Emprendía de nuevo el camino de
regreso a casa, después de haberse presentado en casa de su hija y no
encontrarla allí. Sonrió de medio lado pensando en su pequeño despiste. Siendo
esa misma noche la proyección del cinematógrafo y habiendo sido Emilia una de
las grandes impulsoras de su llegada al pueblo, lo más lógico es que su
hija se encontrara revoloteando por la plaza, comprobando que todo salía como
debía.
A pesar de los últimos
acontecimientos… Esa misma tarde se había atrevido por fin a contarle la verdad
sobre lo acontecido aquella fatídica noche en la que sus verdaderos padres
perecieron. De no haber sido presionado por Alfonso, jamás lo habría revelado.
Se trataba de una herida ya cerrada y que había costado demasiado cicatrizar
como para reabrirla de nuevo. Sin embargo, su alma había percibido cierto
alivio con la confesión. Al menos, a los ojos de Emilia, había limpiado su
imagen.
Se trataba de una agradable noche
de primavera. Ideal para disfrutar de una distracción como aquella, y además,
si colaboraban en una buena causa como la de ayudar a los desfavorecidos,
tanto mejor. Decidió aparcar por unas horas aquellos pesares que ensombrecían
de nuevo sus días y pasar una agradable velada junto a sus hijos.
Le habría encantado compartir esos
momentos con ella, con Francisca. Todos sus intentos por apartarla de su mente
y de su corazón, habían resultado infructuosos. Seguía teniéndola demasiado
presente en sus horas. Y más cuando un acontecimiento tal ocurría en el pueblo.
Habría resultado maravilloso tomar su mano en la íntima oscuridad que llenaría
la plaza, mientras la sucesión de
imágenes proyectadas les narraban una historia.
Tal vez debería dejar aquellas
ensoñaciones que solo le traían pesar. Con toda probabilidad Francisca estaría apoltronada
en la Casona sin desear mezclarse con la gente del pueblo. Suspiró
apesadumbrado. Simplemente, tan solo, deseaba estar con ella. Sin importar el
lugar, el momento o el motivo.
Solos ellos dos.
Escuchó cada vez más cerca la
algarabía de la plaza. Estaba seguro que estaría a rebosar, pues los
parroquianos sabían arrimar el hombro cuando alguien de verdad lo necesitaba.
Él mismo había adquirido un par de entradas para ver la película, pero se las
había regalado a unos muchachos ansiosos por admirar aquellas mágicas imágenes
en movimiento. Aunque seguro que a Emilia debía de quedarle alguna para
él.
- ¡Padre! -, sonrió cuando su
hija se acercó a él al verlo entrar. - Me alegro que se haya animado finalmente
a venir, ¿dónde se había metido? -.
Frunció el ceño extrañado al ver
los intentos de Emilia por apartarle del camino de la Casa de Comidas, hacia
donde se dirigía. - Fui a buscarte a casa, pensando en conversar un rato
contigo acerca de lo que hablamos esta misma tarde, pero tonto de mí, no se me
ocurrió pensar que con esto del cinematógrafo, lo más probable es que te
encontraras por aquí -.
- Pues claro, padre, ¿dónde iba a
estar si no? Todo esto ha sido idea de Alfonso, y aunque lo último que deseo en
estos momentos es sonreír, la gente nos necesita -.
Alzó la mano hasta acariciar la
mejilla de la mujer. - Siento que todo esto nos haya vuelto a salpicar, Emilia.
Siento haberte hecho sufrir nuevamente -.
Ella apartó la mirada unos
segundos, dirigiéndola a un punto en concreto, tras su espalda.
- Usted no ha tenido culpa,
padre. Y siento que haya cargado con algo en lo que nada tuvo que ver. Mis
padres fueron asesinados y el responsable en algún momento pagará por ello,
descuide -. Volvió a mirar a Raimundo y sonrió. - Pero esta noche mejor dejemos
este tema. No es el momento -.
Quiso volverse. Dirigir su mirada
hacia donde lo había hecho la de su hija segundos antes, pero una vez más,
Emilia tiró de él impidiéndoselo. - Emilia, ¿qué haces? ¿Es que ocurre algo
tras de mí? -. Empezaba a estar intrigado en demasía.
- ¿Qué va a ocurrir? Tontunas
suyas, padre. Ande, venga aquí conmigo -. Tiró de él para llevarle lo más lejos de
la Casa de Comidas. A pesar de que su padre lo negara una y otra vez, estaba
convencida de que verlos juntos no le iba a hacer ni pizca de gracia. - Este es
el mejor lugar para ver la película -.
El mejor. En la otra punta de la
plaza. - Emilia, no tengo entrada y no deseo ocupar el asiento que corresponde
a otra persona -. Se soltó del brazo de su hija. - Lo mejor será que vea la película
desde la taberna -.
- No, espere por favor, le
aseguro que aquí estará mucho más cómodo… -. Quiso agarrarle, evitar por todos
los medios que su padre pudiera ver a Castro con la Doña, pero fracasó
estrepitosamente.
Raimundo se había quedado muy quieto,
con la mirada fija en ellos. Sintiendo como el suelo se abría bajo sus pies, y
un sentimiento empezaba a tomar forma en su interior. Al fondo, junto a la casa
de comidas estaba León Castro. Sonriendo. Tomando su mano mientras ella le
devolvía la sonrisa.
- Francisca… -, susurró. -
Francisca… -.
¿Qué es lo que estaba sucediendo? ¿En qué momento ocurrió?
Tan ensimismado estaba en su propio mundo, en sus propias cuitas, que no lo
había visto venir. Tal vez estuviera lanzando las campanas al vuelo y sus ojos
le hubieran jugado una mala pasada. Pudiera ser que tal cercanía entre León
Castro y Francisca, no fuera tal.
No, no podía ser.
Lo mejor sería acercarse a
saludarlos. Nada malo existía en ello, es más. Sería descortés por su parte no
hacerlo. Mantenía una relación más o menos buena con León y daría pábulo a las
habladurías del pueblo si ahora evitaba su presencia. En cuanto a Francisca,
bastante habían dado que hablar con su relación y posterior ruptura como para
incrementar los rumores.
- Iré a saludar -.
Su tono de voz parecía neutro.
Frío. Tal vez por eso a Emilia le pareció la peor idea del mundo. La proyección
estaba a punto de comenzar y la plaza estaba a rebosar de parroquianos que no
iban a perder detalle de lo que allí aconteciera, entre ellos tres. No podía
permitirse que su padre diera un espectáculo público. Porque eso es lo que
sucedería. Lo percibía en su mirada, o en la rigidez de su espalda.
- Padre, será mejor que lo deje
estar -, puso una de sus manos en su espalda. - ¿Qué gana usted con acercarse
hasta ellos? Seguramente la Doña le terminara despachando con cajas
destempladas -.
Raimundo miró a su hija a los ojos, y ella vio el fulgor de los
celos en su mirada. Se imaginaba perfectamente cómo podría sentirse. Tal y como
estaría ella si en vez de Doña Francisca, fuera Alfonso quien estuviera con
otra mujer.
Lo cual le confirmó que, a su
pesar, su padre seguía enamorado de ella. Algo que realmente siempre había
sospechado. Ambos eran caras de una misma moneda. Incapaz de entender al uno
sin el otro. En el amor y en el odio.
- He de hacerlo, Emilia. Te
prometo que me comportaré como un caballero, ¿satisfecha? -.
Sería inútil retenerlo. Si no se
acercaba en ese instante lo haría más tarde, incluso en mitad de la proyección.
Así que cedió, no sin antes acercarse a Alfonso para darle aviso por si tenía
que mediar entre aquellas tres personas.
Con cada paso que daba
acercándose a ellos, mayor extrañeza sentía. Como también sentía algo que le
retorcía las entrañas con cada sonrisa que Francisca prodigaba. Con el rubor
que le pareció percibir en ella cuando León se inclinó hacia su oído para
hacerle una confidencia. Cualquiera que los viera en ese instante, pensaría en
una pareja de enamorados.
Y eso, le mataba por dentro.
- Buenas noches -. Saludó cuando
estuvo junto a ellos. Mirando fijamente a Francisca, que se mostró
repentinamente azorada con su presencia. León sin embargo, sonrió ante su
llegada y se levantó sonriente, ofreciéndole su mano.
- ¡Raimundo! ¿Cómo le va? Pensé
que había marchado a su casa y renunciaba a presenciar la película -.
Tardó unos segundos el volver su
mirada a él y responderle. - Pues ya ve. Después de todo sí me apetecía pasar
una agradable velada con las gentes del pueblo. ¿Cómo estás, Francisca? -.
Obvió de pronto a León para dirigir su mirada a ella. Penetrante. Intensa. Profunda.
- Reconozco que me sorprende encontrarte aquí, y sobre todo, acompañada -.
Recalcó aquella última palabra
con toda la intención, aunque en el fondo sabía que se podría estar descubriendo
demasiado. Se suponía que no deseaba saber nada más de Francisca después de
cómo terminaron. Él por su camino y Francisca por el suyo. Y sin embargo, unos
terribles celos le consumían con la sola idea de que otro que no fuera él,
pudiera disfrutar de su compañía.
- Reconoce que no son abundantes
las ocasiones en las que divertimentos como este llegan al pueblo -, le
contestó ella fingiendo que no le temblaban las piernas. Que no se sentía como
si estuviera cometiendo el más grave de los adulterios. Su corazón seguía
latiendo por aquel hombre que estaba de pie frente a ella, y no por aquel que
la había acompañado. - Decidí tomarme la noche libre y León accedió a
acompañarme -. Deslizó su mirada por la plaza, con un extraño brillo en los
ojos. - Es la mejor idea que he tenido en años -.
Raimundo no podía dar crédito a
lo que sus ojos veían. Francisca parecía feliz. Relajada. Como lo estaba antes
de que todo se desmoronase entre ellos. Y no era él quien estaba a su lado.
Quien le provocaba esa calidez en la mirada.
Los ojos de Francisca llegaron de
nuevo hasta Raimundo, y algo chocó entre ellos. Tensión, dudas, miedo. Celos.
Amor. Un cúmulo demasiado intenso de sensaciones que logró que todo empezara a
darle vueltas. Alcanzó a duras penas el vaso de vermut que Alfonso les había
servido al poco de llegar. Dando un pequeño sorbo y dejándolo de nuevo sobre la
mesa con mano temblorosa.
- Francisca… -, se preocupó León
tomando asiento de nuevo y asiendo su mano con delicadeza. - ¿Te encuentras
mal? -.
Casi al mismo tiempo, Raimundo
había avanzado hasta llegar a su vera. Sin embargo, él no fue tan bien recibido
como el Castro. Francisca había alzado una de sus manos para detener su avance.
Ni siquiera le permitió acercarse a ella.
- No es nada, estoy bien León -,
le sonrió. - Debe ser por la calidez de esta noche. Por la emoción que siento
de estar aquí contigo… -. Miró a Raimundo. - Te agradezco que hayas venido a
saludarnos, pero la película va a empezar. Nos gustaría poder disfrutar de ella
en soledad -.
Ni un puñetazo en las costillas
le habría dolido más que sus palabras. Que su desprecio.
- Por supuesto -,
respondió sintiéndose vacío. Como nunca lo había estado. - Si me disculpan he
de retirarme a mi asiento -.
Aun así, permaneció de pie unos
instantes más, recibiendo una despedida correcta y afectuosa por parte de León.
No pudo decir lo mismo de Francisca, que había tomado de nuevo su vaso y ni
siquiera le miró.
Exhaló un suspiro doloroso y se
alejó de ellos, hasta un lugar más apartado. Desde donde el cual, sin embargo,
aún podía divisarlos.
Algo había cambiado entre ellos,
no así el amor que sentía por Francisca. Odiaba que otro ocupara el lugar que a
él correspondía. Maldijo pensando en lo complejo que resultaba ahora mismo. Él,
que había decidido apartarse de ella para siempre, olvidar hasta que apenas
recordara su nombre, se veía incapaz de apartar los ojos de ella.
Francisca era suya. Siempre sería
suya. Y nadie, ni siquiera León Castro lograría apartarla de él.
Claro que no! León no significa nada para ella...y eso lo sabemos de sobra ;)
ResponderEliminarMe gusta mucho todo esto del cinematografo, muy interesante! Sigue pronto!!!
Muchísimas gracias!!
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