Sentía que tenía que despedirse de aquellas tierras. El
baluarte de los Montenegro, gracias al cual comenzaron a fraguar su fortuna. Un
trozo de tierra que costó mucho esfuerzo y sacrificio a sus antepasados. Y
ahora se veía obligada a desprenderse de ellas. Hizo un pequeño gesto a su
doncella para que se marchara y le dejara sola.
Sus hijos no parecían comprender el apego que sentía por El
Candil. Pensaban que estaba anteponiendo su orgullo sobre los apuros económicos
que llevaban sufriendo desde que los Mesía aparecieron en sus vidas dispuestos
a hundirles en el abismo. Nada más lejos de la realidad. Esas tierras tenían un
valor ínfimo a nivel económico, pero incalculable a nivel emocional. Y Águeda
lo sabía perfectamente. Por eso se había ofrecido a comprárselas, porque
conocía el valor sentimental de aquellas baldías tierras.
¿Estaba siendo egoísta? Después de las palabras de su hijo
ya no sabía ni qué pensar. De haber estado ella sola, hubiera preferido morirse
de hambre o terminar en la indigencia, a tener que vender a la Mesía. El Candil
era la piedra angular sobre la que se sustentaba su patrimonio, y solo ella
parecía entenderlo. Nada había que hacer. Su hijo le había empujado a tomar la
decisión más dura a la que se había enfrentado en mucho tiempo. Los ojos se le
llenaron de lágrimas al pensar que estaba deshaciéndose de un trozo importante
de su corazón. ¡Cuántos recuerdos estaban plantados en ese duro páramo!
¡Cuántas tardes les había acogido entre sus brazos, a ella y a Raimundo, siendo
testigo de su amor! De sus besos bajo el cielo estrellado, de sus confidencias,
de sus sueños de formar una familia…No, no existía dinero suficiente para
comprar aquella maravillosa tierra.
Recorrió con la mirada su vasta extensión, deteniéndose a
cada instante en todos aquellos lugares en los que permanecía impregnada la
huella de algún recuerdo vivido. Los ojos se le iban llenando de lágrimas y su
corazón sangraba profusamente. Mañana, todo sería un recuerdo, como otros
tantos muchos que había tenido que ir dejando por el camino. Estaba visto que
tarde o temprano siempre se veía en la tesitura de despedirse de todo lo que
amaba. Primero fue Raimundo. Y aquella herida no había terminado de cerrarse, y
nunca lo haría. Lo último, El Candil. ¿Qué sería lo próximo?
Caminó unos pocos metros, pues se negaba a abandonarlas aún.
Un dolor que le atravesaba el alma llenó cada poro de su ser. Se agachó hasta
tocar con sus manos la tierra. Cerró el puño arrastrando en él un buen puñado
de ella, llevándosele a los labios. Depositando un beso mientras las lágrimas
caían incesantes ya por su rostro.
- …Adiós…lo siento… -.
Abrió el puño y la tierra se fue disipando, propagándose por
el aire e inundando sus fosas con su olor terroso y seco. Permaneció de
rodillas agachando la cabeza para que sus recuerdos en El Candil no la vieran
con el corazón destrozado. Permaneció en esa misma posición sin percatarse del
tiempo que había pasado. Miró al cielo. Estaba empezando a anochecer. Quizá
había llegado el momento de regresar a casa.
Inundándose de una fortaleza que no sentía, consiguió
levantarse. Aunque su ánimo seguía por los suelos. Saldrían adelante, estaba
segura. Lo superarían. Pero eran tantas las ausencias, los pedazos de corazón
que había ido perdiendo por el camino, que cada vez se le hacía más cuesta
arriba.
Cerró los ojos y tomó aire por última vez en El Candil.
Mañana dejaría de pertenecer a los Montenegro, pues se formalizaba la venta del
mismo en la Casona. Abrió de nuevo los ojos y suspiró. Otra etapa de su vida
quedaba cerrada. Dio media vuelta dispuesta a marcharse de allí, pues si
permanecía un segundo más, sería incapaz de marcharse.
Al hacerlo, pudo divisar a lo lejos una figura que vagaba
por los campos. Se extraño sobremanera. ¿Quién podría ser? Pudiera ser que a
partir de mañana El Candil perteneciera a otro, pero en ese momento, ella
seguía siendo la dueña. Y aquello era una propiedad privada. Su orgullo la
llevó a dirigir sus pasos hacia quien fuera el que había osado a penetrar en
sus tierras sin permiso.
…….
Raimundo había abandonado la conservera sin pronunciar una
palabra. El ataque gratuito de Sebastián le había dolido igual que una
puñalada. Jamás hubiera pensado que su hijo poseyera esos pensamientos acerca
de cómo había dirigido su vida. Había perdido tantas cosas a lo largo de ella
que no le había quedado otro remedio que volverse cauteloso y prudente. ¿Tan
malo era aquello? Había tratado siempre de ser un buen padre para con Sebastián
y Emilia. Siempre se había conducido con cariño y respeto por las decisiones
que habían tomado a lo largo de su vida, apoyándoles cuando fue necesario a
pesar de que en muchas de esas ocasiones, había previsto que saldrían
malparados. Había trabajado, con mucho esfuerzo para poder ofrecerles una vida mejor.
Se sacrificó para que Sebastián pudiera estudiar una ingeniería y no tuviera
que depender de una taberna de pueblo. Su taberna. La que su difunta esposa y
él habían construido y levantado con sus propias manos. No, él no se merecía
aquel desplante por parte de su hijo.
Había decidido dar un paseo para calmar su ánimo antes de ir
a la Casa de Comidas. Lo que menos deseaba es que Emilia le asediara a
preguntas, ya que su rostro reflejaría seguro el estado en el que se encontraba
su alma. Y él tendría que ocultárselo, pues no quería empezar una disputa entre
hermanos, como seguro ocurriría si le contaba a su hija lo que había ocurrido.
Como no sabía muy bien dónde ir, y necesitado de recuerdos dulces y felices que
llevaran calidez a su espíritu, resolvió encaminarse a un apacible lugar en el
que había vivido momentos maravillosos en el pasado. Con ella. Y como no podía
acudir a la fuente de su alegría, de su amor, El Candil era la opción más
acertada. Reposaría allí hasta que hubiera recobrado las fuerzas suficientes
para volver a casa.
Llevaba cerca de una hora dando vueltas por allí cuando se
detuvo junto a un viejo roble. Con sus manos, ásperas por el duro trabajo de
estos años, acarició el tronco sobre el que se había apoyado infinidad de
tardes en aquella última primavera en que permanecieron juntos Francisca y él.
- Mi niña… -. Atinó a susurrar.
- Raimundo…¿Qué? ¿Qué haces aquí? -. La suave voz de
Francisca le hizo volverse con rapidez, haciendo que sus miradas se cruzaran
para no despegarse durante un breve espacio de tiempo en el que solo podía
escucharse el intenso latir de sus corazones.
Tras la sorpresa inicial por encontrarse ambos en el mismo
lugar, Francisca se percató de que Raimundo posiblemente había estado llorando,
pues sus ojos estaban enrojecidos. El corazón se le encogió y no pudo evitar
interesarse por él. Algo grave habría sucedido para que él presentara ese
estado.
- ¿Estás bien? -. Sin darse cuenta posó su mano sobre el
brazo de Raimundo. – Has estado llorando -.
Su voz sonaba suave, pero con un tinte de preocupación. Él
bajó la mirada al punto en que sus cuerpos se unían. La mano de Francisca, de
manera inconsciente, había comenzado a acariciar levemente su brazo. Un gesto
tan sencillo como reconfortante. Ni mil abrazos de cualquiera podrían superar
esa caricia de su pequeña.
- No estoy bien desde hace 30 años Francisca -.Le susurró.
Ladeó la cabeza mirándola con detenimiento. – Tú también has llorado -. Ella
sonrió levemente. - ¿Qué te ocurre? -.
- Digamos que nunca me gustaron las despedidas -. Bajó la
cabeza. – No es fácil tener que separarte de algo que amas -.
Raimundo suspiró. – No, no lo es. Sientes como pierdes una
parte importante de ti mismo. Nunca vuelves a ser el mismo -. Francisca alzó
los ojos hacia él. – Respiras y vives de recuerdos -. Musitó.
Volvieron a quedarse en silencio, mirándose sin decir nada
pero a la vez diciéndoselo todo. Se habían pasado los últimos años de disputa
en disputa sin detenerse a mirar al otro los ojos. Si lo hubieran hecho,
habrían evitado muchas de ellas.
- Al final no has contestado mi pregunta. ¿Qué te ha ocurrido
Raimundo? -.
Su preocupación parecía sincera. Como sus últimas
actuaciones los pasados días. Recordó cómo se había comportado con Cipriano el
otro día. Su mano seguía apoyada en su brazo brindándole calor y apoyo. Sus
ojos se habían quitado la máscara de orgullo que les recubría habitualmente y
su mirada era limpia y cristalina.
- ¿Crees que hemos sido buenos padres? -. La pregunta
sorprendió a Francisca. – He sacrificado mi vida por ofrecer lo mejor a
Sebastián y a veces siento que no le reconozco. No veo a mi muchacho. Tal vez
me equivoqué Francisca -. Apartó brevemente la mirada. - ¿Y tú? Tristán ha acudido a los
mejores colegios que tu dinero pudo ofrecerle y no es feliz -. Volvió a
mirarla. - ¿Qué hicimos mal? -.
- Nadie nace sabiendo ser padre Raimundo -. Pensó tristemente en sus
hijos. – Quizá tenemos tanto empeño en hacer lo que creemos mejor para ellos
que no les dejamos vivir su propia vida -. Sonrió apenada. – Nosotros mejor
que nadie deberíamos saber lo que es eso… -.
Raimundo dio un paso hacia ella. – Siempre pensé que mis
hijos serían los tuyos Francisca… -.
Ella cerró los ojos sintiendo cómo el dolor le atravesaba el
alma. Se aguantó las ganas de llorar al pensar en la vida que no habían podido
disfrutar a pesar de que una parte de los sueños que compartieron si consiguió
tomar forma. Tristán. Su hijo. El hijo de ambos. Se separó de Raimundo dándole
la espalda, porque no quería que él se diera cuenta de cómo sus palabras habían
calado en ella.
- Debo regresar a la Casona -.
Se arrebujó dentro del abrigo
ya que comenzaba a refrescar. No deseaba marcharse pero si permanecía más
tiempo junto a él se derrumbaría en sus brazos suplicándole que volviera a
ella. Bajó los brazos hasta situarlos junto a sus costados. Raimundo se acercó
a ella por detrás y se situó a su lado, sin mirarla. Su mano rozó tímidamente
la de Francisca hasta que ambas se entrelazaron.
- Demos un paseo -.
Con ternura, acariciaba sus nudillos con
el pulgar haciendo que Francisca cerrara los ojos al sentir aquella dulce
caricia. Giró la cabeza para poder mirarle y se perdió en la inmensidad de sus
ojos castaños. No pudo más que sonreír y asentir con la cabeza.
Me matas con toda esta dulzura!!!
ResponderEliminarjajaja Muchísimas gracias!! espero que el final te guste!
EliminarEs que tienes duda que no me guste? Ni en broma jajajaja
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