Pasaron un par de días sin que nada supiera sobre ella.
Pensó que tras el impacto inicial, Francisca podría ir a buscarle, aunque fuera
para recriminarle su actitud. Sin embargo, no había sido así. Tal vez se había
conducido con demasiada brusquedad en
sus intenciones, pero actuó movido por los celos que le produjo ver a Francisca
junto a León. Pensar que tal vez ella pudiera enamorarse de él le había
torturado de tal manera que tensó demasiado la cuerda.
No había podido olvidar lo
ocurrido entre ellos aquella noche en la posada. Francisca había respondido con
igual ardor a sus besos y caricias, pero también era testaruda. Obstinada.
Aunque estaba claro que correspondía sus sentimientos, si se había propuesto
apartarle de su vida, no le daría opción de acercarse a ella.
Quizá lo había estropeado todo.
No escuchó cómo se abría la
puerta tras él, ni cómo María le saludaba sin obtener ni la más mínima
respuesta.
- Abuelo -, lo llamó de nuevo
insistentemente. - ¿Es que no me oye? ¿Se encuentra bien? -.
Raimundo alzó la vista cuando
notó que alguien tocaba su hombro. Se sobresaltó al no saberse a solas, pero lo
disimuló como mejor supo.
- Tontunas de un pobre viejo -,
sonrió de medio lado. - Pensamientos que rondan mi cabeza, nada más -, añadió
rozando con los dedos la mesa del comedor.
- Qué casualidad… -, respondió la
joven mientras se quitaba los guantes y el abrigo.
- ¿Qué quieres decir? -, preguntó
un extrañado Raimundo. El tono de voz de su nieta le había sonado divertido. Podría
decirse que incluso burlón.
María tomó asiento frente a su
abuelo, fingiendo que aquello que iba a contarle carecía de interés. - Oh, nada
importante, no se preocupe. Solo que mi madrina debe estar sufriendo esas
mismas “tontunas”, porque no es la primera vez que la sorprendo pensando en las
musarañas, igual que me ocurrió con usted hace un momento, abuelo -. Le miró de
reojo esperando su reacción, la cual le confirmó que algo había acontecido
entre ellos para que ambos se mostrasen tan taciturnos. - ¿Qué tal la película
el otro día? ¿Disfrutó? -. Cambió repentinamente de tema.
Raimundo cambió la expresión de
su rostro al recordar. Una media sonrisa casi imperceptible se dibujó en él al
rememorar la calidez del cuerpo de Francisca bajo las palmas de sus manos. El
dulce sabor de sus labios en él. - Si hija, disfruté mucho esa noche -.
Respondió.
- Afortunado usted, abuelo. Creo
sin embargo que a mi madrina no le gustó demasiado ni la película ni la
compañía -.
- ¿La…? ¿La
compañía? -. Se le había formado un nudo en el estómago pensando que Francisca
podría haberle contado algo de lo ocurrido a María. Estaba seguro de que no
había sido así, pero no pudo evitar sentir esa inquietud en su interior. - ¿Te
lo ha dicho ella? -. Preguntó como si nada.
María suspiró.
- Ella no cuenta nunca nada, debería saberlo usted mejor que nadie -, le
respondió ladeando la cabeza. - Es solo que no acepta ningún comentario sobre
el cinematógrafo, ni la película ni nada que tenga que ver con esa noche. Reacciona
con nerviosismo… Es más, ni siquiera ha vuelto a recibir a Don León a pesar de
que él ha insistido en visitarla varias veces -.
- De ahí lo de
la compañía… -, pensó Raimundo en voz alta, aliviado.
- Pues claro
abuelo, ¿de quién pensaba que hablaba sino de Don León? Fue él quien la
acompañó a la proyección esa noche. Para mí que… -, apartó la mirada de
Raimundo fingiendo inocencia. -… en realidad ella hubiese preferido ir con
usted -.
Ambos se
miraron sonriendo. Sin necesidad de más palabras.
*********
- Sírveme una
tisana en el jardín -, le pidió a una de las doncellas mientras salían del
despacho. - La casa me ahoga y necesito respirar -, prosiguió en voz baja al
tiempo que se llevaba una mano al pecho. Azorada. Nerviosa.
- ¿Y por qué no
sale un rato al pueblo? -, le sugirió la joven, que no había podido evitar
escucharla. - Tal vez un paseo le haga bien, Señora. Desde hace un par de días
no le veo buena cara -.
Francisca la
miró de frente, arqueando una ceja. - ¿Qué te hace pensar que tengas potestad
para darme consejos? Tal vez mi “mala cara” se deba a tus guisos. La cena de
anoche fue de lo peorcito que has perpetrado desde que estás a mi servicio -.
La sola idea de
acercarse al pueblo, iba unida irremediablemente a la posibilidad de cruzarse
con Raimundo. Y no estaba preparada para ello. Es más, creía que jamás estaría
preparada. ¿Cómo había podido conducirse de manera tan poco decente para con
ella? ¿En qué demonios estaba pensando? Le odiaba. Lo hacía con todas sus
fuerzas. Por haber osado tocarla de aquella manera.
Pero sobre
todo, por haber despertado en ella instintos que creyó ya olvidados. Sensaciones
que hasta le robaban el sueño y que empezaban a hacer mella en su aspecto.
- Y nada de
visitas -, le recalcó antes de salir por la puerta que accedía al jardín. -
Inventa cualquier excusa o di simplemente que no tengo ganas de ver a nadie,
¿estamos? -.
Se adentró en
el jardín sintiendo que la brisa acariciaba su rostro. Era una tarde cálida,
apacible. Se dejó caer en una de las sillas sintiendo que los recuerdos la
inundaban una vez más. Sus manos, sus labios… Aquella pasión desbordante… El
palpitar de sus cuerpos…
Raimundo y ella
siempre fueron como una bomba a punto de explotar. Puro fuego. Sin embargo, los
años y el abismo que se estableció entre ellos, habían templado aquellas
sensaciones tan profundamente carnales. Más desde la pasado noche esas
emociones habían vuelto a ella sacudiendo los cimientos de su vida. No podía
pensar, no podía dormir. Tan solo anhelaba sus besos, sus caricias…
¡Por todos los
santos que iba a volverse loca! Había evitado por todos los medios la presencia
de León a pesar de que éste había dado muestras de preocupación ante sus
negativas por recibirle. No deseaba ver a nadie, no quería hablar con nadie…
Sabía que su actitud estaba resultando más que sospechosa para todos los que la
rodeaban, pero tenían el buen tino de no preguntar.
- Maldito seas,
Raimundo -, murmuró.
- ¿Pensando en
mí Francisca? -.
Se rostro se
tornó lívido al escuchar su voz a su espalda. ¿Cómo era posible que nadie le
hubiese impedido el paso? Cuando cogiera a esa descerebrada de criada, la
echaría a patadas de la Casona ella misma.
Se levantó casi
de un salto, poniendo distancia entre ellos. - ¿Qué demonios quieres? No creo
haberte invitado a venir ni que tengas un motivo importante como para que te
presentes por tu cuenta en mi casa y mucho menos sin anunciarte previamente -.
Quiso parecer
entera. Ajena a su presencia, aunque por dentro estuviera muriendo de ganas
porque él la tomara entre sus brazos.
- Será mejor que te vayas -. Le exigió
mientras ella le daba la espalda con la intención de marcharse de nuevo a la
seguridad de la Casona.
- Nunca pensé
que Francisca Montenegro fuera una cobarde -, la provocó casi a voces.
Deteniendo su marcha tal y como pretendía. - ¿Tienes miedo de mí, Francisca? -,
le preguntó con suavidad. - ¿O tal vez lo tienes de ti misma? -.
Ella bufó
furiosa. - ¿Miedo de ti? Ni lo sueñes -, avanzó hasta él. - En cuanto a mí, no
tengo nada que temer. Tengo perfectamente claro lo que siento por ti, Raimundo
-. Se detuvo hasta estar frente a frente. - Desprecio -.
Él recorrió su
figura con la mirada.
- Ciertamente, pude sentir tu desprecio la otra noche,
cuando pugnabas por acercarme más y más a ti… -.
Francisca notó
el rubor tiñendo sus mejillas, y quiso que la tierra la tragase en ese mismo
instante. Estaba tan azorada que no supo devolver aquella provocación.
- ¿Por qué te
cuesta tanto reconocer que me sigues amando, Francisca? -, le preguntó Raimundo
de pronto. - ¿De qué tienes miedo? ¿De dejarte llevar por lo que sientes? -.
Ella le miró
enfadada. Dolida. Herida. - ¿He de recordarte que ya lo hice? ¿Y qué recibí a
cambio? Me embaucaste haciéndome creer que me querías cuando solo recibí traición
por tu parte -, le dio la espalda. No podía ni siquiera mirarle a la cara. -
Discúlpame por ser tan desconfiada -. Sentenció con ironía.
- Mis
sentimientos siempre fueron sinceros, Francisca -, la tomó del brazo, girándola
de nuevo a él. - Lo siguen siendo… -. Subió una de sus manos hasta rozar su
mejilla. - Y sé que los tuyos también lo son, por más que te empeñes en seguir
negándolo -.
Francisca alzó
su mano, apartando la de él. - No te creas que me conoces tan bien. Mi amor por
ti era sincero, pero tú te encargaste de matarlo -, le miró desafiante. - Nada
siento por ti -.
- Francisca… -,
pronunció su nombre logrando que se le erizase la piel de todo el cuerpo.
Acercándose a ella hasta el punto en que apenas quedaba espacio entre sus cuerpos.
Entrelazando sus manos. - Cállate y bésame -.
Atrapó sus
labios sin darle posibilidad ninguna de escapar. La besó con intensidad,
saboreando cada centímetro de sus labios. Queriendo despertar su deseo.
Impidiéndole seguir negando lo que de verdad sentía.
Ella le siguió
durante unos segundos antes de romper la unión y mirarle desafiante.
- Te odio,
Raimundo -.
Él, soltó sus
manos para poder enmarcar su rostro.
- Yo también te amo, pequeña -, musitó
junto a su boca antes de volver a rozarla, esta vez con infinita ternura.
Tanteando, jugando. Acercándose brevemente para después alejarse unos
milímetros.
Hasta que su
aguante no fue más que una quimera y acarició sus labios obligándole a
separarlos. Absorbiendo el gemido que escapó de su garganta y que fue como
música celestial para sus oídos. En el mismo instante en que sus lenguas se
encontraron, las manos de Francisca treparon por su espalda hasta llegar a su
nuca. Acariciando. Logrando estremecerle.
Las manos le
temblaban de deseo cuando las deslizó por sus caderas. Cuando, sin dejar de
beber de su boca, las movió hasta sus muslos, subiéndola a horcajadas sobre él.
Llevándola así hasta uno de los pilares de piedra, donde la apoyó con
delicadeza.
- ¿Qué me has
hecho, Raimundo? -, gimió mientras acariciaba sus cabellos. Mientras su boca
devoraba la piel de su cuello.
- Amarte, cielo
mío -, respondió. - Nunca hice otra cosa más que amarte… -.
Siguieron
besándose desesperados hasta que escucharon que alguien se acercaba.
Desconcertados y sin saber qué hacer, se separaron con rapidez, alejándose el
uno del otro tanto como les fue posible. Francisca se recompuso el vestido
antes de mirar a Raimundo. Sonriéndole con los ojos empañados de amor.
- Señora aquí
le traigo su tisana -. Aquella muchacha sintió que acababa de interrumpir algo
importante. Sin más dilación, dejó la bandeja sobre la mesa y sin pronunciar
una sola palabra más, desapareció hacia el interior de la Casona. Dejándoles de
nuevo a solas.
Esta vez fue
ella quien se acercó hasta Raimundo. Él la observaba detenidamente, con los
brazos junto a los costados. Esperando. Francisca subió las manos esconderlas
por debajo de su chaqueta. Su respiración se aceleró a medida que la prenda
caía deslizada por los hombros.
- ¿Por dónde
íbamos? -.
Se sonrieron
mientras unían nuevamente sus labios, enredando sus lenguas en un beso eterno.
- Atrévete a ir
al cinematógrafo con otro que no sea yo -, replicó él.
Francisca le
sonrió antes de entregarse de nuevo a sus brazos. Habían estado a punto de
renunciar a la felicidad por culpa de un estúpido orgullo.
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