Francisca no pudo evitar dejarse llevar por aquella caricia que
también necesitaba.
- No me arrepiento… -, susurró de pronto
cerrando los ojos. Rozando su mano con la suya.
- ¿De qué? -, respondió él. - ¿De
intentar matarme? ¿De partirme el corazón en mil pedazos? -.
Francisca le miró dolida,
apartándose de su toque. - Eso no es justo Raimundo, y lo sabes -, le reprochó dolida.
- Y no me vuelvas a repetir de nuevo que todo lo hiciste por salvar la vida de tu
hijo, porque fueran cuales fuesen tus motivos, nobles como pretendes hacerme
creer, o solapados como realmente fueron, el resultado es el mismo -. Quedó de
espaldas a él. - No voy a negar mis actos… pero tampoco tú excluyas tu parte de
culpa -.
Raimundo se acercó a ella,
enredando sus brazos en torno a su cintura. Sorprendido por su propio gesto,
pero sobre todo por el hecho de que ella no se apartase de él.
- Discúlpame -, le rogó. - Ambos
hemos sido víctimas y verdugos en toda esta historia -. Quedaron en silencio,
escuchando nada más el sonido de sus respiraciones. - ¿De qué es de lo que no
te arrepientes entonces? -, preguntó finalmente.
Francisca se giró sin
desprenderse de sus brazos, pero se vio incapaz de mirarle a los ojos.
- De haberte conocido… -, musitó.
Él frunció el ceño y a su mente
llegó la tensa conversación que habían mantenido aquella misma noche, apenas
unas horas atrás. En cuanto las palabras habían escapado de sus labios, supo
que era fruto del resentimiento y de la infame situación que estaban viviendo,
pero no por ello dejaron de dolerle. Y no había podido dejar de darle vueltas y
más vueltas llenándose de un sentimiento de culpa que le cortaba hasta la
respiración. Muy a su pesar, las palabras de Francisca escondían un trasfondo
de verdad. Si ella no le hubiese conocido, tal vez hubiera sido más feliz…
Aquello le torturaba, pues aunque
todas sus acciones habían tenido la finalidad de no causarle pesar ni dolor,
eso era lo único que había conseguido. Nadie desea dañar a la persona que ama,
y sin embargo, no había dejado de meter la pata y de herirla.
- No Francisca -, la soltó. -
Tenías razón al pensar de esa manera. Si no me hubiese cruzado en tu camino
quizá tu vida habría sido diferente -. La soltó, volviendo a guardar las manos
en los bolsillos. - Nunca quise hacerte daño, pero lo que está claro es que no
he logrado otra cosa más que eso -.
Francisca apoyó una de sus manos
en su espalda. - Ciertamente mi vida habría sido distinta sin ti -. Deslizó las
yemas de los dedos por toda su longitud. - Mucho menos intensa, de eso estoy segura -. Sonrió de
medio lado. - Mírame Raimundo -. Él se dio la vuelta hasta enfrentarla. - No
negaré que te he odiado con todas mis fuerzas, y que mis sentimientos actuales
hacia ti no distan demasiado de esa emoción… -.
Raimundo agachó la mirada pero
ella le tomó por el mentón obligándole de nuevo a que le mirase.
- Pero te amo.
A pesar de mí… a pesar de ti -. Encogió uno de sus hombros en un gesto que a él
se le antojó delicioso. Haciéndole recordar por un momento a la Francisca que
un día conoció. - A pesar de ese destino terco y orgulloso que no ha hecho otra
cosa que ponernos piedras en el camino -.
Él quiso acortar la distancia que
los separaba. Atrapar sus labios entre los suyos y saciar las ansias que sentía
por besarla. Pero Francisca interpuso sus dedos entre ellos.
- Sin embargo, eso no parece ser
suficiente -. Cerró los ojos unos breves segundos, tratando de encontrar la
fuerza necesaria para ofrecerle su decisión. - He pensado detenidamente en tu
propuesta, y aunque en un primer momento me pareció la mejor opción para poner
fin a este sufrimiento que acarreamos desde hace años… -, se detuvo para pensar
en María. En Tristán y Soledad. A pesar de que estos últimos no sentían ningún
apego por ella, no podía obviar el amor que sin embargo ella sí sentía por
ellos. -…no me parece justo cargar con una nueva pena a todos aquellos que nos
quieren. Sean quienes sean los que sienten aprecio por mi persona -. Terminó
diciendo, apartando la mirada para que Raimundo no se diera cuenta del daño que
suponía saberse despreciada por sus propios hijos.
Él la tomó del brazo sin esconder
la decepción que había supuesto este revés ante aquello que daba casi por
hecho. - ¿Y qué propones, Francisca? -, preguntó. - Porque así no podemos
continuar… -. Enmarcó su rostro con ambas manos. - Te amo más que a mi propia
vida, pequeña. Lo sabes tan bien como yo. Pero también sabes que seguiremos
hiriéndonos, dañándonos hasta destruirnos -.
Francisca apoyó su frente en la
de Raimundo, y sus manos en las suyas.
- Debemos decirnos adiós. De una
vez y para siempre -.
Él la miró sin comprender. - ¿Decirnos adiós? -, preguntó. -
No entiendo, Francisca. ¿En qué estás pensando realmente? -.
Francisca tomó su rostro entre
las manos. - Nunca quise tu muerte aunque mis actos puedan hacerte creer que
así era… Tan solo deseaba que sufrieras tanto como yo lo había hecho por tu
causa. Me dejé llevar por el rencor y la amargura de mi corazón nuevamente
destrozado. Pero… ¿tu muerte? -, meneó la cabeza en señal de negación. - Nunca.
Jamás… -, exhaló un suspiro, apartándose de él. - Es lo mejor, Raimundo. No
podemos seguir dañando en nuestras disputas a todos aquellos que queremos.
Nuestros caminos han de separarse -, se giró con las lágrimas brillándole en
los ojos. - Hacer como si nunca nos hubiésemos conocido -.
Él bufó asombrado. - Vivimos en
el mismo pueblo, Francisca. ¿He de recordarte cuántas veces nos encontramos en
el pasado? ¿Y cuántas de ellas pudimos ignorarnos? -. Le preguntó irónico. Para
nada estaba convencido de que aquello funcionase. - Ya sufrí en mis propias carnes la terrible
sensación de tener que verte cada día y no poder tocarte… -, se encaminó hacia
ella. -… de fingir que nada sentía por ti más que rencor… No sé si seré capaz
de volver a pasar por lo mismo lo que me resta de vida -. Quedó apenas a dos
pasos de ella. - ¿Y tú? -, le preguntó. - Mírame a los ojos y dime qué podrás hacerlo -. La tomó
por los brazos con increible suavidad. - Mírame y dime que podrás pasar junto a mí y no
estremecerte por mi cercanía… -.
Francisca se apartó.
- ¡¿Crees
que para mí es fácil?! -, le gritó. - ¿Crees que disfruto con todo esto? ¿Con
ver cómo tratamos de hacernos el mayor daño posible? Pero entiende que es lo
mejor que podemos hacer -. Acarició su mejilla con la punta de los dedos. - En
nuestro caso, la muerte no es la solución… Me niego a herir a María. O a
Tristán -. Dejó caer la mano hasta que ésta rozó su propio costado.
- ¿Es tu última palabra? -,
preguntó Raimundo. - Comprendo… -, aceptó al ver cómo ella asentía con la
cabeza. - Sea pues. Se hará como tú deseas, Francisca -.
Ambos quedaron observándose en
silencio, como sujetados por una fuerza invisible que les impedía separarse uno
del otro. Hasta que Francisca rompió el íntimo momento, haciendo amago de
abandonar el jardín.
- Adiós Raimundo -, se despidió
sin mirarle siquiera.
Él la sujetó, tomando una de sus
manos entre las suyas. - Yo no he dicho aún mi última palabra, Francisca -.
Ella le miró sin comprender. - Ignórame, olvídame si ese es tu deseo -. Fue acercándola hacia él
muy lentamente. - Pero eso tendrá que esperar a mañana. Porque antes voy a
llevarme tu sabor en los labios… tu imagen en mis retinas… -, alzó su mano
hasta llegar con ella hasta su cuello. - El tacto de tu piel en mis manos… Y la huella de
tus besos en mi cuerpo -. Movió su mano hasta situarla en su nuca, atrayéndola
hasta su boca. - Esta noche, Francisca Montenegro, eres mía -.
Atrapó su labio inferior entre
los suyos, tirando de él con suavidad. Tentándola con la punta de su lengua.
Obligándole a abrir la boca y permitirle total acceso. Se besaron con ternura,
con pasión. Igual que aquella primera vez que unieron sus labios en la premura
de su adolescencia hacía ya más de 50 años.
- Raimundo, no me hagas esto más
difícil, te lo suplico -, murmuró junto a su boca.
- Ámame y déjame amarte… aunque
sea nada más por esta noche -, escondió el rostro en su cuello, mordisqueándolo a placer. - Déjame embriagarme de ti para poder recordarte el resto de mi vida
-.
Cayó rendida, enredada
entre sus brazos sin ninguna posibilidad de huida. Más no deseaba escapar. El
deseo de Raimundo era también el suyo. Dejarse llevar una vez al menos por los
sentimientos que habitaban en su corazón sin pensar en lo que se avecinaba con
la llegada del alba.
Tan solo un recuerdo que
almacenar el resto de su vida.
Subieron a la alcoba revueltos en
una maraña de susurros. De besos. Se encaminaron hacia la cama, sentándose en
ella sin despegar sus labios ni cesar de prodigarse caricias. Aunque en la
mente de ambos resonaba el eco de que aquella sería su despedida. El final de
su camino.
La premura inicial dio paso a la
ternura pausada. Besos largos… lentos… dulces. Tras demasiadas vicisitudes a lo
largo de los años, se reencontraban al fin en la mirada del otro. Con extrema
lentitud fueron cayendo sobre el lecho mientras sus manos no dejaban de tocarse
en la oscuridad.
No hablaron. No había necesidad
de ello, de empañar aquella apasionada unión con vanas palabras que se
perderían en el aire. Raimundo la miró recordando en una lenta fracción de
segundo, su primer beso. La primera sonrisa. El primer “te amo”. Y supo que
ella estaba pensando lo mismo cuando sus ojos se cruzaron en la penumbra del
cuarto.
Unieron sus cuerpos desnudos
igual que la tinta se une al papel. En un contacto suave, húmedo, tibio.
Estremecedor. Raimundo atrapó sus manos para unirlas con las suyas,
escondiéndolas bajo la almohada mientras la unión se hacía completa.
El éxtasis fue largo. Delicioso.
Liberándolos de un placer que casi les arranca la vida. Entre besos y caricias,
el sueño los envolvió en su profundo abrazo.
……………..
Parpadeó hasta que al fin pudo
abrir los ojos. Bajo la tenue luz que se filtraba por la ventana, pudo
distinguir su silueta. Allí, tendida en la cama, a su lado. Recorrió con la
mirada su delicada cintura, la curva suave de su cadera. La tersa piel de sus
muslos antes de que éstos se esfumaran bajo la penumbra de las sábanas.
¿Cómo iba a poder seguir viviendo
sin ella?
Salió de la habitación sin mirar
atrás. Negándose el privilegio de volver su mirada hacia donde ella reposaba.
No podría soportar la idea de no volver a tenerla.
Y ahora, mientras sus pasos le
alejaban de Francisca para siempre, tan solo podría guardar en su memoria el
fresco recuerdo de la última vez que habían yacido juntos. Como rúbrica que
ponía el punto final a un amor que solo conoció el dolor.
Alzó la mirada mientras dejaba
que los rayos de sol acariciasen su rostro. Y sonrió.
Tal vez entre ellos aún no se
había escrito la última palabra.
Ohhh qué final tan triste! Pero tambien muy, muy, muy bonito :)
ResponderEliminarTe felicito muchísimo porque, en mi opinion, aunque mas breve de los otros, este es uno de los mejores relatos! De verdad me ha encantado <3
Muchísimas gracias! me alegro que te haya gustado. Muy pronto, más!
EliminarYa he visto que hay nuevo relato...voy!!!! Y de nada ;)
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