Translate

miércoles, 24 de junio de 2015

LAS PASTILLAS DEL AMOR (Parte 1)



La situación estaba alcanzando tintes dramáticos, y él comenzaba a estar realmente preocupado por el destino que pudiese correr Francisca si llegase a ser probada su culpabilidad en el delito del cual se le acusaba. Y el rechazo que había padecido por parte de sus amistades, que rehusaron acudir a esa fiesta que tantos disgustos había provocado entre ellos, no había hecho sino aumentar su congoja. Francisca estaba destrozada, y por primera vez en mucho tiempo, podía sentirla asustada.

¿Y él? ¿Qué se supone que hacía él para calmar su ánimo? ¿Qué hacía para llevar algo de paz y tranquilidad a su atormentado espíritu? Rechazar su contacto. Había rehusado compartir lecho con ella aquella noche que tanto necesitaba su consuelo, sin saber muy bien porqué había actuado así.  El deseo que siempre había sentido por Francisca, era enajenante, hasta tal punto de hacerle perder la cabeza con facilidad. Quizá por tenerla en aquel momento tan cargada de preocupaciones, se sentía incapaz de darle lo que ella reclamaba.

Bajó a tientas los últimos escalones que le llevaban a la cocina, con aquellos pensamientos bulléndole en la sesera. Era un estúpido. Un completo estúpido que había permitido que las preocupaciones prevalecieran sobre ella, y sobre las ganas que sentía de zambullirse en su cuerpo como cada noche.

Se había limitado a dar vueltas en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Por eso había decidido bajar a la cocina y calentarse un poco de leche, amén de procurarse algún analgésico que aplacase aquella terrible presión que la martilleaba la cabeza. Abrió el primer cajón con la esperanza de encontrar allí alguna de las pastillas que Fe guardaba a mano para ofrecérselas a Francisca cuando le acaecía alguna de sus jaquecas. Tras mucho rebuscar, pensando que ya nada encontraría, alcanzó un pequeño frasco al fondo, casi escondido entre unos paños de cocina.

Frunció el ceño al no reconocer aquellas que Francisca tomaba. Se trataba ciertamente de unos comprimidos, y aunque trataba de buscar su composición en el frasco, nada encontró salvo el nombre. "Sansón" y una leyenda que decía "El mejor reconstituyente".

Se mordió el labio. La verdad es que esa apatía que le embargaba en los últimos días, debía estar provocada por la tensión que la situación actual le ocasionaba. Una de aquellas pastillas no podía hacerle mal alguno.

Apuró el último trago de su vaso de leche para empujar aquella grajea. Confiaba en que mañana se encontraría mucho mejor. Y lo primero que haría, sería dirigirse a la alcoba de Francisca para disculparse con ella como correspondía.

………

Se puso en pie conteniendo la rabia que guardaba dentro. No solo llevaba ya casi una hora esperando que esa descarada le sirviese el desayuno, sino que además, apenas había pegado ojo debido al desplante sufrido la pasada noche a manos de Raimundo. ¿Cómo había sido capaz de no procurarle el afecto que tanto precisaba? Precisamente aquella noche en la que todos le habían dado la espalda.

Hasta había llegado a insinuarse de manera descarada al darse cuenta de la apatía que rodeaba la figura de aquel que cada noche dormía a su lado. Cada noche, excepto esa. Se había excusado alegando un dolor de cabeza que ella no había creído. Lo que temía en lo más profundo de su corazón, es que Raimundo también estuviese a punto de darle la espalda al saberla en la ruina y repudiada por los de su clase.

Abrió la puerta que comunicaba la casa con las cocinas, y antes de comenzar a descender los escalones, se detuvo en seco al escuchar hablar a Fe con otra de las muchachas que allí trabajaban.

- ¿Estás segura de que ninguna de vosotras habéis rebuscao en el cajón hasta dar con esto? -. La voz de Fe era algo más alta de lo normal. Podía adivinarse una mezcla de enfado y preocupación. - Debí tirar este frasco del demonio en cuantito se lo arrebaté a Mauricio -. Suspiró con resignación. - Marcha a tus quehaceres y chitón sobre esto, ¿me oyes? -.

Despachó a la muchacha con un gesto de cabeza, al tiempo que volvía a dirigir su atención al frasco de pastillas que portaba en su mano. - Maldita la hora en que me guardé estas condenás pastillas -.

Escondió rápidamente el frasco en el bolsillo de su delantal cuando escuchó que la señora comenzaba a bajar las escaleras que llegaban a la cocina.

- Ya mismamente le subía el desayuno, señá -. Se disculpó como buenamente pudo. - No hacía falta que usté bajase hasta aquí -.

- ¿Vas acaso a decirme por dónde debo o no moverme, deslenguada? ¿En mi propia casa? -. Alzó el mentón orgullosa, mirándola de reojo. - ¿Qué guardas ahí? -, le preguntó.

- ¿Yo Señá? -. La pregunta le había pillado tan de sorpresa que no pudo evitar titubear. - Na… -, añadió, encogiéndose de hombros.

- Fe -, exclamó Francisca. - No te conviene tomarme por tonta, deberías saberlo a estas alturas. ¿Qué escondes? ¡Habla! -. La joven se mordió el labio antes de sacar de su bolsillo el frasco de pastillas. Ofreciéndoselo a Francisca después. Ella lo tomó en su mano, frunciendo el ceño con extrañeza. - ¿Sansón? ¿Qué diablos es esto? -.

- Unas vitaminas que me recetó el matasanos recién el otro día, Seña… Na de importancia -, se apresuró a decir haciendo ademán de recuperar el frasco, pero Francisca esquivó su mano arqueando una ceja ante el gesto de su criada.

Trató de buscar alguna etiqueta que revelase si ciertamente se trataban de unas vitaminas o de otra cosa. El empeño de Fe por ocultarlas, no auguraba nada bueno.

- El mejor reconstituyente -, leyó en voz baja. - ¿Y por qué las guardabas con tanto celo? -.

- Uy señá, no quería que se preocupase por la menda -, le respondió.

Francisca volvió a arquear una ceja. - Mira Fe, agradezco tu desvelo para con mi persona -, le dijo con fingido e irónica preocupación. - Y ahora habla. Me vas a contar de inmediato qué diantres son estas pastillas, porqué interrogabas a la doncella por ellas y porqué se supone que se las arrebataste a Mauricio. ¡¿Estamos?! -.

Fe cerró los ojos aguantando el chaparrón, pero consciente de que su señora había escuchado toda su conversación anterior. Desde el principio supo que esas pastillas traerían problemas, y a la vista era que no estaba equivocada.

- Esas pastillas eran del Mauricio, Señá -, soltó de golpe antes de exhalar un suspiro. Lanzó contra la mesa el trapo que tenía en la mano y apartó una de las sillas de la cocina para sentarse. Todo ello, bajo la atenta mirada de Francisca. - La Dolores se las regaló en el colmao, y ya le digo yo que no son na bueno -.

- ¿A qué te refieres? -, le preguntó Francisca con recelo.

La joven prosiguió. - A mi hombretón se le ocurrió tomar un par de esas ”gajreas” y se volvió más raro que perro que hable -.

- ¿Raro? -. Francisca tomó asiento frente a ella, tratando de recordar la actitud de su capataz los días pasados.

- Sí Señá… raro -. Fe apoyó los codos sobre la mesa y la miró. - El Mauricio comenzó a mirar a servidora de forma extraña… ya sabe usté -. Ante la cara de Francisca, ella se explicó. - Pues como si yo fuera el mejor jamón del mundo y él un muerto de hambre. Amos, que me miraba como si quisiera devorarme. Usté ya me entiende -. Francisca frunció los labios y la miraba como si no la creyese. - ¡Es cierto Señá! Y todo por culpa de esas condenás pastillas. Hasta me llegó a contar… -, alargó la mano agarrándola del brazo, pero ante el estupor de Francisca, enseguida la apartó. -…pues eso, que me llegó a contar que incluso usté estaba de muy buen ver y que él no era de piedra -.

Francisca abrió los ojos como platos. - ¡¿Cómo dices?! -.

Aquello sí que era bueno. Y sin embargo, a su mente llegó aquel día en el despacho en que las intensas miradas de su capataz, le habían hecho sentir incómoda. Miradas que solo consentía a Raimundo.  

- Pa’mí que esas pastillas ponen a los hombres como vacas sin cencerro, que cuando ven a una mujer se ponen como locos -.

Francisca observó el frasco, que aún seguía en su mano. Si un par de pastillas habían causado tales efectos en Mauricio, ¿qué no conseguirían en Raimundo?

Soltó de pronto el bote como si le quemase en las manos. Pero ¿en qué estaba pensando? ¿Cómo podía pasársele por la cabeza siquiera, el deslizar alguna de esas grajeas en la comida de Raimundo? Aunque bien pensado, quizá podrían ayudarle a recuperar el ánimo y el vigor que parecía haber perdido.

Volvió a recordar las miradas y las palabras de Mauricio aquel día. Se moría de ganas por vivir la misma situación, pero con Raimundo como protagonista.

- Así que comprenderá mi congoja cuando advertí que alguien las había tomao del cajón donde las escondía servidora-, le dijo Fe. - Será mejor que las tire pa’que no vuelvan a causar ningún desastre, señá -.

- No -, dijo Francisca con firmeza mientras se ponía en pie. - Yo me ocuparé de ellas, Fe. Y ahora, sube el desayuno para mí y para el Señor. ¡Vamos, haragana! -.

Comenzó a subir las escaleras con una sola idea en mente. Si actuaba con rapidez, podría deshacer una de esas pastillas en el desayuno de Raimundo antes de que él apareciera por el comedor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario