Tristán y Sebastián, al comprobar aquella efusividad con la
que Raimundo estaba besando a Francisca, se acercaron discretamente hacia la
pareja.
- Padres, por favor…-. Estaban sinceramente apenados por la
escena, que había despertado un intenso murmullo entre todos los asistentes a
la iglesia. – Quizá deberían dejar eso para más tarde, ¿no creen? A Don Anselmo
está a punto de darle un ataque -, murmuró Tristán mirando de reojo al cura,
que comenzaba a estar visiblemente sofocado por la pasión que se había
despertado en Raimundo y Francisca. Ante las palabras de su hijo, ambos
parecieron caer en la cuenta de dónde estaban. Francisca se puso de color
escarlata y esbozó una disculpa como pudo a Don Anselmo.
- Di..Disculpe padre. Mañana sin falta me presentaré ante
usted buscando confesión, se lo prometo -.
Raimundo miró divertido a su mujer.
– Pues vas a tener mucho que contarle, amor…-. Musitó
acercándose sensual hacia su oreja. –…porque aún no imaginas lo que tengo
pensado para esta noche…-. Aquella velada promesa, consiguió que se le erizase
toda la piel del cuerpo.
- Hereje…-, le respondió azorada. – Cómo se nota que solo soy
yo la que tendrá que confesarse -.
Salieron de la iglesia tomados del brazo, y se encaminaron
hacia los jardines, donde se había preparado el banquete, con el fin de
reunirse con todos los invitados. Allí recibieron felicitaciones y buenos
deseos de futuro. A pesar de que la suya había sido siempre una relación
tormentosa, entre los presentes no existía atisbo de duda de que su unión sería
para siempre. Raimundo aferraba a Francisca por la cadera, acariciándola de
manera torturadora. Le fallaba hasta la respiración.
- La noto algo sofocada, Doña Francisca -, le dijo Dolores, la
esposa del alcalde del pueblo y dueña del único establecimiento que surtía de
provisiones a todos los habitantes del lugar. – Mire que si lo desea, me acerco de
inmediato al colmado. Precisamente ayer recibimos unos abanicos procedentes de
la capital. Vamos Pedro, díselo tú que… -.
- No es necesario Dolores…-, interrumpió Francisca llevándose
una mano a la frente. Si seguía escuchando a esa cotorra unos segundos más, terminaría
con un terrible dolor de cabeza.
- ¿Te encuentras bien Francisca? -. Raimundo la observaba
divertido, pues sabía perfectamente qué era lo que le estaba ocurriendo.
- Lo sabes perfectamente, Raimundo -, le miró con enojo. –
Deja de…deja de provocarme -.
Él se limitó a aferrarla contra su cuerpo con más intensidad
que antes, rozándole el lóbulo de la oreja con la nariz.
– Tus deseos son órdenes para mí. Se me ocurre algo mucho
mejor que puedo hacerte -. De pronto, se volvió hacia los invitados. – ¡Amigos!
Mi esposa y yo les agradecemos enormemente su presencia –. Todos le prestaron
atención. - Disfruten del banquete y del baile posterior. Lamentándolo
sinceramente…-, se volvió a Francisca. – Mi mujer y yo hemos de retirarnos de
inmediato. Todo apunta a que una de sus famosas migrañas está haciendo su
aparición –. Llevó su mano afectadamente al pecho. Ella le miraba atónita. – Comprenderán
ustedes que el bullicio es lo menos recomendable en estos casos. Más, no se
inquieten. Nada que un sueño reparador no logre aliviar. ¡Disfruten de la
fiesta! -. Y tomando la mano de Francisca empezó a andar hacia la salida.
Tristán, Soledad, Sebastián y Emilia se acercaron preocupados
a ellos.
- Doña Francisca, ¿se encuentra mal? -, preguntó Emilia.
- Sí, no tiene buena cara… Mirad qué ojeras -. Tristán había
tomado la cara de su madre entre las manos y la observaba minuciosamente. –
Será mejor que ordene que le preparen una infusión de hierbas -.
- Sebastián y yo iremos a avisar para que preparen la calesa -.
Francisca no pudo más y explotó. – Estoy perfectamente. Ni
mala cara, ni hierbas, ni calesa -. Se volvió entonces a Raimundo. - ¿Se puede
saber por qué has provocado todo este espectáculo? -.
Raimundo se frotó la nuca avergonzado. - Verás…-, balbuceó. -
Yo solo pretendía irme ya para poder estar a solas contigo… -.
Todos le observaron con la boca abierta.
- ¡Padre!- Emilia no se lo podía creer.
- Vamos hija…-, se justificó. - Ya me entenderás cuando te
cases…-, sonrió.
Francisca le miró arqueando una ceja y tomó su mano.
– Está bien Raimundo -, le dijo. - Será mejor que nos vayamos
pues. Estoy notando que mi migraña empeora…-, le sonrió pícara antes de
volverse hacia sus hijos con un fingido gesto de dolor.
Tristán no daba crédito a lo que estaba viendo. Parecían dos
muchachos que no controlaban sus hormonas. - ¿Y se van a ir así sin más? ¿Ni
siquiera se quedan a comer alguna cosa? -.
Raimundo se acercó al joven. - Ahora mismo hijo mío, yo voy a
tomarme el postre -.
Francisca y él desaparecieron por el camino que llevaba a la
casona, dejando a sus hijos totalmente atónitos.
……………………
La puerta de la habitación de Francisca se abrió y ambos
entraron en la habitación sin despegar sus bocas un solo instante. Raimundo
cerró la puerta tras ellos de un puntapié, pero antes de que pudiera dirigirse
al lecho junto a ella, Francisca se apartó y se acercó hacía el tocador. Raimundo
quedó apoyado en la puerta, y fijó su mirada en ella. Planificando el que sería
su próximo movimiento, igual que un depredador. La deseaba tanto que casi no
podía ni pensar. Más iba a tomárselo con calma…
- Estoy deseando quitarme este maldito vestido -. Francisca
hizo intención de desabrocharse los botones. - Tengo demasiado ca…-. Se
interrumpió cuando las manos de Raimundo, que se había acercado lentamente
hasta ella, sujetaron las suyas impidiendo que desabotonara el vestido.
- Déjame a mí, amor mío -.
Las yemas de sus dedos recorrieron suavemente sus brazos,
desde las muñecas hasta llegar a los hombros, erizándole la piel con aquella
sensual caricia.
- Raimundo…-, musitó Francisca cerrando los ojos.
- Sshhh…-, susurró. Francisca solo podía sentir su cálido
aliento en el cuello, provocándole mil y un escalofríos. – Déjame tocarte… necesito
sentir tu piel… -.
Llevó sus dedos hasta el primer botón, el cual desabrochó con
asombrosa calma. Después, siguieron el segundo y el tercero, abriendo levemente
el vestido. Dejando al descubierto el nacimiento de su espalda. Acercó sus
labios y rozó con ellos su piel. Francisca no pudo evitar que un jadeo escapase
de su garganta.
- Tu piel es tan suave, amor… Como si tocase los pétalos de
una flor -. Sus caricias y el tono aterciopelado de su voz estaban matándola
lentamente, envuelta en una dulce agonía.
Raimundo siguió desabrochando el vestido hasta que llegó al
último botón. Con sus nudillos, recorrió de nuevo un camino ascendente hasta su
cuello, apreciando cómo la piel de Francisca, de su gran amor, se estremecía
por su solo contacto. Sus manos se colaron atrevidas dirigiéndose hasta los
pechos de Francisca, los cuales acarició a su antojo. Ella se sintió
desfallecer. Las piernas le temblaban como si fuera gelatina. Se apoyó en su
pecho para no caer, y se rindió completamente a sus caricias.
Muy despacio, Raimundo abandonó sus pechos para dirigirse
hasta los hombros. Comenzó a deslizar el vestido hasta que finalmente cayó al
suelo. Trazó con la punta de su lengua un húmedo camino desde la nuca hasta que
llegó a sus labios.
Francisca había permanecido con los ojos cerrados. Le pesaban
demasiado los párpados, no tenía fuerzas. Solo quería sentirle. Raimundo le
estaba prodigando abrumadoras caricias que despertaban todos sus sentidos. Su
boca se abrió al fin para él, dejando total acceso a su lengua. Alzó las manos
por su pecho hasta entrelazarlas en su nuca, atrayéndole más hacia ella. Se
entregó por completo. Sus lenguas se enredaron en una danza sin tregua,
saboreándose mutuamente. Raimundo volvió a deslizarse por sus hombros, su pecho,
llegando hasta su vientre, mientras sus manos no cesaban de acariciar su
espalda. Reinició el camino de vuelta hasta su boca llevando esta vez sus manos
hasta los muslos de Francisca, elevándola hacia él. Francisca jadeó ante el
contacto. Raimundo la miraba intensamente a los ojos.
- Eres mi vida entera Francisca…-, murmuró. – No hay nada en
este mundo que me importe más que tú… estás tan dentro de mí, pequeña mía…-.
Ella tomó una de las manos de Raimundo y la llevó hasta su
pecho.
- ¿Puedes sentir mi corazón, Raimundo…? Nada más late por ti -.
La estrechó entre sus brazos saboreando su aroma, la calidez
y suavidad de su piel. Francisca le fue quitando poco a poco la camisa,
introduciendo sus manos por debajo acariciando dulcemente la piel de su
espalda.
- No dejes nunca de amarme Raimundo…-, le pidió en un susurro.
Él la llevó entre sus brazos hasta depositarla delicadamente
sobre la cama. – Ni siquiera la muerte logrará que deje de amarte, vida mía -.
Terminó de desvestirse y se reunió con ella en la cama. La
pasión les invadió rápidamente, sentían la sangre como lava ardiente fluyendo
por sus venas.
- Hazme el amor…-.
Raimundo suspiró bruscamente antes de posicionarse sobre ella
para alcanzar la unión. Besó hambriento su boca, mientras se movía sobre ella
llevándola hasta la locura.
Y de repente, el éxtasis más puro e intenso se adueñó de
ellos. Juntos se estremecieron mientras surcaban oleadas de placer que
invadieron cada parte de sus cuerpos. Se abrazaron, incapaces de soltarse.
- Nada ni nadie volverá a separarme de ti, Francisca. Te
querré eternamente -.
- Yo también te amo, Raimundo. Para toda la eternidad -.
Francisca se aferró a él feliz, reposando en sus brazos. Al
fin, estaba donde siempre quiso estar. Su destino fue, estar juntos para toda
la vida.
Por Dios, que relato maravilloso....Mujer echo de menos sus história.
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