No necesitaba volver la cabeza
para saberlo. Podía sentir su mirada sobre ella, en la oscuridad. Escudriñando
cada uno de sus movimientos. Y por más que tratase de negárselo, se sentía culpable
por estar allí junto a León. Por no haber permitido minutos antes a Raimundo
acercarse a ella.
Se sentía culpable por demasiadas
cosas. Y odiaba sentirse así.
¿Por qué tuvo que presentarse esa
noche? ¿Por qué tuvo que sorprenderla junto a León y dedicarle aquellas miradas
reprobadoras? Durante un instante creyó que Raimundo pudiera estar celoso. ¡Qué
ingenua! Después de todo lo que habían vivido juntos y las duras palabras que
le había dedicado en su ruptura definitiva, poco o nada debería importarle con
quién se relacionaba ella.
Tomó un trago de su bebida
mirando a León y sonriendo tímidamente. La idea de que Raimundo hubiera estado
celoso habría sido del todo maravillosa. Significaría tantas cosas... todo
sería tan diferente al menos…
Se atrevió a buscarle con la
mirada, disimulando su ansiedad. De no haberse torcido tanto las cosas entre
ellos, sería Raimundo y no León quien la acompañase. Sería él a quien tomaría
la mano, segura de su intimidad en medio de tanta gente. Amparados en la noche
y en el silencio. Sería él quien tomaría sus labios en un beso breve y a la vez
infinito. Sería en él y en su mirada donde se zambulliría para vivir la
aventura maravillosa de amar y sentirse amada.
No fue consciente de la sonrisa
que se dibujó en sus labios acompañando aquellos pensamientos. Y no se borró
cuando finalmente sus ojos le encontraron. Mirándola fijamente. Penetrando
hasta lo más profundo de su alma. Desnudándola por completo.
De nuevo fue como si todo se
desvaneciese a su alrededor. Como si el resto del mundo no existiera. Tan solo
ellos dos y demasiadas cosas por vivir. Por sentir.
Pensó incluso en ir a su lado.
Acortar la distancia que los separaba y decirle que a nadie más que él amaba.
Que jamás sería feliz con otro que no fuera él. Que sólo las caricias de sus
manos eran las que anhelaba… Más no tendría ningún sentido. Se pondría en
evidencia, exponiendo una vez más su corazón ante él para que nuevamente
volviera a ser pisoteado sin ningún pudor.
Había llegado la hora de
olvidarse de Raimundo. León era su presente, y si él lo deseaba, su futuro. Un
futuro que se le antojaba desolador, pensó mientras apartaba la mirada casi
llorosa, del amor de su vida para
regresar junto a León.
- ¿Qué tienes Francisca? ¿Por qué
estás así? -, le inquirió Castro realmente preocupado por ella. - ¿Deseas acaso
que nos marchemos? Sé que estás incómoda, y lo entiendo -.
Francisca le miró sin comprender.
- ¿A qué te refieres? -.
León dejó escapar un suspiro. -
No soy ciego, Francisca… Sé que el pequeño encontronazo con Raimundo te ha
dejado algo tocada. Y es más que evidente que no estás prestando ninguna
atención a la película -. Tomó su mano. - Dime la verdad… ¿por qué quisiste
venir aquí conmigo? ¿Fue por molestarle a él? -.
- ¡No! -, respondió ella con
rapidez. - No estaba en mi intención. Ni siquiera sabía que él pudiera estar
presente. Raimundo Ulloa es pasado para mí, nada significa -. Esbozó una media
sonrisa. - Tan solo deseaba disfrutar de un momento en paz… te lo aseguro -.
Sin darse cuenta desvió su mirada durante breves segundos hacia Raimundo, que
proseguía observándoles en la lejanía. - Él está fuera de mi vida -.
León agachó la cabeza al ser
consciente de dónde miraba ella. - Por supuesto -, afirmó sin ninguna
convicción. Volvió a mirarla. - ¿Por qué no me esperas dentro de la posada? Iré
a decirle al cochero que tenga la calesa al punto puesto que partirás en breve
a la Casona. Y no hay peros que valgan -. Añadió interrumpiendo aquello que
Francisca fuera a decirle. Alzó su mano hasta acariciar su mejilla con la yema
de los dedos. - Ya habrá más oportunidades en el futuro -.
Apenas a unos metros de ellos,
unos ojos centelleaban presos de los celos. Irguió su postura cuando advirtió
que León se ponía en pie y apartaba la silla para que Francisca pudiera hacer
lo propio. Extrañado, presenció cómo Castro se alejaba, mientras ella se
adentraba en la posada, procurando no captar la atención de nadie.
Y entonces, vio su oportunidad.
Con paso firme y decidido, se encaminó el pos de Francisca.
Se adentró en la posada. Al
tiempo que regresaban a ella recuerdos que no había querido traer a su memoria
por gusto. Tal vez fuera el lugar, o el momento actual que estaba viviendo. O
quizá se estaba haciendo demasiado mayor y se sentía profundamente sola.
********
- Solo quería… -, volvió sus ojos
hacia el resto de los presentes, creyéndolos invitados no deseados a una cita
de amor. -… pedirte que me recomendaras una buena novela -. Salió del paso
sabiendo que Raimundo la entendería, no así Emilia y Alfonso como pretendía. -
En mi casa solo entran chiquilladas de María. ¿Tienes tiempo mientras nos
tomamos un café? -.
La sonrisa de él se ensanchó con
su propuesta. Fue consciente del paso abismal que había supuesto para ella
presentarse en su busca aquella tarde en la posada. - Por supuesto que sí -,
aceptó encantado. - Será un placer -
*****
Demasiado tiempo había acontecido
desde aquellos primeros encuentros hasta ahora. Tantos reproches, tantas
traiciones… Creía que jamás se recuperaría de este nuevo envite de la vida.
Como jamás borraría de su alma los recuerdos. O de sus labios el calor de los
suyos…
- ¿Acaso la película no es de tu
gusto, Francisca? -.
Su voz retumbó a su espalda,
aunque ésta había sido inusitadamente suave. Sonrió con dolor. En el fondo,
esperaba que él apareciera, a pesar de que en su ánimo no existía gana alguna
de batallar. Sin embargo, se recompuso, acallando los intensos latidos de su
corazón y la picazón que comenzaba a aparecer en sus ojos.
- Ciertamente no es que se pueda
decir que la película es una maravilla… -, le habló mientras se volvía hacia
él. - Pero simplemente prefiero terminar la velada en la tranquilidad e intimidad
de mi casa. León fue a buscar al cochero -.
- León -, repitió él de manera
burlona. - Reconozco que me sorprende esa relación tan cercana que mantenéis…
-. Clavó sus ojos en ella. Esperando cualquier tipo de reacción que le
confirmase lo que le llevaba consumiendo desde que les había visto juntos en la
plaza.
Francisca esbozó una sonrisa. -
No entiendo el motivo de tu sorpresa. León es parte de la familia. Además… -,
se movió por la posada en un intento de escapar de su mirada. -… es un hombre encantador,
culto. Buen conversador… leal… -.
Raimundo bufó irónico. - Todo un
dechado de virtudes, ¿no es cierto? -.
Le miraba sin entender esa
muestra de actitud tan infantil. Creyó que simplemente quería atormentarla. Sin
embargo, no estaba para sus impertinencias aquella noche, estaba demasiado
cansada como para pelear. Se sentía débil.
- Será mejor que espere a León en
el camino de entrada al pueblo -.
Avanzó dispuesta a no permanecer
ni un segundo más allí, a su lado. Temía que su repentino remolino de
sentimientos pudiera jugarle una mala pasada y revelar cosas que no deseaba
mostrarle. Nunca volvería a exponerse tan vulnerable ante Raimundo Ulloa.
Él extendió un brazo,
impidiéndole el paso. - ¿Por qué tuviste que venir con él? -. Preguntó
repentinamente, apenas en un tímido susurro. - ¿Pretendías mortificarme, Francisca? -.
Mortificarla era lo único que
parecía pretender él mismo obrando de aquella manera. Consiguiendo que la
cercanía y calor de su cuerpo le afectara hasta el punto de querer voltear su
rostro para esconderlo en el hueco de su cuello.
- ¿Y a ti qué puede importarte lo
que yo haga o con quién me relacione, Raimundo? -, le miró dolida. - ¿No era
que no deseabas saber nada más de mí? -.
Él respiró con fuerza. - ¿Acaso
he de responderte? ¿De verdad eres tan ingenua como para no darte cuenta de lo
que me está ocurriendo? -.
Ella movió la cabeza en negación,
cerrando los ojos. - Nada me importa lo que pueda sucederte. Y nada tengo que
ver en ello -.
- Entonces ¿por qué tiemblas? -,
se movió ligeramente, abarcando su cintura entre sus brazos. - ¿Por qué te
estremeces al sentirme cerca? -.
¡Por todos los demonios que se
moría por besarla! Hasta ese mismo instante no había sido consciente de lo
mucho que la extrañaba en su vida. De que el odio que podía profesarla por todo
lo que le había causado a lo largo de los años, se quedaba en nada al lado del
intenso amor que aún sentía por ella.
Francisca posó sus manos sobre
los antebrazos de Raimundo, queriendo zafarse de su agarre.
- Te exijo que me sueltes
-, le solicitó con dureza. - No tienes ningún derecho sobre mí. Tuviste tu
oportunidad, te entregué mi amor y tú lo despreciaste -, se movía sin descanso,
pero él se negaba a dejarla escapar. - Y ahora que soy feliz porfías en empañar
mi dicha -.
Raimundo esbozó una media
sonrisa. - Mientes -.
Aborrecía que se mostrase tan
pretencioso y arrogante. Pero sobre todo, odiaba su cuerpo por no obedecerla.
Por palpitar con solo sentir las palmas de sus manos sobre su piel. Y detestaba
que él se hubiera dado cuenta.
Ni siquiera le dio tiempo a
responder a su provocación. En un rápido movimiento, Raimundo la llevó junto a
la puerta, apoyándola no obstante con delicadeza. Como si fuera su más preciado
tesoro. Ocultos a la vista de todos, Francisca se traicionó mirando sin poder
evitarlo el contorno de su boca. Anhelando saborearla aunque fuera una vez más.
- ¿Qué…? ¿Qué diantres haces
Raimundo? -. Preguntó sin embargo. Temerosa.
Él rozó su nariz con la suya, en
un toque tan suave que sintió que las piernas le fallaban. - Algo que debí
hacer hace mucho tiempo -, musitó. - Lo que deseé realmente desde la primera
vez que volví a verte -. Se acercó hasta sus labios, hasta quedar apenas a un
suspiro. - Esto -, pronunció ya en el interior de su boca. Sintiendo que el
corazón le estallaba en el pecho cuando, tras unos segundos de duda y
confusión, Francisca se abría para él para permitirle el acceso. Respondiendo
con igual ardor.
Apoyó todo su peso sobre ella y
devoró sus labios con auténtico deleite. Una de sus manos se alzó hasta abarcar
su mejilla, acariciándole suavemente con el pulgar, mientras la otra viajaba
por su costado hasta llegar a su muslo. Elevándolo para poder acercarse aún más
a ella. Haciéndole sentir su deseo.
Ambos gimieron casi al unísono,
hecho que pareció devolver la cordura a Francisca, que rompió el beso
apartándose de él. Horrorizada por su comportamiento. Los ojos de él brillaban
sin embargo cargados de amor. Allí, con los labios hinchados por sus besos y
las mejillas arreboladas, supo que no podía amarla más de lo que ya lo hacía.
Comprendió también que ella
necesitaba tiempo, que no iba a ponérselo fácil. Pero contaba con fuerzas
renovadas, pues Francisca le había demostrado que los sentimientos por él no
estaban muertos como pretendía hacerle creer con sus palabras.
Se apartó para que pudiera
escapar y Francisca aprovechó la ocasión para salir corriendo de la posada sin
mirar atrás.
- No podrás huir eternamente de
mí, pequeña… -, guardó las manos en los bolsillos mientras sus ojos aún la
seguían. - Esto, acaba de comenzar -.
Bravo Rai!!!!
ResponderEliminar👏👏👏👏👏
EliminarAaaaaaah amooo
ResponderEliminar