Translate

viernes, 12 de febrero de 2016

CONFESIONES (Parte 3)



- Doña Francisca ha llegado esta nota para usted -.

Una de las doncellas se acercó hasta ella haciéndole entrega de la misiva, y esperando nuevas órdenes.

- ¿Quién la trajo? -, le preguntó mientras rompía el lacrado de la misma y sacaba la nota que ocultaba en su interior.

- Un muchacho hace unos minutos, Señora. Y no, no dio señas de quién se la había entregado -, se adelantó la muchacha.

Francisca le sonrió antes de comenzar a leer.

Necesito reunirme contigo esta misma noche para tratar un asunto de vital importancia. Te espero en la Conservera a la caída de la tarde.

Raimundo.

- ¿Ocurre algo, Señora? -, le preguntó la joven al percibir el cambio que se produjo en Francisca tras leer la nota. - ¿Se trata de malas noticias? -.

No supo qué responderle. Pero tratándose de Raimundo, no podía tratarse de nada bueno. Y sin embargo, la ansiedad se apoderó de ella ante el hecho de pasar un tiempo a su lado. Y justo en el mismo lugar que fue testigo de su amor de juventud.

…………………………

- Buenas Alfonso -. Le saludó Raimundo mientras terminaba de colocarse el delantal. – Disculpa la tardanza, pero nuestro señor alcalde me asaltó por sorpresa en la plaza y solo hasta ahora pude librarme de él -, afirmó con una media sonrisa.

- No se preocupe Raimundo. Como ve no hay demasiada faena hoy. Por cierto… -, dejó sobre la barra el vaso que estaba secando y se volvió hacía uno de los estantes. Cogió de él una nota y se la ofreció. – Hace un rato un bracero trajo esta nota para usted -.

Él la tomó extrañado. - ¿Un bracero? -.  Terminó de abrirla y la leyó con detenimiento.

Reúnete conmigo en la Conservera a la caída de la tarde. Es urgente que hablemos.

Francisca

¿Qué nueva maldad se le habría ocurrido a ese veneno de mujer en esta ocasión? No quería acudir. ¿Para qué? ¿Para darle una nueva oportunidad de que le humillara? Estaba cansado de tanta discusión entre ellos. De seguir así solo se causarían aún más daño. Lo mejor sería no acudir. Y sin embargo, algo en su interior le instaba a ello.
Ansiaba verla. Como entonces. Como siempre.

………..

Caía la noche cuando Francisca abrió la puerta del antiguo caserón. A pesar de estar abandonado desde que Sebastián huyó del pueblo, se sorprendió gratamente al comprobar que todo estaba en perfecto estado. Alguien se había tomado la molestia de ordenarlo tras las pesquisas del ejercito, que seguramente había dejado el recinto manga por hombro. Pensó en la pobre Emilia como la encargada de aquellos menesteres. Aunque no pudo evitar sonreír al pensar en Raimundo, ayudándole en tal tarea. A pesar de proceder de alta cuna, se había curtido en el trabajo duro a lo largo de los años. Obligado por las circunstancias de la vida. Las mismas que Salvador Castro, su despreciable difunto marido, se había encargado de agilizar.

Acarició las paredes a medida que avanzaba por los oscuros pasillos, que ella iluminaba con un pequeño quinqué. Raimundo la culpaba por habérselo arrebatado todo, cuando en realidad, fue Salvador y no ella quien se encargó de hacerlo. Nunca se lo desmintió. ¿Para qué? Él jamás la creería. Además, era cierto que no había movido un solo dedo por evitarlo. Y con el paso de los años se convenció de que, aunque lo hubiese intentado, nada habría podido hacer para evitar que Salvador hiciera su santa voluntad.

Percibió movimiento a medida que se acercaba a la sala principal. La misma que Sebastián había empleado como despacho. Con toda seguridad, Raimundo habría llegado antes que ella. No pudo evitar que un escalofrío, fruto del temor, recorriera su espalda. Había confiado desde el principio en que esa nota era auténtica, y por ello se había personado en la conservera ella sola. Sin ningún tipo de compañía. ¿Y si todo era una trampa? ¿Y si Raimundo no le había enviado ninguna misiva?

Demasiado tarde era ya para empezar a elaborar conjeturas. Se andaría con cautela, eso sí. Pero ya no había vuelta atrás. Cuando llegó hasta la puerta, tomó aire y giró el pomo con suavidad.

……..

Se había pasado toda la tarde como si estuviera atontado. Pensando unicamente en la nota que Francisca le había enviado. ¿Qué es lo que querría hablar con él? No veía el momento en que empezara anochecer para salir de la taberna y encaminarse hasta la conservera.

Todo estaba tal y como Emilia y él lo dejaron la última vez que se pasaron por allí. El ejercito había dejado tirados papeles junto con otros muchos enseres, que ellos dos se encargaron de ordenar. De hecho, al verlo ahora ante sus ojos, era como si el tiempo no hubiera pasado. Como si se hubiese detenido para siempre.

*****

Miraba por el gran ventanal de su habitación cómo la tarde iba dando paso a la cálida noche. Sintió unos brazos que le rodeaban dulcemente por la cintura para comenzar después a reptar por su pecho. El calor de un beso en el cuello le estremeció por completo, erizando la piel de su nuca.

- Pensé que aún dormías… -. Se fue girando hasta que sus miradas se cruzaron. Le sonrió dulcemente mientras colocaba un mechón de su cabello detrás de la oreja.

- ¿Cómo pretende que siga durmiendo cuando usted no hace más que pavonearse frente a mí en paños menores, señor Ulloa? -. Se colgó de su cuello mientras rozaba con sus labios la comisura de los suyos. - ¿Tenemos que irnos ya…? -. Le dijo con un puchero al que él nunca podía resistirse.

- Si no quieres que tu padre te regañe por llegar tarde sí. Hemos de irnos ya. Pero… -, dejó la frase suspendida en el aire mientras la alzaba en sus brazos, y la miraba arqueando pícaramente una ceja.

Francisca prorrumpió en carcajadas, acariciando su pecho al mismo tiempo. - Pero… -, se acercó hasta su oreja, mordisqueando tiernamente el lóbulo de la misma. - ¿Tienes alguna idea en mente, Ulloa? -, le susurró.

- ¿Te sientes atrevida? -, susurró de forma sensual junto a su boca. - ¿Osada? ¿Desafiante? -.

El cuerpo de Francisca vibraba con cada susurro de sus labios. Nadie conseguía estremecerla como él. Raimundo la llevó de nuevo hasta la cama, depositándola en ella muy lentamente, y cayendo sobre ella con suavidad. Bajando su mano desde su mejilla hasta llegar a su muslo. Trazando círculos con la yema de los dedos. Un suspiro escapó de su boca y Raimundo lo atrapó entre sus labios.

- Moriría por ti, Francisca… te quiero -. Rozó de nuevo su boca en suaves toques. – Te quiero…Te prometo que nunca te haré daño. Nunca… -.

****
 
Irónico. Resultaba dolorosamente irónico que se acordara de ese momento junto a Francisca en ese preciso instante. Tan solo unos meses después de aquello, tuvo que ocasionarle el mayor daño posible. Rompiendo su promesa. Destrozándose ambos la vida por los malditos convencionalismos. Por el cochino dinero.

Se giró cuando escuchó que se abría la puerta a sus espaldas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario