Abrió los ojos muy despacio, y una punzada de dolor atravesó
su cuello. No creía que hubiesen pasado más de un par de horas desde que cayó
rendido por el cansancio. Había esperado pacientemente a que Francisca lograse conciliar
el sueño tras vanos intentos.
Sin apenas moverse, supo que estaba solo en la cama.
Francisca no estaba junto a él y por un instante, la idea de que pudiese haber
cometido una locura, arrasó su mente. La puerta de la alcoba estaba abierta de par
en par y los primeros rayos del alba atravesaban el gran ventanal apenas cubierto
por las cortinas.
A duras penas, y por encima del quejido que emitieron sus tensos
músculos, se puso en pie y salió al pasillo. Todo parecía en calma. Un silencio
absoluto reinaba en la Casona, y ni siquiera las doncellas parecían trasegar en
sus quehaceres.
Avanzó por el corredor hasta que unos sollozos llegaron hasta
sus oídos. La puerta entreabierta apenas a unos pasos de donde se encontraba,
le anunció que Francisca estaba en su interior. Sintió que hasta la respiración
le faltaba al tomar el pomo entre sus manos. Era la antigua habitación de Tristán.
Francisca se mecía sobre la cama con un pequeño faldón de bautizo
entre sus brazos.
- Francisca -, la llamó en un susurro cuando estuvo junto a
ella.
Ella alzó la mirada. - Era el bebé más hermoso de toda la comarca
-, sonrió. - Era parte de mí y lo único que conservaba de ti -. Apartó la mirada
y su rostro se ensombreció. - Ahora no tengo nada…-, musitó. - Nada por lo que seguir
viviendo -.
Raimundo tomó asiento a su lado. - Francisca, yo…yo te…-.
- Shhhh…-, silenció ella sus labios con un suave roce de sus
dedos. - Yo también te amo -, afirmó antes de unir sus labios a los de él en un
beso tan cálido como necesario para apaciguar sus almas. - Pero existe
demasiado dolor entre nosotros. Y ahora Tristán se ha ido -, pronunció junto a
su boca. - Jamás podría haber vivido esta noche junto a alguien que no fueras tú,
mi amor…Más, dejemos que el tiempo decida -.
Reposó su cabeza en el hombro de Raimundo mientras ambos aferraban
entre sus manos uno de los últimos recuerdos de su hijo. Lo que no pudo unirlos
en vida de Tristán, los había unido en su muerte.
…………….
Emilia tomó con suavidad su mano mientras sus ojos no podían
apartarse del féretro donde reposaban los últimos restos de su hijo. ¿Cómo había
podido perder dos hijos en un espacio de tiempo tan breve? Cuando parecía estar
aliviándose el dolor por Sebastián, ahora se unía la pena por su hijo Tristán.
Su hijo. Suyo y de Francisca.
Apartó la mirada brevemente para poder buscarla entre la
multitud que se había congregado para dar el último adiós a un ser tan noble y
que tanto bien había hecho por la comunidad, como era su hijo mayor. Sintió un vacío
aún mayor cuando no la encontró.
Nunca se había sentido tan solo. Y más, después de lo que había
ocurrido entre ellos la noche pasada. No pensaba dejarse llevar por la emoción,
pues en realidad, Francisca no le había prometido nada. Más, en su fuero
interno, por más que lo negase, vislumbraba un rayo de esperanza.
Ni siquiera sabía cómo iba a poder afrontar los años que le quedasen
si también la perdía a ella. Volvió a buscarla entre la gente. Nada. Silencio
roto por los lamentos de todos lo que querían a Tristán. Dolor.
¿Por qué no se habría presentado? ¿Tal vez todo fue una
farsa? Se odió por tener pensamiento semejante. Había palpado con creces su pena,
algo que no se puede disimular. Y ¿entonces? ¿Le habría ocurrido algo? Quizá no
debió escucharla cuando le rogó que la dejase sola. Quizá…
- Padre…-, musitó Emilia apretando su mano.
Raimundo observó a su hija y siguió su mirada hasta el otro extremo
del cementerio. De negro riguroso y con precaria estabilidad, Francisca había
hecho acto de aparición. Acompañada por Mauricio, que tuvo el tino de detenerse
a unos pasos de ella. Ofreciéndole una intimidad totalmente necesaria.
Su corazón se apretó en un puño. Desvalida, rota de dolor,
abrazaba entre sus manos una rosa blanca. El aire solemne y mudo que hasta ese
momento había reinado, se fue llenando de murmullos. Cuchicheos. Miradas ladeadas
hacia aquella mujer de la que todos creían, carecía de alma.
“No pienso consentirlo”,
escuchó por boca de Aurora, que incluso estuvo dispuesta a echarla de aquella
íntima ceremonia. “Si no quiso a mi padre
en vida, tampoco permitiré que quiera hacerlo en su muerte”.
- Detente, nieta -, murmuró cuando sintió que la joven estaba
dispuesta a expulsar a Francisca de allí.
- Pero abuelo, ella nunca quiso a mi padre. Ella…-
- Ella amaba a Tristán más que a su propia vida -. La interrumpió
mirándola a continuación. - Sé que no eres capaz de comprenderlo. Pero así es -.
Dirigió su mirada hacia Francisca. Su pequeña. Y sintió que el
alma se escapaba de su pecho para correr junto a ella. Le dolió verla apartada de
la que era su familia. Incluso ella sabía con certeza que no sería bien
recibida. Que probablemente nadie la quisiera allí. Pero Francisca pasó por alto
todo, hasta el desprecio de los demás. Por su hijo. Por Tristán.
Se soltó de la mano de Emilia, tomándola por la mejilla y
depositando un dulce beso en su frente. Conocía perfectamente cuál era su lugar.
Y ese era junto a Francisca.
Avanzó con paso firme hasta detenerse frente a ella, que alzó
la mirada, anegada en lágrimas, para cruzarla con la suya.
- No es necesario que pases la vergüenza de estar junto a mí
frente a todos, Raimundo -, afirmó entre sollozos. - Sé que no soy bien recibida
-.
- Silencia tus palabras y tu mente, y comparte junto a mí tu
dolor. Ese mismo que yo también arrastro -, murmuró. - Te juré en el silencio
de tu alcoba que no te abandonaría. Y ahora, frente a todos, vuelvo a
repetírtelo de nuevo -. Se movió hasta situarse junto a ella. Rozando
tímidamente su mano hasta que la entrelazó con la suya propia. - Mi actitud
también es egoísta, Francisca…-, musitó mirando el ataúd de su hijo, pero
acariciando su mano. - No me necesitas más de lo que yo te necesito a ti, amor.
Jamás podré pasar por este trance sin ti -.
Estrecharon sus manos y enlazaron sus corazones para despedir
por última vez, al fruto de su amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario