- Deja de decir tonterías
Raimundo, y abre esa puerta -. Señaló la misma con la mano, que temblaba en el
aire. – Si esto es una de tus chanzas, no tiene gracia -.
- ¿Gracia? -, le respondió. - ¿Acaso te crees que te
estoy mintiendo? -. Se acercó de nuevo
hasta la puerta, forcejeando con ella sin éxito. - ¡No se abre! -, le dijo enfadado,
en un tono de voz más alto del deseado.
Francisca se sobresaltó por el
grito de Raimundo, pero trató de no hacérselo ver. Por eso, gritó de la misma
forma.
– Fantástico. ¡Esto es fantástico! -. Se movía por la habitación
agitando los brazos en el aire. - ¿Qué se supone que debemos hacer ahora?
¿Quedarnos aquí hasta que alguien se decida a sacarnos? -.
Raimundo, que se había cruzado de
brazos, la miraba con una mezcla de furia y diversión. La gran Francisca
Montenegro, había perdido los estribos.
- ¿Se te ocurre una idea mejor? -, añadió. - ¿Por
qué no pruebas a gritarle a la puerta? A lo mejor se asusta tanto que se abre
por sí solita… -.
La mirada que entonces le dedicó
ella, hizo que se le borrara esa media sonrisa de la cara. Tal vez debería no
echar más leña al fuego, pero en el fondo le encantaba el brillo que aparecía
en sus ojos cuando se enfadaba. Y ese mentón que se erguía altivo, retando a
quien osara desafiarle. Apartó la mirada ahogando un suspiro. Francisca
conseguía que volviera a sentirse vivo cada vez que estaba cerca de él.
- No te pongas así, Francisca… -.
Quiso apaciguar los ya de por sí alterados ánimos. – Saldremos de aquí, no te preocupes. Aún no se
cómo, pero saldremos -.
- ¿Acaso me ves preocupada? -. Se
cruzó de brazos y le miró de medio lado. – Sí me alteré hace un momento es
porque lo que menos deseo es permanecer tanto tiempo a tu lado -.
Sintió sus palabras igual que una
bofetada en la cara. Cierto era que su relación en todos estos años había
resultado ser un tira y afloja constante. Mas “tira” que “afloja” para ser
exactos. Pero que ella reconociera abiertamente lo mucho que le desagradaba
estar a su lado, había conseguido cortarle hasta la respiración.
- No te creas que para mí estar a
tu lado es mi mas ferviente deseo. Cualquier cosa preferiría a tener que
soportarte un minuto más -.
Los ojos empezaron a picarle por
las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. Resultaba cruelmente triste, que ellos, que nunca fueron capaces de estar separados más
de cinco minutos, no soportaran estar ahora en la misma habitación.
************
- Aún no nos hemos despedido y ya
te extraño… -.
Francisca se escondió en su pecho
mientras se refugiaban de la lluvia en el cobertizo limítrofe a las tierras de
la Casona. Regresaban del Caserón después de haber pasado toda la tarde juntos
cuando les sorprendió aquella pequeña tormenta.
Raimundo la apretó contra él para
proporcionarle algo de calor pues sus ropas estaban mojadas. Y, porqué no
reconocerlo, disfrutaba de cada segundo que pasaba a su lado, sintiendo su
contacto junto a él.
- Mi pequeña… -.
Pasó varias veces la mano por su
espalda. Era cierto. Todavía la tenía entre sus brazos y el solo pensar en
tener que dejarla en apenas unos minutos, se le hacía insoportable.
- Cada vez se me hace más difícil
estar lejos de ti, Raimundo -. Se separó de él lo suficiente como para mirarle
a los ojos. – Sé que pasamos gran parte de nuestro tiempo juntos, pero siento
que no es suficiente -. Bajó la mirada mientras jugueteaba con los botones de
su camisa. – Soy tan egoísta que te quiero solo para mí -.
Raimundo enmarcó su rostro,
haciendo que le mirara a los ojos.
- Y solo tuyo soy, mi bien -. Besó
lentamente sus labios. - ¿Crees que para mí es fácil tener que decirte “Hasta
mañana” cada día? Cada vez que te vas, me dejas lleno de negros
presentimientos. Un viento helado cruza mi pecho, y siento entonces que tardaré en
volver a verte -.
Ella le miró con los ojos velados
de amor. Pero también con un cierto tinte de intranquilidad. De preocupación. No solo era ella la que sufría
por la separación diaria. Raimundo también lo hacía. Se abrazó con fuerza a él,
rodeándole la cintura con sus brazos.
- Mi pulso y mi vida se paraliza
si no estás a mi lado. No quiero estar sin tu calor… -. Deslizó los labios por
su mejilla, buscando los suyos. – Sin tu aliento… -. Pronunció ya en el
interior de su boca justo antes de que sus lenguas se entrelazaran en un beso
largo y pausado.
- Mi calor y mi vida son tuyos… -, musitó apoyando su frente en la suya. -…y así será para siempre Raimundo. Para
siempre… -.
Permanecieron abrazados en
silencio. Escuchando nada más su suave respirar y el latido de sus corazones. –
Pronto estaremos juntos, amor mio -. Habló Raimundo en un susurro. – Y nada ni
nadie podrá separarnos nunca -.
*************
Cuando los recuerdos se hicieron
inaguantables le dio la espalda con el único fin de ocultar esas primeras
lágrimas que no había podido retener a pesar de sus esfuerzos por evitarlo.
¿Por qué se empeñaba siempre en decir cosas que para nada sentía?
Para hacerle daño…, le
respondió su corazón.
Te equivocas, le replicó por contra su
razón. Lo haces para ocultar que sufres por su indiferencia. Que aún te
duele en lo más hondo su abandono.
Aquella herida seguía abierta por
más que se empeñara en ocultarlo. Y cuánto mayor era el desprecio con el que se
mostraba Raimundo, más profunda era su llaga. Tuvo que morderse los nudillos
para no prorrumpir en sollozos.
Pero a Raimundo, que había
seguido en silencio todos y cada uno de sus movimientos, no pudo engañarle.
Sabía que sus palabras le habían causado daño en el mismo momento en que las
pronunció. Lo que no llegaba a comprender era la razón por la cual eso que
había dicho le había causado dolor.
Dio un paso hacia ella y se
detuvo. ¿Por qué de pronto tenía la imperiosa necesidad de disculparse? ¿Acaso
ella no le había dedicado palabras igual de hirientes? Además, se suponía que
ella ya no le amaba. Y eso era algo que torturaba su apaleado corazón. Sus ojos
se volvieron a posar en ella. Algún que otro sollozo que trataba de esconder
convulsionaban levemente su espalda.
Y sintió que millones de dagas
laceraban su pecho. A pesar de todo lo vivido, y de todo lo padecido, causarle
algún dolor le partía el alma en mil pedazos.
- Lo siento -, dijo finalmente
dando un paso más hacia ella. Observó como Francisca se quedaba muy quieta,
levantando imperceptiblemente la cabeza.
- ¿Y qué es lo que sientes? -, le preguntó ella por contra. - ¿El haberme
abandonado? ¿El hecho de lanzarme a los brazos de Salvador Castro? -. Se dio la
vuelta lentamente, enfrentándose a él después de haberse limpiado los restos de
lágrimas con el dorso de la mano. – Tendrás que ser algo más… específico -.
Raimundo comenzó a respirar con
fuerza. Sus ojos enrojecidos le confirmaron que había estado llorando. Pero de
nuevo sus reproches se clavaron en su alma. Crueles. Despiadados. ¿Es que acaso
él no sufrió todos estos años? ¿Es que ella se había olvidado de todo el mal
que le había ocasionado a él y a su familia?
- Te expuse mis motivos reales
sobre aquello. Allá tú si me quieres creer o no -. Le habló dolido. – Pero te
puedo asegurar que no ha existido un solo día de mi vida en que no me haya
arrepentido de ello… -.
Francisca sonrió con desprecio. –
Bonito es el arrepentimiento que se expresa mediante el desprecio -.
Apretó los puños con fuerza contra sus costados. Mirándole en silencio después.
- ¿Y qué esperabas Francisca? -, le preguntó en un susurro frío y desolador que le atravesó el corazón. – Me
arruinaste la vida. Te empeñaste en despojarme de todo lo que tenía valor y
sentido para mí. Me dejaste al borde del abismo -, la miró profundamente a los ojos. –
Convertiste mi vida en un infierno -.
- ¿Un infierno? -. Ella se carcajeó con
dolor. – Tú no sabes lo que es el infierno…Saber que quien te juraba amor
eterno, te desprecia por dinero. Que te ves atrapada de pronto entre las garras
de un monstruo que te golpea, te humilla y te violenta cuando le viene en gana
-. Se abrazó la cintura, recordando. – Aguantando su apestoso aliento a licor
sobre ti mientras te toma por la fuerza. Mientras te repite que no vales nada.
Y te recuerda que el amor de tu vida es feliz en brazos de otra. Y a ti, solo
te queda bajar la cabeza, callar y soportar. Si es que no quieres perder la
propia vida -. Se volvió a él con lágrimas en los ojos. – Me destrozaste la
vida, Raimundo. ¿Y todavía dices que la tuya fue un infierno? -. Tragó saliva
para deshacer el nudo que le atenazaba la garganta. – Al menos tú, fuiste feliz
con ella… -.
Raimundo había escuchado atónito
el discurso de Francisca. Le dolía el pecho y sentía el corazón oprimido en un
puño. Rememorar por boca de ella todo lo que tuvo que padecer a manos de ese
sinvergüenza le revolvía las entrañas.
- Francisca yo… -.
- Déjalo Raimundo. No vuelvas a
decir que lo sientes o que te arrepientes -. Irguió la cabeza orgullosa. – De
nada me valen tus arrepentimientos ahora. Habérmelos ofrecido cuando más te
necesitaba -.
Se fue hacia una de las esquinas
de la habitación, apoyándose en la pared y dándole la espalda. Quedándose en
silencio. Tratando de disipar y volver a cerrar, la caja de recuerdos que había
abierto hacía tan solo unos minutos. Recuerdos que le destrozaban y que no
estaba dispuesta a dar salida de nuevo.
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