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jueves, 5 de mayo de 2016

CELOS (Parte 2)




No necesitaba volver la cabeza para saberlo. Podía sentir su mirada sobre ella, en la oscuridad. Escudriñando cada uno de sus movimientos. Y por más que tratase de negárselo, se sentía culpable por estar allí junto a León. Por no haber permitido minutos antes a Raimundo acercarse a ella.

Se sentía culpable por demasiadas cosas. Y odiaba sentirse así.

¿Por qué tuvo que presentarse esa noche? ¿Por qué tuvo que sorprenderla junto a León y dedicarle aquellas miradas reprobadoras? Durante un instante creyó que Raimundo pudiera estar celoso. ¡Qué ingenua! Después de todo lo que habían vivido juntos y las duras palabras que le había dedicado en su ruptura definitiva, poco o nada debería importarle con quién se relacionaba ella.

Tomó un trago de su bebida mirando a León y sonriendo tímidamente. La idea de que Raimundo hubiera estado celoso habría sido del todo maravillosa. Significaría tantas cosas... todo sería tan diferente al menos…

Se atrevió a buscarle con la mirada, disimulando su ansiedad. De no haberse torcido tanto las cosas entre ellos, sería Raimundo y no León quien la acompañase. Sería él a quien tomaría la mano, segura de su intimidad en medio de tanta gente. Amparados en la noche y en el silencio. Sería él quien tomaría sus labios en un beso breve y a la vez infinito. Sería en él y en su mirada donde se zambulliría para vivir la aventura maravillosa de amar y sentirse amada.

No fue consciente de la sonrisa que se dibujó en sus labios acompañando aquellos pensamientos. Y no se borró cuando finalmente sus ojos le encontraron. Mirándola fijamente. Penetrando hasta lo más profundo de su alma. Desnudándola por completo.

De nuevo fue como si todo se desvaneciese a su alrededor. Como si el resto del mundo no existiera. Tan solo ellos dos y demasiadas cosas por vivir. Por sentir.

Pensó incluso en ir a su lado. Acortar la distancia que los separaba y decirle que a nadie más que él amaba. Que jamás sería feliz con otro que no fuera él. Que sólo las caricias de sus manos eran las que anhelaba… Más no tendría ningún sentido. Se pondría en evidencia, exponiendo una vez más su corazón ante él para que nuevamente volviera a ser pisoteado sin ningún pudor.

Había llegado la hora de olvidarse de Raimundo. León era su presente, y si él lo deseaba, su futuro. Un futuro que se le antojaba desolador, pensó mientras apartaba la mirada casi llorosa,  del amor de su vida para regresar junto a León.

- ¿Qué tienes Francisca? ¿Por qué estás así? -, le inquirió Castro realmente preocupado por ella. - ¿Deseas acaso que nos marchemos? Sé que estás incómoda, y lo entiendo -.

Francisca le miró sin comprender. - ¿A qué te refieres? -.

León dejó escapar un suspiro. - No soy ciego, Francisca… Sé que el pequeño encontronazo con Raimundo te ha dejado algo tocada. Y es más que evidente que no estás prestando ninguna atención a la película -. Tomó su mano. - Dime la verdad… ¿por qué quisiste venir aquí conmigo? ¿Fue por molestarle a él? -.

- ¡No! -, respondió ella con rapidez. - No estaba en mi intención. Ni siquiera sabía que él pudiera estar presente. Raimundo Ulloa es pasado para mí, nada significa -. Esbozó una media sonrisa. - Tan solo deseaba disfrutar de un momento en paz… te lo aseguro -. Sin darse cuenta desvió su mirada durante breves segundos hacia Raimundo, que proseguía observándoles en la lejanía. - Él está fuera de mi vida -.

León agachó la cabeza al ser consciente de dónde miraba ella. - Por supuesto -, afirmó sin ninguna convicción. Volvió a mirarla. - ¿Por qué no me esperas dentro de la posada? Iré a decirle al cochero que tenga la calesa al punto puesto que partirás en breve a la Casona. Y no hay peros que valgan -. Añadió interrumpiendo aquello que Francisca fuera a decirle. Alzó su mano hasta acariciar su mejilla con la yema de los dedos. - Ya habrá más oportunidades en el futuro -.

Apenas a unos metros de ellos, unos ojos centelleaban presos de los celos. Irguió su postura cuando advirtió que León se ponía en pie y apartaba la silla para que Francisca pudiera hacer lo propio. Extrañado, presenció cómo Castro se alejaba, mientras ella se adentraba en la posada, procurando no captar la atención de nadie.
Y entonces, vio su oportunidad. Con paso firme y decidido, se encaminó el pos de Francisca.

Se adentró en la posada. Al tiempo que regresaban a ella recuerdos que no había querido traer a su memoria por gusto. Tal vez fuera el lugar, o el momento actual que estaba viviendo. O quizá se estaba haciendo demasiado mayor y se sentía profundamente sola.

********

- Solo quería… -, volvió sus ojos hacia el resto de los presentes, creyéndolos invitados no deseados a una cita de amor. -… pedirte que me recomendaras una buena novela -. Salió del paso sabiendo que Raimundo la entendería, no así Emilia y Alfonso como pretendía. - En mi casa solo entran chiquilladas de María. ¿Tienes tiempo mientras nos tomamos un café? -.

La sonrisa de él se ensanchó con su propuesta. Fue consciente del paso abismal que había supuesto para ella presentarse en su busca aquella tarde en la posada. - Por supuesto que sí -, aceptó encantado. - Será un placer -

*****

Demasiado tiempo había acontecido desde aquellos primeros encuentros hasta ahora. Tantos reproches, tantas traiciones… Creía que jamás se recuperaría de este nuevo envite de la vida. Como jamás borraría de su alma los recuerdos. O de sus labios el calor de los suyos…

- ¿Acaso la película no es de tu gusto, Francisca? -.

Su voz retumbó a su espalda, aunque ésta había sido inusitadamente suave. Sonrió con dolor. En el fondo, esperaba que él apareciera, a pesar de que en su ánimo no existía gana alguna de batallar. Sin embargo, se recompuso, acallando los intensos latidos de su corazón y la picazón que comenzaba a aparecer en sus ojos.

- Ciertamente no es que se pueda decir que la película es una maravilla… -, le habló mientras se volvía hacia él. - Pero simplemente prefiero terminar la velada en la tranquilidad e intimidad de mi casa. León fue a buscar al cochero -.

- León -, repitió él de manera burlona. - Reconozco que me sorprende esa relación tan cercana que mantenéis… -. Clavó sus ojos en ella. Esperando cualquier tipo de reacción que le confirmase lo que le llevaba consumiendo desde que les había visto juntos en la plaza.

Francisca esbozó una sonrisa. - No entiendo el motivo de tu sorpresa. León es parte de la familia. Además… -, se movió por la posada en un intento de escapar de su mirada. -… es un hombre encantador, culto. Buen conversador… leal… -.

Raimundo bufó irónico. - Todo un dechado de virtudes, ¿no es cierto? -.

Le miraba sin entender esa muestra de actitud tan infantil. Creyó que simplemente quería atormentarla. Sin embargo, no estaba para sus impertinencias aquella noche, estaba demasiado cansada como para pelear. Se sentía débil.

- Será mejor que espere a León en el camino de entrada al pueblo -.

Avanzó dispuesta a no permanecer ni un segundo más allí, a su lado. Temía que su repentino remolino de sentimientos pudiera jugarle una mala pasada y revelar cosas que no deseaba mostrarle. Nunca volvería a exponerse tan vulnerable ante Raimundo Ulloa.

Él extendió un brazo, impidiéndole el paso. - ¿Por qué tuviste que venir con él? -. Preguntó repentinamente, apenas en un tímido susurro. - ¿Pretendías mortificarme, Francisca? -.

Mortificarla era lo único que parecía pretender él mismo obrando de aquella manera. Consiguiendo que la cercanía y calor de su cuerpo le afectara hasta el punto de querer voltear su rostro para esconderlo en el hueco de su cuello.

- ¿Y a ti qué puede importarte lo que yo haga o con quién me relacione, Raimundo? -, le miró dolida. - ¿No era que no deseabas saber nada más de mí? -.

Él respiró con fuerza. - ¿Acaso he de responderte? ¿De verdad eres tan ingenua como para no darte cuenta de lo que me está ocurriendo? -.

Ella movió la cabeza en negación, cerrando los ojos. - Nada me importa lo que pueda sucederte. Y nada tengo que ver en ello -.

- Entonces ¿por qué tiemblas? -, se movió ligeramente, abarcando su cintura entre sus brazos. - ¿Por qué te estremeces al sentirme cerca? -.

¡Por todos los demonios que se moría por besarla! Hasta ese mismo instante no había sido consciente de lo mucho que la extrañaba en su vida. De que el odio que podía profesarla por todo lo que le había causado a lo largo de los años, se quedaba en nada al lado del intenso amor que aún sentía por ella.

Francisca posó sus manos sobre los antebrazos de Raimundo, queriendo zafarse de su agarre.

- Te exijo que me sueltes -, le solicitó con dureza. - No tienes ningún derecho sobre mí. Tuviste tu oportunidad, te entregué mi amor y tú lo despreciaste -, se movía sin descanso, pero él se negaba a dejarla escapar. - Y ahora que soy feliz porfías en empañar mi dicha -.

Raimundo esbozó una media sonrisa. - Mientes -.

Aborrecía que se mostrase tan pretencioso y arrogante. Pero sobre todo, odiaba su cuerpo por no obedecerla. Por palpitar con solo sentir las palmas de sus manos sobre su piel. Y detestaba que él se hubiera dado cuenta.

Ni siquiera le dio tiempo a responder a su provocación. En un rápido movimiento, Raimundo la llevó junto a la puerta, apoyándola no obstante con delicadeza. Como si fuera su más preciado tesoro. Ocultos a la vista de todos, Francisca se traicionó mirando sin poder evitarlo el contorno de su boca. Anhelando saborearla aunque fuera una vez más.

- ¿Qué…? ¿Qué diantres haces Raimundo? -. Preguntó sin embargo. Temerosa.

Él rozó su nariz con la suya, en un toque tan suave que sintió que las piernas le fallaban. - Algo que debí hacer hace mucho tiempo -, musitó. - Lo que deseé realmente desde la primera vez que volví a verte -. Se acercó hasta sus labios, hasta quedar apenas a un suspiro. - Esto -, pronunció ya en el interior de su boca. Sintiendo que el corazón le estallaba en el pecho cuando, tras unos segundos de duda y confusión, Francisca se abría para él para permitirle el acceso. Respondiendo con igual ardor.

Apoyó todo su peso sobre ella y devoró sus labios con auténtico deleite. Una de sus manos se alzó hasta abarcar su mejilla, acariciándole suavemente con el pulgar, mientras la otra viajaba por su costado hasta llegar a su muslo. Elevándolo para poder acercarse aún más a ella. Haciéndole sentir su deseo.

Ambos gimieron casi al unísono, hecho que pareció devolver la cordura a Francisca, que rompió el beso apartándose de él. Horrorizada por su comportamiento. Los ojos de él brillaban sin embargo cargados de amor. Allí, con los labios hinchados por sus besos y las mejillas arreboladas, supo que no podía amarla más de lo que ya lo hacía.

Comprendió también que ella necesitaba tiempo, que no iba a ponérselo fácil. Pero contaba con fuerzas renovadas, pues Francisca le había demostrado que los sentimientos por él no estaban muertos como pretendía hacerle creer con sus palabras.

Se apartó para que pudiera escapar y Francisca aprovechó la ocasión para salir corriendo de la posada sin mirar atrás. 

- No podrás huir eternamente de mí, pequeña… -, guardó las manos en los bolsillos mientras sus ojos aún la seguían. - Esto, acaba de comenzar -.

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