza de Raimundo. - Madre -, carraspeó de
pronto, llamando su atención. - Si ambos han terminado ya de… saludarse, será
mejor que nos vayamos poniendo en camino -.
Francisca le miró furiosa mientras Raimundo estallaba en
carcajadas.
-¿Qué te parece si nosotros vamos saliendo? -, le inquirió. -
Me da la sensación de que ellos también quieren despedirse -. Raimundo guiñó un
ojo a Tristán antes de salir del comedor tomado de la mano de Francisca.
…….
- ¿Cuánto tiempo es necesario para despedirse? -, bufó
Francisca ya acomodada en la calesa al lado de Raimundo. Frente a ellos,
Soledad miraba resignada a su madre. Siempre
igual, se dijo la joven.
Raimundo tomó con delicadeza su mano.
- Son jóvenes Francisca. ¿O es que ya no recuerdas cómo nos
despedíamos tú y yo cada día? -. Le recordó arqueando de manera divertida una
ceja.- Incontables minutos permanecíamos anclados el uno al otro, amor,
incapaces de resignarnos a la despedida -, le susurró con voz ronca. Francisca
miró a Soledad que observaba la escena divertida. La vergüenza hizo aparición
en su rostro que se puso de color escarlata. La muchacha no pudo reprimirse por
más tiempo y saltó en carcajadas al ver cómo Raimundo era capaz de descolocar
de esa manera a su madre.
- Esta me la vas a pagar, maldito Ulloa -, le amenazó.
De pronto, la puerta de la calesa se abrió. Tristán se
acomodó al lado de su hermana. - Será mejor que partamos. Hemos de llegar antes
de que anochezca -.
Raimundo se acercó al oído de Francisca y suavemente le
susurró.
- ¿Y cómo piensas hacérmelo pagar, amor mío?-. Aquel tono
susurrante de su voz unido a su cercanía, estaba provocando estragos en ella.
Se giró hacía él perdiéndose en sus ojos. Como siempre hacía.
- Me temo que este va a ser un viaje muyyyy largo -, resopló
Tristán poniendo los ojos en blanco por segunda vez en el día. Soledad no pudo
más que sonreír ante la ocurrencia de su hermano mientras observaba a aquel par
de enamorados que no paraban de besarse y hacerse carantoñas.
………..
Habían transcurrido ya varias horas desde que tomaron camino.
Francisca dormía plácidamente sobre su pecho mientras él la rodeaba delicadamente
con su brazo. Frente a ellos, Soledad y Tristán se encontraban también con los
ojos cerrados. Bien porque dormían, o porque estaban quizá concentrados en sus
propios pensamientos.
Se movió ligeramente para estimular sus agarrotados músculos,
pero con una delicadeza infinita para que Francisca no se despertara. Sonrió al
contemplarla. Ella seguía durmiendo plácidamente y en aquellos instantes, en
nada se parecía a la dura Francisca Montenegro que todos temían por su carácter
duro y disciplinado. Su rostro era suave y dulce. El mismo del que él había
estado enamorado toda su vida. La rozó con la yema de los dedos, tan suavemente
como si temiera que no fuera real y se evaporase como un espejismo, tal y como
le había sucedido a lo largo todas las noches que estuvieron separados y él se
limitaba a soñar con ella. Esta vez no,
pensó. Esta vez es real.
El suyo había sido un amor apasionado, arrollador, dulce…a la
par que desgarrado y tremendamente doloroso. Más aun así tan fuerte, tan
intenso, que nada ni nadie había conseguido minarlo. Estaba incluso por encima
de ellos mismos. Destinados a amarse de por vida. Y en sus propias carnes había
constatado que era imposible luchar contra ese destino. Volvió a dirigir su
mirada a Francisca. Su vida entera.
Como si pudiera sentir sus ojos sobre ella, Francisca se
desperezó lentamente, descubriéndose reflejada en la mirada de Raimundo. Alzó
su mano, recorriendo con ella el contorno de su rostro. Él cerró los ojos,
queriendo grabar ese leve contacto en su corazón. Francisca se incorporó y
pronto sus labios siguieron el recorrido que antes habían iniciado sus dedos.
Besó todos y cada uno de los rincones del rostro de Raimundo.
Finalmente, sus labios sedientos se encontraron. Se besaron con
una dulzura infinita. No necesitaron decirse nada. Sus actos hablaban por sí
mismos.
- Te quiero Raimundo -, susurró Francisca junto a sus labios.
- Yo te amo, vida mía -, le respondió él mientras se perdía de
nuevo en la dulce boca de Francisca.
Me encanto !!! Lleno de romanticismo y humor !!!!
ResponderEliminar¡Me alegro mucho de que lo estés disfrutando!
Eliminar