-…Francisca… no… -
- Te quiero Raimundo. Siempre lo
he hecho –. Se apretó más a su cuerpo. – Y siempre lo haré –.
Besó su cuello,
bajando sus labios por su hombro dejando un reguero de besos por el camino.
Raimundo llevó sus manos a las de
Francisca, obligándola a soltarle. Girándose después hasta encararse a ella.
Tomando su rostro con dulzura pero con firmeza. Atrapando sus labios en un beso
desesperado en el que se intercambiaron sus almas mientras sus lenguas se
enredaban en un baile mágico. Se aferraron el uno al otro para no caer por el
precipicio de su pasión. Las manos de Raimundo recorrían el cuerpo de Francisca
ansiosas por sentir debajo de ellas su suave piel, aquella que ocultaban sus
caros ropajes.
- Me quieres Raimundo…tanto como
yo a ti mi vida… -
Él la abrazó con fuerza. Era
inútil negarlo. La amaba más que a su propia vida y ahora Francisca era
consciente de hasta qué punto seguía enamorado de ella. Pero demasiadas cosas
seguían empeñadas en separarles. Ella decía amarle y todo parecía indicar que
así era. Pero ¿podía estar realmente seguro? No sabía si sería capaz de olvidar
todo el daño que se habían hecho. Tal vez estaban destinados a estar separados.
Tal vez el amor no es suficiente.
- Sí Francisca. Te quiero –. Acarició sus mejillas con los pulgares. – Te
amo… -. Se permitió besar fugazmente sus labios. – Pero lo nuestro ya no puede
ser. Han pasado cosas difíciles de olvidar. Cosas que nos separan y que siempre
se interpondrán entre nosotros. – Se apartó de ella. – Siempre te querré
Francisca. Pero ahora debes irte –.
Se tragó su orgullo, impidiéndose
derramar una sola lágrima. Había perdido esta batalla, pero la guerra acababa
de comenzar. Ella era Francisca Montenegro. Jamás se rendiría sin luchar.
Con paso digno, se dirigió hasta
la salida, rozándole la mano con suavidad al pasar por su lado. Llegó hasta la
puerta, pero se detuvo antes de abrirla. Sin mirarle.
- No pienso renunciar a ti amor
mío. Ya lo hice una vez y he sido infeliz cada mísero día desde entonces.
Vendré cada día y cada noche hasta que vuelvas a estar seguro de mi amor. Yo…te
amo Raimundo…te amo –.
Él escuchó el sonido de la puerta
al cerrarse a sus espaldas. Siempre había acusado a Francisca de anteponer su
orgullo por encima de todo. ¿Y qué estaba haciendo él ahora mismo? Extendió sus
manos y las miró con tristeza. Las sentía vacías desde que ya no rozaban las de
Francisca. Llevó una de ellas a sus labios, donde su sabor
permanecía impregnado. Sintió un ligero cosquilleo ahí donde ella le había
mordido con ternura. Después de tantos años, había vuelto a sentirla entre sus
brazos susurrándole cuánto le amaba.
¿Sería capaz de levantarse al día
siguiente sabiendo que ella le amaba y él no había hecho nada para retenerla?
Se volvió con rapidez abriendo la
puerta de la posada de par en par. Don Anselmo se acercó presto a saludarle y
celebrar con él la llegada del nuevo año. Recibió por contra una excusa al
tiempo que veía a Raimundo sonreír de una manera que nunca había visto en él.
Vio cómo se alejaba por la plaza, pero aun así le llamó.
- ¡Raimundo! ¿Pero dónde vas? –
Él se volvió en la lejanía y le
gritó. – ¡Voy a recuperar mi vida, Padre! –
Llegó justo cuando ella abría la
puerta de la calesa dispuesta a marcharse a la Casona.
- Tal vez no sea necesario que
vengas mañana a mi casa –
Francisca se detuvo a medio
camino, pero no se dio la vuelta. Se agarró con fuerza a la portezuela hasta
que los nudillos se volvieron de color blanco.
- Vendré aunque no quieras verme,
Raimundo –
Escuchó sus pasos acercándose a
ella. – Creo que no me has entendido Francisca… -
Sintió sus manos abrazándole por
la cintura, bajándola hasta que su espalda quedó pegada a su pecho. – No
tendrás que venir ni mañana ni nunca –. Deslizó los labios por su cabello
mientras Francisca cerraba los ojos.
- ¿Por qué…? –, susurró ella
temblorosa.
Raimundo acercó sus labios hasta
su oído.
- Porque a partir de esta noche,
no voy a consentir que te alejes de mi lado –.
Mordisqueó su cuello deslizando
la punta de la lengua sobre la piel sensible. Francisca emitió un gemido antes
de revolverse en su abrazo hasta que se giró completamente. Hasta que sus ojos
quedaron fijos en los de Raimundo. Sobraron las palabras. Sus labios volvieron
a unirse para no volver a separarse jamás. Aquel beso encerraba demasiadas promesas
y sueños por cumplir.
Raimundo rompió el beso al tiempo
que la abrazaba con un brazo por la cintura.
- Vamos amor. Volvamos a
casa –.
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