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miércoles, 2 de diciembre de 2015

RECUERDOS DEL PASADO (Parte 2)



Raimundo llegó apurado a la Casa de Comidas y de un humor de perros. Apenas saludó a los presentes con un leve movimiento de cabeza, y enseguida se puso el delantal para atender a los parroquianos.

En esas estaba cuando Mauricio se dejó caer por allí. No le hacía demasiada gracia que ese mastuerzo entrara en su negocio, pero tampoco tenía potestad para echarlo de allí. Además, de un tiempo a esta parte, parecía haber caído en gracia con el resto de habitantes del pueblo al haberse posicionado en más de una ocasión del lado del desfavorecido. Pero a él todo eso le escamaba y seguía sin fiarse de él. Aun así, había aprendido a tolerarlo en la taberna.

Observó como el capataz de Francisca se acercaba hasta Hipólito, el hijo del alcalde y dueño del único colmado del pueblo, con una sonrisa en los labios.

- ¡Mirañar! -, le palmeó en el hombro, logrando que el joven se inclinara hacia adelante debido a la fuerza del golpe. - En qué momento te hice caso, zagal -.

El joven lo miró sin comprender. - Buenas Mauricio… Pues me alegro mucho que te sirviera lo que te dije… por cierto. ¿Qué te dije? -. Le miró interrogante.

Mauricio miró a ambos lados antes de acercarse un poco más al muchacho. - Ya sabes… -, le dijo en voz baja. - El jabón de lavar barbas… -.

- ¡Ooohhh, sí! -. Le respondió a voz en grito Hipólito. - ¡El jabón que te vendí! -.

- Pero calla, muchacho -, le agarró del brazo pidiéndole que bajara la voz. - Tampoco hace falta que grites, ¿no crees? -.

- Bueno, discúlpame, Mauricio -. Hipólito se recompuso la chaqueta de su traje. Siguió hablando con un tono más bajo y pausado. - Ya te dije que ese jabón era una maaaaaravilla -. Inclinó la cabeza entrecerrando los ojos. - Tu barba se ve espesa, limpia y cuidada -. Sonrió con suficiencia. - Seguro que alguna moza del pueblo se ha percatado de eso mismo -.

¿Jabón para lavar barbas? ¿Había escuchado bien? Raimundo dejó de llenar las jarras de vino para prestar atención a lo que ambos estaban hablando. Desconocía que existiera un jabón especial para el cuidado del vello facial. Miró de reojo a Mauricio y se sorprendió. Se había producido un gran cambio en él. Su aspecto estaba más cuidado y pulcro, y de nuevo vinieron a su mente las palabras que había cruzado con Francisca aquella tarde.

Hipólito y Mauricio seguían hablando, aunque ahora en voz más baja que antes y desde donde estaba no podía distinguir qué estaban diciendo. Intrigado como estaba, dejó la garrafa de vino y cogió un plato, un cuchillo y un poco de queso, y disimuladamente, como si no les estuviera prestando atención, se acercó hasta ellos hasta casi situarse a su lado. Mauricio se dio cuenta de su presencia, pero él disimuló poniéndose a cortar queso como si nada. El capataz pareció quedarse tranquilo así. - Bueno, Mirañar… no ha sido una muchacha del pueblo precisamente -, sonrió algo avergonzado. - Pero sí una de Munia… -. Se frotó la nuca con la mano. - Precisamente alabó mi… barba… Y todo gracias a ti y a tu jabón milagroso -.

A Raimundo se le cayó el cuchillo al suelo al escuchar semejante… milagro. Hipólito y Mauricio le miraron con el ceño fruncido, pero él volvió a disimular sonriendo despreocupado y agachándose para recoger el utensilio del suelo. Aún sin incorporarse, mesó su barba con las manos. La verdad es que llevaba ya un tiempo en que apenas prestaba atención a este tipo de cosas. ¿Se habría percatado Francisca de aquello?

- Te lo dije Mauricio -, respondió un sonriente Hipólito recalcando cada sílaba y acompañándola de toquecitos con el dedo en el pecho del hombre. - Reservo mi derecho de ser padrino en tu boda -.

- ¿Pero qué tontás estás diciendo, zagal? ¿Boda? ¡Quita, quita! -. Dijo espantado. - Por lo pronto hemos quedado en vernos más tarde… Tú… ya me entiendes… -.

Hipólito abrió los labios, dibujando un “oh” silencioso al entender a qué se refería Mauricio.

- Raimundo, ¿qué hace por los suelos? -. La voz de Alfonso le sobresaltó y le hizo caer hacía atrás, terminando con sus posaderas en el suelo. Se levantó tan veloz como un rayo.

- Eh… nada, nada. He de… Adiós… -. Salió de detrás de la barra, dejando a Alfonso, Mauricio e Hipólito mirándolo atónitos.

Se encaminó derecho a su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Se paró frente al espejo y se observó. La verdad es que necesitaba un buen rapado. Hacía un par de meses que no se dejaba caer por la barbería. Y hablando de barbas.  Comenzó a mover el rostro frente al espejo, queriendo verse desde todos los ángulos posibles.

Jabón para lavar barbas. ¡Qué estupidez! ¿O no…? Suspiró desconcertado y furioso. ¡Maldita Francisca! Tal vez debería hacer una visita al colmado, y luego acercarse hasta La Puebla e ir al barbero. Esa condenada mujer iba a tragarse todas sus palabras.

…………………

- Buenas tardes, Raimundo -, le saludó Dolores en cuanto terminó de entrar al colmado aquella misma tarde. - Hacía mucho que no se dejaba usted caer por aquí… ¿Qué tal Alfonso? ¿Y Emilia? Espero que se hayan arreglado ya de la trifulca que tuvieron el otro día -. Salió de detrás del mostrador hasta ponerse a su lado, cruzando los brazos sobre el pecho. - Ya sabe usted que a mi no me gusta cotillear, pero estando yo delante de tamaño encontronazo que tuvieron los dos en la plaza, pues es normal que me quedase preocupada. Y dígame, ¿qué problemas puede tener una pareja que es…? -.

- ¡Dolores! -. La interrumpió Raimundo en un grito, resoplando después. - Déjese de chácharas que tengo algo de prisa -. Movió la cabeza como si buscara a alguien. - ¿No se encuentra Don Pedro? ¿O Hipólito? -. La verdad es que prefería tratar el asunto con ellos.

Dolores arqueó una ceja. - Pues no, tendrá que conformarse conmigo. Y dígame, ¿qué le pongo? -.

¡Maldición! Tenía que pensar algo con rapidez. - Póngame… una libra de garbanzos -.

La mujer se acercó hasta los garbanzos, llenando la saca mientras seguía con su incesante y absurda charla, ahora sobre la hija de la Señora Encarna. ¡Qué le importaba a él que su hijo el mayor hubiera tenido que casarse con una joven a la que había dejado preñada!

- ¿Qué más le pongo? -.

Jabón. Quiero jabón para lavar barbas.

- Media saca de azúcar -. Estaba siendo infantil. Quería ese maldito jabón y como siguiera así, terminaría llevándose medio colmado antes de atreverse a pedirlo.

Después de un buen rato donde el mostrador se empezó a llenar de paquetes con garbanzos, azúcar, algo de harina, unos judiones…, Raimundo tomó aire y lo dejó escapar lentamente.

- Quería jabón para lavar barbas -. Lo dijo tan sumamente bajo, que Dolores frunció el ceño.

- ¿Cómo dice? -. Raimundo volvió a resoplar. - Jabón para lavar barbas -. Lo dijo algo más alto que la vez anterior, pero la mujer seguía sin escucharlo.

- Por Dios, Raimundo, o me estoy quedando sorda o usted está perdiendo voz. ¿Qué es lo que dice que quiere? -.

- ¡Jabón para lavar barbas, por todos los demonios! -.

Más vale que ese maldito jabón sirviera par algo….

..............

- Pero, ¿se encuentra bien suegro? -. Alfonso le hablaba a través de la puerta cerrada de su habitación. Extrañado de que no se hubiera presentado a desayunar esa mañana a la hora habitual.

- Estoy bien Alfonso, no te inquietes. Tan solo es un ligero… malestar -. Mintió. En realidad, se encontraba frente al espejo, con una pequeña palangana llena de agua, y la barba completamente enjabonada. Se quedó con una mano suspendida en el aire, esperando que su inocente patraña hubiera calado en su yerno.

Silencio. No escuchaba nada. - ¿Alfonso? -.

- Eh… sí, disculpe -. Le resultaba raro ya que antes de llamar a su puerta, había escuchado ruidos extraños en el interior de la habitación. - ¿Quiere que llame al médico de La Puebla? Si salgo ahora podemos estar aquí en… -.

- ¡¡NO!! -. Gritó Raimundo logrando que al otro lado, Alfonso se apartara de la puerta sobresaltado. - Quiero decir… -. Se maldijo mentalmente por su ímpetu al responder. - No es más que un dolor en las tripas,  creo que la cena de anoche no me sentó demasiado bien -. Le molestaba tener que mentir a Alfonso, pero lo prefería, a pasar la vergüenza de tener que explicar la situación en la que se encontraba. - De veras, solo necesito descansar y que… nadie me moleste en lo que queda de mañana -.

Alfonso exhaló un suspiro. - Como desee Raimundo, no se le molestará en toda la mañana. Si necesita algo, o se encuentra peor, no dude en avisarnos -.

Raimundo escuchó los pasos de Alfonso alejándose al fin de su puerta. Se había propuesto dejarse caer por la Casona esa misma mañana. Miró hacia la cama, donde había dejado su mejor traje. Veríamos si después de esa visita, Francisca seguía pensando que era un zarrapastroso.
  

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