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domingo, 24 de enero de 2016

UN NUEVO COMIENZO (Final)



-…Francisca… no… -

- Te quiero Raimundo. Siempre lo he hecho –. Se apretó más a su cuerpo. – Y siempre lo haré –.

Besó su cuello, bajando sus labios por su hombro dejando un reguero de besos por el camino.

Raimundo llevó sus manos a las de Francisca, obligándola a soltarle. Girándose después hasta encararse a ella. Tomando su rostro con dulzura pero con firmeza. Atrapando sus labios en un beso desesperado en el que se intercambiaron sus almas mientras sus lenguas se enredaban en un baile mágico. Se aferraron el uno al otro para no caer por el precipicio de su pasión. Las manos de Raimundo recorrían el cuerpo de Francisca ansiosas por sentir debajo de ellas su suave piel, aquella que ocultaban sus caros ropajes.

- Me quieres Raimundo…tanto como yo a ti mi vida… -

Él la abrazó con fuerza. Era inútil negarlo. La amaba más que a su propia vida y ahora Francisca era consciente de hasta qué punto seguía enamorado de ella. Pero demasiadas cosas seguían empeñadas en separarles. Ella decía amarle y todo parecía indicar que así era. Pero ¿podía estar realmente seguro? No sabía si sería capaz de olvidar todo el daño que se habían hecho. Tal vez estaban destinados a estar separados. Tal vez el amor no es suficiente.

- Sí Francisca. Te quiero –.  Acarició sus mejillas con los pulgares. – Te amo… -. Se permitió besar fugazmente sus labios. – Pero lo nuestro ya no puede ser. Han pasado cosas difíciles de olvidar. Cosas que nos separan y que siempre se interpondrán entre nosotros. – Se apartó de ella. – Siempre te querré Francisca. Pero ahora debes irte –.

Se tragó su orgullo, impidiéndose derramar una sola lágrima. Había perdido esta batalla, pero la guerra acababa de comenzar. Ella era Francisca Montenegro. Jamás se rendiría sin luchar.

Con paso digno, se dirigió hasta la salida, rozándole la mano con suavidad al pasar por su lado. Llegó hasta la puerta, pero se detuvo antes de abrirla. Sin mirarle.

- No pienso renunciar a ti amor mío. Ya lo hice una vez y he sido infeliz cada mísero día desde entonces. Vendré cada día y cada noche hasta que vuelvas a estar seguro de mi amor. Yo…te amo Raimundo…te amo –.

Él escuchó el sonido de la puerta al cerrarse a sus espaldas. Siempre había acusado a Francisca de anteponer su orgullo por encima de todo. ¿Y qué estaba haciendo él ahora mismo? Extendió sus manos y las miró con tristeza. Las sentía vacías desde que ya no rozaban las de Francisca. Llevó una de ellas a sus labios, donde su sabor permanecía impregnado. Sintió un ligero cosquilleo ahí donde ella le había mordido con ternura. Después de tantos años, había vuelto a sentirla entre sus brazos susurrándole cuánto le amaba.

¿Sería capaz de levantarse al día siguiente sabiendo que ella le amaba y él no había hecho nada para retenerla?

Se volvió con rapidez abriendo la puerta de la posada de par en par. Don Anselmo se acercó presto a saludarle y celebrar con él la llegada del nuevo año. Recibió por contra una excusa al tiempo que veía a Raimundo sonreír de una manera que nunca había visto en él. Vio cómo se alejaba por la plaza, pero aun así le llamó.

- ¡Raimundo! ¿Pero dónde vas? –

Él se volvió en la lejanía y le gritó. – ¡Voy a recuperar mi vida, Padre! –

Llegó justo cuando ella abría la puerta de la calesa dispuesta a marcharse a la Casona.

- Tal vez no sea necesario que vengas mañana a mi casa –

Francisca se detuvo a medio camino, pero no se dio la vuelta. Se agarró con fuerza a la portezuela hasta que los nudillos se volvieron de color blanco.

- Vendré aunque no quieras verme, Raimundo –

Escuchó sus pasos acercándose a ella. – Creo que no me has entendido Francisca… -

Sintió sus manos abrazándole por la cintura, bajándola hasta que su espalda quedó pegada a su pecho. – No tendrás que venir ni mañana ni nunca –. Deslizó los labios por su cabello mientras Francisca cerraba los ojos.

- ¿Por qué…? –, susurró ella temblorosa.

Raimundo acercó sus labios hasta su oído.

- Porque a partir de esta noche, no voy a consentir que te alejes de mi lado –.

Mordisqueó su cuello deslizando la punta de la lengua sobre la piel sensible. Francisca emitió un gemido antes de revolverse en su abrazo hasta que se giró completamente. Hasta que sus ojos quedaron fijos en los de Raimundo. Sobraron las palabras. Sus labios volvieron a unirse para no volver a separarse jamás. Aquel beso encerraba demasiadas promesas y sueños por cumplir.

Raimundo rompió el beso al tiempo que la abrazaba con un brazo por la cintura.

- Vamos amor. Volvamos a casa –.

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