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lunes, 4 de abril de 2016

MORIR DE AMOR (Final)



Francisca no pudo evitar dejarse llevar por aquella caricia que también necesitaba.

- No me arrepiento… -, susurró de pronto cerrando los ojos. Rozando su mano con la suya.  

- ¿De qué? -, respondió él. - ¿De intentar matarme? ¿De partirme el corazón en mil pedazos? -.

Francisca le miró dolida, apartándose de su toque. - Eso no es justo Raimundo, y lo sabes -, le reprochó dolida. - Y no me vuelvas a repetir de nuevo que todo lo hiciste por salvar la vida de tu hijo, porque fueran cuales fuesen tus motivos, nobles como pretendes hacerme creer, o solapados como realmente fueron, el resultado es el mismo -. Quedó de espaldas a él. - No voy a negar mis actos… pero tampoco tú excluyas tu parte de culpa -.

Raimundo se acercó a ella, enredando sus brazos en torno a su cintura. Sorprendido por su propio gesto, pero sobre todo por el hecho de que ella no se apartase de él.

- Discúlpame -, le rogó. - Ambos hemos sido víctimas y verdugos en toda esta historia -. Quedaron en silencio, escuchando nada más el sonido de sus respiraciones. - ¿De qué es de lo que no te arrepientes entonces? -, preguntó finalmente.

Francisca se giró sin desprenderse de sus brazos, pero se vio incapaz de mirarle a los ojos.

- De haberte conocido… -, musitó.

Él frunció el ceño y a su mente llegó la tensa conversación que habían mantenido aquella misma noche, apenas unas horas atrás. En cuanto las palabras habían escapado de sus labios, supo que era fruto del resentimiento y de la infame situación que estaban viviendo, pero no por ello dejaron de dolerle. Y no había podido dejar de darle vueltas y más vueltas llenándose de un sentimiento de culpa que le cortaba hasta la respiración. Muy a su pesar, las palabras de Francisca escondían un trasfondo de verdad. Si ella no le hubiese conocido, tal vez hubiera sido más feliz…

Aquello le torturaba, pues aunque todas sus acciones habían tenido la finalidad de no causarle pesar ni dolor, eso era lo único que había conseguido. Nadie desea dañar a la persona que ama, y sin embargo, no había dejado de meter la pata y de herirla.

- No Francisca -, la soltó. - Tenías razón al pensar de esa manera. Si no me hubiese cruzado en tu camino quizá tu vida habría sido diferente -. La soltó, volviendo a guardar las manos en los bolsillos. - Nunca quise hacerte daño, pero lo que está claro es que no he logrado otra cosa más que eso -.

Francisca apoyó una de sus manos en su espalda. - Ciertamente mi vida habría sido distinta sin ti -. Deslizó las yemas de los dedos por toda su longitud. - Mucho menos intensa, de eso estoy segura -. Sonrió de medio lado. - Mírame Raimundo -. Él se dio la vuelta hasta enfrentarla. - No negaré que te he odiado con todas mis fuerzas, y que mis sentimientos actuales hacia ti no distan demasiado de esa emoción… -.

Raimundo agachó la mirada pero ella le tomó por el mentón obligándole de nuevo a que le mirase. 

- Pero te amo. A pesar de mí… a pesar de ti -. Encogió uno de sus hombros en un gesto que a él se le antojó delicioso. Haciéndole recordar por un momento a la Francisca que un día conoció. - A pesar de ese destino terco y orgulloso que no ha hecho otra cosa que ponernos piedras en el camino -.

Él quiso acortar la distancia que los separaba. Atrapar sus labios entre los suyos y saciar las ansias que sentía por besarla. Pero Francisca interpuso sus dedos entre ellos.

- Sin embargo, eso no parece ser suficiente -. Cerró los ojos unos breves segundos, tratando de encontrar la fuerza necesaria para ofrecerle su decisión. - He pensado detenidamente en tu propuesta, y aunque en un primer momento me pareció la mejor opción para poner fin a este sufrimiento que acarreamos desde hace años… -, se detuvo para pensar en María. En Tristán y Soledad. A pesar de que estos últimos no sentían ningún apego por ella, no podía obviar el amor que sin embargo ella sí sentía por ellos. -…no me parece justo cargar con una nueva pena a todos aquellos que nos quieren. Sean quienes sean los que sienten aprecio por mi persona -. Terminó diciendo, apartando la mirada para que Raimundo no se diera cuenta del daño que suponía saberse despreciada por sus propios hijos.

Él la tomó del brazo sin esconder la decepción que había supuesto este revés ante aquello que daba casi por hecho. - ¿Y qué propones, Francisca? -, preguntó. - Porque así no podemos continuar… -. Enmarcó su rostro con ambas manos. - Te amo más que a mi propia vida, pequeña. Lo sabes tan bien como yo. Pero también sabes que seguiremos hiriéndonos, dañándonos hasta destruirnos -.

Francisca apoyó su frente en la de Raimundo, y sus manos en las suyas.

- Debemos decirnos adiós. De una vez y para siempre -.

Él la miró sin comprender. - ¿Decirnos adiós? -, preguntó. - No entiendo, Francisca. ¿En qué estás pensando realmente? -.

Francisca tomó su rostro entre las manos. - Nunca quise tu muerte aunque mis actos puedan hacerte creer que así era… Tan solo deseaba que sufrieras tanto como yo lo había hecho por tu causa. Me dejé llevar por el rencor y la amargura de mi corazón nuevamente destrozado. Pero… ¿tu muerte? -, meneó la cabeza en señal de negación. - Nunca. Jamás… -, exhaló un suspiro, apartándose de él. - Es lo mejor, Raimundo. No podemos seguir dañando en nuestras disputas a todos aquellos que queremos. Nuestros caminos han de separarse -, se giró con las lágrimas brillándole en los ojos. - Hacer como si nunca nos hubiésemos conocido -.

Él bufó asombrado. - Vivimos en el mismo pueblo, Francisca. ¿He de recordarte cuántas veces nos encontramos en el pasado? ¿Y cuántas de ellas pudimos ignorarnos? -. Le preguntó irónico. Para nada estaba convencido de que aquello funcionase. - Ya sufrí en mis propias carnes la terrible sensación de tener que verte cada día y no poder tocarte… -, se encaminó hacia ella. -… de fingir que nada sentía por ti más que rencor… No sé si seré capaz de volver a pasar por lo mismo lo que me resta de vida -. Quedó apenas a dos pasos de ella. - ¿Y tú? -, le preguntó. - Mírame a los ojos y dime qué podrás hacerlo -. La tomó por los brazos con increible suavidad. - Mírame y dime que podrás pasar junto a mí y no estremecerte por mi cercanía… -.

Francisca se apartó. 

- ¡¿Crees que para mí es fácil?! -, le gritó. - ¿Crees que disfruto con todo esto? ¿Con ver cómo tratamos de hacernos el mayor daño posible? Pero entiende que es lo mejor que podemos hacer -. Acarició su mejilla con la punta de los dedos. - En nuestro caso, la muerte no es la solución… Me niego a herir a María. O a Tristán -. Dejó caer la mano hasta que ésta rozó su propio costado.

- ¿Es tu última palabra? -, preguntó Raimundo. - Comprendo… -, aceptó al ver cómo ella asentía con la cabeza. - Sea pues. Se hará como tú deseas, Francisca -.

Ambos quedaron observándose en silencio, como sujetados por una fuerza invisible que les impedía separarse uno del otro. Hasta que Francisca rompió el íntimo momento, haciendo amago de abandonar el jardín.

- Adiós Raimundo -, se despidió sin mirarle siquiera.

Él la sujetó, tomando una de sus manos entre las suyas. - Yo no he dicho aún mi última palabra, Francisca -. Ella le miró sin comprender. - Ignórame, olvídame si  ese es tu deseo -. Fue acercándola hacia él muy lentamente. - Pero eso tendrá que esperar a mañana. Porque antes voy a llevarme tu sabor en los labios… tu imagen en mis retinas… -, alzó su mano hasta llegar con ella hasta su cuello. - El tacto de tu piel en mis manos… Y la huella de tus besos en mi cuerpo -. Movió su mano hasta situarla en su nuca, atrayéndola hasta su boca. - Esta noche, Francisca Montenegro, eres mía -.

Atrapó su labio inferior entre los suyos, tirando de él con suavidad. Tentándola con la punta de su lengua. Obligándole a abrir la boca y permitirle total acceso. Se besaron con ternura, con pasión. Igual que aquella primera vez que unieron sus labios en la premura de su adolescencia hacía ya más de 50 años.

- Raimundo, no me hagas esto más difícil, te lo suplico -, murmuró junto a su boca.

- Ámame y déjame amarte… aunque sea nada más por esta noche -, escondió el rostro en su cuello, mordisqueándolo a placer. - Déjame embriagarme de ti para poder recordarte el resto de mi vida -.

Cayó rendida, enredada entre sus brazos sin ninguna posibilidad de huida. Más no deseaba escapar. El deseo de Raimundo era también el suyo. Dejarse llevar una vez al menos por los sentimientos que habitaban en su corazón sin pensar en lo que se avecinaba con la llegada del alba.

Tan solo un recuerdo que almacenar el resto de su vida.

Subieron a la alcoba revueltos en una maraña de susurros. De besos. Se encaminaron hacia la cama, sentándose en ella sin despegar sus labios ni cesar de prodigarse caricias. Aunque en la mente de ambos resonaba el eco de que aquella sería su despedida. El final de su camino.

La premura inicial dio paso a la ternura pausada. Besos largos… lentos… dulces. Tras demasiadas vicisitudes a lo largo de los años, se reencontraban al fin en la mirada del otro. Con extrema lentitud fueron cayendo sobre el lecho mientras sus manos no dejaban de tocarse en la oscuridad.

No hablaron. No había necesidad de ello, de empañar aquella apasionada unión con vanas palabras que se perderían en el aire. Raimundo la miró recordando en una lenta fracción de segundo, su primer beso. La primera sonrisa. El primer “te amo”. Y supo que ella estaba pensando lo mismo cuando sus ojos se cruzaron en la penumbra del cuarto.

Unieron sus cuerpos desnudos igual que la tinta se une al papel. En un contacto suave, húmedo, tibio. Estremecedor. Raimundo atrapó sus manos para unirlas con las suyas, escondiéndolas bajo la almohada mientras la unión se hacía completa.

El éxtasis fue largo. Delicioso. Liberándolos de un placer que casi les arranca la vida. Entre besos y caricias, el sueño los envolvió en su profundo abrazo.

……………..

Parpadeó hasta que al fin pudo abrir los ojos. Bajo la tenue luz que se filtraba por la ventana, pudo distinguir su silueta. Allí, tendida en la cama, a su lado. Recorrió con la mirada su delicada cintura, la curva suave de su cadera. La tersa piel de sus muslos antes de que éstos se esfumaran bajo la penumbra de las sábanas.

¿Cómo iba a poder seguir viviendo sin ella?

Salió de la habitación sin mirar atrás. Negándose el privilegio de volver su mirada hacia donde ella reposaba. No podría soportar la idea de no volver a tenerla.

Y ahora, mientras sus pasos le alejaban de Francisca para siempre, tan solo podría guardar en su memoria el fresco recuerdo de la última vez que habían yacido juntos. Como rúbrica que ponía el punto final a un amor que solo conoció el dolor.

Alzó la mirada mientras dejaba que los rayos de sol acariciasen su rostro. Y sonrió.

Tal vez entre ellos aún no se había escrito la última palabra.

3 comentarios:

  1. Ohhh qué final tan triste! Pero tambien muy, muy, muy bonito :)
    Te felicito muchísimo porque, en mi opinion, aunque mas breve de los otros, este es uno de los mejores relatos! De verdad me ha encantado <3

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    1. Muchísimas gracias! me alegro que te haya gustado. Muy pronto, más!

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    2. Ya he visto que hay nuevo relato...voy!!!! Y de nada ;)

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