Aquella misma noche finalizaba al fin 1902 y
lo hacía de la misma forma que los años anteriores.
No.
En realidad, lo hacía
peor. Nunca se habían visto en otra igual, teniendo que desprenderse de parte
de su patrimonio para obtener algo de liquidez que les permitiera respirar, al
menos durante un tiempo, librándoles de parte de sus deudas. Y mientras daba un
sorbo a su copa de champán, hacía balance de todo lo vivido el último año.
Ciertamente que la situación
delicada que les acuciaba en este momento era realmente grave y ocupaba gran
parte de sus pensamientos. Pero sí había algo que debía agradecer a ese 1902
que ya terminaba. Raimundo había conseguido vencer la batalla que libró contra
la muerte. Y al hacerlo, ella volvió a sentir que vivía. En el fondo de su
corazón sabía que le seguía amando y que siempre lo haría. Pero el hecho de que
existiera en aquel momento la posibilidad de haberle perdido para siempre,
había vuelto a traer al presente aquellos sentimientos que creía dormidos.
Sentimientos que se vieron incrementados el día que Raimundo le salvó la vida a
ella. Aquel día se vio desbordada por el inmenso amor que sentía por él y
estuvo dispuesta a abrirle su corazón.
Recordó cómo fue capaz de rozar
su mejilla mientras miraba ansiosa sus labios. Los que tantas veces
besó en el pasado. Aquellos mismos que la cautivaban cuando recitaban un soneto
mientras reposaba en su pecho debajo del gran roble de la Casona. Aquellos que habían recorrido su cuerpo siguiendo el camino trazado por sus
manos. Pero también recordó cómo él se apartó. Cómo volvió a sacar a colación
el pasado que había marcado sus vidas.
Después de esos grandes
acontecimientos empezó a plantearse su vida y sobre todo, sus disputas con él.
¿Qué sentido tenían? ¿Su alma se había visto acaso aliviada mientras salía de
una pelea con él para meterse en otra? La suya era una rivalida continua
que, al menos por su parte, escondía sus verdaderos sentimientos por Raimundo.
Bebió otro sorbo a su copa de
champán, dejando que el burbujeante líquido descendiera por su garganta.
Él también sentía por ella. El
mismo Raimundo se lo había confesado a los dos días de lo acontecido con aquella desgraciada que a punto estuvo de acabar con su vida.
A partir de ese momento cada uno
parecía querer hacer gala de su supuesto odio por el otro. Con más intensidad
si cabe. No sabía en el caso de él. En el de ella, era para mantener esa coraza
que tantos años le había costado construir para proteger su corazón. Si esa
coraza se rompía, volvería a sentirse vulnerable. Y cuando uno demuestra que es
frágil, el mundo y las personas que viven en él tienen en su mano la
posibilidad de destrozarte. De aprovecharse de uno. ¡Pero estaba tan cansada!
Cansada de esconder a la que de verdad era. Cansada de ocultar su amor por
Raimundo. Cansada de no ser feliz.
Miró el reloj sobre la chimenea.
Marcaba las 23.30. Una idea alocada pasó fugaz por su mente. Si se daba prisa
llegaría a tiempo a la plaza. Apuró el último sorbo a su copa. Si se apresuraba,
podría celebrar la llegada del nuevo año con quien de verdad quería hacerlo.
Sentía temblar sus manos mientras dejaba la copa sobre la mesita del salón. Los
nervios se concentraban en la boca de su estómago como si fuera un negro
agujero que quisiera tragársela. Pero ella nunca de dejaba achantar por el
miedo. Había llegado el momento de coger al toro por los cuernos.
- Tristán, Soledad -. Ambos jóvenes volvieron sus rostros, prestándole toda su atención. – He de irme -
- Pero ¡madre! -. Tristán se acercó
a ella. - ¿Qué está diciendo? ¿A dónde se supone que se va? –
Ella acarició la mejilla de su hijo con una mano y la de Soledad con la otra. Ellos también debían aprender a
afrontar sus vidas y forjarse su propio destino. Ahora lo veía claro.
- Voy a enfrentarme con mi destino
–
Con presuroso paso, se dirigió
hasta la puerta. Sí. Si se daba prisa podría empezar el año y su nueva vida con
él.
Con Raimundo.
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