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viernes, 19 de febrero de 2016

CONFESIONES (Parte 5)



- Deja de decir tonterías Raimundo, y abre esa puerta -. Señaló la misma con la mano, que temblaba en el aire. – Si esto es una de tus chanzas, no tiene gracia -.

- ¿Gracia? -, le respondió. - ¿Acaso te crees que te estoy mintiendo? -.  Se acercó de nuevo hasta la puerta, forcejeando con ella sin éxito. - ¡No se abre! -, le dijo enfadado, en un tono de voz más alto del deseado.

Francisca se sobresaltó por el grito de Raimundo, pero trató de no hacérselo ver. Por eso, gritó de la misma forma. 

– Fantástico. ¡Esto es fantástico! -. Se movía por la habitación agitando los brazos en el aire. - ¿Qué se supone que debemos hacer ahora? ¿Quedarnos aquí hasta que alguien se decida a sacarnos? -.

Raimundo, que se había cruzado de brazos, la miraba con una mezcla de furia y diversión. La gran Francisca Montenegro, había perdido los estribos. 

- ¿Se te ocurre una idea mejor? -, añadió. - ¿Por qué no pruebas a gritarle a la puerta? A lo mejor se asusta tanto que se abre por sí solita… -.

La mirada que entonces le dedicó ella, hizo que se le borrara esa media sonrisa de la cara. Tal vez debería no echar más leña al fuego, pero en el fondo le encantaba el brillo que aparecía en sus ojos cuando se enfadaba. Y ese mentón que se erguía altivo, retando a quien osara desafiarle. Apartó la mirada ahogando un suspiro. Francisca conseguía que volviera a sentirse vivo cada vez que estaba cerca de él.

- No te pongas así, Francisca… -. Quiso apaciguar los ya de por sí alterados ánimos. – Saldremos de aquí, no te preocupes. Aún no se cómo, pero saldremos -.

- ¿Acaso me ves preocupada? -. Se cruzó de brazos y le miró de medio lado. – Sí me alteré hace un momento es porque lo que menos deseo es permanecer tanto tiempo a tu lado -.

Sintió sus palabras igual que una bofetada en la cara. Cierto era que su relación en todos estos años había resultado ser un tira y afloja constante. Mas “tira” que “afloja” para ser exactos. Pero que ella reconociera abiertamente lo mucho que le desagradaba estar a su lado, había conseguido cortarle hasta la respiración.

- No te creas que para mí estar a tu lado es mi mas ferviente deseo. Cualquier cosa preferiría a tener que soportarte un minuto más -.

Los ojos empezaron a picarle por las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. Resultaba cruelmente triste, que ellos, que nunca fueron capaces de estar separados más de cinco minutos, no soportaran estar ahora en la misma habitación.

************

- Aún no nos hemos despedido y ya te extraño… -.

Francisca se escondió en su pecho mientras se refugiaban de la lluvia en el cobertizo limítrofe a las tierras de la Casona. Regresaban del Caserón después de haber pasado toda la tarde juntos cuando les sorprendió aquella pequeña tormenta.

Raimundo la apretó contra él para proporcionarle algo de calor pues sus ropas estaban mojadas. Y, porqué no reconocerlo, disfrutaba de cada segundo que pasaba a su lado, sintiendo su contacto junto a él.

- Mi pequeña… -.

Pasó varias veces la mano por su espalda. Era cierto. Todavía la tenía entre sus brazos y el solo pensar en tener que dejarla en apenas unos minutos, se le hacía insoportable.

- Cada vez se me hace más difícil estar lejos de ti, Raimundo -. Se separó de él lo suficiente como para mirarle a los ojos. – Sé que pasamos gran parte de nuestro tiempo juntos, pero siento que no es suficiente -. Bajó la mirada mientras jugueteaba con los botones de su camisa. – Soy tan egoísta que te quiero solo para mí -.

Raimundo enmarcó su rostro, haciendo que le mirara a los ojos.

- Y solo tuyo soy, mi bien -. Besó lentamente sus labios. - ¿Crees que para mí es fácil tener que decirte “Hasta mañana” cada día? Cada vez que te vas, me dejas lleno de negros presentimientos. Un viento helado cruza mi pecho, y siento entonces que tardaré en volver a verte -.

Ella le miró con los ojos velados de amor. Pero también con un cierto tinte de intranquilidad. De preocupación. No solo era ella la que sufría por la separación diaria. Raimundo también lo hacía. Se abrazó con fuerza a él, rodeándole la cintura con sus brazos.

- Mi pulso y mi vida se paraliza si no estás a mi lado. No quiero estar sin tu calor… -. Deslizó los labios por su mejilla, buscando los suyos. – Sin tu aliento… -. Pronunció ya en el interior de su boca justo antes de que sus lenguas se entrelazaran en un beso largo y pausado. 

- Mi calor y mi vida son tuyos… -, musitó apoyando su frente en la suya. -…y así será para siempre Raimundo. Para siempre… -.

Permanecieron abrazados en silencio. Escuchando nada más su suave respirar y el latido de sus corazones. – Pronto estaremos juntos, amor mio -. Habló Raimundo en un susurro. – Y nada ni nadie podrá separarnos nunca -.

*************

Cuando los recuerdos se hicieron inaguantables le dio la espalda con el único fin de ocultar esas primeras lágrimas que no había podido retener a pesar de sus esfuerzos por evitarlo. ¿Por qué se empeñaba siempre en decir cosas que para nada sentía?

Para hacerle daño…, le respondió su corazón.

Te equivocas, le replicó por contra su razón. Lo haces para ocultar que sufres por su indiferencia. Que aún te duele en lo más hondo su abandono.

Aquella herida seguía abierta por más que se empeñara en ocultarlo. Y cuánto mayor era el desprecio con el que se mostraba Raimundo, más profunda era su llaga. Tuvo que morderse los nudillos para no prorrumpir en sollozos.

Pero a Raimundo, que había seguido en silencio todos y cada uno de sus movimientos, no pudo engañarle. Sabía que sus palabras le habían causado daño en el mismo momento en que las pronunció. Lo que no llegaba a comprender era la razón por la cual eso que había dicho le había causado dolor.

Dio un paso hacia ella y se detuvo. ¿Por qué de pronto tenía la imperiosa necesidad de disculparse? ¿Acaso ella no le había dedicado palabras igual de hirientes? Además, se suponía que ella ya no le amaba. Y eso era algo que torturaba su apaleado corazón. Sus ojos se volvieron a posar en ella. Algún que otro sollozo que trataba de esconder convulsionaban levemente su espalda.

Y sintió que millones de dagas laceraban su pecho. A pesar de todo lo vivido, y de todo lo padecido, causarle algún dolor le partía el alma en mil pedazos.

- Lo siento -, dijo finalmente dando un paso más hacia ella. Observó como Francisca se quedaba muy quieta, levantando imperceptiblemente la cabeza.

- ¿Y qué es lo que sientes? -, le preguntó ella por contra. - ¿El haberme abandonado? ¿El hecho de lanzarme a los brazos de Salvador Castro? -. Se dio la vuelta lentamente, enfrentándose a él después de haberse limpiado los restos de lágrimas con el dorso de la mano. – Tendrás que ser algo más… específico -.

Raimundo comenzó a respirar con fuerza. Sus ojos enrojecidos le confirmaron que había estado llorando. Pero de nuevo sus reproches se clavaron en su alma. Crueles. Despiadados. ¿Es que acaso él no sufrió todos estos años? ¿Es que ella se había olvidado de todo el mal que le había ocasionado a él y a su familia?

- Te expuse mis motivos reales sobre aquello. Allá tú si me quieres creer o no -. Le habló dolido. – Pero te puedo asegurar que no ha existido un solo día de mi vida en que no me haya arrepentido de ello… -.

Francisca sonrió con desprecio. – Bonito es el arrepentimiento que se expresa mediante el desprecio -. Apretó los puños con fuerza contra sus costados. Mirándole en silencio después.

- ¿Y qué esperabas Francisca? -, le preguntó en un susurro frío y desolador que le atravesó el corazón. – Me arruinaste la vida. Te empeñaste en despojarme de todo lo que tenía valor y sentido para mí. Me dejaste al borde del abismo -, la miró profundamente a los ojos. – Convertiste mi vida en un infierno -.

- ¿Un infierno? -. Ella se carcajeó con dolor. – Tú no sabes lo que es el infierno…Saber que quien te juraba amor eterno, te desprecia por dinero. Que te ves atrapada de pronto entre las garras de un monstruo que te golpea, te humilla y te violenta cuando le viene en gana -. Se abrazó la cintura, recordando. – Aguantando su apestoso aliento a licor sobre ti mientras te toma por la fuerza. Mientras te repite que no vales nada. Y te recuerda que el amor de tu vida es feliz en brazos de otra. Y a ti, solo te queda bajar la cabeza, callar y soportar. Si es que no quieres perder la propia vida -. Se volvió a él con lágrimas en los ojos. – Me destrozaste la vida, Raimundo. ¿Y todavía dices que la tuya fue un infierno? -. Tragó saliva para deshacer el nudo que le atenazaba la garganta. – Al menos tú, fuiste feliz con ella… -.


Raimundo había escuchado atónito el discurso de Francisca. Le dolía el pecho y sentía el corazón oprimido en un puño. Rememorar por boca de ella todo lo que tuvo que padecer a manos de ese sinvergüenza le revolvía las entrañas.

- Francisca yo… -.

- Déjalo Raimundo. No vuelvas a decir que lo sientes o que te arrepientes -. Irguió la cabeza orgullosa. – De nada me valen tus arrepentimientos ahora. Habérmelos ofrecido cuando más te necesitaba -.

Se fue hacia una de las esquinas de la habitación, apoyándose en la pared y dándole la espalda. Quedándose en silencio. Tratando de disipar y volver a cerrar, la caja de recuerdos que había abierto hacía tan solo unos minutos. Recuerdos que le destrozaban y que no estaba dispuesta a dar salida de nuevo.

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